sabato 23 dicembre 2023

Cap 18 - El nuevo siglo

 


El teléfono sonó en casa de Olivia y Felipe. Era una mañana bochornosa de finales de julio de 1898, la pareja estaba leyendo en voz alta a un grupo de chiquillos. Felipe dejó a los alumnos y se dirigió al recibidor para atender la llamada. Mientras cogía el auricular iba pensando en que ya habían pasado más de quince años desde que aquella invención llegó a Cuba y que una de las primeras cosas que ellos hicieron al llegar a La Habana fue instalar un aparato telefónico.

- ¿Dígame?

- Soy Mariano.

- ¡Qué raro que llames a esa hora! ¿Pasa algo?

- Anoche cuando llegué a la finca encontré un telegrama que anunciaba la muerte de mi padre.

- Lo siento mucho. Yo no sabía que estuviera enfermo, le contestó Felipe.

- Tenía muchos achaques, pero no para morirse. Tuvo un ataque te corazón, yo sólo espero que no haya sufrido mucho.

- ¿Quieres que vaya a la finca?

- No te preocupes, no es necesario. Cada vez que me llega un telegrama siento el impulso de hacer la maleta, ir al puerto y salir para Barcelona con el primer navío.

- El otro día, cuando me contaste el motivo por el que habías huido de tu tierra, no quise desanimarte y no te hablé de tu situación, pero es mejor que sepas que tú no puedes volver a España, ni ahora ni antes podías hacerlo. Tienes pendiente un delito de rebeldía, por no haberte presentado al juzgado y probablemente otro de deserción, por no haberte alistado en el ejercito… Quédate tranquilo e intenta ayudar a tu madre desde aquí.

Mientras su amigo le decía eso Mariano pensó en lo tonto que había sido imaginándose el viaje de vuelta a casa y le dijo a Felipe:

- Me he visto varias veces subiendo en un barco que salía del puerto de La Habana, bajando de él en el puerto de Barcelona y por fin sentado en un vagón del tren que me llevaba a Malgrat - estuvo unos segundos callado y añadió - Ahora mismo le voy a enviar un telegrama a mi madre y a escribirle una carta.

- Dile que instalen un teléfono, así podréis hablar y cuéntale que no puedes regresar a España. La instalación telefónica sale muy cara, quizás se la podrías pagar tú.

- Me parece una idea excelente. Gracias por tus sugerencias, yo no hubiera caído en ello.

- Tú ya sabes lo que pienso del progreso, el teléfono va a mejorar la vida de muchas personas. En la Habana en marzo de 1882 fue inaugurado el primer servicio telefónico, en España llegó un poco más tarde. Creo que en tu pueblo habrá más de un teléfono, leí en un periódico que el año pasado en la península española existían más de doce mil números.

- Ha pasado igual que con el ferrocarril, los cubanos siempre nos adelantáis en todo, dijo un poco más apaciguado Mariano.

Teresa Moragas aceptó con júbilo la idea de poner un teléfono en casa. Cuando llegaron los dos empleados de la compañía telefónica para instalar el aparato, Teresa les dijo:

- Lástima que mi marido, que en paz descase, no pueda ver este invento portentoso. ¿Se dan cuenta de que voy a poder hablar con mi hijo que vive en Cuba y que hace veinticinco años que no lo veo?

- Señora, en su pueblo sólo hay ocho aparatos, ustedes tendrán el número nueve.

- Póngalo en nombre de mi hijo, Francisco Defaus Moragas.

- Su hijo va a tener que firmar.

- Mientras vais montando el aparato e instalando los hilos, yo lo mando llamar.

Francisco llegó al cabo de veinte minutos y firmó todos los documentos. Tener teléfono en casa era un lujo, no lo podía instalar cualquiera. La familia Defaus no se lo hubiera podido permitir, pero Mariano quiso pagar la instalación y todas las facturas y no dejó de hacerlo hasta el día de su muerte.

El aparato fue colgado en la pared cerca del escritorio del cuarto luminoso de la planta baja, que en aquel entonces se convirtió en el despacho de Francisco.

Era la primera vez que Teresa utilizaba aquel invento y sobre todo estaba emocionada por oír la voz de su querido hijo.

- ¡Madre, madre!

La voz de Mariano le pareció próxima y lejana a la vez y un milagro.

- ¡Hijo mío! Te oigo bien, tienes un acento raro, pero la misma voz de cuando eras pequeño. ¡Qué ilusión que no te hayas olvidado del catalán!

- No oblidaré mai la meva llengua i la meva terra. Vostè mare té la veu més baixa. (Nunca me voy a olvidar de mi lengua y de mi tierra. Usted madre tiene la voz más rauca).

- Sí, estoy un poco afónica, pero no te preocupes, estoy bien de salud. Dime tú ¿Cómo estás? ¿Cuándo vas a volver?

- Madre he de confesarle que no puedo volver. Si lo hiciera me arrestarían. Un amigo mío abogado, se ha ocupado de averiguarlo.

- No te preocupes, me lo imaginaba, pero no te olvides nunca de nosotros… dijo con voz temblorosa - ¿Cómo están Nieves y los niños?

- Todos estamos bien, a pesar de esos tiempos tumultuosos.

Madre e hijo hablaron mucho rato sin extrañeza, hasta que una operadora les dijo que tenían que colgar. Unos día después Mariano seguía dándole vueltas a la cabeza. Aquella llamada no había sido como la había soñado, le inquietaba haber sentido que su casa de Malgrat había dejado de ser su refugio.

Mariano siguió llamando a su madre cada semana, también se ponían Nieves y sus dos hijos varones que no paraban de contarle cosas a la abuela. Juan ya hablaba bien, José sólo sabía decir algunas palabras.

Un día el niño Juan, así lo llamaba con cariño Gabriel, le cantó una canción a la abuela en catalán. Teresa empezó a llorar de alegría y de emoción.

Aquellas llamadas fueron durante más de dos años una fiesta para todos, hasta que en 1901 Teresa murió. Francisco, Teresita y Mariona la cuidaron durante las cuatro semanas que transcurrieron desde el primer ictus hasta el segundo, que fue mortal. Mariano sufrió mucho por no poder volver a España, se sentía impotente y para aliviar su dolor cada día llamaba por teléfono a su madre. Ella hablaba mal, casi no se entendía, pero estaba contenta de oír la voz de su hijo favorito.

Al recibir un telegrama de Mariona, Isidro fue al edificio de telefónicas de Mataró para llamar a su madre.

Teresa al oír su voz lloró de alegría, pues hacía tiempo que no sabía nada de él y le dijo con mucho esfuerzo:

- Yo... te... he… querido… siempre... como... a... tus… hermanos.

- No entiendo bien lo que me está diciendo, madre. Ahora que está enferma, no quiero echarle en cara que me siento usurpado, pero tiene que saber que yo he sufrido mucho.

Teresa lloró y se desesperó por el rencor que todavía le tenía su hijo.

Francisco, oyendo los sollozos de la madre, entró en el cuarto.

- Isidro, no le digas eso a nuestra madre, le dijo Francisco agarrando el teléfono de la mano de Teresa.

- Mira quien lo dice, el usurpador.

- Por favor, nuestra madre está mal, no compliques las cosas.

- Tú y Mariano habéis sido siempre sus favoritos, me echasteis de la familia, dijo Isidro, levantando la voz.

- Isidro, cálmate por favor. Ven a Malgrat a ver a tu madre.

- ¿Ahora queréis que vuelva? Es demasiado tarde, le dijo colgando.

La muerte de Teresa fue un duro golpe para todos los hijos. Mariano, quien a pesar de los largos años que había pasado lejos de su madre, se sintió huérfano. Nieves se asustó, pues no lo había visto nunca en aquel estado de postración, sin embargo a medida que pasaban los días Mariano volvió poco a poco a ocuparse de sus tareas.

Estaba impaciente por llevar a término su proyecto, en un terreno de la finca, apartado de la mansión, mandó construir una escuela grande para todos los niños de los alrededores. Una vez finalizadas las obras, se ocupó de emplear a un par de maestros jóvenes, de comprar libros y material pedagógico y sobre todo de ir a buscar a los niños en las aldeas, para convencer a sus padres, que muchas veces se negaban, a que sus hijos fueran a la escuela.

Cuando España se retiró de Cuba, los españoles radicados en la isla tuvieron que ratificar su decisión de permanecer siendo ciudadanos españoles y conservar esa condición. Mariano el 3 de marzo de 1900 se registró en Pinar del Río y declaró a su esposa Nieves Herrera Herrera y a sus cinco hijos menores de edad. No quiso renunciar a su condición de español, a pesar de que después de la intervención norteamericana en Cuba, los españoles empezaban a estar en una posición difícil, pero él siempre se enorgulleció de sus raíces y siguió pensando en volver tarde o temprano a Cataluña.

En aquella época sea España que Cuba se iban curando las cicatrices que la guerra les había dejado. El 20 de mayo de 1902 Cuba se convirtió en una República independiente, en teoría. A pesar de los tres años de sangre, sudor y sacrificio que duró la Guerra Hispano-Estadounidense, ningún representante cubano y de las demás colonias españolas de ultramar fue invitado al histórico tratado de paz, firmado en París en 1898. España renunció a todo derecho de soberanía y propiedad de sus colonias. El tratado de París se considera el punto final del imperio español y el principio del periodo de poder colonial de Estados Unidos. En el tratado se prometió la independencia de Cuba con condiciones, tales condiciones se recogían en la Enmienda Platt, un astuto añadido a la Ley de los Presupuestos del Ejército de Estados Unidos de 1901, que otorgaba a este país el derecho a intervenir militarmente en Cuba siempre que lo creyera conveniente. Estados Unidos también utilizó su notable influencia para procurarse una base naval en la bahía de Guantánamo, con el fin de proteger sus intereses estratégicos en la región del canal de Panamá. A pesar de una discreta oposición en Estados Unidos y de una mucho mayor en Cuba, el Congreso aprobó la Enmienda Platt, que se incluyó en la Constitución cubana de 1902. Para muchos patriotas cubanos, América solo sustituyó a España en el nuevo papel de colonizador y enemigo.

Un año más tarde Francisco Defaus Moragas llamó a su hermano Mariano, a través de una conferencia a cobro revertido, para contarle lo que le había pasado a Isidro.

- Isidro hace tiempo que no nos habla, pero supimos por un recadero de Mataró que el mes pasado murió su mujer. Él abandonó su oficio de cubero y se embarcó de nuevo para el sur de Francia. Su barco ha desparecido en alta mar, ha sido tragado por las aguas durante una tempestad.

- ¡Cuánto lo siento! Me sabe mal que nuestro hermano haya sido tan desafortunado.

- Lo hemos sabido por casualidad, él no quería hablar con nosotros, ni siquiera vino al entierro de nuestra madre.

- Cuando me fui a Cuba Isidro tenía diez años. Lo recuerdo jugando siempre con nuestro hermano Joan. Nuestra madre nunca me dijo que no quisiera hablar con vosotros ¿Todavía estaba viviendo en Mataró?

- Seguro que ella te habrá contado que nuestro padre lo obligó a embarcarse, para alejarlo de Agustina, una mujer de mala fama. Trabajó varios años como mozo en los barcos que iban y venían del sur de Francia. Volvía poco a casa, sin embargo cuando vino para la boda de Joan y Teresita, lo notamos muy raro, pensamos que era debido a que lo habían llamado al ejercito. Siempre fue huraño y rencoroso, creo que nunca le perdonó a nuestro padre que lo alejara de casa. Cuando al cabo de cuatro años terminó el servicio militar, no volvió a embarcarse, alquiló una casa en la calle Dels boters y volvió a hacer de cubero. Supimos que se casó con una tal María Teresa, pero nunca la conocimos. Luego se mudaron a Mataró.

- Nuestra madre, nunca me platicó esa última parte. Yo sólo sabía que se había embarcado y que abrió un taller de toneles. Me hubiera gustado poder hablar con él, le escribí pero nunca me contestó.

Francisco no le habló de la última conversación que tuvo con Isidro pocos días antes de la muerte de su madre, para no apenarlo, ni tampoco le narró lo que se decía de él: se ha fugado con Agustina y lo del naufragio es una estratagema para que nadie les siga.

- Son sólo habladurías, le dijo Francisco a Teresita, el día en que les llegó la noticia.

- Pues yo espero que Isidro viva en Francia con Agustina, finalmente serán felices, le contestó Teresita.

Mariano llamaba o escribía dos o tres cartas al año a sus hermanos, Francisco y Mariona, tenía la costumbre de hacerlo también con todos sus amigos.

A menudo llamaba a los tres tenderos que seguían haciendo una vida despreocupada. Sin embargo Pablo y Pepe fueron los primeros en sentir los achaques de la vejez. Pablo, después del primer ictus y de una angina de pecho se asustó y empleó a Inés, una mujer mulata de unos cuarenta años, para que les hiciera de ama de llaves. Al cabo de unos meses Inés les presentó a su hermana Paulina y les pidió si ella podía quedarse a vivir en su casa y ellos aceptaron. La misma pregunta les hizo Inés al año siguiente y Josefina, la hermana menor, llegó con una maleta pequeña y una mochila llena de libros. Inés sabía tratar a los tres tenderos, comprendió que jamás iban a separarse y ni a casarse. A Pepe y a Pedro, con todo lo que habían comido y bebido, además de la gota y reumatismo, les iban saliendo otras enfermedades. Las tres mujeres fueron para ellos el maná del cielo, les ayudaban en todo, sea en la casa que en la tienda y con naturaleza se fueron emparejando. Inés se sentía atraída por la nobleza y bondad de Pablo, a pesar de su debilidad física, con él bromeaba y lo hacía bailar. Paulina era muy habladora y le encantaba que Pepe la escuchara. Josefina era la más lista e independiente de las tres y no quería caer en las redes de aquellos hombres, pero los piropos y zalamerías de Pedro la enamoraron. Sin embargos Pablo, Pepe y Pedro nunca se casaron con las tres hermanas que los acompañaron y cuidaron con ternura hasta su muerte.

También escribía a Miguel, que había dejado la navegación y se había aposentado en las Islas Canarias, donde vivía con su madre y un hermano. Con sus ahorros podía llevar una vida holgada, él tampoco se casó nunca. Se puso a escribir de nuevo para un periódico local, pero echaba de menos el mar y cada dos por tres se subía a un barco, no hacía largos viajes, pero necesitaba sentirse mecido por las olas. Alguna tarde iba visitar al capitán que se había retirado en su casa de La Palma. Hacía una vida muy tranquila, sin embargo cada cuatro o cinco años emprendía un viaje hacia Cuba para ir a ver a su amigo.

Con María e Isabel, seguía carteándose y para no perderlas del todo les enviaba una tarjeta postal en Navidad, invitándolas a la finca y ellas le devolvían las felicitaciones, sin embargo un invierno Isabel dejó de contestarle. Mariano no se preocupó, pues sabía por Lucas que ella estaba bien, madre e hijo se carteaban gracias al sacerdote que los había ayudado.

Por aquel entonces un grupo de soldados fue a registrar la vivienda de Isabel en busca del fugitivo. Ella tuvo miedo de que su correspondencia fuera vigilada y que los españoles descubrieran el escondrijo de su hijo, por eso dejó de escribir, sin embargo al cabo de varios meses, llegó una carta de Isabel, que por seguridad la envió a los tres tenderos y ellos se la remitieron a Mariano.

Felipe y Mariano siguieron escribiéndose, hasta que un día dejaron de llegar sus cartas a la finca.

- ¡Felipe me da unos sustos! A veces desaparece. Me han devuelto mi última carta, creo que ya no vive en La Habana.

- No te preocupes, verás que tarde o temprano aparecerá.

- También le he llamado por teléfono, pero la operadora me ha dicho que el número ha sido dado de baja.

- Tengo una corazonada, creo que nos va a dar una sorpresa, le dijo Nieves.

Al cabo de pocos días de aquella conversación entre marido y mujer, Olivia y Felipe aparecieron por la finca.

Gabriel los vio llegar mientras estaba montando al niño Juan en un potro, cerca de la verja de la entrada; bajó con cuidado al niño del caballo y se dirigió hacia los huéspedes.

- Voy a avisar a los amos de vuestra llegada.

Mariano y Nieves corrieron hacia la entrada, haciendo gestos de bienvenida con los brazos.

- ¡Qué santo os ha traído! Ya me estaba preocupando sin tener noticias vuestras, les riñó Mariano abrazándolos y riendo.

- ¡Qué sorpresa tan bonita! Les dijo Nieves.

- No tenéis que preocuparos por nosotros. Ahora que los tiempos son pacíficos, ya no nos persiguen.

- No sabía que te gustara estar bajo la tutela de Estados Unidos, le dijo Mariano a su amigo.

- No me malinterpretéis, me gustaría que Cuba fuera realmente libre, pero como te dije en su día, miro el lado positivo de las cosas. Ahora, que gracias al cielo ha terminado la guerra, el pueblo cubano necesita largos años de paz.

Mientras los amos hablaban con los recién llegados, Gabriel se fue corriendo a preparar la mesa del patio. Hizo limonadas y mandó a la cocinera que asara mazurcas de maíz y plátanos y que cortara rebanadas de pan con tomate y queso.






giovedì 14 dicembre 2023

Cap 9 - Pinar del Rio in italiano

 

Era l'una di notte del primo sabato di luna piena, quando Felipe, mandò una carrozza a prendere Mariano. Era guidata da un giovane mulatto, di nome Mauricio, il braccio destro di Felipe. La carrozza si diresse verso Caimito, che distava un'ora dalla fattoria in cui Felipe si nascondeva.
Durante il tragitto Mauricio raccontò a Mariano che la casa dove per il momento si nascondevano era disabitata, era stata abbandonata dai padroni dopo la pandemia e loro, i rivoluzionari pacifici, come li chiamava Felipe, vi si erano trasferiti.
- E non avete paura di essere scoperti e di essere arrestati?
- Non ci denunceranno, il padrone della fattoria si è unito a noi, nessuno sa che siamo qui, ma cambiamo appostamento molto spesso in modo di non essere trovati.
- Vedo che vi fidate di me. Non vi denuncerò mai, gli disse Mariano.
- Felipe si fida ciecamente di te, ma potrebbero arrestarti e usare metodi violenti per farti parlare, per questo viaggiamo di notte per non farti capire dove siamo diretti.
- Ma io non ho un grande senso dell'orientamento, in questo momento non so da che parte stiamo andando.
- Non ti preoccupare, abbiamo preso tutte le nostre precauzioni, disse Mauricio.
- Spero che prima o poi riuscirete a porre fine alla schiavitù.

- Speriamo che grazie all'intelligenza, alla diplomazia, alla capacità di agire e alla pazienza di Felipe e di tutti gli avvocati che lavorano con lui, si raggiunga l'indipendenza di Cuba e l'abolizione della schiavitù, cosa che porterebbe grossi miglioramenti alla società cubana. Dovete sapere che alcuni proprietari terrieri stanno liberando gli schiavi, ma ce ne sono tanti altri che continuano a comprarli e a sfruttarli come animali.
- Ammiro gli indipendentisti che non prendono le armi.
Mauricio tacque, perché temeva che prima o poi le proteste e le cause legali avrebbero finito per coinvolgere i rivoluzionari in sanguinose battaglie contro gli spagnoli. Mentre stavano per arrivare, pensò a Céspedes, amico e compagno di lotta di Felipe che, se all'inizio con la sua rivolta pacifica sperava di ottenere una Cuba libera senza spargimento di sangue, alla fine dovette armare i suoi seguaci e formare un esercito, ma purtroppo cadde in battaglia nel 1874.
Felipe accolse Mariano con affetto e allegria, lo abbracciò come faceva a L’Avana, dandogli pacche sulle spalle. Parlarono, scherzarono come se si fossero incontrati il giorno prima, in realtà erano passati sei anni dal loro ultimo incontro.

Dopo due ore, Olivia, la donna mulatta che Felipe aveva liberato con molta fatica dalla schiavitù, entrò nella stanza dove al buio erano seduti i due uomini. Felipe aveva impiegato cinque anni a preparare il terreno per ottenere la libertà di Olivia. Riuscì a convincere una donna fidata a farsi assumere come serva nella fattoria, da cui lui proveniva e dove Olivia era una delle tante schiave che raccoglievano le foglie di tabacco. Quella donna gli spianò la strada, ma soprattutto l’epidemia di febbre gialla gli venne in aiuto. In quella fattoria, come in quelle vicine, ci furono molti morti, tra cui il padrone. La vedova, come il marito, odiava chiunque volesse liberare gli schiavi neri e non fu facile trovare un accordo con lei. La nuova padrona della piantagione di tabacco, detestava non solo Felipe, ma soprattutto il cognato, quello che aveva dato la libertà agli schiavi ereditati dal padre. Tuttavia, la vedova, dopo la morte del marito, a causa dei problemi economici che stava affrontando, cedette. Felipe, attraverso un intermediario, poiché lei non volle vederlo in faccia, riuscì a comprare Olivia.

La ragazza, da quando aveva acquisito la libertà, era così grata a Felipe, che lo seguiva ovunque andasse senza mai lamentarsi dei pericoli che correva insieme a lui.

Non mancava molto all’alba quando Olivia uscì dal salotto e andò in cucina, per lasciare che i due amici rimanessero da soli. Felipe e Mariano trascorsero il resto della notte a parlare fitto fitto. Mariano gli raccontò dei suoi progressi come socio del negozio dei tre fratelli e del fiorente commercio di sementi. Felipe gli fece un riassunto di tutto ciò che aveva fatto in quei cinque anni: aveva studiato, preparato e presentato numerose petizioni al governo spagnolo per l'indipendenza di Cuba e per l'abolizione della schiavitù.
Felipe e i suoi collaboratori erano riusciti a far sì che il 18 febbraio 1880 il Bollettino ufficiale dello Stato spagnolo emanasse una legge che poneva fine allo stato di schiavitù a Cuba. Tuttavia, quella legge conteneva una serie di condizioni che rallentavano l'effettiva fine del regime schiavista. In altre parole, quella legge non trasformava immediatamente gli schiavi in persone libere, ma li trasformava in Libertos, i quali dovevano pagare una grossa somma di denaro ai loro padroni per essere completamente liberi. Per i neri appena liberati fu stabilito un periodo di patronato di otto anni, durante il quale dovevano continuare a lavorare per i loro ex padroni in condizioni molto simili alla schiavitù, essendo consentite le punizioni corporali.
- Non siete soddisfatti di ciò che avete ottenuto?
- Abbiamo ottenuto ben poco, rispose Felipe.

- È sempre qualcosa. Vedrai che prima o poi la Spagna dovrà allinearsi alle leggi degli altri Paesi.
- La libertà adesso ha un prezzo economico, questo non può essere, stiamo lottando perché il Ministero degli affari Esteri ponga fine a questo ridicolo sistema di Libertos.
- Ce la farai, Felipe.
- Sono un po' stanco, Olivia ed io ancora dobbiamo nasconderci, ma quando sarà abolita definitivamente la schiavitù, potrò morire in pace.
- Non dire così Felipe, ce la farai a migliorare la legge che abolisce la schiavitù e a ottenere la libertà di Cuba senza spargimento di sangue.
- Sarà difficile, ho fiducia in José Martí, come l’avevo in Carlos Manuel de Céspedes, ma la memoria storica mi dice che la resistenza pacifica alla fine sfocia sempre nelle armi. Ammiravo Céspedes, oltre ad essere un uomo ricco e bello, che aveva vissuto in Europa e parlava diverse lingue, era una persona colta e sensibile, un poeta, con ideali molto nobili, capace di aggiornarsi sui progressi scientifici e tecnici, sulle dottrine filosofiche e sui movimenti artistici e letterari. Nella repubblica che voleva fondare, voleva una legge che organizzasse l'istruzione primaria universale, bianchi e neri insieme, con insegnanti itineranti e scuole con laboratori.
Per me era un amico, ma non lo seguii quando prese le armi e si unì ad altri separatisti più bellicosi.

- Tuttavia, la rivolta di Céspedes fu la miccia che accese la battaglia per l'abolizione della schiavitù, non è vero?
- Sì, ma a un prezzo molto alto: gli schiavi si unirono alle file dell'esercito ribelle volontariamente o con la forza e nonostante il fatto che neri e bianchi avessero combattuto dalla stessa parte per dieci anni ci fu molta discriminazione razziale nelle truppe e i neri furono sempre carne da cannone, disse Felipe.

- Si dice che da entrambe le parti ci furono più di centomila morti, tra quelli caduti in battaglia e quelli morti per le malattie tropicali. Molti giovani soldati dell'esercito spagnolo appena arrivati a Cuba si ammalarono e morirono senza andare in battaglia, rispose Mariano.
- Sì, ci fu un vero e proprio massacro, dopo una breve pausa Felipe disse - Ricordo che Céspedes scrisse: Tra i sacrifici che la Rivoluzione mi ha imposto, il più doloroso per me è stato il sacrificio del mio carattere. - Io non mi sacrificherò, la libertà deve essere raggiunta senza spargimento di sangue, se José Martí dichiarerà guerra alla Spagna io mi ritirerò dall'organizzazione.
- Hai tutta la mia ammirazione, ma è da troppi anni che stai scappando, forse è arrivata l’ora di pensare di più a te stesso e a Olivia.

- Ci proverò. Non so quando potremo rivederci, ma ti prometto che appena le cose andranno meglio ti cercherò, gli rispose Felipe.
Appena spuntò l’alba si salutarono e Mauricio riaccompagnò Mariano a L'Avana.

Alla fine del 1880, Ángel Hernández, padrone di una fattoria vicino a Pinar del Rio, si presentò al negozio dei tre fratelli.
- Mi hanno detto che un certo Mariano Defaus lavora da voi.
- Si, vado a cercarlo, è nel retrobottega, gli disse Pedro.
Pedro spostò la tenda e chiamò Mariano.
- Hai visite, disse.
- Buongiorno, sono Ángel Hernández, ho sentito parlare di lei come un grande intenditore di semi di cereali.
- Non esageriamo, rispose Mariano, soddisfatto dalle parole appena sentite.
- Io non me ne intendo di cereali, da quando sono nato ho visto solo piantagioni di tabacco intorno a me, disse il proprietario terriero, sorridendo.
Angel Herrera continuò a fare altre domande a Mariano e alla fine gli disse:

- Voglio seminare il grano sulla terra che ho ereditato da mio padre e sradicare le piante di tabacco. Ho bisogno che lei lavori con me nella mia fattoria.
Angel, all'età di vent'anni,
aveva comunicato a suo padre che voleva andare a studiare in Spagna. Il padre non vedeva di buon occhio che il suo erede se ne andasse lontano, ma, essendo una persona intelligente, alla fine gli diede il permesso e gli pagò gli studi di medicina. Il fratello invece era rimasto col padre ad occuparsi della piantagione di tabacco
Il primo giorno in cui Angel
si trovò in sala operatoria di fronte a un'autopsia svenne. Vedere il sangue lo faceva stare male, pensò che col tempo si sarebbe abituato, ma in realtà il suo malessere peggiorò. Accettò di non essere portato a fare il medico, ma si laureò, per non lasciare le cose a metà. A Madrid incontrò Nieves Herrera un pomeriggio in cui si recò nel quartiere di Lavapiés a comprare una brocca. Nieves apparteneva a una famiglia di vasai, modellava i pezzi di terracotta e li vendeva. Quando Ángel entrò nel negozio, rimase affascinato guardando la figlia del vasaio mentre sistemava gli scaffali pieni di cocci. Da quel momento Ángel andò a trovare Nieves ogni pomeriggio e un giorno le dichiarò il suo amore. Nieves aveva diciotto anni, Angel ventidue quando si sposarono. Vissero a Madrid per poco tempo, fino a quando Ángel dovette ritornare a Cuba, dopo la morte dei genitori e dell'unico fratello a causa della febbre gialla.
Quel giorno
Ángel Herrera disse a Mariano che nella sua fattoria c’erano dei bravi capisquadra e numerosi braccianti, gli mancava solo uno esperto coltivatore di cereali.
-
Le offro un buon lavoro e se va tutto bene e vediamo che andiamo d'accordo, potremmo pensare a diventare soci.
- E perché vuole sostituire le piantagioni di tabacco con campi di grano?
- Tutti
mi dicono che sono pazzo, che il tabacco è molto più redditizio, ma io ho già consultato degli agronomi esperti, che dicono che la mia terra è buona per i cereali e che la rotazione delle colture le farebbe bene, perché per troppi anni sono state coltivate solo piante di tabacco. La terra è impoverita, quindi voglio fare un cambiamento radicale nella fattoria. Inoltre, aborro la schiavitù e non voglio guadagnarmi da vivere sfruttando in modo disumano i neri. Il caso mi ha portato a possedere una fattoria che doveva essere per mio fratello, sono grato al mio destino, ma voglio cambiarlo. Ho dato la libertà a tutti gli schiavi, ma molti di loro sono rimasti a lavorare con me, guadagnando un salario. Nieves, mia moglie, mi sostiene in questo progetto, che a molti sembrerebbe un po' folle.
- Ci penserò. Grazie per la sua offerta, rispose Mariano,
che dall'emozione non riuscì a dire altro.
- Se accetterà la mia proposta, avrà un buon salario e anche una percentuale del ricavato del raccolto. Ah, dimenticavo, c'è una casetta per lei accanto alla nostra.
A Mariano
era piaciuto quell’umile proprietario terriero, che non aveva nulla a vedere con i gli altri padroni delle fattorie circostanti. Non ci poteva credere che potesse offrirgli così tanto, conoscendolo così poco.
Mariano si sentiva in colpa
ad accettare il nuovo lavoro, dovendo lasciare i tre fratelli. Si era talmente abituato a loro che gli dispiaceva abbandonarli. Pablo, il fratello maggiore, si era già ripreso dall'ictus che lo aveva colpito mesi prima e aveva cominciato ad andare in negozio, a spedire gli ordini e a tener la contabilità.

Dopo averci pensato per qualche giorno, fece sapere ai tre fratelli dell'offerta che Ángel Hernández gli aveva fatto.
- Continuerò a essere
il vostro socio, ma vi metterò a fianco un assistente che pagherò dalle mie tasche e ogni due o tre mesi verrò a L'Avana per aiutarvi.
-
Mariano, invece di correre dietro alle gonne ti occupi solo di affari, sarei più tranquillo se venissi a sapere che hai perso la testa per una mulatta, gli disse Pedro ridendo.
- S
ono contento che abbiano bisogno di te in una fattoria così importante, è una grande opportunità per te e sono molto orgoglioso di come ci sei riuscito da solo, disse Pepe, il fratello mezzano, quello più taciturno.
- Ci mancherai,
ti sono grato per tutto quello che hai fatto per noi, disse Pablo con fatica a causa della sua la bocca storta.
- Vediamo se a Pinar de Rio troverai la moglie che tanto
desideri.
- Non prendermi in giro, Pedro. Avrò
tanto da lavorare che non avrò tempo per correre dietro alle donne. Abbiate cura di voi e non mettetevi nei guai, disse loro Mariano, mentre si congedava.
Il 4 febbraio 1881, Mariano si sedette in un vagone, aspettando che la locomotiva partisse per San Cristóbal. Mariano, come suo padre, José Defaus Ballesté, era
un uomo puntuale; era solito recarsi alla stazione un'ora prima della partenza del treno.

Mentre guardava fuori dal finestrino l'andirivieni della gente sui binari, pensò al suo primo viaggio in treno a Barcellona, era il 1872.
- Come è cambiata la mia vita da allora, si disse.
Mariano non vedeva l’ora di trasferirsi nella tenuta di Ángel Hernández. Tuttavia, avvertiva un leggero dolore nella pancia, lo stesso che aveva sentito il giorno in cui era partito da Malgrat, il suo paese. Attribuì il leggero malessere al fatto che si stava allontanando da L'Avana, dal porto dove tante volte aveva immaginato di salpare per il ritorno in patria.

Proseguì fino a Pinar del Rio con una diligenza, poiché la costruzione di quel tratto di ferrovia non era ancora stata completata, si dovette aspettare fino al 1894 per la fine dei lavori.

Mariano arrivò all'imbrunire a Pinar del Rio, dove lo attendeva un carro guidato da un cocchiere che lo portò alla fattoria di Ángel Hernández, chiamata Esperanza, a pochi chilometri da Pinar del Rio, tra Las Ovas e Puerta de Golpe.
- Esperanza sarà la mia casa. Mi piace questo nome, si disse Mariano vedendolo scritto sopra il cancello.
I due sposi lo stavano aspettando. Lo accolsero come se fosse uno di famiglia e gli diedero subito le chiavi della casetta dove avrebbe alloggiato. La prima cosa che Mariano fece nella sua nuova dimora fu scrivere una lettera a Isabel.

Pinar del Rio 4 febbraio 1881
Cara Isabel,
ti invio il mio nuovo indirizzo affinché tu possa scrivermi. Non vivo più a L'Avana. Mi è stato offerto un buon lavoro in una fattoria chiamata Esperanza, a pochi chilometri da Pinar del Rio.
Il lavoro finalmente mi sta andando bene. Tuttavia, mi dispiace di averti lasciato e sento il vuoto della tua assenza. Mi pento delle mie indecisioni. Maria, stanca di aspettarmi, ha sposato il vedovo Valls e ora, come puoi capire, sono rimasto solo. I proprietari della tenuta Esperanza sono molto gentili con me. Sono stato fortunato.
Come stai? E tua zia? È da molto tempo che non ricevo una
tua lettera. Forse non riesci a trovare qualcuno che te le scriva? Ti auguro di trovare un uomo che ti ami e ti rispetti, te lo meriti.
Un abbraccio dal tuo sincero amico
Mariano Defaus Moragas