domenica 13 settembre 2020

El virus y la caseta

  copyright Toni Privat
                                             

El verano de 2020 fue para todo el mundo muy raro. A finales de la larga primavera de confinamiento, los contagios de Corona virus descendieron en toda Europa y la gente pudo de nuevo salir de casa. Sin embargo, después de la ola de contagios de marzo y abril, nadie se atrevía a hacer planes para el futuro, se vivía el día a día.

Nina terminó con todos sus quehaceres escolásticos a finales de junio, cuando parecía que el país volvía lentamente a la normalidad. A ella le gustaba ir a pasear, a pie o en bicicleta, por las calles del centro o a lo largo del río. Al principio estaba triste viendo tanta desolación, pero poco a poco se acostumbró a la ciudad vacía.

Se decía en tono optimista, pensando en su hijo que había perdido el empleo, cuando pasaba cerca de las terrazas de los restaurantes o de los bares:

- Parece que la cosa se está animando, ojalá abran todos los establecimientos y mejore la situación económica de la ciudad.

Nina por primera vez en su vida también se despreocupó de las vacaciones, sin embargo cuando empezó a llegar el bochorno veraniego, sintió enormes deseos de ir a la playa. Nada más ponía la radio y escuchaba las malas noticias, sobre los rebrotes que habían surgido en algunos países europeos, se le pasaban las ganas.

- Es el primer verano que no tenemos vuelo reservado para España. ¿Lograremos ir de vacaciones este año? Le preguntó Nina una mañana a su marido, con una voz un poco triste.

- No te preocupes, en agosto cogemmos la furgoneta de mi hermano y nos vamos por el sur de Italia, de costa a costa, sin reservar nada, como hacíamos cuando los niños eran pequeños, le contestó su marido con cariño.

Nina se sintió amparada y llena de ternura hacia él. También le alegraron las llamadas que recibió de sus amigas, Raquele y Federica.

Raquele le dijo que la invitaba a pasar unos días, en un pueblo de la costa del sur de la Toscana, donde tenía un apartamento que había heredado de su familia. Federica también quería que fuera a trascurrir con ella una semana en los Alpes, en el chalet de sus suegros.

Nina no acababa de decidirse ni por la playa ni por la montaña, ambas amigas la habían invitado la tercera semana de julio, precisamente cuando ella tenía una cita que no quería perder.

- ¡Qué tozuda que eres! Tu cita se puede cambiar, le dijeron, primero Raquele y luego Federica riendo.

- Gracias por vuestra invitación, ya vendré otro día, les dijo a las dos.

Durante el confinamiento Nina y su marido llamaban a sus hijos treintañeros con más frecuencia. Ambos desde hacía años vivían por su cuenta, la mayor en Madrid y el pequeño en un barrio periférico de Firenze.

Una tarde hablando con sus hijos, a través de una video llamada, se dio cuenta de que a ellos les encantaría ir a pasar una semana al pueblo de la costa catalana, donde iban a veranear cuando eran pequeños.

Sintió alegría y a la vez ternura hacia ellos, pues hacía años que no iban de viaje todos juntos.

- ¿Qué te parece si busco una casita de alquiler en mi pueblo para todos nosotros? ¿Te gustaría? ¿O tienes miedo de los contagios? Le preguntó Nina a su marido después de la video llamada.

- Vale, como queráis. Yo no tengo miedo de viajar, nos podemos contagiar en cualquier sitio, sin embargo si tenemos cuidado y somos prudentes, verás que no nos va a pasar nada, dijo él.

- Podríamos ir a finales de julio hasta mitades de agosto. ¿Te parece bien unas tres semanas?

- Perfecto, dijo él.

Nina pasó unos días buscando por internet viviendas de alquiler en el pueblo donde había nacido y crecido, pero no consiguió encontrar nada que le gustara.

- Quizás esté todo lleno a causa del virus, pues la mayor parte de la gente prefiere rentar apartamentos o casas rurales, en lugar de alojarse en hoteles, pensó.

A principios de julio, una mañana, recibió un mensaje de Celeste, la mujer de su hermano. Le decía que les invitaba a pasar todo el mes de agosto en su casita. La casita, que todas llamaban, la caseta, era una vivienda, de dos plantas.

Delante de la entrada, había un pequeño jardín con plantas frondosas y un gran árbol de aguacate. En la planta baja, había una pequeña cocina, un salón con una gran chimenea y un aseo. Arriba dos dormitorios, un trastero y un gran cuarto de baño. También había un patio en el primer piso, donde habían puesto un tendedero para la ropa y en la parte cubierta una lavadora. Desde el patio se accedía, a través de una escalera de hierro, a un terrado que en verano sólo se podía utilizar al atardecer, pues tocaba el sol de lleno. En la terraza había tumbonas, sillas, mesas de jardín y una hamaca. Celeste alquilaba cada año la caseta a una familia de Barcelona. Pero días antes la familia barcelonesa le comunicó que aquel año no iban a ir de vacaciones.

Nina se conmovió tras la oferta de su cuñada. Habló con su marido y escribió a sus hijos.

Todos estuvieron contentos y aceptaron la invitación de Celeste.

Al día siguiente, Nina encontró vuelos directos de Firenze a Barcelona bastante baratos y en seguida sacó billetes.

A mitades de julio Nina cumplió 64 años. Su marido e hijo le organizaron una comida en casa, mientras comían, hablaban y reían, también se sintió cerca de su hija, aunque la viera solo a través de la pantalla del ordenador que habían colocado en el centro de la mesa. Por la noche su marido la llevó a cenar a un restaurante cerca del rio. Nina aquel día se sintió alagada y llena de ternura hacía las personas que más quería.

Se acercaba el día de su cita y Nina estaba un poco impaciente.

El día establecido cogió el coche, cosa rara, pues casi siempre iba a todas partes en bicicleta, pero aquella mañana hacía demasiado calor para cruzar la ciudad pedaleando.

La puerta de la oficina estaba cerrada y dos personas esperaban en un plazuela, sentadas en sillas distanciadas. Nina se sentó en la única silla libre que había. Mientras esperaba su turno, abrió el libro que llevaba en el bolso, pero no pudo leer mucho, porque la señora que estaba sentada a su lado, en seguida empezó a contarle, primero donde había aparcado el coche y luego cosas más personales.

- El confinamiento ha sido muy malo para los ancianos, mi madre, que tiene noventa años, ha empeorado mucho de la cabeza, al no poder salir de casa. La mujer que la cuidaba también se ha vuelto medio loca. Apenas ha podido se ha marchado a su país y nos ha dejado plantados. Ahora estoy haciendo gestiones para contratar a otra cuidadora.

Nina pensó que sus problemas eran una tontería comparados con los que les habían caído encima tras la pandemia a las personas discapacitadas.

Una de las empleadas de la gestoría, salió de la oficina, la llamó por su nombre y apellido y la condujo a un despacho. En seguida le pidió los documentos que Nina había preparado y que llevaba en una carpeta. Luego ordenó el papeleo y empezó a introducir datos en el ordenador para calcular la pensión que Nina cobraría.

- Usted ha cotizado 38 años, por lo tanto puede jubilarse el año que viene. Pero si quiere quedarse dos años más en el trabajo.

- ¡Me lo iré pensando, pero ya estoy bastante decidida!

- Piénselo bien, si quiere jubilarse el año que viene tiene unos meses para decidirlo, pero recuerde que hay que presentar la solicitud antes del 31 de diciembre.

Nina desde aquel día empezó a imaginarse como sería ella misma sin su trabajo.

- ¿Echaré de menos a mis alumnos y a mis compañeros de Instituto?¿Me va a gustar tener tanto tiempo libre? ¿Me acostumbraré a ver a menos gente y a estar más en casa? Se preguntó.

Los últimos días de julio, fueron un poco frenéticos, pues la prensa no paraba de dar malas noticias sobre los nuevos rebrotes que iban surgiendo en Cataluña. Recibieron mensajes y llamadas de algunos amigos.

- ¿Estáis seguros de iros a España con todos los casos de Corona virus que van creciendo? Tened mucho cuidado, les decían todos con un poco de preocupación.

Ellos decidieron que sino les anulaban el vuelo irían a Barcelona a pesar de todo. Fue un viaje relajante, pues tanto en los aeropuertos como en el avión había poca gente. Al llegar a Barcelona tomaron un taxi, para evitar el metro, pero luego cogieron el tren hacia el pueblo de la costa. Se relajaron ya que en los vagones la gente cumplía con el distanciamiento y llevaba mascarilla.

Llegaron al atardecer a la caseta, las llaves estaban escondidas en un rincón del jardín y al entrar en la casa lo primero que vio Nina, fueron los detalles de Celeste y de su sobrina Marta.

Celeste era pintora y algunos de sus cuadros estaban colgados en las paredes blancas.

- Seguro que ha sido Marta la que ha arreglado tan bien la caseta, le dijo a su marido mirando el mantel de la mesa del comedor y la tela de colores que cubría el sofá.

Sintió una explosión ternura hacia Marta y luego hacia su hermano y Celeste que llegaron poco después para darles la bienvenida.

Nina siguió durante todo el mes, observándose a sí misma e imaginándose cómo iba a ser su vida de jubilada. Un atardecer, mirando el cielo, echada en la hamaca del terrado, le dijo a su marido:

- El año que viene, en agosto y septiembre, podríamos alquilar la caseta a Celeste. Ya va siendo hora de que empiece a disfrutar los días menguantes de finales de verano. Hasta ahora nunca he podido hacerlo, pues empezaba el curso.

- Me parece muy bien, además el mar en septiembre quizás no esté nada mal, contestó él, sonriendo.

El verano 2020 había sido muy raro, pero lleno de proyectos para el el futuro, pensó Nina, mientras ella y su marido volaban hacia Firenze.