mercoledì 31 marzo 2021

Los tres sofás

 


Uno de los primeros muebles que compran dos enamorados que van a  vivir juntos  es la cama y luego se ocupan del sofá.

Hace más de treinta años que la pareja de sesentañenos, de la que os quiero hablar, compró un sofá color crudo. El primer día que fueron a dar una ojeada a la tienda de una tapicería artesana, que les había recomendado una amiga, se quedaron prendados de un sofá rojo, de corte clásico y simple.

- Me gusta el del escaparate, porque es elegante y refinado, pero a la vez es sobrio y discreto, le dijo él a ella, al salir de la tienda.

Sin embargo, una semana más tarde, cuando volvieron a la tienda, ya habían vendido el sofá rojo.

- Lo pueden encargar si quieren, pero la entrega será dentro de ocho semanas, dijo la dependienta,  una mujer de unos cincuenta años,  amable y pausada. 

- Podríamos esperar a que nos hagan otro ¿Qué dices? Le preguntó él a ella.

- ¡Ocho semanas sin sofá! Ni hablar. Le contestó ella.

- Han tenido suerte de que aún quede un sofá-cama de este modelo clásico. Es un color ideal para lavarlo en casa, sin tener que llevarlo a la tintorería. El revestimiento y las fundas de los almohadones son lavables a 40 grados en la lavadora. Además no se van a encoger ni un milímetro, pues los tapiceros lavaron la tela antes de confeccionarlo. Recuerden siempre que los tejidos oscuros pierden  color y envejecen rápidamente, les dijo la dependienta.

Como todas las parejas que estrenan piso ellos también tenían prisa, por eso se quedaron con el sofá de color beige y se sacaron de la cabeza el rojo.

Dos mozos forzudos tuvieron un poco des problemas para subirlo por la escalera, hicieron muchas maniobras en el primer descansillo, pero al final lograron llegar al segundo piso. La esposa los esperaba muy contenta porque ya se imaginaba lo bien que iban a estar sentados en él, también estaba radiante de alegría por estar embarazada.

En seguida tuvieron que cubrir el sofá con una sábana. Sobre todo después de la primera cena-fiesta que hicieron para inaugurar el piso y para anunciar el embarazo a los amigos. Invitaron a una docena de personas, durante la velada uno de los invitados derramó un poco de vino tinto en uno de los tres almohadones. La mancha de vino tardó bastante en desaparecer.

Luego, cuando nacieron sus dos hijos, cubrieron el sofá con una colcha. Sin embargo al cabo de poco tiempo compraron una funda cubre-sofás más gruesa, con gomas elásticas para que quedara ajustado.

Los años iban pasando y los hijos iban creciendo. Cada día cenaban todos juntos hacia las ocho y a las nueve los peques se iban a la cama. Sin embargo, los fines de semana, los niños se saltaban las reglas de comer en la mesa y de acostarse temprano. A ellos les encantaba coger el plato de la comida o del postre para terminarlo delante de la tele. Suerte que el sofá estaba bien protegido y se manchó poco. 

Los hijos dejaron de ser adolescentes, en dos días se convirtieron en ventiañeros y pronto se fueron a estudiar y a trabajar fuera de la ciudad.

Por aquel entonces marido y mujer decidieron reformar la cocina, pues los muebles ya estaban un poco gastados. 

- Aprovechemos las reformas para comprar un sofá más ligero y moderno, le dijo él a su mujer.

- ¿Estás seguro? Me sabe mal cambiarlo, le contestó ella.

-  El armatoste de la cama plegable está empezando a funcionar mal y además ¿para qué nos sirve un sofá cama? Desde que nuestros padres se murieron, ya casi nadie se queda a dormir en casa y a los pocos invitados que recibimos  podemos instalarlos en los cuartos vacíos de los chicos. ¿No? Le dijo él con aplomo, pero sonriendo.

- Bueno, pero si compramos uno nuevo lo quiero de color oscuro, estoy harta de fundas y protectores, dijo ella.

- Vale, tu escoges el color y yo el modelo, dijo él.

No fue fácil elegir sofá, incluso un día casi se pelearon. A él le gustaban los modernos, a ella los clásicos. Sin embargo al final, visitando el web de una fábrica de tresillos de calidad y de buena línea, dieron con uno que les gustó a los dos.

El día que fueron a la fábrica de tresillos con exposición, les atendió  la encargada de ventas de aquel sector, mujer joven y decidida.

Primero les mostró un catálogo y luego los llevó a una nave donde había varias exposiciones de sofás.

Empezó enseñándoles algunos modelos modernos de líneas rectas.

- Nos gustaría uno simple con tres asientos, dijo la esposa.

- Ahora ya no los hacemos con tres puestos, nadie los pide, mejor dos asientos grandes, son más prácticos y claro siguen cabiendo tres personas.

- A mí me gusta ése, dijo el marido, señalando uno a su derecha.

- Si, bonito, es bonito, pero los dos almohadones del asiento me parecen enormes y deben de pesar mucho, dijo ella.

- No, señora, siendo de plumas, no pesan nada. Ese es un sofá donde artesanía, confort y diseño son insuperables, siéntense en él. Toquen los cojines, sea los del respaldo que los de los asientos, son mullidos y confortables. El único pequeño inconveniente es que después de sentarse tendrán que esponjar las plumas desinfladas.

Si lo quieren de espuma, es más barato, pero yo les aconsejo de plumas, es más elegante y cómodo, dijo la encargada, que sabía vender lo suyo.

- ¡Mejor de plumas! Dijo el esposo.

- Vale, dijo ella, ya más convencida.

La tela que eligieron  era chispeada de color berenjena.

La mañana en que tenía que llegar el sofá nuovo, el marido desmontó la cama plegable del viejo sofá, luego él y el hijo se lo llevaron al garaje. Pusieron en la lavadora la funda de los almohadones del asiento y del respaldo, como habían hecho otras veces y luego  también lavaron los forros de la estructura.

- Tenía razón la dependienta que nos lo vendió, ha quedado como nuevo, le dijo ella a él, mientras planchaba las piezas todavía húmedas.

El marido colocó varillas de madera en el asiento y le puso ruedas. Lo revistieron y  luego lo cubrieron con una sábana blanca para que no se estropeara. Lo dejaron arrinconado en el  trastero del garaje, donde  iba a quedarse mucho tiempo.

Al atardecer dos hombres les trajeron el sofá nuevo y se lo pusieron en el salón. Ella se dio cuenta en seguida de que  el color más que berejena  parecía marrón. En cambio por la mañana temprano, cuando tocaba un poco el sol en el salón, el color era más bonito, salían las tonalidades violeta, que tanto le gustaban a ella.

También notó que el marrón no quedaba muy bien con el suelo de tierra cocida del salón, pero se calló.

A medida que pasaba el tiempo ambos se dieron cuenta de que era una lata arreglar los almohadones cada vez que se sentaban y se desinflaban, pero no lo comentaron,

Pasaron tres o cuatro años y llegó la pandemia. Tuvieron que dejar de salir, de ir al cine o de invitar a cenar a sus amigos.

En aquella época de confinamiento el sofá se convirtió en el lugar más concurrido de la casa.

- Este sofá es bonito y moderno, me gusta, pero últimamente me parece más incómodo y además hay que esponjarlo cada noche, le dijo ella a él, en tono suave, un día en que estaban escuchando música

- Tienes razón, yo también hace tiempo que llevo pensando que es  muy pesado  eso de hinchar las plumas, le contestó él.

 Además para mí, que no soy muy alta, es demasiado profundo y  tengo que ponerme  cojines en la espalda. No es que me queje, pero siento que no nos ha dado el resultado que esperábamos, respondió ella.

- Pero es bien bonito, no cojas manías, mujer, dijo él.

- Claro, tu te sientas casi sempre en la butaca, dijo ella riendo!

La conversación de aquel día no les llevó a ningún sitio, hasta que al cabo de una semana su hijo, que vivía por su cuenta en otro barrio de la ciudad, fue a verles y les comentó.

- Me he hartado de mi sofá, lo compramos sin pensárnoslo mucho. Teníamos prisa para ir a vivir juntos. Ocupa demasiado  espacio en el salón. Cada noche cuando me echo en él, mirando la tele, me parece  más duro e incómodo. Quiero ponerlo en venta a través del web.

- Tú sofá no está mal, el color gris antracita le da un aire moderno, pero quizás tengas razón diciendo que la península es un poco grande para  tu casa; allá tú si logras venderlo, le contestó su padre.

- ¿Y te vas a comprar un sofá nuevo? Le preguntó su madre.

- Estoy mirando catálogos, sin embargo el otro día pensé que el sofá que tenéis muerto de risa en el trastero podría quedar bien en mi casa.

Aquella noche el matrimonio se ocupó de los tres sofás y se puso de acuerdo en que, tras la venta del sofá gris, le regalarían a su hijo el sofá berenjena y ellos volverían a poner en el salón el sofá beige.

Al día siguiente se lo propusieron a su hijo.

-¿Lo he entendido bien? ¿Me vais a regalar vuestro sofá de diseño, que vale mucho y vosotros os vais a quedar con el beige? Les preguntó el hijo boquiabierto.

- Si, los dos estamos de acuerdo en cambiar el sofá y volver a poner el viejo, dijo ella.

El hijo se encargó de todo. Vendió rápidamente online el suyo.

Cuando el hijo llamó a sus padres para decirles que la venta había ido bien, les contó:

- No podéis imaginar lo contentos que estaban los que me compraron el sofá, en seguida les gustó y ni siquiera regatearon. Era una pareja muy simpática. A los dos les  encantaba hablar y me contaron que el sofá iba a ser el primer mueble que compraban para la vivienda  que habían alquilado en una casa rural. Se lo llevaron en una camioneta destartalada, parecían dos hippies de los años setenta.

 A la mañana siguiente el hijo y dos amigos trasladaron el viejo sofá del garaje a la casa de sus padres. Y con una furgoneta prestada llevaron el sofá berenjena a su casa.

Los dos esposos aquella noche se sentían eufóricos y emocionados, les parecía que habían vuelto a los años ochenta.

- Queda de maravilla nuestro viejo sofá ahora que es más ligero, parece nuevo. Me confiere placidez, como antaño, le dijo satisfecha la mujer al marido.

- A mí también sigue gustándome mucho.

El hijo aquella misma noche disfrutó contemplando su nuevo sofá. Se sentó en él y hizo una videollamada a su novia, que en aquellos días estaba en el extranjero trabajando.

- Mira qué bien que queda el sofá nuevo con el suelo claro del salón y es tan blando. Te voy a enviar fotos.

- ¡Me encanta! Has tenido una idea excelente. ¡Qué ganas tengo  de sentarme en él! Le dijo ella sonriendo.

A él no le importaba que las plumas quedaran aplastadas, como a sus padres, al contrario le gustaba que fuera más informal.

Al día siguiente el hijo recibió una llamada de la pareja que había comprado su sofá.

La mujer le contó  que aquella misma tarde, lograron colocarlo en frente del hogar. Por noche encendieron la chimenea y comieron unos bocadillos de jamón y queso cerca del fuego. Él se sentó en la península, ella a su lado; el perrito se subió y se durmió cerca de uno de los brazos del sofá.

El hijo, mientras escuchaba a la mujer, temía que ella le dijera que el sofá  se había roto o que tenía un defecto, o que se le había quemado, sin embargo, ella le dijo:

-  Te he llamado para darte las gracias ¡Qué suerte que hemos tenido! Nos encanta tu sofá.

Quizás los tres sofás habían encontrado el sitio que se merecían.





giovedì 4 marzo 2021

El zapato desatado

 

Alicia solía ir al gimnasio casi cada día. Si no hubiera tenido ese compromiso muchas veces se habría pasado toda la tarde trabajando en el ordenador, preparando clases o corrigiendo las tareas de sus alumnos.

El gimnasio, además de hacerla sentir bien físicamente, la obligaba a salir de casa a media tarde. Había conocido y se había hecho amiga con algunas mujeres de su edad y con otras más jóvenes o mayores que ella. Charlaban en el vestuario antes y después de la clase. A Alicia le gustaba conocer a gente nueva e ir descubriendo otros mundos. También se había familiarizado con algunas monitoras.

Disfrutaba en el gimnasio. El tiempo que allí trascurría le parecía un regalo. Allí no pensaba ni en su trabajo ni en su familia.

A veces sentada en la bici estática, mientras pedaleaba, lograba leer el periódico o un capítulo de una novela que siempre llevaba en el bolso.

Pero desde que la gestión del gimnasio cambió, Alicia ya no iba a las clases de gimnasia tan contenta como antes. Trasladaron los vestuarios a los sótanos y cambiaron la organización de los cursos. La maestra de gimnasia postural, que tanto le gustaba a ella, en aquel entonces se peleó con los nuevos gerentes y se marchó. Alicia esperó que se le acabara su bono trimestral y no lo renovó.

Para mantenerse en forma, comenzó a hacer ejercicios en su sala de estar pero incluso si ponía música, no se sentía del todo satisfecha, era como si se le escapara algo. Un día hizo tantos ejercicios para fortalecer los músculos de torso que por la noche le dolían tanto los costados que caminaba como una anciana.

Decidió no exagerar con la gimnasia casera e ir a dar largos paseos. A veces iba sola, pero a menudo llamaba a dos amigas que vivían cerca de ella. Le gustaba charlar con ellas, paso a paso iban saliendo historias y anécdotas de la vida de cada una.

Una tarde de octubre, mientras Alicia iba andando bastante deprisa por el sendero entre el río y el parque fluvial, se cruzó con un hombre de unos sesenta años y notó que tenía un zapato desatado. El hombre llevaba un niño pequeño sobre sus hombros, probablemente era su nieto.

- Disculpe, lleva un zapato desatado. Cuidado, se podría caer, le dijo Alicia.

- Gracias, ya me he dado cuenta, pero con el niño encima, no puedo abrocharme la zapatilla y sería muy complicado bajarlo ahora que estoy a punto de llegar a casa, dijo el hombre.

- ¿Quiere que le ate su zapato? Le preguntó Alicia.

- Con mucho gusto, respondió el hombre.

Mientras Alicia le estaba haciendo un lazo doble, oyó su voz que decía:

- Muchas gracias, hacía tantos años que nadie me ataba un zapato, usted me devuelto un recuerdo de mi infancia que había borrado. Se lo agradezco de verdad, me ha hecho realmente feliz.

Alicia se despidió del desconocido y siguió su camino observando a la gente que andaba, corría o hacía deporte cerca del río y el mundo le pareció más hermoso.

Desde entonces, ya no necesitó más hacer ejercicios en casa o ir al gimnasio para sentirse mejor con su cuerpo. A media tarde cerraba sus libros, apagaba el ordenador y salía de casa.

Bajando las escaleras ya se imaginaba el río, los árboles, las plantas, el sendero y la gente que se movía en bicicleta, corriendo o caminando. En seguida se dejaba llevar por esa corriente , solo se paraba si veía un zapato desatado.