domenica 20 agosto 2023

María - Cap 8

 


Desde que Mariano empezó a tomarle cariño a Isabel, pensaba un poco menos en María, la chica que conoció en el barco. Saliendo con Isabel perdió la costumbre de sentarse en la puerta de la farmacia esperando con ansiedad a que llegara el cartero. Hasta que una mañana de finales de 1877 le llegó la carta que tanto esperaba. Rasgó el sobre y sacó las dos hojas de papel fino con mucha ilusión. Leyó con impaciencia las primeras líneas y se enteró de que María había estado muy enferma, se paró y suspiró, pero luego, a medida que seguía leyendo, le faltó el aire y tuvo que sentarse.

La señora Valls, fue la primera de la finca en contagiarse y falleció antes de que llegara el médico. María enfermó pocos días después y estuvo varias semanas entre la vida y la muerte. El señor Valls tras enterrar a su mujer en la parte del jardín más apartada de la finca, se ocupó día y noche de María, no quiso de ninguna manera que nadie más la atendiera. La cuidó con esmero y poco a poco ella se fue restableciendo.

Cuando María ya estaba del todo recuperada, el señor Valls y Alfredo, el mayordomo, cayeron enfermos, uno detrás de otro. Los dos hombres habían vivido muchos años bajo el mismo techo, primero en Cataluña y luego en Cuba. Alfredo había visto nacer a su dueño y le tenía un gran aprecio, habría dado su vida por él. A pesar de sus evidentes síntomas de calentura e ictericia, Alfredo cuidó a su amo, hasta que se desmoronó y empezó a delirar, entonces María se ocupó de ellos. De noche estaba horas y horas a la cabecera de los dos hombres, les ponía trapos mojados en la frente, les daba agua y les susurraba que poco a poco iban a curarse. María rezaba para que se pusieran buenos. De día descansaba unas horas, dejando a los dos enfermos en manos de una sirvienta que ya había pasado la enfermedad.

El señor Valls después de una semana de fiebre altísima, empezó a bajarle la fiebre, pero tuvo que guardar cama algunos días más, pues estaba muy débil y con la piel tan amarilla que no se sabía si viviría, pero al final se salvó. Alfredo, como la mayor parte de la servidumbre, no tuvo la misma suerte, murió en los brazos de Ramón Valls, quien quiso enterrarlo junto a Eulalia, su esposa, aún sabiendo que ella lo detestaba.

La fiebre amarilla causó muchos muertos, sobre todo en las plantaciones donde los esclavos vivían amontonados en barracones. Durante más de dos siglos (del XVII al XIX) la fiebre amarilla fue una misteriosa enfermedad que asolaba las zonas tropicales de América y África causando devastadoras epidemias. Nadie sabía de donde había salido aquella plaga, ni como curarla.

Tuvieron que pasar algunos años hasta que las universidades empezaran a ocuparse de la pandemia, entre 1883 y 1897, varios científicos creyeron haber identificado al agente causante, pero sus teorías no encontraban consenso. Unos años más tarde un equipo de cirujanos y microbiólogos cubanos empezó a trabajar en torno a una hipótesis: los mosquitos servían como huésped intermedio del parásito de la fiebre amarilla. A comienzos del siglo XX, distintas investigaciones buscaron identificar la causa de la transmisión, pero a través de unos métodos ciertamente cuestionables, pues algunos médicos y voluntarios, que se dejaron inocular los gérmenes de la enfermedad, dieron su salud y su vida por la ciencia y sólo muchos años más tarde se descubrió que ese parásito era un virus.

Después de la epidemia la finca de los Valls cayó en desgracia y los pocos criados y jornaleros que se salvaron huyeron. Gran parte del ganado, caballos, vacas, bueyes y toros, fue robado, algunas reses murieron, otras escaparon. María también hubiera podido abandonar la granja, sin embargo no tuvo agallas para hacerlo. Sintió el impulso de escapar e ir a buscar a Mariano a La Habana, pero luego decidió no moverse di allí, para ayudar al señor Valls que se había quedado completamente solo. María, la chica enclenque, a quien llegando a Cuba le daba miedo cualquier cosa, se puso al frente de la hacienda ganadera de los Valls.

Los meses iban pasando. Ramón Valls se recuperó completamente y con la ayuda de María empezó a ocuparse de las tareas de la granja. Compraron ganado, caballos, vacas, bueyes, cerdos, etc, contrataron a una nueva cocinera, a un puñado de criados y a una patrulla de jornaleros y de nuevo pusieron en marcha los corrales.

El señor Valls no paraba de alabar a María, diciéndole que había sido su ángel salvador. Sentía ternura y amor por aquella chica tan leal que le había salvado la vida y la hacienda. A los pocos días le pidió que fuera su esposa. María después de la muerte de la señora Valls, empezó a tenerle apego a Ramón Valls. El haberse cuidado mutuamente, pasando uno tantas noches a la cabecera del otro, los unió férreamente. Parecían niños a quienes se les ha dado libertad, después de un castigo, se sentían a sus anchas sin la enfadosa e impertinente señora Valls, que jamás había soportado vivir en Cuba y que se enojaba y reñía con todo el mundo. María aceptó sin titubeos la propuesta de su amo de casarse con ella.


.Me sentía sin fuerzas, pero tenía que resistir pues en la finca íbamos cayendo uno a uno. No te puedes imaginar lo horrible que fue, no sabíamos en donde enterrar a los muertos. Pero ahora gracias a Dios todo ha pasado. La carta en la que que me pedías si quería ser tu esposa, me llegó hace pocos días, me alaga que me aprecies tanto, pero en su día tomé mi decisión de casarme con Ramón Valls y no creo que de haber recibido tu carta antes hubiera cambiado algo. Ramón se ha portado muy bien conmigo, le estoy muy agradecida y estoy empezando a amarle. En el barco yo también me sentí atraída por ti, pero te fuiste demasiado lejos. A pesar de que yo estuve esperándote casi cinco años, todo cambió tras la peste, como la llama Ramón. Me gustaría que vinieras a la finca. Ramón sabe que nos escribimos y está de acuerdo en que vengas a vernos. Es muy buena persona. Espero que tu estés bien y que logres salir de la Habana.

Leyó tres veces la última parte de la carta, para intentar vislumbrar un destello de esperanza, pero no lo logró. Mariano estuvo dos días reflexionando antes de contestar a María, le prometió que cuando la guerra acabara alquilaría un coche de caballos para ir a verla, pero en aquel entonces la situación política de Cuba en lugar de mejorar fue empeorando.

- Voy perdiendo a las personas que más quiero. He tardado demasiado en ir a buscar a María, tenía que haberme decidido antes, se dijo desconsolado.

Sin embargo al cabo de unas semanas reaccionó y se animó decidiéndose que ya era hora de volver a Cataluña.

- He de preparar bien mi vuelta a casa, se dijo convencido.

En 1876 se dio por terminada la tercera guerra carlista, pero en realidad hasta principios del año 1878 en Cataluña se siguió luchando, sobre todo a través guerrillas sanguinarias que provocaron centenares de muertes en los dos bandos. Por consiguiente Mariano tuvo que demorar otro año más su visita a María y su salida de Cuba.

Siguió trabajando en la Farmacia, pero a regañadientes, pues no se llevaba muy bien con su nuevo jefe, el sobrino de José Sarrá. Mariano echaba de menos a su antiguo benefactor y amigo, quien a finales de 1876 tuvo que volver a Barcelona, para cuidar a su mujer, gravemente enferma, sin embargo fue él, y no su esposa, que a los pocos meses falleció. Antes de que José Sarrá se muriera, Mariano le escribió algunas cartas, pero nunca le comentó el mal carácter de su sobrino, pues no quería apenarlo.

El sobrino de José Sarrá era un hombre joven e inteligente pero muy nervioso, dormía poco y trabajaba de noche buscando remedios para las enfermedades tropicales. Llevaba siempre una bata blanca y unos anteojos muy graduados, valía mucho como químico farmacéutico, pero no sabía tratar a la gente, era huraño y quisquilloso con todo el mundo. Gritaba y no tenía paciencia con nadie, solo se deleitaba haciendo experimentos en el laboratorio o limpiando las jaulas de sus pajaritos. Mariano a veces lo observaba y no entendía como un hombre tan cariñoso con sus canarios fuera tan malhumorado con sus empleados. Era un solterón empedernido que se enfadaba con la cocinera, que era por cierto una mujer mulata muy cumplidora y agradable.

Casi cada mañana Mariano oía los reproches del farmacéutico a la cocinera:

- No entiendo qué te cuesta hornear una hogaza y prepararme un par de rebanadas de pan con tomate. Te sale una birria y no es culpa de la harina o del agua de La Habana, lo que pasa es que lo haces de mala gana.

Luego se calmaba y le decía sin gritar tanto:

- Hace semanas que te lo llevo diciendo, ponle maña, pero tú como si nada.

El sobrino del señor Sarrá había cambiado varias veces de cocinera, pero siempre estaba insatisfecho y se quejaba con todas.

- ¡Pobres cocineras! ¡Qué paciencia que tenemos que tener todos con ese hombre protestón! Se decía Mariano cada vez que oía su voz chillona!

A Mariano le hablaba en catalán y a él no le gritaba casi nunca, era sobre todo con la servidumbre que sacaba su mal carácter.

Un día Mariano oyó en la Farmacia que un cliente, un señor de Reus, le decía al farmacéutico que buscaba a un contable. Mariano no se lo pensó dos veces y al día siguiente fue al almacén del comerciante catalán, que compraba tejidos en Cataluña y los vendía en Cuba, para hablar con él.

A principios de 1878 consiguió el empleo en el despacho del señor de Reus y alquiló un cuartucho en la calle de San Ignacio

Tras algunas peripecias, logró dejar la farmacia, pero al sobrino del señor Sarrá le molestó mucho que se fuera.

- ¡Qué desfachatez! Así nos pagas por todo lo que los Sarrá hemos hecho por ti, si sales por esa puerta jamás vas a poder cruzarla de nuevo, le gritó el dueño de la farmacia.

Mariano se marchó alterado por las palabras del farmacéutico, olvidándose que había escondido sus monedas de plata en una viga de la trastienda. Para poder recuperarlas tardo varios meses, tuvo que sobornar a un criado, pues el dueño de la farmacia ordenó a la servidumbre que no lo dejaran entrar por ningún motivo.

El señor barrigón de Reus resultó ser refunfuñón y cascarrabias, pero Mariano aguantó varios meses, pues no quiso de ninguna manera reconocer que se había equivocado dejando la farmacia.

María seguía escribiéndole cartas, lo invitó varias veces a la finca pero Mariano fue postergando la visita.

El rey Alfonso XII, hijo de Isabel II, después del fracaso de la República reinó en España y en 1878 puso definitivamente fin a las guerrillas carlistas. En Cuba el conflicto entre la madre patria y los separatistas tuvo también unos años de tranquilidad. Por fin, en febrero de 1878 se firmó un deslucido pacto entre los españoles y los separatistas, agotados por la contienda, un acuerdo sin valor que no resolvía nada y concedía muy poco a la causa rebelde. Indignado y desilusionado, Maceo dio a conocer su disconformidad en la Protesta de Baraguá, pero, tras un breve intento frustrado de reanudar la guerra en 1879 ( la llamada guerra chiquita), tanto Gómez como él desaparecieron en un exilio prolongado.

Mariano, aprovechando el período de paz en ambos países, decidió que había llegado el momento propicio para dejar el empleo de contable y volver a España, pero las cosas fueron de otra manera.

Mariano estaba esperando que Miguel y el Capitán regresaran a La Habana para embarcarse en su navío, pero una mañana se presentó Pedro en la oficina donde Mariano trabajaba para ofrecerle entrar que en la sociedad comercial que fundó años atrás con sus hermanos. Le dijo que lo necesitaban pues su hermano mayor había caído enfermo, una embolia cerebral le había dejado paralizada la parte derecha del cuerpo.

- Mi hermano y yo sólo sabemos despachar. Te necesitamos.

El hermano mayor era el que desde siempre se dedicaba a comprar género y a llevar las cuentas. Mariano no podía perderse aquella oportunidad, por eso postergó de nuevo su viaje a Barcelona y se trasladó a vivir en la calle Mercaderes, al lado de la tienda de los tres hermanos. Estaba satisfecho, finalmente podía dedicarse al comercio de semillas.

Telegrafió a Miguel para que le trajera semillas de España. Cuando Miguel y el Capitán llegaron a La Habana, fue una gran alegría para él poder abrazarlos y descargar la mercancía que les había pedido. Pagó con sus monedas de plata los sacos de semillas y en seguida los fue vendiendo. Más tarde también comerció con patatas de siembra y poco a poco la tienda de los hermanos barceloneses empezó a florecer.

En 1880 recibió una carta de Felipe. La carta llegó una mañana de primavera en la tienda. Estuvo muchas horas sin abrirla, tenía miedo, pues aún se acordaba del desengaño que tuvo leyendo la tan esperada carta de María. Por la noche a solas abrió el sobre y empezó a leerla.

Felipe le contaba que vivía escondido en el campo, que no le podía decir dónde y le hablaba entusiasmado de José Martí

..Cuando ha llegado la hora, ha aparecido el hombre que necesitábamos. José Martí, es sencillo, generoso y listo, es un poeta, un visionario e intelectual (ha estudiado en Cuba y en España) se ha convertido para todos los que queremos una Cuba libre en una figura patriótica. Entregado por entero a la causa de la resistencia pacífica, Martí escribe, dialoga, eleva peticiones y organiza la independencia de Cuba… Yo le ayudo y creo en él. Espero que se llegue nunca más a las armas…

Me haré vivo dentro de poco, si todo sale bien vendrá a buscarte en un coche de caballos, al anochecer del primer sábado de luna llena.