sabato 18 marzo 2023

Ternura

 



Alicia se levantó temprano para ordenar la habitación del fondo del pasillo. Limpió los cristales de la ventana, quitó el polvo, pasó la aspiradora y la fregona y por último enceró el suelo. Luego hizo la cama, eligiendo cuidadosamente las sábanas, las mantas y el cubre cama. Mientras estaba sacando la ropa del fondo del cajón del armario, se le apareció un recuerdo de muchos años atrás, de cuando tenía unos veinte años.
Una tarde regresando a casa de sus padres para las vacaciones de Navidad, después de largos meses de ausencia, encontró su cuarto ordenado, pero la cama sin hacer. Las sábanas, la almohada y las mantas estaban dobladas sobre la silla. La cama desnuda la entristeció y no se sintió en casa hasta que hizo la cama. Desde entonces su habitación se fue convirtiendo en una especie de trastero, sus cosas se quedaron amontonados en la parte superior del armario, donde su madre había ido colgando sus trajes, en las dos sillas siempre había ropa para planchar y su escritorio estaba cubierto de montones de documentos, facturas y carpetas, de la empresa de su padre, que su madre intentaba ordenar, sin lograrlo.
Antes de que su madre cayera enferma la había colmado de amabilidad y de detalles, pero luego aquella ternura se había desvanecido. Alicia trató de no darle importancia, entendía bien que su enfermedad pulmonar le había desencadenado una depresión. Estaba todo el día pendiente de sus males y no le importaba nada más. Por la noche dormía poco, por la mañana se levantaba tarde, pasaba horas aturdida frente al televisor que apenas miraba, cocinaba muy poco, cosa que siempre le había gustado hacer y no le apetecía ir al supermercado, hacía la compra por teléfono.
La última vez que Alicia volvió a casa, su madre estaba sentada en el sillón y aún llevaba  el albornoz a pesar de que fuera la hora del almuerzo. Había dejado de cocinar por completo, lo hacía la mujer que la ayudaba con las tareas de la casa. Estaba más tranquila que de costumbre y extrañamente no se quejaba de sus dolencias. Cuando Alicia llevó su maleta a su cuarto, se sorprendió al ver la cama recién hecha con sábanas perfumadas. En la mesita de noche encontró una carta.

Querida hija,
me hubiera gustado recibirte de otra manera, pero en los últimos tiempos he estado mal y me siento muy débil, me cuesta demostrarte cuánto me gusta que regreses. Me siento atrapada en mi enfermedad y las pocas veces que dejo de toser y respiro mejor, tengo miedo de volver a escupir sangre. Antes de que me lleguen los síntomas reales, siento un pánico terrible que no me deja vivir. En esos últimos años me hubiera gustado ser más amable contigo, pero yo sólo sigo pensando en mí y nunca en los que me rodean. Lamento que estés tan lejos, pero aunque hubieras estado cerca tal vez tampoco hubiera sido capaz de demostrarte mi cariño, no lo consigo, tienes que creerme
Esta mañana, a pesar de mi cansancio, mandé limpiar tu habitación y yo misma te hice la cama. Te quiero. Mamá.

Alicia volvió a la realidad observando con satisfacción la habitación de su hija ordenada y reluciente y la cama recién hecha. Fue a la cocina y se preparó una ensalada. Comió despacio escuchando las noticias de la radio. Luego fue a la sala de estar y puso la mesa con esmero. Sacó de la nevera la salsa para la pasta que había cocinado la noche anterior: cortó cuatro tomates maduros en trocitos pequeños, mientras en una sartén doró dos dientes de ajo, trocitos de aceitunas sin hueso y rodajas de calabacines, donde añadió luego los tomates y dejó que se cocieran largo rato a fuego lento, pero de vez en cuando iba moviendo la salsa con una cuchara de madera. Era el plato favorito de su hija.

Salió de casa con mucha antelación y, como temía, se fueron formado largas colas de coches en los semáforos, pero consiguió llegar a tiempo al aeropuerto. Alicia se emocionó al volver a ver a su hija después de tanto tiempo, la chica también lloró de alegría en los brazos de su madre.
- Gracias mamá por haberme venido a buscar, no sé si te comenté que esta noche no cenaré en casa, he quedado con mis amigas.
- No te preocupes, todo lo que preparé anoche lo volveré a meter en la nevera para mañana  cuando comamos juntas, contestó Alicia.
Mientras caminaban hacia el estacionamiento, Alicia pensó que ella también lo primero que hacía cuando llegaba a casa después de varios meses de ausencia, era ir a ver a sus amigos. Su madre al principio se ofendía, pero luego se acostumbró a sus muchos compromisos y a que entrara y saliera de casa sin cesar. Para Alicia tener una hija lejana era algo normal, pero para su madre había sido distinto, nunca había aceptado del todo que su hija de veinte años se hubiera ido al extranjero.

- Que descuidada soy, con todas esas emociones se me cayeron las llaves de la chaqueta, dijo Alicia un poco nerviosa al no encontrarlas en su bolsillo, luego agregó:

- Sin las llaves de repuesto que perdimos la semana pasada ¿Cómo vamos a volver a casa? Quienquiera que haya encontrado las llaves podría robarnos el coche.

La hija, menos ansiosa que la mamá, dijo:
- Iré
yo a buscarlas, no te preocupes, seguro que las encontraremos.
No tuvo tiempo de
entrar en el aeropuerto, pues oyó una voz masculina que decía:
- ¿Ha
 perdido usted este juego de llaves?





venerdì 10 marzo 2023

Tenerezza

 


Alicia quella mattina si era alzata presto per mettere a posto la stanza in fondo al corridoio. Aveva pulito i vetri della grande finestra, spolverato dappertutto, passato l’aspirapolvere e il cencio e infine data la cera sul cotto, poi avrebbe rifatto il letto, scegliendo con cura le lenzuola e il copri piumino. Mentre prendeva la biancheria dal fondo del cassetto dell'armadio, le era affiorato un ricordo di molti anni prima.

Un pomeriggio, in cui lei ventenne era ritornata dai suoi per le feste di Natale, dopo lunghi mesi d’assenza, aveva trovato la sua camerina in ordine, ma il letto disfatto. Le lenzuola, il cuscino e le coperte erano appoggiate su una sedia. Il letto spoglio l’aveva rattristata e fino che non l’aveva rifatto non si era sentita a casa.

Alicia ricordava che da quella volta la sua camera era diventata una specie di ripostiglio: le sue cose erano state accatastate nella parte superiore dell’armadio, dove la madre aveva appeso via via i suoi propri abiti, le due sedie erano sempre colme di panni da stirare e la sua scrivania era tappezzata da pile di documenti, fatture e cartelle, provenienti dalla ditta del padre, che la madre cercava di mettere in ordine, senza riuscirci.

La madre in passato l’aveva colmata di premure, ma da quando si era ammalata la tenerezza era svanita. Alicia cercava di non farci caso, capiva bene che la sua malattia polmonare le aveva scatenato una grossa depressione. Era concentrata ossessivamente sulla sua persona e non riusciva a vedere altro. La notte dormiva poco, la mattina si alzava tardi, passava le ore seduta imbambolata davanti alla televisione che appena guardava, cucinava ben poco, cosa che a lei era sempre piaciuta e non se la sentiva di andare a fare la spesa, che ordinava al telefono. 

L’ultima volta in cui Alicia era ritornata a casa, prima che la madre morisse, la trovò seduta in vestaglia sulla poltrona nonostante fosse l’ora di pranzo. Aveva smesso completamente di cucinare, lo faceva la donna che l’aiutava nelle faccende domestiche. Era più calma del solito e stranamente non si lamentò dei suoi malanni. Alicia quando portò la valigia in camera rimase stupita vedendo il suo letto rifatto con la biancheria profumata. Sul comodino trovò una breve lettera.

Cara figlia,

avrei voluto accoglierti in un altro modo, ma in questi ultimi tempi sono spenta e senza forze, mi è difficile dimostrarti quanto desidero ogni volta il tuo ritorno. Mi sento ingabbiata nella mia malattia e le poche volte in cui smetto di tossire e respiro meglio mi lascio prendere dalla paura di sputare di nuovo sangue. Prima che arrivino i veri sintomi, sento un panico terribile che non mi fa vivere. In questi anni avrei voluto essere più premurosa con te, invece ho pensato solo a me e mai a chi mi stava intorno. Mi dispiace che tu sia così lontana, ma anche se tu fossi stata vicina forse non sarei riuscita lo stesso a dimostrarti il mio affetto, non ci riesco, credimi. Questa mattina, nonostante la stanchezza ho fatto riordinare la tua stanza e ho rifatto il letto per te. Ti voglio bene.

Mamma.

Alicia ritornò alla realtà osservando soddisfatta il suo lavoro: la camera della figlia era ordinata e lustra e il letto profumava di bucato. Andò in cucina e si preparò un’insalata. La mangiò lentamente ascoltando le notizie alla radio. Poi andò in soggiorno e apparecchiò con cura la tavola. Tirò fuori dal frigo il sugo per la pasta che aveva cucinato la sera prima: aveva tagliato a piccoli pezzetti i pomodori maturi, mentre in una padella aveva fatto rosolare due spicchi d'aglio, pezzettini di olive snocciolate e fettine di zucchine, poi ci aveva aggiunto i pomodori. Aveva lasciato borbottare a lungo sul fuoco lento la salsa che ogni tanto girava col mestolo. Era il piatto preferito della figlia.

Uscì di casa con largo anticipo e ma come temeva, si erano formate delle lunghe code di macchine nei semafori, ma riuscì ad arrivare all’aeroporto in tempo. Appena madre e figlia si incontrarono, si abbracciarono, Alicia era commossa di rivedere la figlia dopo tanto tempo, anche la figlia piangeva d’allegria nelle braccia della madre.

- Grazie mamma per essere venuta a prendermi, ma questa sera a cena non ci sarò ho già fissato con le mie amiche.

- Non ti preoccupare, rimetterò tutto in frigo e ceneremo insieme domani, rispose Alicia.

Mentre andavano verso il parcheggio Alicia pensò che anche lei da giovane la prima cosa che voleva fare, quando arrivava a casa dopo diversi mesi di assenza, era vedere gli amici. La madre all'inizio si offendeva, ma poi si era abituata ai suoi numerosi impegni e alle sue entrate e uscite frettolose da casa. Per Alicia avere una figlia lontana era una cosa normale, ma per la madre era stato diverso, non aveva mai accettato che la figlia ventenne se ne andasse a studiare all'estero.

- Che sbadata che sono, con tutte queste emozioni mi sono cadute le chiavi dalla giacca, disse Alicia un po’ agitata non trovandole nella tasca. Poi aggiunse:

- Senza le seconde chiavi della macchina, quelle di riserva che abbiamo perso la settimana scorsa, come faremo a ritornare a casa? Chi ha trovato le chiavi ci potrebbe forse rubare la macchina.

La figlia meno ansiosa della madre disse:

- Ci vado io a cercarle, non ti preoccupare sono sicura che le troveremo.

La figlia non fece in tempo a rientrare all’aeroporto, perché sentì una voce maschile che diceva:

- Avete perso voi questo mazzo di chiavi?





lunedì 6 marzo 2023

La mentira

 



Aquella mañana de primavera Alicia, sentada en la sala de espera de la doctora Pezzali, todavía no sabía que estaba a punto de romper el último vínculo que mantenía con el pueblo donde nació y creció. Desde que se marchó, cuarenta años atrás en el último tren de Barcelona para el extranjero, fue abandonando poco a poco al peluquero, a la esteticista, al médico y a la ginecóloga. Sin embargo no dejó a Adriá Galcerán, el dentista que todos los años le hacía una revisión, cuando iba a visitar a su familia durante las vacaciones de verano.
Adriá heredó de su padre, Andreu Galcerán, el consultorio dental, el primero que se abrió en el pueblo. Hasta la generación de los abuelos de Alicia, el barbero sacaba los dientes, pero años más tarde quien podía permitírselo se iba a la ciudad más cercana para que le atendiera un dentista de verdad. Los padres de Andreu, comerciantes de harinas y dueños de la panadería más grande del pueblo, lo hicieron estudiar en Barcelona en un colegio de jesuitas, mientras que al hijo menor, Josep, lo pusieron a trabajar de panadero siendo aún adolescente, justo cuando el mayor empezó la carrera.
Las malas lenguas del pueblo murmuraban que el matrimonio Galcerán había cometido un gran error, hubiera tenido que poner a trabajar a Andreu en la panadería y hacer estudiar a Josep que era más listo que su hermano.
Cuando la madre de Alicia la llevó por primera vez a la clínica dental, Andreu Galcerán no tenía ni cincuenta años, pero su enorme bigote cano que resaltaba en su cara rechoncha lo hacía parecer mayor. Era un hombre alto y corpulento, que hablaba poco, pero cuando lo hacía refunfuñaba. Su fuerza aparente iba desvaneciéndose cuando se movía lentamente por las salas del consultorio que había instalado en la parte trasera de su casa.

Alicia quieta, recostada en el sillón, soportaba los resoplos de Andreu que casi la sofocaban. No llevaba guantes, usaba sólo dos fundas de goma, una en el pulgar y otra en el dedo índice de la mano derecha, el sabor de goma la mareaba, pero intentaba resistir para no vomitar. Para distraerse miraba la claraboya que iluminaba la sala contando las manchas, grietas y demás detalles del techo mientras él revisaba sus muelas, pero cuando usaba el taladro cerraba los ojos esperando que el martirio durase lo menos posible. Mascullaba palabras incomprensibles cuando la acompañaba hasta la puerta, arrastrando su cuerpo como si fuera un fardo.
Solía salir un poco mareada y con la mejilla hinchada, pero antes de volver a casa muchas veces pasaba por la panadería. Entrando percibía el perfume a pan recién horneado y el olor a masa madre. Durante un rato se quedaba mirando al panadero que cortaba con habilidad las chapatas largas y blandas y los pedazos de torta y con un trapo quitaba de la balanza y del mostrador las migas y el polvo de harina de los sacos que se entreveían en la trastienda. Cuando tenía que esperase se entretenía observando las hogazas, barritas y panecillos tan bien puestos en los estantes.
- Toma una magdalena, es bien tierna, cuando la comas no te va a doler la boca, a pesar de que el bruto de mi hermano te la haya maltratado, le decía el panadero bromeando.
- Gracias me la comeré luego.
En aquel entonces Andreu era un gran fumador, se encendía un cigarrillo entre un paciente y otro, pero a veces incluso lo hacía en medio de una visita, dejando al paciente con la boca abierta, mientras esperaba a que se cementara el empaste de la muela. Cuando unos años más tarde se vio obligado a dejar de fumar por problemas cardíacos, empezó a engordar devorando con voracidad los ricos platos que le preparaba cada día Raquel, su mujer.
Raquel había sido la chica más hermosa del pueblo, la hija menor de una familia numerosa. Sus ambiciones la llevaron a aceptar la propuesta de matrimonio de Andreu, a pesar de que estuviera enamorado del panadero. Josep, en aquel entonces era un muchacho de buen aspecto, bastante alto y delgado, simpático y siempre de buen humor y más de una chica del pueblo lo hubiera aceptado como marido, pero él, al no poder casarse con Raquel, decidió hacerlo con la mejor amiga de ella. Aunque las dos parejas salieran a menudo juntas, en el pueblo se rumoreaba que había mala sangre entre los dos hermanos.
Adriá, el hijo de Andreu, nada más terminar la carrera, tuvo que ponerse la bata blanca y sustituir a su padre, que murió repentinamente por un ataque cardíaco. Adriá se movía con gracia y elegancia por las salas de la clínica dental y trataba con afabilidad a los pacientes y a las enfermeras. Cada vez que Alicia  iba a su consultorio se quedaba prendada escuchando sus explicaciones, tal vez era su método para tranquilizar a los pacientes, pensaba, el caso es que a él se le daba bien.
Siguió yendo a la clínica de Adrià Galcerán durante muchos años, hasta que se le rompió una muela. Mientras su marido le estaba aconsejando que fuera a ver a su dentista, que a ella no le gustaba para nada, recordó a la doctora Pezzali, de quien una amiga le había hablado. La llamó y ella la citó para la semana siguiente. Llegó puntual.
- Tuvo mucha suerte, la señora que iba detrás de usted canceló la visita, así que podemos comenzar el tratamiento hoy mismo, le dijo la dentista sonriendo.
La doctora Pezzali llevaba una bata y un gorro verde y movía con cuidado los instrumentos que poco a poco le iba introduciendo en la boca, explicándole detalladamente lo que estaba haciendo, esa forma de proceder le recordó a Adriá Galcerán. Cerró los ojos y sus pensamientos volaron hacia su dentista catalán.
- Eres una de mis pacientes más fieles, no creo que nadie recorra mil kilómetros para venir a verme, dijo Adriá sonriendo la última vez que estuvo en su clínica.
- Y tú eres mi dentista de confianza.
- Ya falta poco para mi jubilación, le voy a dejar el consultorio a mi hijo, así que de ahora en adelante nos vamos a ver poco, por eso quiero contarte un suceso familiar, antes de que te llegue por otras fuentes. Durante el funeral de mi madre descubrí por casualidad que la gente a mis espaldas decía que yo era el hijo del hermano de mi padre. Caí enfermo del disgusto, evitaba a mis tíos y las dudas me volvían loco, pero no sabía cómo actuar. Después de la muerte de mi tía tuve el valor para para pedirle a mi tío que nos hiciéramos las pruebas de ADN y descubrimos que él era mi verdadero padre,  le dijo Adrià con una voz temblante.

- ¡Madre mía! ¿Y cómo reaccionasteis los dos? Le dijo Alicia.
- Yo lo pasé muy mal. No me lo podía creer que mi madre nos hubiera escondido un secreto tan grande. Mi tío Josep también estaba traumatizado, pero él lo sospechaba desde el día en que yo nací, porque había tenido un romance con mi madre, justo antes de que se casara. Cuando ella regresó de la luna de miel, le dijo a Josep que estaba embarazada y le dejó claro que el niño no era suyo sino de Andreu. Josep dudaba, pero mi madre negaba. Yo sentía que mi tío Josep me quería como a un padre, pero nunca sospeché que lo fuera realmente. ¿Te das cuenta de la mentira en la que hemos estado viviendo todos estos años?

A Adriá empezaron a temblarle los labios y tuvo que sentarse. Cogió un pañuelo y se secó la cara sudada. Alicia nunca lo había visto tan desmejorado .

- ¿Y tu padre lo sabía? Le preguntó Alicia.

- Eso no lo sabremos nunca. Ha sido para todos un choque emocional tan grande que todavía no nos hemos recuperado.
- Me imagino lo que sufristeis todos. Menos mal que los tiempos han cambiado, el pueblo ha crecido y a la gente ya no le interesan los asuntos ajenos, traté de decirle para apaciguar los ánimos.
- Si quieres que te diga la verdad, ahora mismo no me importa en absoluto lo que digan los demás. Ahora que Josep se ha quedado solo, le he pedido que venga a vivir conmigo.

Volví a la realidad cuando la doctora Pezzali, después de un breve silencio, me dijo que había terminado, en ese momento me dije que ella sería mi nueva dentista.