sabato 26 dicembre 2020

Salta la Luz

 

A Francisca, abriendo los ojos, se le han aparecido cuatro ceros, eso quiere decir, piensa, que las pilas del despertador se han descargado. Sin saber qué hora es se levanta. 

Se asoma por la ventana del salón y se da cuenta que aún es de nochePiensa que a a tener que cambiar las pilas del despertador.

El reloj de la cocina marca las siete. No vuelve a la cama. Va al cuarto de baño, se lava la cara y se la frota enérgicamente con la toalla. Se espabila de golpe y empieza a pensar que ha sido bueno levantarse tan temprano.

- Podría hacer gimnasia, escuchando las primeras noticias, la radio me distrae, se dice.

Decide hacer media hora de ejercicios. Monta la esterilla y unas pesas en el salón. Pone la radio. El locutor primero comenta el aumento de contagios de Corona virus, luego habla de la nueva vacuna y de la mutación del virus en Gran Bretaña.

Moviendo su cuerpo siente como si poco a poco se le fueran desprendiendo las cosas negativas. Al terminar le gusta notarse un poco sudada y la sensación de que sus músculos han trabajado.

Va al cuarto de baño, abre el grifo del agua caliente, vuelve a la cocina donde pone a calentar agua en el hervidor eléctrico y luego mete dos rebanadas de pan en el tostador. Va de nuevo al baño, donde el aire ya empieza a estar caliente y lleno de vapor. Pone la estera en el suelo. Entra y en seguida se frota todo el cuerpo con un jabón líquido a base de argán, luego se lava el pelo con un champú que huele a miel. Siente el agua que le acaricia el cuerpo y sonríe.

Antes de salir de la ducha limpia la mampara con la escobilla. Saliendo coge una toalla grande, se seca y se envuelve en ella, luego se pone el albornoz y las zapatillas.

Se peina delante del espejo, se ve la cara arrugada, pero no le da mucha importancia, en aquel momento se siente bien con ella misma, no le pesan sus sesenta y cuatro años.

Vuelve a la cocina para prepararse el té. Agarra con las dos manos la gran tetera blanca y piensa que su té verde al jazmín va a estar listo dentro de poco. Se para unos minutos y se dice:

- ¡Ojalá cada día empezara a trabajar a las diez de la mañana! Me encanta hacer las cosas lentamente.

Vuelve al cuarto de baño y coge el secador que está colgado en pared al lado del lavabo, lo enchufa y de golpe se apagan todas las luces.

- Qué raro que hayan cortado la corriente sin avisar, quizás sea sólo un cortocircuito, piensa un poco asombrada.

Se dirige hacia el cuadro de luz que está al lado de la puerta de la entrada y ve que las palancas están hacia arriba. Lo mismo sucede en cuadro de los electrodomésticos de la cocina. Abre la puerta de la casa y nota que en las escaleras hay luz. Escribe en seguida un mensaje a la vecina de abajo para preguntarle si tiene electricidad y ella le contesta que .

- ¡No entiendo porque ha saltado la luz sólo en nuestro apartamento! Se dice un poco preocupada.

Luego desciende las escaleras hasta la planta baja y abre el armario de los contadores que hay al lado del ascensor y busca el suyo, pero descubre que la palanca general también está hacia arriba. Sólo nota que los contadores de las otras viviendas tienen una lucecita, el suyo está apagado.

Francisca espera que de un momento a otro vuelva la luz, por eso no despierta a su marido. Decide esperar un poco y mientras tanto se sienta en la mesa y desayuna.

Unta un poco de mermelada en una rebanada de pan tostado. Echa de menos la radio. Come con desgana leyendo un artículo del periódico del día anterior. Poco a poco se le va secando el pelo. Mientras toma una taza de té piensa en todas las mujeres que tienen que ponerse rulos o secarse el pelo enroscándolo con un cepillo para darle forma y volumen.

- Pobres chicas, ahora sin electricidad no podrían ni salir a la calle. Mis cabellos son tan finos y cortos, que se secan enseguida. ¡Al menos de vez en cuando les encuentro una ventaja! Sonríe hablando consigo misma.

- Espero un ratito más y si no vuelve la luz llamaré a los técnicos de la compañía eléctrica, se dice para consolarse.

Pone en la nevera apagada la mermelada y se acuerda del congelador:

- Menos mal que aguanta seis horas antes de que empiece a descongelarse todo. ¡Sería un desastre, no quiero ni pensar en ello!

Va al estudio para mirar si el móvil y el ordenador portátil están cargados. El móvil tiene batería, en cambio el ordenador está cargado a medias.

Mientras se dirige a su cuarto  se da cuenta de que el módem, que está en la  estantería del pasillo, está apagado.

- Qué lata, no había caído en que no podremos usar Internet, se dice, cada vez más desesperada.

Se viste a tientas en el dormitorio sin hacer ruido, pero su marido está despierto y le dice:

- Buenos días, antes te he oído levantarte pero me he vuelto a dormir en seguida. ¿Qué hora es?

- Son casi las nueve. Hace una hora que ha saltado luz.

- Puede que sea un fusible o una interrupción pasajera. No te preocupes, dice bostezando.

Al cabo de pocos minutos el marido se levanta y lo primero que hace es ir a ver el cuadro general.

- Qué raro, no son los fusibles, llamemos a la compañía eléctrica, le dice él a ella.

Mientras él desayuna, ella busca número verde en una factura de la luz.

Un técnico le dice que no hay ningún problema en su línea, que será un enchufe quemado que hay que cambiar o algo por el estilo.

- Yo no entiendo nada, le dice Francisca a su marido.

El marido revisa la factura y se da cuenta de que Francisca se ha equivocado, ha llamado a otra compañía eléctrica.

- Qué tonta, he mirado la factura de la luz del garaje, le dice ella a  él.

Entonces él llama a la compañía correcta y efectivamente le cominican que su línea tiene un problema.

- Me han dicho que dentro de una hora, al máximo dos, nos van a enviar un técnico, le dice él a ella.

- Yo necesito Internet para trabajar. ¿Cómo voy a hacer? Le contesta ella un poco decepcionada.

Francisca temiendo que el técnico se demore más de una hora, escribe un mensaje a una amiga suya que vive bastante cerca, para pedirle si puede ir a su casa a dar clases.

Su amiga le dice que sí que puede ir sin problemas, sin embargo, antes de ponerse en marcha, recibe un mensaje de la vecina de abajo que dice:

- Si quieres puedes bajar a mi casa para dar clases, ahora te envío la contraseña para que te conectes con mi WIFI

Francisca le contesta:

- Eres muy amable, muchas gracias. Con tu contraseña voy a probar a ver si mi ordenador detecta tu linea y así puedo dar clases desde mi casa.

En efecto la linea Internet de la vecina es potente y Francisca logra conectarse.

Para estar más segura de que todo funcione bien, lleva su ordenador al garaje y lo deja enchufado un rato para que se cargue completamente. Mientras tanto sale a comprar el pan y el periódico. Llama a su amiga para decirle que no va a ir y para contarle que ha podido solucionar el problema de la línea Internet con la vecina.

Lo primero que hace Francisca al volver a casa, después de sacarse el abrigo y lavarse las manos, es sentarse en el sofá y relajarse. Los mensajes de las dos mujeres que le han ofrecido su casa, la han puesto de buen humor.

Estaba segura de que su amiga la iba a ayudar, pero la oferta de ayuda de su vecina le ha sorprendido, pues es un poco rara y normalmente no suele tener muchos contactos con el vecindario.

Enciende de nuevo el ordenador con la contraseña de la vecina y comprueba que todo funciona. Lo apaga para no gastar batería. Coloca la butaca cerca de la ventana y se pone a leer el libro que empezó la noche anterior, mientras espera la hora de sus clases.

- Leer una novela a media mañana es todo un lujo, piensa.

El electricista llega hacia las doce, lo atiende su marido mientras ella está dando clases. Es un chico joven que después de revisar el contador tiene que llamar refuerzos, siendo la avería más complicada de lo que parece. Al cabo de media hora, llega otro empleado de la compañía eléctrica y en poco tiempo resuelve el problema.

Hacia la una vuelve la luz.  A Francisca le parece un milagro, abraza a su marido  y los dos se ponen a reír.







venerdì 11 dicembre 2020

Viernes



La radio trasmite una canción de los años setenta. Hace frio. Está amaneciendo. Las previsiones meteorológicas que daban ayer para hoy eran malas, sin embargo el cielo está despejado y el sol lentamente lo va iluminando.

Hay poco tráfico, sólo pasan coches y motos  con gente que va al trabajo. Antes solían verse por las aceras grupos de estudiantes que se dirigen a la escuela, pero ahora a causa de la pandemia los Institutos están cerrados.

Son las 7.30 de la mañana y me dirijo a un supermercado de la zona de Campo de Marte.

Desde que nuestros hijos se han ido a vivir por su cuenta voy menos a comprar en coche. Mi marido y yo nos apañamos con poca cosa. Compramos verdura y fruta en mercado de S. Ambrogio. Vamos una una vez por semana a por pan y vino a una tienda de Via dell’Agnolo que despacha vino a granel y otros productos biológicos. Para las conservas, pasta, arroz, jabón, etc, vamos a la Coop, un supermercado pequeño que está bastante cerca de casa.

Me encanta ir en bicicleta a la Coop, por el carril de bicis que corre a lo largo de la avenida Viale Giovani Italia. Luego cruzo Piazza Beccaria y sigo con cuidado por via Ghioberti en dirección contraria.  

Lo malo es que a la vuelta voy cargada como un burro con mis tres bolsas repletas de alimentos. Una la pongo en el cesto de atrás y dos laterales colgadas en el manillar.

- Un día voy a caer, me digo, riñiéndome, cuando pierdo un poco el equilibrio.

En realidad ya me pasó una vez, pero, cayendo lentamente de lado, ni me hice daño, ni se me rompió ninguna botella. ¡Qué suerte!

- ¿Por qué me he levantado tan temprano esta mañana? Me pregunto.

- Para anticiparme, empezando a comprar cosas para Navidad, antes de que todo el mundo abarrote las tiendas, me digo.

Recorro las mismas calles que antaño. Mi marido antes de ir al trabajo solía ir a llevar a los niños al colegio. Generalmente los viernes yo no daba clases y salía de casa  antes que ellos para hacer la compra de toda la semana.

Durante unos segundos me emociono viéndome a mí misma tantos años atrás conduciendo hacia Campo de Marte; he dejado las  bolsas vacías y la lista de la compra muy larga  en el asiento de mi lado.

Siento ternura hacia la mujer que era,  a la que le gustaba madrugar, para ser una de las primeras clientes del supermercado y a la que los viernes le encantaba hacer las cosas sin prisas.

Me vuelvo a preguntar:

- ¿Por qué un día que no trabajo y que podría recrearme en la cama, me levanto y salgo de casa?

Y en seguida me digo:

- Quizás lo hago para sentirme la mujer de antes, la que corría todos los días de un sitio a otro, pero que los viernes, cruzando la ciudad de madrugada, sentía el mundo que giraba más despacio.

He aparcado el coche justo cuando la canción “Tutta mia la cittá” del Equipe 84” estaba acabando. 





lunedì 16 novembre 2020

Pequeñas historias de desasosiego

 



Ella y su marido salieron temprano de Florencia hacia  el sur  de la Toscana. El día les cundió mucho, pues visitaron varios pueblos característicos del interior antes de llegar a la casa rural, donde habían reservado una habitación.

A las tres de la tarde se instalaron en  un cuarto con un gran ventanal que se asomaba a unos campos ondulados de trigo, con filas cipreses y viñas a lo lejos. 

Ella se echó en la cama y observó con detenimiento  los objetos  a su alrededor: el televisor colgado sin gracia en la pared, la nevera pequeña apoyada en el suelo si más ni más, la mesita de noche a su lado que chocaba con la puerta al entrar y el armario antiguo colocado en frente de la cama para tapar una puerta. Pensó en que esos cuatro detalles estropeaban un poco el aire elegante y rústico del cuarto. 

Mientras deshacía su pequeña maleta  se puso a pensar en  el día anterior.

- ¿Por qué no vamos de excursión a la costa antes de que llegue el mal tiempo? Quizás sea nuestro ultimo viaje, el verano se está terminando y el dichoso Corona virus se está difundiendo cada vez más, hay que aprovecharlo, le dijo a su marido mientra comían.

- ¡Qué exagerada que eres con eso del del último viaje! Claro que me gustaría ir hacia la costa ¿Qué dices si fuéramos mañana a las aguas termales de Saturnia y el sábado a la playa?

- ¡Me parece una idea estupenda! Le  contestó  ella sonriendo.

Después de  comer ella se echó un rato en la cama, cosa que no solía hacer. Luego se entretuvo mirando en Internet las intrucciones para presentar la solicitud de jubilación y se dio cuenta de que su acceso a la plataforma del Ministerio de Educación estaba bloqueado.

En seguida llamó al número verde y le dijeron que tenía que inscribirse de nuevo y seguir algunos pasos que encontraría en el correo que le iban a enviar.

Ese pequeño inconveniente le dio desasosiego, pero en aquel momento no tenía tiempo para tramitar la nueva inscripción, pues tenía una cita con una amiga. Se quiso convencer de que todo se arreglaría, pero en el fondo sabía que iba a sufrir porque le quedaba aquella cosa pendiente.

Salió de su ensimismamiento y se  cambió deprisa. Los dos con  sendas toallas bajaron a la piscina que estaba  en medio de un gran  jardín,  entre los edificios rurales reformados y convertidos en alojamientos. 

Nadaron y tomaron el sol en las tumbonas. Cuando empezaron a llegar otros huéspedes se fueron a las cascadas termales de Saturnia.

Estuvieron en remojo en el agua caliente más de dos horas. Fue entonces cuando ella le confesó a su marido el malestar que sentía por haber dejado inacabada la cosa de la plataforma del Ministerio.

Al volver a la casa rural,  ella se  sentó en la cama y se dejó caer en la tentación de abrir el buzón del correo electrónico.

Había varios mensajes: uno del ministerio, otro de la escuela y por último el de una alumna suya.

Sintió de nuevo ansiedad. No sufría sólo porque había dejado una cosa incompleta y por el hecho de que cada semana le iban cambiando el horario de las clases, sino porque estaba preocupada por su alumna, que estaba ingresada de nuevo en el hospital y no sabía cuando podría volver a la escuela. La chica tenía una enfermedad crónica en los discos de la columna vertebral. En ocasiones llegaba a afectarle a la médula y a los nervios, comprimiéndolos progresivamente, con dolores atroces.

Contestó a su alumna animándola, entonces sus músculos tensos de la espalda se aflojaron un poco.

Su marido viéndola agobiada le dijo:

- Apaga el ordenador. Déjate de escuelas, cuando volvamos a casa ya te ayudaré yo a resolver los problemas informáticos. Relájate.

- Si, en realidad estoy un poco preocupada, pero sabiendo que me vas ayudar, me siento mejor, le dijo ella, mordiéndose la lengua, pues no quería entristecerlo, contándole la historia de su alumna desafortunada.

- Venga espabílate que se nos va a hacer tarde para ir a cenar, le dijo su marido mientras se secaba el pelo.

Se fueron a Saturnia, un pueblo pequeño, a unos ocho kilómetros de la casa rural y muy cerca de las cascadas  termales. La comida era sabrosa, el servicio impecable y la botella de vino, que bebieron casi entera entre los dos, muy buena, pero a ella el restaurante le pareció demasiado sofisticado y un poco caro. A ella le hubiera gustado un ambiente más casero. Eso no la ayudó a relajarse.

Después de cenar pasearon por el pueblo y tuvieron que abrigarse porque se estaba levantando un viento fresco.

- Se está acabando el verano, dijo ella

- Quizás mañana aún haga buen tiempo y podamos bañarnos en una cala, dijo él.

Aquella noche ella durmió  mal y de madrugada se despertó varias veces.

Tenía un poco de dolor cabeza, pero  después de la ducha se  encontró mejor.

- Me gustaría recorrer todo el monte Argentario, hay acantilados maravillosos, dijo su marido, entusiasmado.

- Si, hoy voy a dejarme llevar por ti, te prometo que no voy a pensar en la escuela, pero a la vuelta tenemos que pararnos para la compra, nuestra nevera está medio vacía.

- Vale, podemos ir al supermercado de Orbetello. ¡Tú no dejas nunca nada pendiente! Ya lo noté la tarde en que te conocí, le dijo su marido con un tono alegre, casi bromeando.

Entonces  ella se puso a reír, recordando su primer encuentro, lo rápido que se fueron desencadenando los acontecimientos y las emociones en que aquella noche de cuarenta años atrás.

- Sí, a menudo exagero con mis prisas, pero quizás si todo hubiera sido más lento no nos hubiéramos enamorado, le dijo ella, mientras se dirigen al Monte Argentario.

- A veces las cosas que nos parecen defectos, son las que nos salvan, le djo él.

Pusieron la radio y se quedaron un rato callados.

El tiempo se  iba  estropeando, en el cielo aparecieron grandes nubarrones. Recorriron  lentamente la costa en coche por una carretera de tierra, se  perdieron varias veces, pero al final cosiguieron dar la vuelta por todo el perímetro del Monte Argentario. En Orbetello se sentaron en la terraza de un bar donde comieron un bocadillo  y tomaron una cerveza. Luego se fueron al supermercado a comprar víveres.

Deciden ir subiendo hacia el norte por la costa  hasta que encuentren una cala bonita para bañarse. Se paran en Talamone y por suerte sale el sol entre las nubes.

El pueblo es pequeño y no tiene playa, pero detrás del puerto hay un acantilado donde la gente se baña. Hay un establecimiento de lujo con tumbonas, pero el acceso al mar es libre. Dejan sus mochilas en una roca y se zambullen en el agua. Mientras se secan unos niños de unos doce años, empiezan a saltar y a lanzarse al agua haciendo piruetas. Hay una niña un poco gordita, pero muy atrevida que chilla y parece la voz cantante de la pandilla.

Se entretienen observando a  los niños que parecen recién salidos de los años sesenta.

A media tarde salen otra vez nubarrones y deciden volver a casa.

Sentada al lado del marido mientras él conduce, se relaja escuchando la lluvia que choca contra los cristales y sonríe lamiéndose la sal pegada en la piel de su mano.











domenica 25 ottobre 2020

La abuela canaria



Faina aquella mañana está un poco nerviosa, pues desde que se ha levantado todo le ha salido mal, primero ha discutido con su marido, luego  ha encontrado un atasco terrible en la avenida cerca del rio.  Ha llegado tarde al trabajo y eso que tenía muchas cosas pendientes que hacer. Y para más inri su jefe estaba de mal humor.

A media mañana  se siente un poco rara, sale  del despacho para tomar aire. Se dirige  hacia la ventana del pasillo, se asoma y mientras observa a la gente de la calle que se mueve deprisa, repite en voz baja sin darse cuenta :

- Faina, Fainita, estate tranquilita.

Entonces su cabeza vuela hacia su infancia, a un día en el patio del colegio, una  niña, las más mandona de la clase, le canta  el  estribillo:

Faina, faina te gusta la chanfaina,

faina fainita, te tiro la colita.

La primera vez que lo oyó Faina  se enfadó con ella y le chilló:

- Para que te enteres: mi nombre es canario, Faina era una reina de Lanzarote y a mí no me gusta la chanfaina. 

Pero luego se cansó de contestarle y sólo le decía:

- Tonta, más que tonta.

Luego piensa en su abuela Arminda,  que nació en Lanzarote, pero que se crió en Santa Cruz de Tenerife, donde sus padres habían emigrado con un tropel de chiquillos, pues las tierras volcánicas de Lanzarote eran tan áridas que no daban para sustentar a una familia numerosa como la suya.

Faina aún recuerda su dulce acento canario, que no había perdido a pesar de que llevaba  más de cincuenta años viviendo en la península. Luego se le aparece  el abuelo Mariano y  poco a poco va desovillando el hilo de las historias  que le contaba la abuela.

Mariano se había enrolado a los dieciséis años como grumete en un carguero del puerto de Barcelona. Las tierras de su familia las había heredado su hermano mayor y a él sólo le habían tocado cuatro duros de plata.

Al cabo de tres años, Mariano se sentía satisfecho por ser un buen marinero, pero le sabía mal que sus padres le escribieran tan poco.

Un día de tormenta el  buque chocó contra un arrecife y tuvieron que amarrar anclas en Santa Cruz de Tenerife. La reparación del casco del barco les llevó mucho tiempo.

Vagabundeando por las tabernas del puerto Mariano conoció a Arminda.

La fonda de los padres de Arminda era humilde, pero muy limpia. Además de vino a granel, despachaban comestibles y hacían comidas caseras. Arminda en aquel entonces tenía diecisiete años y era muy mañosa: ayudaba a su madre en la cocina y con su máquina de coser cosía ropa para ella y para toda la familia, también hacía camisas por encargo. No le gustaba servir en las mesas, porque algunos parroquianos medio borrachos empezaban con piropos y luego intentaban manosearla. Su hermano Ramón era el que hacía siempre de camarero, su padre trajinaba detrás de la barra y por el trastero. Sin embargo el día en que Mariano entró en la bodega, ella estaba sirviendo en las mesas, porque Ramón había caído enfermo.

Mariano, se prendó de Arminda y cada tarde iba a verla.

Sin muchas esperanzas de recibir noticias, Mariano escribió de nuevo una carta a su familia, contándoles sus peripecias  por las islas Canarias, sin embargo al cabo de pocas semanas recibió un telegrama en el que sus padres le comunicaban que su hermano mayor había muerto de tifus y que le rogaban que volviera al pueblo, siendo ahora él el único heredero.

Tras recibir el mensaje de su familia, Mariano le dijo a Arminda:

- Quiero casarme contigo y llevarte a mi tierra.

A Arminda también empezaba a gustarle aquel chico que no se parecía en nada a los demás marineros.

- Estoy enamorada de Mariano, parece buena persona, además es muy apuesto. Pero todo ha sido tan rápido que ni me lo creo. Tu ya sabes como soy yo, no logro vivir con incertidumbres, he decidido que voy aceptar la propuesta de Mariano, aunque sepa que voy a dar un paso muy grande, marchándome de aquí. Le confesó Arminda a Úrsula, su mejor amiga.

- No te preocupes por quienes vas a dejar en la isla, te echaremos todos de menos, pero los que te queremos te apoyaremos y te ayudaremos en todo, le contestó Úrsula, abrazándola.

Al día siguiente Arminda aceptó la propuesta de casamiento  de Mariano. En seguida se puso a seleccionar minuciosamente todos sus enseres: la máquina de coser, el costurero, los mejores retales de tejidos, su ropa, etc.

Se casaron pocas semanas después en la iglesia de San Francisco de Asís, fue una ceremonia íntima, sin embargo el banquete de bodas fue muy concurrido, pues el tabernero invitó a todo el barrio. La madre de Arminda cocinó durante tres días seguidos. Los platos fuertes eran papas arrugadas, pescado y frangollo, un postre típico de la isla y luego fue añadiendo otros muchos manjares sabrosos. Finalmente al bodeguero se le vio contento descorchando, una tras otra, botellas del mejor vino de la isla; la fiesta duró hasta las tantas de la madrugada.

Arminda y Mariano zarparon al día siguiente para España. La familia catalana no estaba del todo contenta de aquella boda, hubieran preferido que Mariano se casara con una muchacha de la comarca, pero callaron, lo importante para ellos fue  que el heredero hubiera vuelto.

Los padres de Mariano dieron por descontado que los novios vivieran con ellos en el caserón, en cambio a Arminda le hubiera gustado ir a vivir a una casita a solas con su marido, pero no protestó. Arminda aprendió muy deprisa el catalán, pero no logró integrarse del todo en aquella familia patriarcal. Cuando nacieron sus tres hijas, sus suegros se opusieron a que ella escogiera el nombre de las niñas, sin embargo al cabo de treinta años logró imponerse y decidir el nombre de su segunda nieta.

- Me gustaría que se llamara Faina, como mi madre, le dijo Arminda a su hija mientras cogía por primera vez en brazos a la recién nacida.

Arminda, cuando Faina cumplió dos años, supo que se iba a morirse pronto. No le dolía nada y no tenía ningún síntoma de enfermedad, pero notó que empezaba a caerle el pelo a manojos y sentía una ansiedad muy extraña, desconocida para ella. Al principio no sabía lo que le ocurría, sin embargo pronto se dio cuenta de que cada noche soñaba el paisaje lunar de Lanzarote y de día añoraba las islas. Sus padres habían muerto y sus hermanos habían dejado de escribirle, pero ella pensaba sin cesar en su tierra. No le dijo nada a su marido, pero sentía que se estaba alejando de él y de sus hijas, quienes al casarse se fueron de casa, pero iban a verla sin falta casi cada día.

Lo único que deseaba con toda su alma era huir y eso le roía por dentro porque se sentía culpable. A veces iba hacia la puerta del corral, la de atrás del caserón, para que nadie la viera y se sentaba unos minutos en una silla, esperando que la puerta se abriera para salir corriendo. Se sentía prisionera. Sólo se apaciguaba cuidando a Faina y jugando con ella volvía a su infancia canaria.

Arminda, había sido muy trabajadora, nunca estaba quieta, siempre se adelantaba haciendo tareas para el día siguiente, sin embargo en los últimos tiempos iba perdiendo vigor y de vez en cuando dejaba cosas a medias.

Los años pasaban y Mariano se dio cuenta de que las manías de su mujer eran cada vez más extrañas. No la reconocía cuando se quedaba quieta horas y horas en frente de la puerta del corral. Mariano tuvo que poner un candado, pues un día Arminda se fugó y después de haberla buscado  por los alrededores del pueblo, la encontró andando por el camino polvoriento que llevaba a la desembocadura del rio.

- ¿A dónde ibas? Le preguntó Mariano a su mujer, abrazándola.

- Me voy a casa, a Lanzarote, le contestó Arminda sonriendo.

- ¡Pero si tu casa está aquí!

Desde aquel día las hijas tuvieron que ayudarla en todo, pues ella ya no se valía por sí misma en nada.

Arminda murió por las complicaciones que tuvo  al romperse el fémur. No se sabe como pudo caer, pues durante los últimos meses se pasaba horas y horas sentada inmóvil, con la vista hacia la puerta del corral.

Faina tenía seis años cuando falleció la abuela. Mariano sufrió mucho al perder a su amada esposa y murió de dolor al cabo de un año.

Unos día antes de fallecer el abuelo le dijo a Faina:

Cuando miro tus piernas veo las de tu abuela, eran las más bonitas de la Isla. Ella además de guapa tenía buen carácter. Era reservada, sólo mostraba sus sentimientos con la gente con la que tenía más confianza. Su mayor virtud era la prudencia, por eso era tan precavida, pensando siempre en el día de mañana. También era generosa y ayudaba a todo el mundo. Era impaciente, al querer terminar todas las tareas que empezaba, pero a la vez reflexiva y siempre acertaba con las decisiones que tomaba, la más importante que tomó fue la de abandonar su isla antes de cumplir los dieciocho años para casarse conmigo.

Faina sonríe pensando en lo mucho que se querían sus abuelos. Cierra la ventana y vuelve a su despacho un poco  más relajada.  Luego escribe un mensaje a su marido:

- Perdona si hoy he sido un poco brusca, cuando me has pedido que fuera a recoger el coche al taller. Me he levantado mal,  pensando en el día  abarrotado de cosas que iba a tener  que solucionar y todo lo veía negro. Ahora estoy más tranquila  y me he parado a pensar en que podríamos hacer una viaje cuando termine el confinamiento. Me gustaría ir a Lanzarote ¿Qué te parece? 

Él le contesta enseguida:

- Ya no me acordaba de lo áspera que has sido conmigo esta mañana. Claro que me encantaría ir a Lanzarote contigo. Esta noche ya hablaremos de ello. 

Faina sale del trabajo más ligera, como si se hubiera sacado un peso de encima. Hace il mismo recorrido para volver a casa, en la avenida cerca del rio conduce más despacio, mirando con otros ojos los árboles y las plantas y todo le parece más bonito.