sabato 16 settembre 2023

Teresa Moragas - Cap.11

 


La mañana de finales de agosto de 1873, en que Mariano se fue a Cuba, Teresa Moragas Gibert, se quedó inmóvil en la puerta de casa, mirando como su marido, José Defaus Ballesté y su hijo mayor doblaban la calle que desembocaba en la plaza de la iglesia. Se dirigían a la estación. José llevaba la maleta y Mariano la mochila. Ambos estaban serios y hablaban poco. José acompañó al muchacho al andén donde salía el tren para Barcelona.

Corrió mucha agua por el puente, desde de aquella mañana en que Teresa se despidió de Mariano. A medida que pasaban los meses se daba cuenta de que quizás no volvería ver a su hijo tan pronto como esperaba, pero cada vez que le llegaba una carta le parecía que lo tenía a su lado.

Teresa no era una mujer apocada y sufridora, al contrario hubiera sido una aventurera si hubiera tenido la oportunidad de salir de pueblo, pero en aquella época las mujeres tenían que quedarse calladas y hacer lo que su padre había establecido para ellas. Se casó con José Defaus Ballesté sin apenas conocerlo. Antes de la boda sólo lo vio un par de veces en el baile de la fiesta mayor del pueblo. Pero por suerte José era un buen hombre y siempre la respe, aunque en casa mandara él, a ella también le dejaba decidir muchas cosas. Mariano se parecía a ella, era amable, soñador, sensible, valeroso, fiel y cumplidor.

- ¿De dónde nos ha salido Mariano? Le preguntó una noche calurosa de principios del verano del 1873 su marido, hablando flojo para que los cuatro hijos varones, que dormían en la alcoba de al lado, no lo oyeran.

- Verás, Mariano va a ser un hombre de bríos, le dijo Teresa.

- Le gustan demasiado los trenes y los barcos. Tengo miedo de que se nos vaya.

- A mí también me dolería que se fuera lejos, pero será lo que Dios quiera, se atrevió a decir Teresa.

- No creo que nos abandone, lo decía por decir, pero lo que más me preocupa ahora es que su quinta sea llamada, corren voces de que faltan voluntarios en el ejercito y que van a reclutar a todos los jóvenes de dieciocho años.

- No te preocupes José, Mariano sólo tiene diecisiete años. A él no le va a tocar, le dijo Teresa, no del todo convencida.

Teresa aquella noche durmió mal, sabía que la situación política era de las peores y que su hijo mayor tarde o temprano sería llamado a las armas, sin embargo se levantó y como siempre preparó el desayuno para toda la familia. Mientras tomaban una taza de leche con pedazos de pan duro, le dijo a su marido que había tenido una pesadilla muy rara:

- El jardín estaba inundado de agua, llovía a cántaros y se iban muriendo todas las plantas, de golpe unas ranas muy gordas salieron de los charcos y entraron en casa. ¿Quién sabe lo que querrá decir?

- ¡No quieren decir nada los sueños!Lo único que creo es que va a llover, le dijo José riendo.

Teresa sonrió pero no le confesó que aquella noche apenas había pegado ojo por el temor de perder a Mariano.

Al cabo de unos días, el cartero le trajo el aviso del reclutamiento de Mariano. Con aquel sobre en la mano Teresa se derrumbó y se echó a llorar. Cuando llegó su marido intentó serenarse, pero no lo consiguió, los pequeños lloraban con ella y Teresa hipando le entregó la carta. José, mientras la leía, tuvo que sentarse. Mariano iba rezagado detrás de José y tras ver la cara crispada de su padre supo que lo habían llamado a la guerra. Cuando José se repuso abrazó a Mariano y le dijo que la familia Defaus era muy estimada en el pueblo y que seguro que alguien les ayudaría.

Teresa dejó que su marido fuera a ver al alcalde, pero no le confesó que no creía en que aquel buen hombre pudiera hacer algo:

- Mariano no es hijo de viuda y no tiene defectos físicos, no es posible que sea reformado, se dijo.

Sollozó de alegría y de pena, cuando supo que Mariano podía escaparse a Cuba protegido por el farmacéutico Sarrá.

Las primeras semanas, después de la huida de Mariano, fueron para Teresa muy duras, se encerraba en el cuartucho del lavadero para que nadie la viera llorar.

La casa era antigua, la había construido un tatarabuelo de José Defaus Ballesté a finales del siglo dieciocho. En la planta baja había dos cuartos, uno luminoso, el costurero, con una ventana daba a la calle y el otro oscuro, el trastero, con una ventana alta que daba a la escalera. Las alcobas estaban en el primer piso, al que se accedía por una escalera bastante empinada. En el comedor había muebles buenos que nadie usaba, sólo de vez en cuando los pocos huéspedes que entraban en la casa se sentaban en las sillas tapizadas. Después del comedor se accedía a una amplia cocina que daba al patio. En la cocina había una estufa de leña y un grande hogar, donde la familia en invierno pasaba la mayor parte del tiempo. En el patio había un pozo, un lavadero y un retrete, que todos llamaban, comuna. La comuna, consistía en una tabla de madera con un agujero central donde uno se podía sentar para orinar y evacuar el vientre. Teresa cuidaba con esmero el patio lleno de macetas con plantas y flores. Más allá del patio había los establos y los corrales.
Sin embargo cuando Teresa recibió la primera carta de Mariano volvió a sonreír. Se la leía a todo el mundo y dejó de ir a llorar al lavadero. Para ella, aunque no quisiera admitirlo, Mariano era su hijo favorito. Desde que se había embarcado estaba como loca cuando recibía sus cartas y le contestaba enseguida, se diría que vivía sólo para eso.

- ¡Qué exagerada que eres, mujer! Deja de pensar en Mariano y goza de los hijos que tienes en casa, le decía su marido, casi cada noche antes de dormirse.

- No lo consigo. Necesito saber de su vida, carteándome con él es como si yo también estuviera en Cuba. Además tengo la corazonada de que va a volver pronto, mientras tanto no quiero que se sienta solo, por eso le cuento todos las anécdotas de nuestra familia, para que se sienta cerca de casa.

- Pobre cartero, lo agobias cada mañana esperando carta, le dijo José Defaus Ballesté y tras un bostezo, zanjó la conversación, apagando la luz.

Los años iban pasando y Teresa cada vez tenía más miedo de no volver a ver a su hijo, pero no se lo dijo a nadie, al contrario le decía a todos que Mariano iba a volver pronto.

En una carta del 15 de mayo de 1876 Teresa le contó a Mariano los pormenores de la boda de María, su segunda hija a quien todos llamaban Mariona. Ella tenía dieciocho años y su novio, Agustí Riera Nualart, un muchacho de Malgrat, tenía veintiuno. Agustí era el hijo menor de una familia de labradores. Sabiendo que la tierra de sus padres la heredaría sus hermano mayor, buscó trabajo fuera de la aldea. Encontró un empleo de masovero en la Bisbal, un pueblecito cerca de Girona. Mariona lloró mucho pues no quería alejarse de Malgrat. Teresa tuvo que convencerla de que se fuera con Agustí a la Bisbal.

- Si os quedáis en Malgrat os vais a morir de hambre, le dijo con dureza y con dulzura a la vez.

Pero eso no se lo contó a Mariano.

Teresa no estaba de acuerdo con ley de herencias que regía en Cataluña, la cual disponía que todos los bienes eran para el heredero, generalmente el mayor de los hijos varones y sólo les tocaba una pequeña legítima a los demás hijos. Ella sabía que no podía cambiar las reglas que habían establecido sus antepasados, sin embargo cuando escribía a Mariona le enviaba dinero, para remediar un poco aquellas desigualdades.

A Mariona no le gustaba escribir, prefería que su marido, con un coche de caballos dos o tres veces al año, la llevara a ver a su madre.

Llegó el día en que Isidro, su tercer hijo, a los quince años, se embarcó en un navío que mercanceaba por el sur de Francia, era un día gris de principios de invierno de 1977. Isidro también tenía índole viajera como Mariano, pero era más impulsivo y a menudo obraba sin cautela. Teresa se había enterado de que se entendía con una mujer de la mala fama.

- Isidro, recuerda que una mujer buena y leal es un tesoro real, le dijo Teresa.

- ¿Por qué me dice eso, madre? Yo aún no tengo mujer, le contestó Isidro.

- Te lo digo porque cuando la tengas pienses en mis palabras.

Teresa no le contó a su marido la verdad, sólo le dijo que temía que Isidro se descarrilara. Los dos decidieron que se se embarcara como marinero en uno de los navíos que anclaba en el astillero de Malgrat.

Teresa pensaba que iba a enloquecer perdiendo a otro hijo, pero sufrió mucho menos que cuanto se fue Mariano, pues sabía que a Isidro le iría muy bien alejarse de aquella mujer de dudosa reputación y además que iba a volverlo a ver cada dos o tres meses.

Una noche, cuando Teresa y José se estaban acostando, ella le habló de la última carta que le había escrito a Mariano:

- Le conté que Isidro se embarcó hace pocas semanas y lo poco que lo vamos a ver de ahora en adelante. Antes de que te duermas te la voy a leer.

- Ya me la leerás mañana, ahora tengo mucho sueño, le contestó él.

José leía de muy buena gana las cartas que llegaban de Cuba, pero evitaba con cualquier escusa que su mujer le leyera las que ella escribía a Mariano, pues se emocionaba al oír todo lo que Teresa le contaba de sus hijos que aún le quedaban en casa y le daba vergüenza que su mujer lo viera llorar.

Joan, su tercer hijo varón, fue llamado a las armas a principios de 1878, cuando acababa de cumplir dieciocho años. Hacía cinco años que Mariano se había escapado a Cuba y todos estaban escarmentados, pues para ellos ayudarlo a huir había querido decir no volver a verlo, por eso Teresa y José dejaron que las cosas siguieran su curso natural.

Teresa en sus cartas le contaba a Mariano poco de Joan, pues no quería apenarlo. Estuvieron muchos meses casi sin tener noticias del soldado hasta cuando Joan volvió con una herida en la pierna y con una fuerte bronquitis. Desde que regresó del frente se había vuelto más taciturno. Pasaba muchas horas sólo en el campo, se sentaba bajo un árbol y meditaba. Su hermano Francisco, que tenía cuatro años menos que él, tuvo que dejar el seminario donde estudiaba para ocuparse de los cultivos y de las cosechas. José y Teresa estaban preocupados por Joan, pues parecía que estuviera en otro mundo del que no lograba salir. Sin embargo Teresita, su prometida, una chica de un pueblo cercano, nunca dejó de darle ánimos y él poco a poco se fue recuperando, empezando de nuevo a labrar la tierra.

Fue entonces cuando Teresa le contó a Mariano que Joan estaba mucho mejor de su enfermedad pulmonar y que en primavera se iba a casar con Teresita, corría en año 1881. Aquel mismo año Mariano le envió una foto a su madre y le anunció que había encontrado un buen trabajo en Pinar del Rio.

Mientras Mariano esperaba con ansiedad la carta en que su madre le contara la boda de Teresita y Joan, no se podía imaginar que ella antes de ir a correos se le leyera a su padre.

- Ayer le escribí una carta a Mariano, contándole que nos gusta mucho nuestra nuera.

- ¡No paras de escribir! Le dijo José.

- Te voy a leer sólo la primera hoja.

- ¡Cuánta prisa!

- Quiero ir mañana a correos para que salga lo antes posible, le dijo Teresa sonriendo.

- Bueno léeme sólo un trocito, que tengo mucho sueño.

Teresa empezó a leer a su marido lo que había escrito aquel atardecer:

Malgrat 8 de mayo de 1882

Estimat Mariano,

espero que cuando leas esta carta estés muy bien. Nosotros gracias a Dios gozamos de buena salud. Finalmente puedo darte una buena noticia: la boda de Joan con Teresa fue un éxito. Joan, que aún está delicado de salud, iba muy elegante. Teresa estaba radiante de alegría, llevaba una mantilla blanca. Sus cabellos negros y su piel morena resaltaban y la hacían todavía más guapa.

Isidro pudo asistir a la boda, por suerte había desembarcado el día anterior y luego se embarcó tres días después hacia Francia. Mariona también vino a la boda con su marido y se quedaron una semana. Yo era feliz, con todos mis hijos en casa. Sólo faltabas tú. Pero sé que cuando puedas vas a volver.

No sufras por nosotros, estamos bien. La cosecha este año ha sido buena, los negocios de tu padre también van mejorando, esperemos que ahora que ha acabado la guerra todo se arregle.

Ha tenido mucha suerte Joan casándose con Teresita, es una buena chica y rebosante de alegría, quiere pintar las paredes de la cocina y cambiar los muebles de lugar. Yo cuando me casé con tu padre no pude cambiar nada de la casa, mi suegro, tu abuelo, mandaba como un general y también tu abuela era de armas tomar. Tú ya no te debes de acordar mucho de ellos, murieron cuando tenías diez años.

A tu cuñada Teresita, no le asusta trabajar y en la cocina es un portento. Se quedó huérfana de pequeña y aprendió muy pronto a llevar una casa. Tu padre y yo estamos muy contentos de nuestra nuera. Con ella ha llegado a nuestra casa el entusiasmo y si tu vieras el jardín, no lo reconocerías, en pocos días ha plantado matas y flores que le han regalado las vecinas. Se lleva muy bien con el vecindario. ¿Te acuerdas de Marcelina, la vieja vecina cascarrabias de la casa de al lado? Pues con ella se porta de maravilla y no le grita.

Teresita es muy cariñosa con las pequeñas, desde que se casó Mariona hace cinco años, Rosa y Luisa han tenido que espabilarse y crecer solas, pero ahora que ha llegado ella, las niñas están muy contentas de tener una compañía femenina. Yo por la mañana hago las tareas de casa y por la tarde voy al campo, por eso no tengo tiempo de entretenerme con las niñas.

Francisco el otro día cumplió diecisiete años y si tu supieras lo que le gusta estudiar, te alegrarías. Siguiendo los consejos del cura, como te conté en otra carta, Francisco, al acabar la escuela primaria, se fue estudiar a Girona. Vive en un seminario, pero dice que no quiere ser sacerdote. Cada verano vuelve a casa para la cosecha. Es muy trabajador, pero por la noche no va al café como todos los hombres del pueblo, se queda leyendo en casa, es tímido y solitario. Todo lo contrario que Isidro, que no paraba nunca en casa. Ahora lo vemos poco, la última vez que desembarcó en Malgrat me enfadé con él, pues se había hecho unos tatuajes horrorosos en los brazos. Tiene sólo diecinueve años, tu padre también estaba enfuriado, le dijo que nadie de nuestra familia se había tatuado jamás. Ya ves por un lado me preocupa Francisco porque sale poco e y por el otro Isidro porque es demasiado impulsivo, pero he de aceptar que cada uno tiene su carácter ¿no?

Me gusta recibir tus cartas y deseo que el trabajo nuevo en la finca de Pinar del Río te vaya muy bien. El otro día hice tu plato cubano preferido, moros y cristianos. Mis comensales al principio les pareció una cosa rara, pero luego apreciaron su bondad.

Espero que puedas regresar pronto, sin embargo entiendo que ahora quieras sacar provecho de tu nuevo trabajo. Quizás dentro de un par de años podrás volver. Me encanta la foto que nos enviaste.

Eres un hombre elegante. ¡Qué bonito el traje que llevas! Te pareces un poco a mi padre. Tus ojos azules son de la familia Moragas y tu boca de los Gibert…..

Teresa miró a su marido que yacía a su lado con los ojos cerrados. Ella saltó la página en la que contaba recuerdos graciosos de la familia Moragas, de sus tías y primas y siguió leyendo en voz alta, a pesar de que sabía de que ya nadie la estaba escuchando:

..Perdona si se cuento tantas cosas, pero tú ya sabes cuánto me gusta hablar de mis antepasados y de mis parientes Moragas Gibert.

A tu padre le duele la espalda, se tiene que poner una faja para labrar la tierra, yo le digo que no vaya al campo, que deje que los muchachos se ocupen de todo. Sale poco, con lo que le gustaba antes ir al café, pues desde que se murió el Notario, está un poco deprimido, era uno de sus mejores amigos.

No quiero entristecerte hablándote de enfermedades y muertes.

Te esperaremos siempre con los brazos abiertos.

Tu madre que te quiere mucho.

Teresa Moragas Gibert

Teresa se puso a llorar sin hacer ruido y apagó la luz, le costó dormirse y mientras sollozaba, no podía sospechar que su marido también estaba despierto y que lloraba en silencio.

Un año después Teresa tuvo que escribir a Mariano una carta que nunca hubiera querido escribir.




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