giovedì 24 dicembre 2015
L'amica perduta e ritrovata
sabato 5 dicembre 2015
Historias de cama
Los domingos por la mañana, Ana solía levantarse hacia las nueve y media, en cambio los sábados a pesar de que no tuviera que ir al trabajo, lo hacía más temprano pues le tocaba la compra para toda la semana. Ni cuando su marido iba supermercado, ni las veces en que organizándose bien el día anterior sólo le faltaba ir a comprar el pan, el periódico y un poco de verdura fresca al mercado, se recreaba mucho rato en la cama. En cambio los días de fiesta le parecía un milagro poder abrir los ojos sin oír el molesto timbre del despertador. Iba a la cocina y ponía un cazo de agua en el hornillo. Desayunaba despacio, mientras leía el periódico del día anterior. Sin darse cuenta, llegaba a tomarse tres teteras repletas de té verde, que iba llenando con agua caliente, a medida que las vaciaba. A veces ponía la radio y cuando se levantaba su marido, ella ya había tomado varias tazas de infusión, cada vez más diluida. Las últimas jícaras, casi no tenían color.
venerdì 20 novembre 2015
La golondrina y el coche
El vendedor, bien trajeado, me repetía con voz amable :
domenica 1 novembre 2015
Julia
Las noches de Julia eran intermitentes. No entendía por qué se despertaba al amanecer. En aquellas horas, que no pertenecen ni al día ni a la noche, su cabeza ya estaba empezando a funcionar; en cambio, sus ojos permanecían cerrados. Podría decirse que, por una parte, añoraba la cama y, por la otra, estaba impaciente por levantarse. A veces le invadía un no sé qué de ansiedad, quizás por las tantas cosas que debía hacer durante la jornada de trabajo y luego en casa o porque había heredado de sus padres el sentido de la responsabilidad y jamás quería llegar tarde a ningún sitio. Finalmente abría los párpados y veía sólo tinieblas, sin embargo poco a poco la oscuridad se hacía más llevadera, un poco grisácea, como si se mezclara con un ligero resplandor. Con las manos buscaba las gafas encima de la mesita de noche, se las ponía y observaba atentamente el despertador. A veces se le caía el libro, el que solía leer antes de acostarse. Al cabo de unos minutos, no le costaba nada empujar su cuerpo y salir de la cama.
Aquel día notó una luminosidad tenue que entraba por las rendijas de la persiana. Aquellas franjas podían ser debidas a las farolas de la calle o a la luz del amanecer.
- Ojalá sea de día, murmuró mientras miraba a su marido que dormía profundamente.
Era sábado y efectivamente clareaba. Julia había quedado a media mañana con una pareja de amigos para ir a pasear por un bosque a las afueras de la ciudad, por lo tanto no tenía ninguna prisa.
- ¿Por qué me he levantado tan temprano? Se preguntó.
- Quizás porque las horas matutinas son las mejores para leer o escribir, se contestó.
Desayunó despacio y luego se sentó en el sofá del salón. Cogió un libro de la estantería y se puso a leer.
Hacia las nueve, todo seguía silencioso. Se preparó otra taza de té. Mientras sorbía lentamente la infusión, leyó la dedicatoria del libro y recordó el día en el que cumplió treinta años:
En aquella época, tras largas oposiciones para la enseñanza, fue destinada a una ciudad lejana. Tuvo que mudarse allí, pero su marido iba a verla una vez por semana. El día de su cumpleaños le dio una sorpresa y le trajo un regalo envuelto en papel amarillo, atado con una cinta de seda de color verde botella. Dentro de la caja había un libro muy bien encuadernado de un escritor checo, de quien ellos habían hablado días antes. Él había apreciado mucho la lectura y ella había visto la película basada en la novela, cuyo protagonista se parecía enormemente al marido. La misma nariz grande, sin embargo, bien perfilada, la mata de pelo negro rizado, los luminosos ojos marrones, los labios carnosos y el porte elegante.
Mientras hojeaba el libro, se vio sentada en una butaca roja del cine casi vacío y sintió de nuevo una oleada de enamoramiento hacia su marido.
Todavía recordaba lo contenta que se puso cuando descubrió que en la caja, debajo del libro, había algo más; un papel fino escondía una combinación y unas medias de seda.
Se sentía como otra mujer, cuando llevaba aquellas prendas tan suaves.
También recordó que se las puso una noche, en la que fue a un restaurante a cenar con sus antiguas compañeras del colegio. En los lavabos se arremangó el vestido y le enseñó a su amiga, Matilde, la combinación y las medias finas, sujetas por un liguero.
- ¡Ay, qué guapa estás! Yo nunca voy a dejar mis pantalones. Mis piernas destapadas parecen dos palillos y además me cohíbe ponerme ropa interior tan fina; sin embargo, tienes que saber que, últimamente, yo también me pinto y me arreglo mucho. Mira mi blusa nueva. ¿Te gusta? Le preguntó Matilde y, sin dejarle contestar, añadió:
- ¡Quién nos hubiera dicho que de mayores íbamos a ser tan coquetas y sensuales!
- Me encanta tu blusa, te queda muy bien. Y estoy contenta de que te gusten mis medias.
Se abrazaron y al volver a la mesa, Julia observó detenidamente a sus amigas allí reunidas, por primera vez las vio distintas: casi todas estaban casadas o vivían en pareja, algunas incluso tenían hijos, unas eran amas de casa, otras trabajaban duramente para conseguir un sueldo decente, sin embargo todas ellas se habían convertido en mujeres atareadas, siempre con prisas, haciendo dos o tres cosas al mismo tiempo y tal vez con poco tiempo para ellas mismas; ya les quedaba poco de aquellas chicas progres de los años setenta, que no se sacaban nunca de encima los vaqueros y las botas camperas, mientras dejaban fluir lentamente el tiempo, riendo, bromeando, charlando, discutiendo de literatura o de la situación política y sobre todo, soñando un mundo mejor del que les había tocado vivir a sus madres o abuelas.
Oyó a lo lejos las campanas que anunciaban las nueve de la mañana. Sin hacer ruido, entró en el cuarto donde su marido aún dormía y buscó a tientas, en el cajón del armario, las prendas de seda. Se las puso y luego entró de nuevo en la cama. Abrazó a su marido y se sintió como si fuera la muchacha de antaño.
Unas horas más tarde, paseaba por los bosques de Vallombrosa y escuchaba detenidamente el ruido que hacían sus botas de montaña, pisando las hojas muertas. Miraba a menudo hacia arriba, admirando las tonalidades rojizas y amarillentas de los árboles. Alguna que otra vez se detenía y sonreía pensando en el tenue claror del amanecer de aquel sábado, el que le había dado el impulso para levantarse y transformarse en la otra Julia.
venerdì 16 ottobre 2015
La caja de manzanas
sabato 3 ottobre 2015
Il sorpasso
martedì 15 settembre 2015
Cuocopesce
- Sicuramente qualcuno dei miei antenati era etrusco. Non ci credi?
mercoledì 2 settembre 2015
El hombre que le tenía miedo a la nieve
- ¡Qué tonta que soy! ¿Por qué me pongo a mirar una película de miedo, estando sola?
Aquella noche también dormí poco. Me desperté al amanecer, quizás por el viento que hacía vibrar los cristales. Miré por la ventana, y vi que había caído una enorme granizada. La luz era tenue, pero pude distinguir bien la calle totalmente blanca.