sabato 30 settembre 2023

La finca Esperanza - Cap. 12

 


Tras la declaración de amor que le hizo Mariano a Nieves, en toda la finca Esperanza creció el buen humor. Un atardecer de primavera marido y mujer, por primera vez fueron al Teatro Milanés de Pinar Río, a ver la obra, Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, que representaba una compañía española.

- Nieves, no te olvides jamás del año 1893, pues en Pinar del Río, fue inaugurada la primera planta eléctrica. Mira que iluminación tan bonita tiene el teatro, el alumbrado ya no es a gas, sino eléctrico.

- Yo me acordaré del año1893, porque tú me declaraste tu amor, le dijo besándolo.

- Sabes que desde que salí de mi pueblo no había vuelto a ver una pieza teatral, le dijo al oído, mientras desde su palco veían en el escenario que Don Juan raptaba a Doña Inés.

Cuando salieron del teatro Nieves le dijo:

- Si tuviéramos una niña me gustaría llamarla Inés y Juan, si es niño.

- Estoy de acuerdo con Juan, pero si es niña, va a llamarse Teresa, como mi madre.

- Lo hombres tenéis que mandar siempre, pero esta vez te lo concedo, pues a mí también me gusta el nombre de Teresa.

Otro atardecer fueron a cenar al Café Restaurante La Perla, un local renombrado que se había inaugurado en la ciudad diez años atrás, donde a ellos jamás se les había pasado por la cabeza entrar.

Mariano en aquella ocasión le contó a Nieves que muchos años atrás se quedó boquiabierto de admiración al entrar por primera vez en el restaurante de Barcelona, Les set portes.

- Yo también en Madrid me quedé como tú con la boca abierta de tanto esplendor, cuando Ángel me llevó a comer un cocido al restaurante LHardy de la Carrera de San Jerónimo.

La pareja de enamorados en aquella época empezó a salir más, iban a salas de fiestas o locales de alterne y por consiguiente se hicieron amigos nuevos. El niño Ángel, que ya había cumplido doce años, se quedaba a gusto en casa y pasaba las veladas leyendo o jugando a cartas con Gabriel y Lucas.

Sin embargo en toda la isla iba aumentando la incertidumbre y el miedo de que estallara otra guerra. José Martí, después de haber convencido a Maceo y a Gómez, ambos exiliados en el extranjero, a unirse al PCR, dedicó una ardua labor en el extranjero, para recaudar recursos y aunar voluntades para la gesta libertaria cubana, que duró casi tres años. En abril de 1895 José Martí y sus aliados zarparon hacia Cuba y desembarcaron cerca de Baracoa. Su llegada fue acogida con júbilo por el pueblo y muchos campesinos se unieron a ellos. El poeta la llamó La Guerra Necesaria. Reclutaron a 40.000 hombres y se dirigieron hacia el oeste, donde el 19 de mayo se enfrentaron por primera vez al ejército español, en un lugar llamado Dos Ríos.

El primer día que entró en combate José Martí fue tiroteado y asesinado en el campo de batalla, mientras dirigía una carga suicida hacia las líneas enemigas. De haber sobrevivido, con toda seguridad hubiera sido elegido presidente de Cuba, pero tras su muerte se convirtió en héroe y mártir.

A pesar de las penurias de la guerra recién empezada, en 1895 en la finca Esperanza estallaron los fuegos artificiales para festejar el nacimiento de Juan, el primer hijo de Nieves y de Mariano. Cuando Teresa Moragas y José Defaus leyeron el telegrama de su hijo que les anunciaba el nacimiento de pequeño Juan Defaus Herrera saltaron de júbilo.

La guerra de Cuba no daba tregua, Gómez y Maceo, conscientes de los errores cometidos durante la Guerra de los Diez Años, marcharon hacia el oeste, arrasando y quemando todos los campamentos y cuarteles españoles que encontraron a su paso. Las primeras victorias condujeron a una ofensiva continua y en enero de 1896, Maceo penetró en Pinar del Río, mientras Gómez resistía cerca de La Habana. Precisamente cuando Maceo estaba entrando en Pinar de Rio, a pocos kilómetros, Nieves dio a luz a José, su segundo hijo.

Cuando Teresa leyó el telegrama que anunciaba el nacimiento de José Defaus Herrera sintió una gran alegría. Su marido que acababa de cumplir setenta años, no demostró el júbilo que ella esperaba.

José Defaus Ballesté, se había ido entristeciendo, llevaba tiempo sintiendo los achaques de la vejez y estaba asustado porque presentía que se le estaba acercando la hora de la muerte. Poco a poco perdió el apetito y empezó a salir menos de casa.

Teresa hacía tiempo que sufría en silencio, pensando en que a los tres hijos que estaban fuera de casa les tocaría bien poco de herencia de su esposo, pero no se atrevía a hablar de ello con él, pues ella no poseía nada, era todo de él. Sin embargo cuando José empezó a comentar que ya había llegado la hora de hacer testamento, Teresa se atrevió a decirle:

- A Mariano, Isidro y Mariona deberías darles algo más de legítima.

- Pero mujer, yo estoy siguiendo la ley.

- Déjate de leyes José y dales más bienes.

- Los tres se han abierto camino en la vida, no necesitan nuestro dinero. Sobre todo Mariano que, casándose con Nieves se ha convertido en un terrateniente.

- Mariano no es el amo, es Nieves la dueña de todo. Lo mismo le pasa a María, la vivienda es de su marido y piensa en que el pobre Isidro vive en una casucha de alquiler. Isidro es el que más lo necesita. A todos les iría bien una bolsa de monedas. La vida da muchas vueltas y no se sabe lo que les puede suceder.

- Bueno, mujer, haré como dices tú: Francisco será mi heredero universal, tú serás la usufructuaria de todos mis bienes y los demás hijos recibirán una buena legítima ¿Qué te parece dos mil quinientas pesetas?

- Ahora sí que estás actuando bien, pero quizás a Isidro tendrías que dejarle algo más, a él le hubiera tocado ser el heredero universal sino lo hubiéramos enviado a la mar, le dijo Teresa.

- Déjate de historias, mi heredero es Francisco.

- No quiero discutir contigo, pero tienes que reconocer que a Isidro lo hemos tratado peor. Por eso para poco por aquí, creo que está resentido con nosotros.

- Yo estoy tranquilo, le hicimos un favor, alejándolo de la mala vida.

- La última vez que vino me dijo que se sentía la oveja negra de la familia, pero esperemos que le vaya pasando todo ese resentimiento. Con su oficio de cubero no creo que se haga rico.

- ¡Tú siempre tan exagerada! Verás que Isidro va estar contento con su parte de herencia.

Teresa estaba preocupada por Isidro y durante algunos días dejó de pensar en Mariano, pero pronto, escuchando la radio, se enteró de que al otro lado del Atlántico había empezado una nueva guerra y otra vez se angustió. Las noticias de Cuba llegaban distorsionadas. Teresa no llegó nunca a entender lo que realmente estaba sucediendo en la isla.

Mientras en Cuba los españoles respondían con fuerza y atrocidad a los ataques de Maceo y Gómez y empezaban a adoptar tácticas brutales para limitar los movimientos de los rebeldes y debilitar la resistencia clandestina (los campesinos fueron recluidos en campos de concentración y todo aquel que apoyó la rebelión fue ejecutado), en España, por el afán de no perder la colonia, crecía el patriotismo y el apoyo a la guerra. El 7 de diciembre de 1896, los rebeldes sufrieron un duro golpe militar cuando Antonio Maceo fue asesinado al sur de La Habana al intentar escapar hacia el este.

Para entonces, Cuba estaba sumida en el caos: miles de personas habían fallecido, el país estaba en llamas. Fueron meses terribles. A finales de 1897, el gobierno español se encontró con las arcas vacías y con un ejército agotado por las enfermedades tropicales y la resistencia de los rebeldes. Sin embargo, las tropas leales a España seguían controlando todas las ciudades, puertos e infraestructuras vitales de Cuba. El gobierno de los Estados Unidos reclamaba que la guerra afectaba sus intereses y le exigió a España reformas para lograr la paz, pero aquella guerra no parecía tener fin al no conseguir derrotar totalmente a los rebeldes.

En enero de 1898 el acorazado Maine fue enviado a La Habana para proteger a los ciudadanos estadounidenses. La tarea nunca se llevó a cabo: el 15 de febrero de 1898 el Maine explotó inesperadamente en el puerto de La Habana y murieron 266 marineros. Los españoles afirmaron que había sido un accidente, los estadounidenses culparon de la bomba a los españoles, y algunos cubanos acusaron a los Estados Unidos de utilizarlo como pretexto para intervenir. Pese a las distintas investigaciones de los años siguientes, el auténtico origen de la explosión es tal vez uno de los grandes misterios de la historia. Tras el desastre del Maine, los americanos ofrecieron 300 millones de dólares a España por Cuba y cuando este acuerdo fue rechazado, estalló la guerra.

Los estadounidenses hundieron los barcos españoles en sólo cuatro horas frente a la bahía de Santiago de Cuba. La única batalla terrestre importante tuvo lugar el 1 de julio de 1898, cuando el ejército americano atacó posiciones españolas en la colina de San Juan, al oeste de Santiago. Pese a ser muchos menos y contar con armas limitadas y anticuadas, los españoles asediados resistieron dos semanas, fue el principio del fin para los españoles, que el 17 de julio de 1898 tuvieron que rendirse incondicionalmente ante los americanos.

Mientras España perdía Cuba, José Defaus Ballesté se estaba muriendo en su casa de Malgrat sin poder despedirse de todos sus hijos. Su muerte fue rápida, un atardecer tuvo un infarto que lo dejó inmóvil en la cama durante veinticuatro horas, su esposa, sus hijos, Francisco y Mariona y Teresita, su nuera, no lo dejaron ni un sólo momento, ni de día ni de noche. En su agonía Teresa le repetía sin cesar que Mariano e Isidro iban a llegar muy pronto.

José fue consciente hasta el final y encargó a su mujer que, en cuanto llegaran, abrazara de su parte a sus hijos y que les entregara los bienes que había dispuesto para ellos.

- Francisco, cuida de tu madre, de tu mujer y de tus hijos, ahora eres tú el cabeza de familia.

- Lo haré, confíe en mí, padre.

- Y tú Mariona, no te olvides de tu madre.

- Padre, usted sabe que no voy a olvidar jamás a mí familia, le contestó Mariona.

- Gracias Teresa, por el amor que me has dado y por haber dedicado toda tu vida a mí y a nuestros hijos. Sin ti no habría sido un padre justo, ni un marido fiel, ni un buen cristiano, hubiera sido un don nadie.

- No digas eso que me haces llorar, le contestó Teresa acariciándole la cabeza.

- Pero antes de morir quiero confesarte algo que hice y que quizás no lo hubieras permitido... ¿Podéis dejarnos solos unos minutos?

- Claro padre, le dijo Mariona, saliendo de la habitación con Francisco y Teresita que estaba empezando a llorar.

- No te vas a creer lo que te voy a revelar.

- ¡No te esfuerces en hablar! Me da igual saberlo o no saberlo.