domenica 10 settembre 2023

Nieves Herrera - Cap.10

 


Nieves Herrera se quedó embarazada a los veinte años, pocos meses después de su llegada a Cuba. Ángel al saber que su mujer esperaba un hijo, corrió a La Habana en busca de un ayudante que pusiera en marcha el proyecto que le iba rondando por la cabeza desde hacía tiempo.

Volvió contento de La Habana y al llegar a casa le dijo a su mujer:

- Un catalán, un tal Mariano Defaus, ha aceptado mi propuesta. Sabe mucho de semillas. Con él me veo capaz a transformar la hacienda. Quiero que nuestro hijo, al nacer vea campos de trigo y no tabacales.

- Y yo, al bebé le voy a hacer papillas con trigo molido y sopas de pan para nosotros, como las que me preparaba mi madre, dijo riendo Nieves.

A Nieves en seguida le cayó bien Mariano a pesar de que fuera un hombre de pocas palabras, estaba a gusto a su lado, le recordaba a uno de sus hermanos, el más tímido y taciturno de ellos. Poco a poco Mariano cogió confianza en Nieves y se volvió más comunicativo, contándole anécdotas de su infancia en Malgrat, pero sobre todo ella descubrió las cualidades de Mariano al nacer Ángel, su hijo. Mariano era cariñoso con el recién nacido y le gustaba tenerlo en brazos.

- Jugar con el chiquitín me recuerda los ratos que pasaba con mis hermanos. Yo era el mayor, éramos ocho. Me fui de casa a los diecisiete años, María tenía quince, Joan trece, Isidro once, Francisco nueve, las pequeñas, Rosa y Luisa tres y cinco años. Han pasado ocho años pero aún los echo de menos a todos.

- ¿Por qué te fuiste de tu pueblo tan joven?

Mariano se quedó sin habla, pensando en la promesa que le había hecho al Señor Sarrá, pero aquella chica madrileña le infundía confianza y mientras mecía al niño le contó que era un desertor.

Nieves escuchó sus desventuras boquiabierta.

- ¿Y le escribes una carta a tu madre cada quince días?

- Cada quince días no, pero le voy escribiendo al menos una vez cada mes, nunca fallo.

- A mí también me gustaría cartearme con mi madre, pero yo apenas sé escribir y ella no sabe leer. Sin embargo Ángel, cuando nació nuestro hijo, le escribió a mi madre, mejor dicho al cura de la iglesia donde suele ir a misa, para que él se la leyera. Así fue, el sacerdote todavía sigue leyendo a mi madre las cartas que mi marido le va enviando, pero el sacerdote las contesta de forma muy escueta.

- Yo te puedo enseñar a escribir.

- Sé escribir mi nombre y poca cosa más.

- ¿Fuiste a la escuela?

- No, pero una señora de la parroquia, la que tocaba el órgano, me enseñó, me obligaba a cantar el abecedario y en una pequeña pizarra me hacía escribir las letras y mi nombre, todo eso en la sacristía, mientras esperaba a que mi madre acabara de confesarse. Desde que murió, Rafael, uno de mis hermanitos, mi madre, cada dos o tres días se arrodillaba frente el confesionario. Las palabras del cura apaciguaban su pesadumbre, tenía que inventarse pecados, eso sí veniales, para que él la atendiera.

- Me parece gracioso que se inventara pecados.

- Pues sí, y cuando salía del confesionario, ya no me hablaba de Rafael y sonreía haciéndome la lista de sus pecados veniales.

- ¿Cuáles eran los pecados inventados, si se puede saber?

- Pues los de siempre: mentiras, envidias, celos, falta de paciencia, etc. Y luego otros más estrafalarios, como ponerle una lagartija troceada en plato de su suegra cascarrabias, burlarse de una vecina que le caía mal echándole los orinales llenos en su jardín, darle una bofetada a una señora arrogante que entraba en la tienda, tocándolo todo y que no compraba nada, ponerle un cucaracha e la cara de mi padre cuando dormía una siesta demasiado larga, atarnos con un cuerda a un árbol y darnos golpes y pellizcos a los hijos desobedientes y muchas cosas más.

- ¡Qué repertorio!Tu madre tenía mucha fantasía. ¿Fue ella quien escogió tu nombre?

- Pues sí, me puso Nieves, porque al nacer me vio tan blanquita que en seguida pensó en el cuento de Blancanieves. A mí me encantaba la parte final del cuento, me lo sé de memoria: Blancanieves mordió la manzana y cayó desplomada. Los enanos, alertados por los animales del bosque, llegaron a la cabaña mientras la reina malvada huía. Con gran tristeza, colocaron a Blancanieves en una urna de cristal. Todos tenían la esperanza de que la hermosa joven despertase un día, por suerte un apuesto príncipe que cruzaba el bosque en su caballo, vio a la hermosa joven en la urna de cristal y maravillado por su belleza, le dio un beso en la mejilla, la joven despertó al haberse roto el hechizo. Blancanieves y el príncipe se casaron y vivieron felices para siempre.

- ¡Ese mismo cuento, en catalán Blancaneus, lo contaba mi madre a mis hermanitas!! Ángel es el príncipe que te ha llevado al Nuevo Mundo.

- ¡Qué tontería, yo no creo en príncipes! Yo estaba muy bien en Lavapiés con mi familia, Ángel no rompió ningún hechizo.

- No te enfades mujer, estaba bromeando, le dijo Mariano.

- Yo no tengo tanta fantasía cómo mi madre, soy más realista, me parezco más a mi padre. En cambio a ella, además de asignarse pecados veniales, le gustaba inventar historias, observando y escuchando a la gente de la calle. Sus cuentos nacían a veces de los relatos de su abuela, pero la mayor parte de las veces era pura imaginación.

- Pues tu madre tiene un buen carácter, por lo que dices, encontró la manera de espabilarse después de perder a Rafael. No sé si mi madre hubiera logrado reponerse ante tal desgracia.

- Cada uno se sacude el dolor como puede. Yo tiendo a volcarme en el trabajo, para no caer deprimida.

- ¿Cuándo murió Rafael tú trabajabas?

- Sí. Hasta los ocho o diez años cuidé a mis cuatro hermanitos, yo también soy la mayor, pero muy pronto tuve que ir a ayudar a mis padres en la alfarería, moldeando, pintando y vendiendo vasijas. Mi hermana, la que tiene un año menos que yo, se ocupó de los pequeños.

- ¿Eres alfarera, quien me lo hubiera dicho?

- Sí, llevo toda la vida haciendo vasijas. En la alfarería conocí a Ángel. Un día entró para comprar un cántaro, volvió al día siguiente y el otro, me cortejó durante varios meses. En las Navidades pidió mi mano a mi padre. El accedió, pues Ángel le aseguraba un buen porvenir para mí. Vivimos un año en una casita que él compró, muy cerca de mis padres, hasta que le llegó el telegrama con las malas noticias y tuvimos que embarcarnos para Cuba. Desde entonces no he vuelto a cocer una pieza de arcilla.

- ¡A ver si me enseñas a hacer vasijas! Mi pueblo también es de tradición alfarera, en Malgrat llamamos a los alfareros ollers, viene de ollas. Yo vivía en la calle de los Ollers, pero mis padres no eran alfareros sino campesinos.

- Cuando se haya puesto en marcha el cultivo de cereales, Ángel me ha prometido que vamos a construir un horno al lado de la casa y yo te voy a enseñar a modelar piezas con el torno y a cocer, cántaros, cazuelas, jarros, platos, azulejos y todo lo que quieras.

Ángel y Mariano trabajaron sin descanso durante dos años. Tuvieron muchos problemas e imprevistos, sin embargo juntos encontraron soluciones para todo, descubriendo que se avenían y que el proyecto de Ángel no era tan descabellado como parecía. Durante el primer año reorganizaron la hacienda, compraron animales y utensilios para labrar la tierra, para la siembra y para la recolección de mieses, también construyeron un molino para moler el trigo y un horno para hacer el pan. Buscaron compradores por los alrededores, sobre todo en la Habana, donde la venta de harina estaba asegurada, por los muchos europeos que había. El pan era el primer alimento que echaban de menos españoles y franceses al llegar a Cuba.

Nieves era una muchacha alegre y jovial. Estaba enamorada de su marido y al principio le parecía bien todo lo que él decidía, sin embargo aceptó a regañadientes la obligación de marcharse de su ciudad y dejar a su familia, pues ella había soñado una vida tranquila en el barrio madrileño de Lavapiés, donde había nacido. Cuando llegaron a Cuba tuvo que adaptarse a tantas cosas nuevas que olvidó el vacío que sentía por la ausencia de sus padres y hermanos.

Se convirtió en la señora Hernández, pero ella siguió siendo la muchacha sencilla de Lavapiés. Dos mujeres la ayudaban en la cocina y con ellas empezó a hacer pan, cada cinco días horneaba hogazas de pan para todo el personal de la hacienda.

Desde que Mariano vivía en la finca Esperanza, escribía menos cartas a su madre, pero cuando veía que había pasado un mes desde la última intentaba hacerlo. Hacía días que había empezado un carta y cada la noche se sentaba en la mesa para acabarla, pero no lograba escribir casi nada, pues caía muerto de sueño, pero una noche, después de una jornada complicada, ya que uno de los hombres se hizo con el arado una herida muy profunda en un pie y él tuvo que llevarlo al dispensario médico de la ciudad, para que le pararan la hemorragia, sintió la adrenalina que aún corría en sus venas y escribió una larga carta a su madre.

Estimada mare,

espero que cuando lea esta carta todos estén todos bien. Yo también gracias a Dios gozo de buena salud.

Como le dije en la última carta ahora además de seguir siendo socio de los tres tenderos, estoy trabajando en una finca que está cerca de Pinar del Río, me contrataron para que llevara la siembra de cereales. No piense que tenga que labrar la tierra, he de dirigir a una plantilla de jornaleros, no es que sea fácil mandar a tantos hombres y mujeres, la mayor parte son negritos, pero no son esclavos. Ángel, mi amo les ha dado la libertad. También llevo las cuentas de todo, pues él no sabe nada de contabilidad. Mi trabajo es más de coordinación que de cansancio físico y por ahora todo marcha bien.

Ángel y Nieves, su mujer, son muy amables conmigo. Vivo en una casita al lado de la mansión. Los padres de Ángel eran muy ricos, tenían plantaciones de tabaco, pero desde que él se fue a estudiar a Madrid, en donde conoció a Nieves, no ha querido saber nada más de tabacales. Hemos dividido la propiedad en campos pequeños en los que a rotación cultivamos cereales. Eso de la rotación lo aprendió en Europa, dice, y tiene toda la razón, que la tierra se empobrece al sembrar siempre las mismas plantas, hay que cambiar cada cuatro años. Es un trabajo que me gusta mucho, pues el Ángel me ha dado carta blanca para que renueve los cultivos.

Nieves es madrileña y se añora como yo de España. Hablamos a menudo de nuestro país. Tiene veintitrés años y un hijo pequeño, muy vivaracho, juego con él después de cenar y me vuelve a la memoria cuando nacieron mis hermanos pequeños.

El clima es parecido al de La Habana, pero gracias a Dios corre más aire y no se sofoca tanto. Comemos la mar de bien, tenemos un huerto en el que he sembrado, berenjenas, zanahorias, pimientos, lechugas y tomates. A veces preparo una “escalibada” como las que usted hacía, mientras la saboreo, os recuerdo a todos sentados en la mesa de la cocina.

Me gustaría volver a Malgrat, lo haré en cuanto pueda, quizás dentro de un par de años me embarque, ahora que la guerra ha terminado todo va a ser más fácil.

Pero como Usted entenderá bien, ahora mismo no puedo dejar un trabajo tan bueno. Tengo que aprovechar el momento. Le envío una foto que me hice en la Habana. Pienso siempre en Ustedes. Deles recuerdos a mi padre y a mis hermanos.

Tengo nostalgia de Malgrat, de nuestra casa y de todos vosotros. No se que daría para estar un rato con Usted, con mi padre y mis hermanos.

Un abrazo de su hijo que le quiere.

Mariano Defaus Moragas

El segundo año construyeron un horno no sólo para los cacharros de barro, sino que también para fabricar tejas y ladrillos. Los hombres se ocupaban de ir a buscar el barro y la leña y de cuidar el fuego, las mujeres de moldear y cocer las piezas. Construyeron nuevos establos, derrumbaron los barracones y edificaron casitas para los jornaleros, sembraron maíz y patatas y cuando empezaron a obtener los frutos de aquella intensa labor, Ángel Hernández cayó enfermo.

- Mariano, me estoy muriendo, prométeme que vas a cuidar de mi mujer y de mi hijito, le dijo Ángel.

- El médico ha dicho que te vas a curar, que tu enfermedad no tiene porque ser mortal, además se sabe que en Estados Unidos están sacando una vacuna, le dijo Mariano, dándole ánimos.

- Mariano, yo estudié medicina en Europa, aunque luego no haya ejercido, sé que muchas enfermedades tropicales, las que trajimos los españoles a Cuba, son mortales. La viruela es una de ellas.

- No seas tan pesimista.

- La vacuna de la viruela, aún no está lista en Cuba, la están experimentando, no nos engañemos.

- La esperanza es la última en morir, por eso tus antepasados pusieron ese nombre a la finca ¿No?

Nieves estaba muy afligida por la enfermedad de su marido, no podía imaginar una vida sin él a su lado. Estaba muy ocupada con el recién nacido y dejaba que Mariano, el único de sus colaboradores que había pasado la viruela de pequeño, se quedara a la cabecera de su marido.

La vacuna norteamericana jamás llegó y Ángel murió en 1883, seis meses antes de la producción y distribución de la vacuna de la viruela por parte Centro General de la Vacuna de Cuba.

En la finca la viruela también causó la muerte a un capataz, a cuatro jornaleros, a una cocinera y a un puñado de niños.

La muerte de Ángel fue un duro golpe para Nieves y también para Mariano. Estaban los dos muy afectados, pero al cabo de cuatro semanas que fueron eternas para ellos, Nieves reaccionó y le dijo a Mariano:

- No nos sirve de nada estar llorando y desesperándonos, hay que llevar a cabo el proyecto de Ángel, yo tengo que hacerlo por mi hijo.

- Te ayudaré, no te abandonaré. Pero los vecinos de la finca y los conocidos de Pinar del Río, empezarán a murmurar de nuestra situación: una viuda con un socio del difunto marido, viviendo bajo el mismo techo.

- Nunca me ha importado lo que diga o deje de decir la gente, pero si tu estás de acuerdo dentro de doce meses nos podemos casar, así nadie se va a meter con nosotros.

Mariano se quedó mudo, no se esperaba que Nieves le propusiera una boda. Enrojeció y le dijo:

- Yo por ti y el pequeño daría mi vida. Si tú crees que es la mejor cosa para vosotros y para la hacienda, yo estoy de acuerdo en lo que tú dispongas.

- Haremos una boda sencilla y no estás obligado a acostarte conmigo.

- Nieves, te quiero como a una hermana, mi intención es protegeros a ti y a tu hijo y llevar a cabo el proyecto de tu marido.

En 1884 Mariano y Nieves Herrera se casaron. Nieves fue a ver a Mosén Lluís, un sacerdote catalán de la iglesia de la Consolación del Sur de Pinar del Rio, que había conocido bien a la familia de su marido, para que celebrara el casamiento. Invitaron a la boda a todos los trabajadores, a los amigos lejanos y a los dueños de las fincas vecinas. Los tres tenderos cerraron por primera vez una semana su tienda y llegaron a la finca dos días antes de la boda. También aparecieron Miguel y el Capitán, que habían desembarcado a la habana hacía pocos días. María Plana y su marido llegaron con un carro lleno de carne salada de su hacienda y pocos horas antes de la boda llegó también Isabel con un muchacho. Mariano era feliz había reunido a todos sus amigos del Nuevo Mundo, sólo faltaba su familia de Malgrat, El personal asalariado de la finca se puso su mejor ropa y asist a la ceremonia, muchos tuvieron que quedarse afuera, pues la capilla estaba abarrotada de gente. Pusieron unas mesas en el jardín de la finca para el banquete. Los tres tenderos animaron con bromas a los invitados. Los jornaleros agradecidos organizaron cantos y bailes para los novios y por primera vez en la finca Esperanza, desde que había entrado la plaga, reinó el buen humor y la esperanza.









Nessun commento:

Posta un commento