sabato 24 aprile 2021

Ataque de gota

 


Caminaba por un sendero que llevaba a no se donde, quizás a una playa, veía a lo lejos dunas onduladas cubiertas de vegetación. El camino estaba lleno de arena.

Me senté para descansar, me pareció que hacía mucho rato que estaba andando. Saqué de mi mochila un lápiz y un pequeño cuaderno y empecé a escribir: Desde que él tuvo un ataque de gota… Y … en aquel momento me desperté. 

Miré la luz tenue que entraba por las rendijas de la persiana y luego  me fijé en los números brillantes del despertador. Me asombré por la poca claridad que había, siendo las ocho y media de la mañana.

Ya que era domingo pude recrearme mientras desayunaba, escuchando la radio y leyendo el periódico del día anterior. Tomé una taza de té y luego otra, pensando en aquel sueño tan raro, no me lo podía sacar de la cabeza.

- ¿Qué es exactamente la gota? ¿Quién era el hombre que sufría de gota? Me pregunté.

El cielo estuvo nublado todo el día, por la tarde se puso a llover y no salimos de casa para nada. Después de comer fui a mi cuarto-estudio, conecté el ordenador y me puse a buscar noticias sobre la gota:

La gota es un tipo de artritis. Ocurre cuando el ácido úrico se acumula en la sangre y causa inflamación en las articulaciones. La causa exacta se desconoce. La gota puede ser hereditaria. El problema es más común en los varones, las mujeres posmenopáusicas, los obeso, los que beben alcohol y los que consuman gran cantidad de carne roja o bebidas azucaradas. A medida que las personas envejecen, es más probable que aparezca la gota.

Luego escribí en mi cuaderno rojo lo que había soñado y lo que había encontrado de la gota. 

La semana fue un poco ajetreada y me olvidé del sueño y del cuaderno rojo, sin embargo al cabo de unos días pensé de nuevo en la historia del hombre de la gota y busqué  mis apuntes.

Era una mañana en la que había dado clases on-line a mis alumnos. Hacía semanas que había muchos contagios de Covid en la ciudad, por eso las escuelas estaban cerradas.

Durante la larga sobremesa, charlamos mi marido y yo con nuestro hijo treintañero, que aquel día vino a vernos y que se quedó a comer. Cuando se fue, me puse a leer cerca de la ventana de la cocina, donde por la tarde toca el sol.

Estaba un poco cansada y me apetecía sumergirme en la novela de la escritora colombiana que me había aconsejado mi hija, me encanta que leamos las dos el mismo libro, ella en Madrid y yo en Firenze.

Me gustaba la historia enrevesada de  las tres primas que habían huido de Barranquilla, la ciudad colombiana donde habían nacido. Huían sobre todo de un ambiente burgués y machista, para instalarse en París donde iban a ser más libres, pero más pobres. También me atraía la vida real de la escritora que había fallecido viente años atrás en Francia. El relato parecía muy autobiográfica. Las hijas de la escritora habían decidido publicar la novela, que la madre justo antes de morir  había terminado, pero que no pudo corregir a causa de su enfermedad. Era su segunda y gran novela.

A las cuatro me puse a preparar clases para el día siguiente, sin embargo aquella tarde terminé pronto.

- Con las alcachofas y los pimientos que ha preparado él, ya tenemos la cena lista. Ahora me puedo dedicar a mis cosas, me dije a mi misma satisfecha.

Tomé el cuaderno rojo y leí de nuevo los apuntes del sueño y de la gota.

Cerré los ojos y recordé la historia que me había contado mi amiga Ana, la de Luisa, su hermana y de Mauricio. En seguida me puse a escribirla. 

Mauricio es un hombre rechoncho, ni guapo ni feo, casi calvo, de mirada un poco triste, lleva gafas graduadas, que se ajusta cada dos por tres, casi como si fuera un tic. Lleva siempre ropa de estar por casa, un jersey de lana beige y unos pantalones de pana marrones y unas zapatillas cálidas de cuadros rojos y negros.

A Mauricio, le gusta mucho cocinar y sobre todo comer. Vive solo y desde que se jubiló su mayor afición es ir al mercado y preparar recetas elaboradas a base de carne.

- ¡Cuanto más tiempo se necesite para guisar un plato mejor! Se repite así mismo cada vez que se pone a preparar guisos nuevos. 

Su cocina está muy equipada y ordenada y en ella ha colgado una serie de delantales de  gran cocinero. Lleva siempre uno distinto, uno para cada ocasión.

Los lunes, miércoles y viernes va a pasear por los tenderetes del mercado. En las paradas de fruta y verdura compra poca cosa, en cambio suele coger muchos embutidos y carne de todo tipo. Le encanta la carne, pero se fía sólo de Ernesto, su carnicero de toda la vida. Allí compra carne picada, solomillo de ternera y chuletas de cordero y de cerdo para sus asados y estufados. A Ernesto también le gusta mucho guisar y le va proponiendo nuevas recetas.

Poco a poco se ha vuelto un experto enólogo, en el trastero ha montado una bodega llena de botellas selectas.

Mauricio era contable en una fábrica de géneros de punto. Se quedó viudo a los sesenta años. Al no tener hijos y pocos amigos, sin darse cuenta fue saliendo menos de casa.  Se volvió cada vez más huraño, sólo le gustaba hablar con Luisa, una de sus antiguas compañeras de la oficina.

Luisa tenía una vida un poco complicada, su madre invalida y deprimida crónica, vivía con ella y con su hija adolescente, que estaba pasando una época mala. La chica era un poco rebelde.

Luisa estaba separada. Su ex marido era un canta mañanas al que ella aún quería y por eso lo mantenía y le daba cobijo cada vez que él se metía en un lío.

Mauricio, con el dinero que cobró al jubilarse, reformó la cocina y compró dos congeladores para guardar los guisados que preparaba y las piezas enteras de carne que compraba cada semana.

Luisa, para Mauricio era como una hermana, él la apreciaba mucho, quizás en el fondo estuviera un poco enamorado de ella, sin embargo nunca le dijo nada.

El primer y el tercer domingo de cada mes Mauricio invitaba a Luisa a comer, también a Ana, su  hermana  y a Francisco, el marido de Ana.

Luisa no hubiera ido jamás a comer a casa de Mauricio, si no hubiera invitado también a su hermana y a su cuñado. Cuando iba se sentía a su aire y se olvidaba de sus penas.

Mauricio ponía la mesa con esmero y servía los manjares apetitosos con mucha parsimonia y elegancia.

- Hay que saborear cada plato sin prisas, dejando al menos media hora entre un plato y el otro, para dedicarle a cada uno todos nuestros sentidos, vista, olfato, gusto, tacto y el oído para escuchar a los amigos, decía Mauricio a los comensales sonriendo.

Mauricio escogía la botella de vino para cada manjar y lo servía en copas de cristal. Los cuatro charlaban alegres comiendo y sobre todo entre plato y plato; a  menudo permanecían sentados en la mesa hasta el atardecer. A veces  Mauricio cogía la guitarra y les tocaba una canción. 

Luisa y Ana traían  los postres, pasteles de la mejor pastelería de la ciudad; además  cada domingo le regalaban a Mauricio un ramo de flores o una maceta con una planta grasa para el patio.

Antes de despedirse los tres ayudaban al anfitrión a sacar la mesa y a cargar el lavavajillas. También lavaban a mano las copas de cristal para que no se rompieran.

Hacía más de diez años que nadie fallaba a la cita de los domingos. Hasta que un día Mauricio tuvo un ataque de gota y el médico le prohibió comer carne roja. Le recomendó un dieta a base de fruta, verdura, cereales y legumbres, con un poco de carne blanca y pescado.

Mauricio llamó a Luisa y le contó lo mal que estaba y los pormenores de la dieta que tenía que hacer. Luisa que se había encariñado con él le dijo:

- No podemos perder nuestra cita dominical, me encantan tus comidas suculentas…. Te quiero proponer una cosa. Ahora que mi madre está ingresada en una residencia geriátrica, tengo más tiempo y quiero que vengas cada día a comer a mi casa. Mi hija se apaña en la cafetería del Instituto. De verdad me encantaría que vinieras. Me pongo triste, sentada en la mesa comiendo sola. Yo te prepararé platos saludables y te ayudaré a hacer régimen. Tú nos puedes seguir invitando, como siempre, pero los platos tendrán que ser a base de verdura y pescado. ¿Qué te parece mi plan?

- No quisiera darte trabajo, pero me alaga tu invitación. Por ahora vendré a comer a tu casa los martes y los jueves y luego ya veremos, le dijo Mauricio, radiante de alegría.

Los lunes,  miércoles y  viernes Mauricio siguió haciendo la compra en el mercado, para él y para Luisa. Dejó de comprar tanta carne y se especializó en guisados  a base de pescado. Pero de vez en cuando iba a ver y a charlar un rato con Ernesto, su amigo carnicero.

Una noche él y Luisa fueron juntos al cine. Un sábado fueron a dar una vuelta por el campo y un domingo se fueron de excursión en bicicleta. Los dos se volvieron inseparables, todo ello gracias al ataque de gota de Mauricio.

Dejé el cuaderno  en la estantería y fui a la cocina. Mientras ponía la mesa pensé de nuevo en una de las protagonistas de la novela de la escritora colombiana, ella también sufría una enfermedad rara, no era gota sino Lupus. Mi madre también padeció la misma enfermedad auto inmune, pero esa era otra historia.