mercoledì 6 settembre 2023

Felipe - Cap. 6 - (en español)

 


Los días en que Mariano no iba a trabajar a la farmacia, le gustaba salir a pasear por la ciudad y luego dirigirse a la Plaza de Armas. Las calles estaban abarrotadas de gente que iba y venía, a pie, a caballo, en mulas o en carros, y por todas partes había vendedores ambulantes que gritando ofrecían sus mercancías: dulces, fruta, pollos, huevos, pulpos, etc. Cada semana que pasaba Mariano tenía más confianza en Felipe y empezó a hablarle de su ansiedad.

- Por un lado, estoy contento de estar en Cuba, por otro quisiera volver a España.

- Verás que poco a poco te vas a adaptar a La Habana. Sin embargo, durante mucho tiempo seguirás añorando a tu familia y a tu tierra. Sé lo que uno siente al ser desarraigado de golpe, le dijo Felipe.

- El señor Sarrá me comentó alguna de tus hazañas. ¿Pero tú cuándo llegaste exactamente a la Habana?

- Será mejor que te lo cuente desde el principio, le dijo Felipe.

- Te escucho, dijo Mariano.

- Cuando tenía unos doce años fui alejado de mi familia y deportado a una zona ubicada en la desembocadura del río Congo. Pasé muchos días encerrado en una prisión de una isla. Luego fui vendido a un esclavista. Hice un viaje muy largo en el que murieron algunos de mis compañeros esclavos, como yo. Íbamos amontonados y encadenados en la bodega del navío. Nos trataban como animales, nos daban poca comida y poca agua. Yo sobreviví milagrosamente bebiendo mis orines.

- ¿Ya me puedo imaginar lo mucho que echas de menos a tu familia?

- Yo vivía en una aldea de una zona llamada Boma, cerca del gran río. Mi padre era un hombre de alto rango y muy estimado. De mi madre te puedo decir que todavía recuerdo sus abrazos cálidos.

- ¿Has sabido algo de ellos?

- Desde que me apresaron, no supe nunca más de ellos. En Cuba me compró un terrateniente, que poseía una gran plantación de tabaco cerca de Viñales… Mi amo, el señor Vicente Vila, era muy ambicioso, no paraba de comprar tierras y esclavos a los negreros porque quería acumular una gran fortuna. Se había marchado muchos años atrás de un pueblo de la costa catalana, sólo con la ropa puesta, y quería volver rico a su tierra para que todos lo admiraran. Sin embargo, su hijo Juaquín era muy distinto, me enseñó a leer y a escribir a escondidas. Cuando murió el amo, Juaquín vendió su parte de la finca a Andreu, su hermano y a mí me dio la libertad. Nos trasladamos juntos a La Habana en 1870. Juaquín se casó con una linda mulata y me costeó los estudios en una escuela clandestina, pues a los negritos no se nos permitía estudiar. Incluso me pagó una indemnización por todos los años de esclavitud.

- ¿Fuiste a buscar a tu familia?

- Sí, encontré la aldea arrasada y nadie por los alrededores sabía nada de ellos. Había una cabaña a poca distancia del lugar donde yo había nacido, donde vivía una vieja desdentada que conocía a mi familia. Me dijo que cuando mis padres fueron a reclamarme, los negreros los asesinaron y quemaron su casa. Me dijo también que en la aldea había un impostor que con astucia engañaba y vendía a los niños, eso fue lo que me pasó a mí. Aquel hombre me llevó a pescar por el río en su barca, yo confié en él, pues era el tío de un amigo mío, en cambio, él me entregó a los negreros por dos miserables monedas. Volví a Cuba destrozado, pero con la determinación de acabar con la esclavitud.

- Lo siento mucho, Felipe.

- En verdad mi nombre era Ifel, pero los españoles empezaron a llamarme Felipe. Juaquín Vila fue quien me presentó al señor Sarrá, los dos eran muy amigos, hablaban catalán entre ellos. Pensaban que yo sólo entendía el español, pero yo escuchaba y aprendía siempre nuevas palabras de vuestra lengua. Entonces, leyendo y escuchando a los dos catalanes, empecé a comprender la situación política de Cuba. Con una parte del dinero que me dio Juaquín Vila, me compré un coche y dos caballos y aquí me tienes.

- Es increíble que sepas tantas cosas y además que entiendas el catalán.

Volviendo a casa, estuvieron un rato callados y luego Mariano le dijo:

- Gracias, Felipe, desde que te conozco ya no tengo la idea fija de volver a España. A pesar de lo que has sufrido, eres amable con todo el mundo. A tu lado me pasan todos los males.

- Mi filosofía de vida es apreciar lo que tengo y no sentirme desgraciado por lo mucho que tienen los demás, aunque desearía que no hubiera tantas desigualdades. Me rodeo de personas positivas, que aprecian la vida y me alejo de los conflictos y de todos los que son demasiado egoístas y malvados.

- Te alejas de los conflictos, pero eres simpatizante de Carlos Manuel de Céspedes! ¿Te irías a luchar por una causa noble de los separatistas?

- Apoyo la causa de Céspedes, pero sólo de forma pacífica. ¿Has leído su emocionante discurso, el de octubre 1868, con el que proclamaba la libertad de todos los esclavos?

- No, pero me gustaría hacerlo.

- Te lo voy a traer.

Mariano en aquellos días empezó a dormir como un tronco y al amanecer ya no se despertaba sobresaltado. El recuerdo de la cita de los lunes ahuyentaba sus pensamientos sombríos y cuando al anochecer aparecía el carruaje de Felipe en la Plaza de Armas, se alegraba oyendo su voz que decía:

- Anda, sube, que vamos a dar una vuelta.

Felipe le trajo el Manifiesto del grito de Yara y Mariano lo leyó con detenimiento. El lunes siguiente le dijo a Felipe:

- He visto que los principales objetivos son el logro de la independencia total de España y la gradual abolición de la esclavitud a cambio de una indemnización, otorgada gradualmente a los terratenientes.

- No está muy claro quién va a indemnizar a los terratenientes, replicó Felipe.

- Es verdad, pero no deja duda alguna de que los propósitos van a perseguirse con la lucha armada. Sin embargo, es muy noble que Céspedes haya dado inmediatamente la libertad a sus esclavos y los haya llamado para que se incorporaran a la lucha junto a los blancos.

- Yo temo por los esclavos. Ya han pasado más de cinco años desde el levantamiento de Céspedes. Ha habido muchos muertos y la mayor parte son y seguirán siendo esclavos negros, dijo Felipe.

- Me gustaría saber más cosas de Céspedes.

- Para conocerlo mejor tendrías que leer sus poesías. Te quiero recitar una de las que más me emociona:

Quizás el destino que construimos

Sea esa piedra empujada cuesta arriba

Donde la palabra se desliza de nuevo

A los pies del próximo poeta



Quizás lo que realizamos piedra arriba

Sea el eterno descifrar del paso olvidado

Donde encontraremos las claves precisas

Para que un día la roca ocupe su lugar en la cima



- Yo tampoco logro entender que un poeta coja las armas. Todos dicen que es una causa noble, claro que sí, pero yo sigo pensando como tú, que hay que conseguirlo de forma pacífica, le dijo Mariano.

- Ojalá, le contestó Felipe.

Mariano cada vez se sentía más a gusto con Felipe, lo consideraba un amigo. Nadie conocía la edad exacta de aquel cochero, quizás todavía no había cumplido veinte años: sin embargo, su sabiduría era la de un hombre que había vivido mucho. Felipe era inteligente y decidido, pero humilde a la vez. A Mariano le daba confianza y serenidad porque percibía su interés por todos los seres humanos, sin embargo, como le había prometido al farmacéutico, en aquella ocasión no le contó que él era un fugitivo.

Pasaron deprisa los días, las semanas y los meses, sin que Mariano se diera cuenta de que estaba a punto de llegar el año 1874. No acababa de acostumbrarse al invierno caluroso del Trópico. Las fiestas de Navidad las pasó en casa del farmacéutico. La noche del 31 de diciembre, Felipe lo citó en la plaza de Armas y por primera vez los dos amigos hablaron de amores.

- ¿Tienes novia? Espero no ser indiscreto con esa pregunta.

- Pues lo que se dice novia, novia, todavía no, pero tengo a María, la criada de la señora Valls, una rica señora catalana que viajaba con su marido en el buque en el que llegué.

- Yo sí que tengo novia, se llama Olivia, su piel, es negra como el carbón, es muy linda y amorosa, vive en una plantación de Viñales. Desgraciadamente es una esclava, pero espero que pronto sea libre. ¿No te gustan las muchachas cubanas?

- Las mujeres cubanas me dan apuro, por ahora no me interesan, pues me estoy escribiendo con María.

- ¿Cómo es María?

- Se parece un poco a mi hermana mayor, lleva el mismo nombre. Es guapa, su piel y sus cabellos son claros y tiene buen carácter. Me escribe que se siente sola en medio de potreros y ganado y que no se lo pasa muy bien con su dueña cascarrabias. Quisiera ir al verla, vive en una finca cerca de Soroa, al sudoeste de La Habana.

- Te acompañaré yo en primavera a la finca de los Valls. Y otro día iremos a Viñales, pues estoy intentando comprar a Olivia. Aunque tenga un intermediario blanco, por ahora no lo he conseguido. No hay nada que hacer, no quieren vender a Olivia.

Los dos amigos, desde el otro lado de la bahía, dieron la bienvenida al nuevo año, fumando un cigarrillo y mirando el mar y la ciudad a lo lejos.

A principios de marzo, Felipe se volatizó, y su coche de caballos no apareció más por la plaza de Armas. A Mariano le pareció muy raro y empezó a preguntar por él a otros cocheros, pero nadie conocía el paradero del Felipe. Temía que hubiera tenido un percance, pero pronto cayó en la cuenta de que su desaparición tenía que ver con la muerte de Céspedes, que tuvo lugar el 27 de febrero de 1874.

Una mañana, detrás del mostrador de la farmacia, el señor Sarrá le dijo:

- Mariano no te preocupes por Felipe, está bien, ya se pondrá en contacto contigo. Él sabe lo que se lleva entre manos. Ha hecho bien en desaparecer, pues en La Habana corría peligro por sus ideas políticas.

- Felipe nunca me reveló sus planes, pero yo creo que ahora que Céspedes ha caído, él con todas sus fuerzas intentará luchar pacíficamente para la abolición de la esclavitud y para que Cuba sea libre, dijo Mariano.

















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