sabato 16 settembre 2023

Teresa Moragas - Cap.11 (en español)

 


Aquel día funesto de febrero de 1873, quieta en el portal, Teresa Moragas Gibert miró con tristeza a su marido y a su hijo mayor, que salían de casa para ir a la estación, pero no se podía imaginar lo que su esposo estaba tramando. Los dos desaparecieron al doblar la calle Ollers, hacia la plaza de la iglesia. José Defaus Ballesté llevaba la maleta y Mariano la mochila. Ambos hablaron poco durante el trayecto. El padre acompañó al muchacho en el andén donde salía el tren para Barcelona. Mientras esperaban, José le entregó un sobre con un documento oficial.

- He tenido que ocultar esa vergüenza, le reprendió.

Mientras Mariano leía el documento, José siguió diciéndole:

- El alcalde me ha ayudado para que nadie sepa lo de la denuncia. A los quintos sorteados para el servicio militar, se les llama de forma escalonada. Según él, a ti te va a tocar en verano; sin embargo, para todo el pueblo, ahora tú has huido para no alistarte y no por otro motivo. ¿Entendido?

- Lo siento, padre, no me atreví a confesarle que el alguacil me denunció.

- ¡Siempre te metes en líos! Me tienes que prometer que vas a asentar la cabeza.

El tren llegó y la conversación quedó zanjada, pero durante todo el viaje Mariano pensó en las chiquilladas que había armado con Pepito, su amigo, y se prometió que de ahora en adelante iba a ser más juicioso.

Teresa no era una mujer apocada y miedosa, al contrario, hubiera sido valiente si hubiera tenido la oportunidad de salir de pueblo, pero en aquella época las mujeres tenían que estar calladas y hacer lo que su padre había establecido para ellas. Se casó con José Defaus Ballesté sin apenas conocerlo. Antes de la boda sólo lo vio un par de veces en el baile de la fiesta mayor del pueblo. Pero por suerte José siempre la respetó y, aunque en casa mandara él, a ella también le dejaba decidir algunas cosas. Mariano se parecía a ella, era amable, soñador, sensible, valeroso, fiel y cumplidor.

- ¿De dónde nos ha salido Mariano con ese carácter? Le preguntó José, su marido, una noche de principios de aquel año fatídico, hablando flojo, para que los cuatro hijos varones, que dormían en la alcoba de al lado, no le oyeran.

- Mariano es un muchacho de brío, le dijo Teresa.

- A ver si tantos bríos le llevaran por mal camino.

- No exageres. Es un buen chico, le contestó Teresa.

- Le gustan mucho los trenes y los barcos. Tengo miedo de que se nos vaya lejos de aquí.

- A mí también me sabría mal, pero será lo que Dios quiera, se atrevió a decir Teresa.

- No creo que nos abandone. lo decía por decir. pero lo que más me preocupa ahora es que su quinta sea llamada. Corren voces de que faltan voluntarios en el ejército y que van a reclutar a jóvenes de diecisiete años.

- No te preocupes, José, Mariano aún no ha cumplido diecisiete años. A él no le va a tocar, le dijo su esposa, no del todo convencida.

Teresa aquella noche durmió poco y mal, pues temía que su hijo mayor tarde o temprano sería llamado a las armas; sin embargo, se levantó temprano y como siempre preparó el desayuno para toda la familia. Mientras tomaba una taza de leche caliente donde iba mojando trocitos de pan seco, le dijo a su marido que había soñado con una cosa muy rara:

- El patio estaba inundado de agua, llovía a cántaros y todas las plantas se iban ahogando y muriendo. De golpe, unas ranas muy gordas salieron de los charcos y entraron en casa. ¿Quién sabe lo que quiere decir este sueño?

- ¡No quieren decir nada los sueños! Lo único que creo es que va a llover, le dijo José riendo.

Teresa sonrió, pero no le confesó que aquella noche apenas había pegado ojo por el temor de perder a Mariano.

Al cabo de unos días, el cartero trajo un aviso oficial para Mariano. Con aquel sobre en la mano, Teresa se derrumbó y se echó a llorar. Cuando llegó su marido, los pequeños lloraban junto a ella. Al verlo, intentó serenarse, pero no lo consiguió e hipando le entregó la carta. Mientras José la leía, tuvo que sentarse. Mariano iba rezagado detrás de José y, tras ver la cara crispada de su padre, supo que habían llegado malas noticias. Cuando José se repuso, abrazó a Mariano y le dijo que la familia Defaus era muy estimada en el pueblo y que seguro que alguien les ayudaría.

Teresa dejó que su marido fuera a ver al alcalde, pero no creía en que aquel buen hombre pudiera ayudarles.

- No es hijo de una viuda. Tampoco tiene defectos físicos. No es posible que sea reformado, se dijo.

Sollozó de alegría y de pena, cuando supo que Mariano podía escaparse a Cuba, bajo la protección del farmacéutico Sarrá.

Las primeras semanas fueron para Teresa muy duras, tenía que encerrarse en el lavadero para que nadie la viera llorar.

La casa de los Defaus era antigua, la había construido un tatarabuelo de José Defaus Ballesté a mitades del siglo dieciocho. En la planta baja había dos cuartos, el primero, con una ventana que daba a la calle que le daba mucha luz, donde las mujeres por la tarde se sentaban a coser. El otro más oscuro, con una ventanita alta que daba a la escalera, se usaba como trastero. Las alcobas estaban en el primer piso, al que se accedía por una escalera bastante empinada. En el comedor había un aparador, una mesa de madera oscura con patas torneadas y seis sillas tapizadas, en las que los pocos huéspedes que entraban en la casa se sentaban. Tras el comedor, había una sala de paso, la galería, que conducía a la gran cocina, donde la familia se reunía en invierno al calor de los fogones de leña y el gran hogar. La cocina daba al patio a través de una puertecita. En el patio había un pozo, un lavadero y un retrete, llamado comuna. La comuna, consistía en una tabla de madera con un agujero central donde uno se podía sentar para orinar y evacuar el vientre. Colgado de la pared del lavadero había un barreño grande para tomarse baños. Teresa cuidaba con esmero el patio lleno de grandes macetas con plantas y flores. Más allá del patio había el establo para el caballo, el gallinero, la pocilga y otros corrales.

Antes de que llegara el documento de reclutamiento, José le explicó a su esposa cómo se las había arreglado para que ni ella ni la gente del pueblo supiera que el juzgado de Arenys había convocado a su hijo. El alcalde lo avisó y él pudo esconder a todo el mundo la primera requisitoria del juzgado. Al principio a Teresa le supo mal que su marido no hubiera tenido confianza en ella, pero al llegar, poco después, la convocatoria para que Mariano se alistara en el ejército, aceptó el astuto plan de su esposo.

A las pocas semanas de la huida de Mariano llegó la segunda requisitoria del juzgado, en la que citaban de nuevo a Mariano. Para Teresa fue otro disgusto.

- No te preocupes por lo del juzgado, voy a presentarme yo. Ya verás que lo arreglaré todo, le dijo José.

- No paran de llegarnos malas noticias, le dijo ella sollozando.

Sin embargo, cuando Teresa recibió la primera carta de Mariano, volvió a sonreír. Se la leía a todo el mundo y dejó de ir a llorar al lavadero. Para ella, aunque no quisiera admitirlo, Mariano era su hijo favorito. Desde que se había embarcado estaba loca de alegría cuando recibía sus cartas, leyéndolas, lo sentía cerca y le contestaba en seguida, se diría que vivía sólo para eso.

- ¡Qué exagerada eres, mujer! Deja de pensar en Mariano y goza de los hijos que todavía tienes en casa. Le regañaba su marido, casi cada noche antes de dormirse.

- No lo consigo. Necesito saber de su vida y carteándome con él es como si yo también estuviera en Cuba. Además tengo la corazonada de que va a volver pronto. Mientras tanto, no quiero que se sienta solo. Por eso le cuento anécdotas de nuestra familia, para que se sienta cerca de casa.

- ¡Pobre cartero, cada mañana lo agobias esperando carta!, le dijo José y tras un bostezo zanjó la conversación, apagando la luz.

Corrió mucha agua por el puente, desde la mañana en que Teresa se despidió de Mariano. Ella cada vez tenía más miedo de no volver a ver a su hijo, pero no se lo confesó a nadie, al contrario, les decía a todos que Mariano iba a volver pronto.

En una carta del 15 de mayo de 1877, Teresa le contó a Mariano los pormenores de la boda de María, su segunda hija, a quien todos llamaban Marieta. Ella tenía diecinueve años y su novio, Agustí Riera Nualart, un muchacho de Malgrat, tenía veintiuno. Agustí era el hijo menor de una familia de labradores. Sabiendo que la tierra de su padre la iba a heredar su hermano mayor, buscó trabajo fuera de la aldea. Encontró un empleo de masovero en una gran masía de una finca agrícola y ganadera de un pueblecito cerca de Girona. Marieta fue a ver a su madre y llorando le dijo que no quería alejarse de su pueblo natal. Teresa tuvo que convencerla para que se marchara con Agustí.

- Si os quedáis en Malgrat os vais a morir de hambre, le dijo con firmeza y con dulzura a la vez.

Pero eso no se lo contó a Mariano. Teresa no estaba de acuerdo con la ley de herencias que regía en Cataluña, la cual disponía que todos los bienes eran para el heredero, generalmente el mayor de los hijos varones, y sólo les tocaba una pequeña legítima a los demás hijos. Ella sabía que no podía cambiar las reglas que habían establecido sus antepasados, sin embargo, cuando escribía a Marieta, le enviaba dinero, para remediar un poco aquellas desigualdades.

A Marieta no le gustaba escribir, prefería que su marido, la llevara dos o tres veces al año con un carro a Girona y luego ella cogía la diligencia para ir a ver a sus padres.

Isidro también tenía índole aventurera como Mariano, pero era más impulsivo y a menudo obraba sin cautela. Teresa se había enterado de que se entendía con una mujer de mala fama.

- Isidro, recuerda que una mujer buena y leal es un tesoro real, le dijo un día Teresa.

- ¿Por qué me dice eso, madre? Yo aún no tengo mujer, le contestó Isidro.

- Te lo digo porque cuando la tengas pensarás en mis palabras.

Teresa no le contó a su marido la verdad, sólo le dijo que temía que Isidro se descarrilara. José decidió que se embarcara como marinero en uno de los navíos que anclaba en el astillero de Malgrat. Isidro, antes de cumplir dieciséis años, en un día gris de principios de invierno, fue obligado a embarcarse en un navío que mercanceaba por el sur de Francia.

Teresa pensaba en que iba a enloquecer perdiendo a otro hijo, pero no sufrió mucho, sabiendo que a Isidro iba a volverlo a ver cada dos o tres meses y que a su hijo le iría muy bien alejarse de aquella mujer de dudosa reputación.

Una noche, cuando Teresa y José se estaban acostando, ella le habló de la última carta que le había escrito a Mariano:

- Le conté que Isidro se embarcó hace pocas semanas y que lo vamos a ver de ahora en adelante. Antes de que te duermas, te voy a leer un trocito de mi carta.

- Ya me la leerás mañana, ahora tengo mucho sueño, le contestó él.

José leía de muy buena gana las cartas que les llegaban de Cuba, pero evitaba con cualquier escusa que su mujer le leyera las que ella escribía a Mariano, pues se emocionaba al oír todo lo que Teresa le contaba de él y de sus hijos y le daba vergüenza que su esposa lo viera llorar.

Joan, su segundo hijo varón, fue llamado a las armas a principios de 1878, cuando acababa de cumplir dieciocho años. Hacía cinco años que Mariano se había escapado a Cuba y todavía estaban escarmentados, por eso Teresa y José no intentaron hacer nada para evitar que lo reclutaran y dejaron que las cosas siguieran su curso natural.

Teresa en sus cartas de aquella época le contaba bien poco de Joan, pues no quería apenarlo. Estuvieron muchos meses con escasas noticias del soldado, hasta cuando Joan volvió con una herida en la pierna y con una enfermedad pulmonar. Desde que regresó del frente se había vuelto más taciturno, pasaba muchas horas sólo en el campo, se sentaba bajo un árbol y meditaba. Su hermano Francisco, que tenía cuatro años menos que él, durante bastantes meses tuvo que dejar el seminario donde estudiaba para ocuparse de los cultivos y de las cosechas. José y Teresa estaban preocupados por Joan, pues parecía que estuviera atrapado en otro mundo del que no lograba salir. Sin embargo, Teresita, su prometida, una chica de una aldea cercana, nunca dejó de darle ánimos y él poco a poco se fue recuperando, empezando de nuevo a labrar la tierra y a salir con sus amigos.

Fue entonces cuando Teresa le contó a Mariano que Joan estaba mucho mejor de su enfermedad y que pronto se iba a casar con Teresita. Corría el año 1882. Aquel mismo año Mariano le envió una foto a su madre y le anunció que había encontrado un nuevo trabajo en una hacienda de Pinar del Río.

Mientras Mariano esperaba con ansiedad la carta, en que su madre le describiera la ceremonia y la fiesta de bodas de Teresita y Joan, no se podía imaginar la conversación que sus padres tuvieron antes de acostarse.

- Ayer le escribí una carta muy larga a Mariano, contándole que nos gusta mucho nuestra nuera.

- ¡No paras de escribir! Le contestó José.

- Todavía no he ido a la oficina de correos, pero mañana temprano quiero ir para que la carta salga lo antes posible. Te voy a leer la primera hoja.

- ¡Cuánta prisa! Bueno, léeme sólo un trocito, ¡qué tengo mucho sueño!

Teresa empezó a leer:


Malgrat, 1 de diciembre de 1882.

Estimado Mariano,

espero que cuando leas esta carta goces de buena salud. Nosotros, gracias a Dios, estamos bien. Finalmente puedo darte una buena noticia: la boda de Joan con Teresita fue un éxito. Joan, que aún está delicado de salud, estaba la mar bien e iba muy elegante. Ella estaba radiante de alegría, llevaba una mantilla blanca, que le hacía resaltar sus cabellos negros y su piel morena y la hacía todavía más guapa.

Isidro fue a la boda; al final le dieron un permiso. Marieta también estaba con su marido. Yo estaba muy contenta, con todos mis hijos en casa. Sólo faltabas tú. Pero sé que cuando puedas vas a volver.

No sufras por nosotros, estamos bien. La cosecha este año ha sido buena, los negocios de tu padre también van mejorando, esperemos que ahora que ha acabado la guerra todo se arregle.

Joan ha tenido mucha suerte, casándose con Teresita, es una buena chica y rebosante de alegría, incluso quiere pintar las paredes de la cocina y variar de lugar los muebles del comedor. Yo, cuando me casé con tu padre, no pude cambiar nada de la casa; mi suegra, tu abuela, mandaba como un general y también tu abuelo era de armas tomar cuando se enfadaba con ella. Tú ya no te debes de acordar mucho de ellos, murieron cuando tenías diez años.

A tu cuñada Teresita, no le asusta trabajar y en la cocina es un portento. Se quedó huérfana de su madre de muy pequeña y aprendió pronto a llevar una casa. Tu padre y yo estamos muy contentos de nuestra nuera. Con ella ha llegado alegría y si tú vieras el jardín, no lo reconocerías, en pocos días ha plantado numerosas matas y flores que le han regalado las vecinas. Se lleva muy bien con el vecindario. ¿Te acuerdas de Marcelina, la vieja vecina cascarrabias de la casa de al lado? Pues con ella se porta de maravilla y a ella no le grita.

Teresita es muy cariñosa con las pequeñas y ellas están muy contentas. Desde que se casó Marieta hace cinco años, Rosa y Luisa han tenido que espabilarse y crecer solas, yo por la mañana me ocupo de las tareas de casa y por la tarde de las del campo, por eso no tengo tiempo de entretenerme con ellas.

Francisco ya tiene diecisiete años y le gusta estudiar. Siguiendo los consejos del cura y del maestro, como te conté en otra carta, Francisco, después de la escuela primaria, se fue a estudiar a Girona. Se aloja en el seminario, donde había estado Isidro, pero dice que no quiere ser sacerdote. Cada verano vuelve a casa para la cosecha. Es muy trabajador, pero por la noche no va al café como todos los hombres del pueblo, se queda leyendo en casa, es tímido y solitario. Todo lo contrario que Isidro, que no paraba nunca en casa. Ahora lo vemos poco a Isidro, la última vez que vino me enfadé con él, pues se había hecho un tatuaje horroroso en el brazo. Tu padre también estaba enfuriado, le gritó que nadie de nuestra familia se había tatuado jamás. Ya ves, por un lado, me preocupa Francisco porque sale poco y, por el otro, Isidro porque es demasiado impulsivo, pero he de aceptar que cada hijo tiene su carácter, ¿no?

Me gusta recibir tus cartas y deseo que el trabajo nuevo en la finca de Pinar del Río te vaya muy bien. El otro día hice tu plato cubano preferido, “Moros y cristianos. A todos al principio les pareció una cosa rara, pero a medida que lo iban comiendo apreciaron su bondad.

Espero que puedas regresar pronto; sin embargo, entiendo que ahora quieras sacar provecho de tu nuevo trabajo. Quizás dentro de un par de años podrás volver. Me encanta la foto que nos enviaste.

Eres un hombre elegante. ¡Qué bonito el traje que llevas! Te pareces un poco a mi padre. Tus ojos azules son de la familia Moragas y tu boca carnosa es de los Gibert… Teresa miró a su marido, que yacía a su lado con los ojos cerrados. Ella saltó la página en la que contaba recuerdos graciosos de la familia Moragas, de su tía Gertrudis y de sus primas solteronas y siguió leyendo la parte final de carta en voz alta, a pesar de que sabía de qué ya nadie la estaba escuchando… Perdona si te cuento tantas cosas, pero tú ya sabes cuánto me gusta hablar de mis antepasados y de mi parentela.

A tu padre le duele la espalda, se tiene que poner una faja para labrar la tierra, yo le digo siempre que no se esfuerce, que deje que los muchachos se ocupen de todo. Sale poco, con lo que le gustaba antes ir al café, pues desde que se murió el Veterinario, uno de sus mejores amigos, está un poco deprimido. No quiero entristecerte hablándote de enfermedades y muertes. Te esperaremos siempre con los brazos abiertos. Tu madre que te quiere mucho.

Teresa Moragas Gibert

Teresa se puso a llorar sin hacer ruido y apagó la luz, pero le costó dormirse y, mientras reprimía los sollozos, no se podía imaginar que un año más tarde le enviaría a Mariano una carta que nunca hubiera querido escribir.


















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