sabato 26 novembre 2022

Un hombre bueno

 


El otro día por la calle me encontré a Giovanna, una mujer de mi edad que vive en nuestro barrio. La conocí hace unos treinta años, en un parque, donde al salir de la escuela íbamos a que nuestros hijos jugaran, luego nos perdimos de vista.

Al principio no la reconocí, estaba más gordita, se había cortado el pelo, sus cabellos eran escasos y canos, ya no le quedaba nada de su preciosa melena, sin embargo su sonrisa era la misma de antaño. Su perrito olfateaba la esquina de la calle meneando la cola, mientras nosotras hablábamos en la acera.
Recordaba que ella trabajaba en un hospital de la ciudad, era la enfermera jefe.
- ¿Sigues trabajando? Le pregunté.
- No, me jubilé antes de la pandemia, pero al cabo de pocos meses descubrí que tenía cáncer de pulmón. A raíz de la quimioterapia empezó a caerme el pelo.

- ¡Qué mala suerte, lo siento mucho!
- Pero dentro de la desgracia tuve suerte, pues al hacerme una ecografía, por otros problemas menores, descubrieron el tumor, me lo dijo, llevando su mano derecha al pecho.
- Menos mal que fuiste a hacerte una ecografía. Y me imagino la angustia y el sufrimiento que sobrellevaste cuando te sometieron a tratamientos tan fuertes.
- Pues sí, pero resistí y sobreviví a los efectos secundarios. Siendo una mujer positiva, intenté luchar por mis dos hijos y por el nieto que estaba a punto de nacer. Ahora parece que todo esté bajo control: los tratamientos han funcionado y no tengo que operarme.
Giovanna tras toser un poquito, cogió un caramelo de su bolsa, se lo puso en la boca y siguió contándome:
- Mi marido hizo lo que pudo, pero lo pasaba muy mal cuando íbamos al hospital, una vez incluso se desmayó. A menudo me acompañaban mis hijos, pero a veces iba a los tratamientos de quimio y radioterapia con una amiga.
- ¡Qué bien! ¡No todos tienen la suerte de tener amigos y familiares que los cuiden! Le dije.
- Incluso mi padre, que entonces tenía casi cien años, me ayudó mucho. Tenía buen carácter y nunca se quejaba, al contrario cuando me llamaba me animaba, contándome anécdotas y recuerdos suyos. Me alegraba mucho escuchar su voz.
- No sabía que tu padre había llegado a cumplir cien años. ¿Vivía en Florencia?
- No, vivía en la zona del Monte Amiata, en la provincia de Siena, en Badia San Salvatore, en la casa donde nació. Cuando murió mi madre, decidimos que la mujer polaca, que con tanto cariño la había cuidado a ella, se quedara con mi padre. Él en aquel entonces no necesitaba a nadie, pero aceptó de buena gana nuestras decisiones porque no quería ser un peso para los hijos. Mi hermana vivía cerca de él y le echó una mano, pero él se las arreglaba solo: todas las mañanas bajaba al jardín para cuidar sus flores y regar su pequeña huerta.
- Me emociona saber que existen personas bondadosas como tu padre.
- Fue un padre maravilloso para mí, pero creo que todos los que lo conocieron dirían que fue un hombre bueno. Te voy a contar una cosa curiosa: unos meses antes de su muerte recibió una carta de un escritor español, que mi padre, cuarenta años atrás, había conocido. En aquel entonces el chico español estaba haciendo autostop con un amigo y mi padre los recogió. Había oscurecido y decidió llevarlos a su casa. Mi madre preparó una buena cena y les arregló un cuarto. En la carta además de darle las gracias a mi padre, le decía que quería ir a verlo.
- Parece mentira que, después de tantos años, ese escritor se acordara, de la amabilidad y bondad de tu padre.
- En realidad, la historia es un poco más larga. Si no tienes prisa, te lo puedo contar.
- Con mucho gusto. Como ves estoy volviendo a casa del mercado, desde que me he jubilado voy bien de tiempo, le dije, dejando las bolsas de la compra en el suelo.
Giovanna entonces comenzó a contarme los pormenores de la historia:
Mi hermana tiene dos hijos ventiañeros. Cuando Gabriele, el menor, que hacía 
el último año de bachillerato, se fue de viaje de estudios a  Barcelona, sucedió algo increíble. 

El profesor de letras y la profesora de gimnasia, fueron  sus acompañantes. Día tras día caminaron a lo largo y ancho por la ciudad, apreciando su vitalidad y belleza. También visitaron las obras de Gaudí, el Museo Picasso y la Fundaciò Miró. Al profesor le gustaban los idiomas, le encantaba escuchar a las personas que hablaban catalán y muchas veces les hacía notar a sus alumnos la diferencia entre las dos lenguas que se hablan en Cataluña. 

El día que salieron para Italia, en la frontera francesa, en una área de servicio, donde pararon para repostar gasolina, el profesor compró El País, uno de los diarios más importantes de España. Él recordaba las bases gramaticales del español, que había estudiado en el curso de literatura de la Universidad, pero no practicaba el idioma desde hacía años. Sentado en el autobús que viajaba veloz por el sur de Francia, el profesor abrió el periódico. Los chicos escuchaban música con auriculares o dormían, había un silencio insólito. Gracias a sus estudios clásicos y a su pasión por las lenguas modernas, el profesor pudo comprender bastante bien la mayoría de los artículos del periódico.

Al cabo de poco el profesor llamó a mi sobrino por el micrófono del autocar.
- Gabriele ¿Puedes acércate?
Él, todavía medio dormido, se dirigió hacia la parte delantera del autocar, donde estaba sentado el profesor.
- Un día me dijiste que tu abuelo estudió latín y que a veces te ayudaba en tus deberes ¿No? ¿Por casualidad se llama Angelo Mambrini? Le preguntó el profesor.
- Sí, pero no entiendo por qué me pregunta eso ahora.
El profesor, indicando el periódico abierto sobre sus rodillas, le contestó:
- Porque acabo de leer en el periódico de hoy el artículo de un famoso escritor español, donde cuenta el viaje que hizo a Italia a finales de los años setenta. Habla del señor Angelo Mambrini, que los llevó en coche, a él y su amigo, dos estudiantes autoestopistas, sin un duro pero llenos de entusiasmo y curiosidad. Es emocionante cuando cuenta que sin la ayuda de tu abuelo esa noche se habrían muerto de frío y hambre en la cuneta de la carretera. Al chico español lo primero que le llamó la atención de Angelo fue su mirada noble.
- Yo no sabía nada de eso, dijo mi sobrino.
- El muchacho español estaba estudiando Historia de Arte en la Universidad de Granada y le gustaba mucho la lengua italiana, aunque la conociera poco. Se asombró al descubrir que tu abuelo había estudiado latín. Cuenta que, de vez en cuando tenían que recurrir al latín, cuando no se entendían en sus respectivos idiomas. Describe a tu abuelo como un hombre culto de mediana edad, pero simple como un campesino. Recuerda con detalle la noche en que tus abuelos les dieron cobijo en su casa de Badia San Salvatore.  Acaba diciendo que a la mañana siguiente tu abuelo los acompañó a Siena en coche, a la parada del autobús directo a Roma y que les dio dinero para el viaje y una botella de su mejor vino.
- Mi abuelo es realmente así: tan bueno como el pan, le dijo Gabriele.
Giovanna dejó de hablar, 
 tras  recibir una llamada y apagar el móvil  y luego  me dijo:

- Tan pronto cuando llegaron del viaje, el profesor quiso ir con Gabriele a a ver a mi padre, para leerle el artículo.
Mi padre se emocionó  vindo su nombre en el artículo del periódico y escuchando la traducción del profesor.
- Recuerdo muy bien a los dos chicos españoles, uno se llamaba Antonio y el otro Pedro. Los vi desde lejos, eran dos bultos inmóviles al borde de la carretera, pero cuando mi coche se detuvo, los dos saltaron de alegría, habían perdido ya la esperanza de que los recogieran. Dijo riendo mi padre,
- ¿Angelo, se da cuenta de que su gesto generoso ha sido inmortalizado en ese artículo? Le comentó el profesor.
- Sí, por eso me gustaría escribirle y darle las gracias a Antonio, respondió mi padre.
- Te prometo que encontraremos su dirección, dijo mi sobrino.
Gabriele inmediatamente escribió a la editorial, donde el escritor publicaba y a los pocos días llegó su dirección. A la mañana siguiente, mi padre le dictó una carta a Gabriele.
Giovanna la buscó en su móvil y me la leyó en voz alta:

Querido Antonio,
dentro de unos días
cumpliré cien años. El mejor regalo, que nunca hubiera soñado para este  aniversario, ha sido la lectura de tu artículo de El País, en el que hablas de tu viaje a Italia de hace más de cuarenta años.
La vida
está llena de coincidencias increíbles: fue obra del azar que esa tarde yo transitara por aquella carretera comarcal; por la tarde fui a Siena, pues tenía una cita de negocios, pero me había confundido, la cita era para el día siguiente, así que estaba volviendo a casa. Vosotros os habíais perdido por aquellos parajes, pero aún no os habíais dado cuenta. Os vi desamparados y sin pensarlo dos veces os llevé a mi casa. Todavía recuerdo nuestras charlas, un poco en español, un poco en italiano y algunas palabras en latín. Os comisteis con avidez el plato de pasta y frijoles que mi mujer había cocinado y bebisteis nuestro buen vino con gusto.
Hace unos días,
el profesor de mi sobrino Gabriele, volviendo de un viaje de estudios a Barcelona, ​compró El País, en la última área de servicio de España, antes de la frontera francesa, esto también es insólito. Aunque él conociera poco la lengua española echó una ojeada a tu artículo y descubrió mi nombre.
Todas estas coincidencias
me tocan el corazón, no sé cómo explicarte las emociones que sentí al leer tu artículo. Me siento un hombre afortunado.
Me sacaste una sonrisa cuando
leí que yo para ti era un campesino culto, sí, yo era un hombre humilde pero decidido. Tuve el privilegio de estudiar en la Universidad de Siena. Podría haber ido a Roma a ejercer mi profesión para ganar más dinero, pero yo quise quedarme en Badia San Salvatore para ayudar, con mi trabajo, a todos los que lo necesitaran. Estaba orgulloso de mi tierra y de mis compaisanos.
Ahora, sentado en mi jardín, cierro los ojos y
pienso en que hice muy bien en tomar aquella decisión a pesar de que algunos familiares y amigos me lo desaconsejaran. No me he vuelto ni rico ni famoso, no era esa mi intención, así que estoy en paz conmigo mismo. Ahora creo que estoy listo para dejar mi lugar en esta Tierra a otras generaciones.
Much
as felicidades por el gran escritor en el que te has convertido.
Te agradezco de todo corazón que todavía me recuerdes.
Angelo
- ¡Qué carta
tan bonita! Le dije yo.
Giovanna se
detuvo de nuevo unos segundos, puso una mano en su bolso, sacó un pañuelo y se secó las dos lágrimas  que corrían por sus mejillas, luego siguió su narración:
El escritor respondió de inmediato a mi padre, diciéndole que su carta lo había tocado profundamente y que iría a verl
e lo antes posible; Pero no tuvo tiempo de hacerlo, mi padre murió unos días después, sin molestar a nadie, una noche mientras dormía. Aceptó la muerte como lo había aceptado todo en su vida, lo bueno y lo malo. Me gusta pensar que en su último sueño, se vio recorriendo despacio un trecho de su camino, sin mirar hacia atrás, porque sabía que pronto llegaría a su destino.
-
¡Qué lindas palabras, Giovanna! ¡Querías mucho a tu padre!
- Sí, lo extraño
cada día.
Mientras las campanas de la iglesia cercana estaban tocando las doce del mediodía, el perro de Giovanna, al ver pasar a
un señor con un perro grandote, comenzó a ladrar. Giovanna y yo nos dimos cuenta de que había pasado casi una hora desde que nos detuvimos hablando, así que nos despedimos, intercambiándonos nuestros números de teléfono. Mientras caminaba hacia casa con bolsas de la compra, iba pensando que iba a escribir la historia del hombre bueno, para no olvidarla.









martedì 22 novembre 2022

Un uomo buono

 

L’altra mattina ho incontrato per strada Giovanna, una mia coetanea che abita nel nostro quartiere. L’avevo conosciuta quando entrambe avevamo i bambini piccoli. Ci vedevamo in un giardino pubblico, dove, all’uscita della scuola, portavamo i figlioletti, poi c’eravamo perse di vista.

All'inizio non l'avevo riconosciuta, il suo corpo era un po’ appesantito e arrotondato, i suoi capelli corti, una volta neri e folti, adesso erano diventati più radi e bianchi, ma il suo sorriso era lo stesso di tanti anni prima. Il suo piccolo cane annusava l’angolo della strada scodinzolando, mentre noi parlavamo sul marciapiede.

Ricordavo di lei che lavorava in un ospedale della città, era un'infermiera-caposala.

- Ancora lavori, le domandai?

- Sono andata in pensione prima della pandemia, ma dopo poco ho scoperto di avere un tumore molto aggressivo.

- Che sfortuna, mi dispiace tanto!

- Ma nella sfiga sono stata fortunata, ero andata a farmi un’ecografia per altri problemi di poco conto, il giorno in cui hanno scoperto che avevo un tumore polmonare, disse Giovanna portandosi la mano sul petto.

- Meno male. Immagino l’angoscia e la sofferenza che hai patito durante le pesanti terapie antitumorali.

- Ho resistito e sono sopravvissuta a queste cure bestiali. Essendo una donna positiva, ho lottato per i miei due figli e per il nipotino che stava per nascere. Adesso sembra che tutto sia sotto controllo: le terapie hanno funzionato e non devo sottopormi a un’operazione.

Poi Giovanna, tossì, prese una caramella balsamica dalla borsa, la portò in bocca e continuò il suo racconto:

- Mio marito ha fatto quello che ha potuto, ma stava male quando veniva con me in ospedale, una volta è addirittura svenuto. Spesso sono stata accompagnata dai figli, ma qualche volta sono andata alle sedute di chemio e radioterapia con una amica.

- Non eri da sola! Questa è una bella cosa, non tutti hanno la fortuna di avere amici e parenti premurosi!! Le ho detto io.

- Anche mio padre, che allora aveva quasi cent’anni, mi ha aiutata molto. Lui aveva un buon carattere e non si lamentava mai, al contrario quando mi chiamava mi tirava su di morale, raccontandomi aneddoti e ricordi. Mi faceva tanto bene sentire la sua voce.

- Non sapevo che tuo padre fosse vissuto fino a cent’anni. Abitava a Firenze?

- No, abitava nella zona dell’Amiata senese, a Badia San Salvatore, nella casa dove era nato. Da quando era morta mia madre, avevamo deciso di tenerci la brava badante polacca che l’ aveva accudita con tanta dedizione fino alla fine. Mio padre a quei tempi non ne avrebbe avuto bisogno, ma accettava volentieri le nostre disposizioni perché non voleva diventare un peso per noi figli. Mia sorella abita lì vicino e gli dava una mano, ma lui fino all’ultimo è stato sempre in gamba: ogni mattina scendeva in giardino per curare i suoi fiori e annaffiare l’orticello.

- Mi commuovo quando sento parlare di persone come tuo padre. Dalle tue parole percepisco la sua bontà.

- Per me è stato un padre magnifico, ma penso che tutti quelli che lo hanno conosciuto ti potrebbero dire che è stato un grande uomo. Ti voglio raccontare un aneddoto curioso: qualche mese prima della sua morte ricevette una lettera di uno scrittore spagnolo, che mio padre, più di quaranta anni prima, aveva conosciuto. Il ragazzo spagnolo faceva autostop con un amico dalle parti di casa nostra e mio padre dette loro un passaggio. Era diventato buio e lui decise di dargli ospitalità. Mia madre preparò una bella cena e allestì una camera per i due autostoppisti. Nella lettera oltre i ringraziamenti, lo scrittore gli diceva che voleva incontrarlo.

- Bravo lo scrittore che dopo tanti anni si è ricordato della gentilezza e bontà di tuo padre.

- In realtà la storia è un po’ più lunga. Se non hai fretta, te la posso raccontare.

- Molto volentieri. Come vedi sto rientrando a casa dal mercato, anch’io sono in pensione come te e ho tanto tempo a mia disposizione, dissi io appoggiando le borse della spesa per terra.

Giovanna allora cominciò a raccontarmi come si era svolta la faccenda:

Mia sorella, che ha quattro anni meno di me, ha due figli ventenni. L’anno in cui il più piccolo andò in gita in Spagna, prima dell’esame di Maturità, successe qualcosa di incredibile. Il professore d’italiano, insieme alla professoressa di educazione fisica, accompagnarono i ragazzi di quinta Liceo a Barcellona. Girarono per lungo e largo la città, apprezzando la sua vivacità e bellezza. Visitarono anche le opere di Gaudì, il Museo Picasso e la Fundaciò Mirò. Il professore era molto curioso di ascoltare la gente che parlava il catalano e spesso faceva notare ai ragazzi le differenze tra le due lingue parlate in Catalogna. 

Il giorno della partenza per l’Italia, in un’area di servizio, dove si erano fermati a fare rifornimento di benzina, prima della frontiera francese, l’insegnante di lettere comprò El País, uno dei un giornali più importanti della Spagna. Si ricordava le basi grammaticali della lingua spagnola, che aveva imparato nel corso di letteratura all’Università, ma erano anni che non praticava la lingua. Seduto sul pullman che viaggiava veloce attraverso le terre del sud della Francia, il professore aprì il giornale. I ragazzi ascoltavano musica con le cuffie o dormivano, c’era un insolito silenzio. Grazie ai suoi studi classici e alla sua passione per le lingue moderne, il professore riuscì  a capire a grandi linee la maggior parte degli articoli del giornale.

A un certo punto il professore chiamò mio nipote, attraverso il microfono del pullman.

- Gabriele, puoi venire?

Lui, ancora mezzo addormentato, si recò verso la parte anteriore del pullman, dove il professore era seduto.

- Credo di ricordare che tuo nonno sapeva bene il latino e che ogni tanto ti aiutava a fare i compiti. Per caso si chiama Angelo Mambrini? Disse il professore.

- Si, ma perché mi domanda adesso questo?

Il professore, segnalando il giornale che aveva aperto sulle gambe, disse:

- Perché ho appena letto l’articolo di un noto scrittore spagnolo, dove racconta del viaggio che fece in Italia alla fine degli anni settanta. Parla dell’altruismo del señor Angelo Mambrini, il quale una sera, in cui lui e il suo amico, due studenti squattrinati ma pieni di entusiasmo e curiosità, facevano autostop, aveva dato loro un passaggio in macchina. Con grande emozione racconta che senza l’aiuto di tuo nonno quella notte sarebbero morti di freddo e di fame sul bordo di una strada deserta. Al ragazzo spagnolo la prima cosa che aveva colpito di Angelo era il suo sguardo nobile.

- Non ne sapevo niente di questa storia, disse mio nipote.

- Lo scrittore studiava Storia dell’arte all’Università di Granada e amava molto la lingua italiana, anche conoscendola poco. Il suo grande stupore fu scoprire che tuo nonno sapesse il latino e fosse laureato. Dice che, non capendosi sempre nelle rispettive lingue, ogni tanto dovevano ricorrere al latino. Descrive tuo nonno come uomo colto di mezza età, ma semplice come un contadino. Ricorda per filo e per segno la sera in cui furono ospitati a Badia San Salvatore e che la mattina dopo furono accompagnati da  Angelo a Siena, alla fermata dell’autobus per andare a Roma e che consegnò loro dei soldi per il viaggio e una bottiglia del suo miglior vino.

- Mio nonno è veramente così: buono come il pane, disse Gabriele con un filo di voce.

Giovanna  prese dalla borsa  il  cellulare che stava suonando e lo spense,  poi continuò:

Appena ritornati dalla gita, il professore volle andare con Gabriele a conoscere Angelo Manfrini, per rileggergli l’articolo. Mio padre si commosse al vedere il suo nome sull'articolo del giornale e mentre ascoltava la traduzione del professore e poi disse:

- Vidi i due ragazzi spagnoli in lontananza, erano immobili, seduti sul ciglio della strada, ma quando la mia macchina si fermò, i due saltarono di gioia, ormai avevano perso la speranza di avere un passaggio.

- Angelo, si rende conto che il suo gesto generoso è stato immortalato in questo articolo? Disse il professore.

- Per questo voglio ringraziare Antonio, rispose mio padre.

- E noi ti troveremo il suo indirizzo, disse Gabriele.

Gabriele scrisse subito alla casa editrice, dove lo scrittore pubblicava e dopo pochi giorni arrivò l’indirizzo. L’indomani mio padre dettò a Gabriele una lettera.

Giovanna la cercò sul cellulare e la lesse a voce alta:

Caro Antonio,

tra pochi giorni compierò cent’anni. Il regalo più grande, che non avrei mai sognato di avere per questo importante anniversario, è stato leggere il tuo articolo su El País, quello che parla del nostro incontro, avvenuto più di quaranta anni fa.

La vita è fatta da combinazioni incredibili: è stato un caso che quella sera io mi trovassi nella strada provinciale dell’Amiata; il pomeriggio ero andato a Siena per un appuntamento di lavoro, ma mi ero confuso, era per il giorno successivo, quindi stavo rientrando a casa. Voi vi eravate persi, ma ancora non vi eravate resi conto. Vi ho visti infreddoliti e senza pensarci due volte vi ho portati a casa. Ricordo ancora le nostre chiacchierate, un po’ in spagnolo, un po’ in italiano e qualche parola in latino. Avete mangiato con voracità il piatto di pasta e fagioli che aveva cucinato mia moglie e bevuto con gusto il nostro vino rosso.

Qualche giorno fa, il professore di uno dei miei nipoti, rientrando dalla gita scolastica a Barcelona, ha comprato El País, nell’ultimo giornalaio della Spagna, prima della frontiera francese, anche questa è una cosa insolita. Nonostante conoscesse poco la lingua spagnola i suoi occhi sono caduti sul tuo articolo e sul mio nome.

Tutte queste coincidenze mi riempiono il cuore. Mi sento un uomo fortunato, non so come spiegarti le emozioni che ho provato leggendo il tuo scritto.

Mi hai fatto sorridere quando parli del contadino laureato, si, ero un uomo umile ma determinato. Sono stato privilegiato ad aver frequentato in quei tempi l’Università di Siena. Avrei potuto andare a Roma a esercitare la mia professione per guadagnare più soldi, ma io ho voluto rimanere a Badia San Salvatore per aiutare, col mio mestiere, tutti quelli che ne avevano bisogno. Ero fiero della mia terra e dei mie compaesani.

Adesso seduto nel mio giardino chiudo gli occhi e apprezzo quella mia scelta di restare, nonostante fossi stato sconsigliato da parenti e amici. Non sono diventato ricco né famoso, non era il mio scopo di vita, per questo sono in pace con me stesso. Adesso credo di essere pronto per lasciare il mio posto su questa Terra ad altre generazioni.

Tanti complimenti per il grande scrittore che sei diventato. Bravo!!

Grazie di cuore per ricordati ancora di me.

Angelo

- E’ una lettera bellissima! Dissi io.

Giovanna, si era fermata qualche secondo prima di concludere la storia, per prendere un fazzoletto e asciugarsi le due lacrime  che scendevano sul suo viso.

- Lo scrittore rispose subito a mio padre, gli diceva che la sua lettera lo aveva toccato nel profondo e che al più presto sarebbe andato a trovarlo; Ma non fece in tempo, mio padre morì pochi giorni dopo, una notte nel sonno, senza disturbare nessuno. Accettò la morte come aveva accettato ogni cosa della sua vita, quelle buone e quelle cattive. Mi piace pensare che nel suo ultimo sogno, lui si vedeva camminando lentamente per una lunga strada, senza voltarsi indietro, perché sapeva che tra ben poco sarebbe arrivato a destinazione.

- Che belle parole, Giovanna! Volevi molto bene a tuo padre.

- Si, mi manca tanto.

Mentre le campane della chiesa vicina suonavano mezzogiorno, il cane di Giovanna, vedendo un altro cane piuttosto grosso che gli passava accanto col padrone, cominciò ad abbaiare. Giovanna ed io ci siamo accorte che era passata quasi un’ora da quando ci eravamo fermate a parlare, quindi ci siamo salutate, scambiandoci i numeri di telefono. Mentre camminavo con le borse della spesa verso casa pensavo che volevo scrivere la storia dell’uomo buono, per non dimenticarla.