mercoledì 19 gennaio 2022

Buscando equilibrio en un día frío

 


Maribel lleva días emborrachándose de tiempo libre. Se apunta a todo, caminatas con amigas, yoga, cursos de escritura, grupos de lectura, presentaciones de libros, museos, cines, comidas y cenas con amigos.

Hace pocos meses que se ha jubilado y se siente la mar de bien.

Cada mañana intenta hacer gimnasia por su cuenta y escribir un ratito. Pero aquel día, un lunes frío de principios de enero, dejó atrás su rutina.

Se despertó hacia las ocho y media, sin embargo se levantó un poco más tarde. Fue a la cocina y enseguida le llegó el aroma de café recién hecho. Su marido había puesto la mesa y preparado el desayuno. Se sentó a su lado. Mientras él tomaba un tazón de café con leche, ella bebió despacio el zumo de naranja. Luego se entretuvo  tocando con  sus manos la tetera caliente.

- Qué desayuno tan bueno, le dijo ella a él.

- Espera cinco minutos a que la infusión esté en su punto, le contesto él.

Le encantaba que él la mimara, pero siendo ella más madrugadora que él, eso solía ocurrir pocas veces.

Maribel aquella mañana se había citado con Federica, una amiga, para ir a caminar a lo largo del rio. Otra de las cosas que le encantaba a Maribel era hablar con sus amigas mientras caminaba.

Las dos se fueron en bici hasta el Teatro Tenda, ataron las bicicletas en el porta-bicicletas y empezaron a caminar a lo largo del sendero, donde alguna que otra persona hacía deporte.

Había salido el sol, pero al cabo de una hora las nubes empezaron a cubrir los débiles rayos solares y el cielo se fue cubriendo. Antes de llegar a Il Girone, un pueblecito a unos seis kilómetros de Firenze, Maribel reconoció a Francesca, una ex compañera de trabajo. Se dio cuenta de que Francesca iba deprisa y de que llevaba auriculares. La llamó:

- Francesca, Francesca!

Francesca estaba escuchando un audio-libro mientras caminaba y al principio no la oyó. Maribel levantó los brazos y gritó más fuerte.

- ¡Hola, qué sorpresa! Estaba tan compenetrada con la historia, que no me había dado cuenta de que me llamabas, le dijo Francesca.

Maribel le presentó Francesca a Federica. Luego Maribel le preguntó a Francesca como le iba la escuela en esa época de pandemia.

- ¡Es una locura! Pero vamos tirando, le contestó.

Maribel aún recordaba el esfuerzo que había tenido que hacer el año pasado para dar clases. Había sido un curso intermitente, con clases presenciales y clases on-line.

Se despidieron de Francesca y las dos amigas siguieron caminando y hablando hasta su meta.

Cuando llegaron al pueblo dieron media vuelta y se encaminaron hacia la ciudad. El sol era débil pero cuando salía se reflejaba en las aguas mansas del rio.

A Maribel le encantaba que sol le calentara la cara, mientras Federica, le contaba las peripecias de su vida, de madre y de esposa.

Empezó a soplar un poco de viento frío cuando divisaron a Laura, otra amiga, con quien se habían citado para rematar el sendero y para platicar.

Laura les dijo que se iba a México, su tierra, dentro de pocos días.

- Te irá bien viajar sola, es fundamental para la pareja alejarse un poco. Si nos separamos marido y mujer unos días, en seguida nos echamos de menos. Dijo Maribel.

Caminaron un trecho las tres juntas. Charlando de los beneficios y de los percances de la vida de pareja y rieron de buena gana.

El sol desapareció, entonces el viento helado empezó a soplar fuerte.

- Hace un frío que pela, y yo por ser demasiado optimista me he puesto un anorak ligero, dijo Maribel a las dos amigas, frotándose las manos y dando saltitos.

Federica y Laura iban más abrigadas, habían sido más precavidas que Maribel.

Llegaron al punto de partida y las tres cogieron sendas bicicletas y se fueron para casa, lo más deprisa que pudieron.

Maribel sentía que el frío se le había calado por dentro. Al llegar a casa se cambió, abrigándose mucho.

La mesa ya estaba puesta. De nuevo sintió ternura por su marido.

Comieron una ensalada, rica de hortalizas, pan y queso.

En lugar de sentarse en el sofá, con una manta encima para calentarse y relajarse, como hizo su marido, que aquel día no tenía intención de salir al intemperie, Maribel se fue a pasear por la ciudad con Flavia.

A Maribel le hacía ilusión ver a Flavia, ya que no la veía desde hacía mucho tiempo. Cuando  Flavia la llamó Maribel no le dijo que tenía un día un poco ajetreado, sino que quedó con ella, entre una cita y otra.

Flavia era una mujer muy especial, alegre, optimista y sobre todo generosa. Sin embargo en aquella época estaba un poco triste, pues su madre y su suegra, que ya eran muy mayores y llenas de achaques, le iban robando poco a poco su vida. A pesar de que ambas tenían una cuidadora, necesitaban que Flavia les ayudara para las emergencias.

Sin embargo siempre iban surgiendo problemas y Flavia tuvo que pasar unos días en casa de su suegra porque respiraba mal y otros en el hospital, en la cabecera de madre, porque había caía y se había roto el femur.

Maribel escuchó los relatos de Flavia y la animó como pudo.

Tomaron el sol, en una zona resguardada del viento, caminando despacio.

- Eres una mujer maravillosa, estás ayudando mucho a tus viejecitas, pero intenta recortarte un poco de tiempo para ti misma, le dijo Maribel.

- Es difícil, ahora con la pandemia, mi hermana está muy liada,  siendo como es enfermera y mi marido también tiene mucho trabajo en el despacho, los dos hacen lo que pueden por sus madres, no les puedo pedir más.

- Lo importante es que todo el mundo colabore y que no te caiga a ti todo el peso encima, le contestó Maribel.

Mientras se despedía de Flavia pensó:

- Salir con las amigas mantiene vivas a las mujeres, nos ayudamos, nos animamos y aunque no hayamos encontrado soluciones para nuestros problemas, nos sentimos mejor.

Luego corrió al garaje comunitario donde tenía lugar una reunión, pero viendo que iba a retrasarse, se marchó sin esperar la llegada del encargado, que debía hablarles de las obras que iban a hacer para reparar las goteras.

- Ya empieza a oscurecer y no tengo ganas de enfriarse otra vez, se dijo.

Volvió a casa, se sacó el abrigo y se fue al cuarto de baño. No tuvo tiempo ni de ponerse las zapatillas, pues oyendo las cinco campanadas de la iglesia cercana, se dijo en voz alta.

- A las cinco empieza el debate, no sé si será interesante, pero me apetece ir.

- ¡Hoy no paras de entrar y de salir de casa! Yo dentro de poco también voy a salir, nos vemos antes de cenar, ¿Vale? Le dijo su marido.

- Para cenar nos apañamos con las sobras de anoche ¿De acuerdo? Le contestó ella.

Cogió de nuevo la bicicleta y se fue a la biblioteca de la ciudad, que estaba a pocas manzanas de su casa.

En la sala principal tenía lugar un debate literario, el tema era el Equilibrio en las novelas y en los cuentos.

En la tarima, detrás una mesa larga, había tres escritores que abrieron la charla.

Cada uno enfocó de alguna manera el tema. El primer escritor leyó un relato suyo, que a Maribel le pareció pretencioso, demasiado largo y aburrido, el segundo escritor habló del Equilibrio en la obra de los grandes escritores y el tercero tocó el mismo tema pero relacionado con los cuentos de viajes y también citó a varios escritores famosos.

A causa de la pandemia, había poco público. Maribel y otras seis mujeres  estaban sentadas en las butacas de la sala.

Maribel intentó concentrase, sin embargo no lo lograba del todo. Le sabía mal levantarse y marcharse. Se aburrió todo el rato escuchando a los tres escritores y le molestó que no hablaran de ninguna escritora.

- Es una paradoja. ¿Por qué siguen hablándonos a las mujeres tan sólo de libros escritos por hombres? Se preguntó.

Cuando las campanadas de la iglesia dieron las seis, Maribel se levantó. El último escritor dejó de hablar y ella se marchó.

- Me hubiera cundido más hacer otra cosa que ir escuchando a esos tres escritores en busca de equilibrio, pero algo he aprendido.

Hacía frío mientras pedaleaba. Iba deprisa para llegar antes y para poder escribir las sensaciones que había tenido aquel día.

Se sentó en su estudio y antes de cenar se puso a teclear. Mientras escribía pensó en que quizás el Equilibrio, del que tanto se habló en el debate, se conseguiría si para los hombres las mujeres fueran más protagonistas y no sólo simples oyentes.






venerdì 7 gennaio 2022

El último colchón

 

Desde que vivimos solos en nuestra casa, cada uno de nosotros se ha organizado un espacio en los antiguos dormitorios de nuestros hijos.

Las camas de los chicos se han convertido en camas de invitados, la más grande la hemos dejado en el altillo del antiguo cuarto de nuestra hija, que ahora se ha convertido en mi estudio. La cama de nuestro hijo se usa como sofá en el estudio de mi esposo.

Desde hace tiempo, mi marido y yo llevamos pensando que tendríamos que renovar el colchón de nuestra cama. Sin embargo no nos decidimos nunca, a pesar de que un par de muelles deformados nos molesten en la espalda. Nos sabe mal deshacernos de una parte tan importante de nuestra vida, pero hace un par de días, decidimos cambiarlo.

Mi marido buscó información sobre fábricas artesanas de colchones y en seguida encontró una ideal para nosotros.

Antes de
que mi marido comprara  on-line el colchón, yo fui a dos tiendas de colchones, para ver y probar directamente algunos modelos.

Primero fui a una pequeña tienda cerca de casa.
La dueña, una señora de mediana edad, fue muy amable y, mientras me daba noticias sobre la estructura (con resortes o sin resortes) y la composición (látex, esponja, lana, algodón, etc.) de varios modelos, me aconsejó que me echara sobre el colchón de micro muelles embolsados y luego sobre el de látex. El de muelles me pareció el más cómodo.

Después fui a
otra tienda más grande. Di una vuelta, tocando los varios colchones y luego le pedí a la dependienta que me diera más informaciones. Era una chica un poco rara, me contestó con aire molesto:
- No puede comprar un colchón doble si
lo va a probar usted sola. ¡Es muy distinto que se acueste una o lo hagan dos personas. Tiene que volver con su marido.

Creo que fue una excusa,
pues mientras me hablaba iba moviendo sin cesar sus manos, abriendo y cerrando unas carpetas que tenía sobre la mesa. Estaba tan nerviosa que pensé que tal vez  se habían quedado sin dependienta y ella, que generalmente se ocupaba de contabilidad, no daba abasto.

De regreso a casa le dije a mi esposo:
- ¡Tenías razón, creo que los
colchones de muelles son los mejores!
- ¿Ahora estás completamente convencida ? ¿Puedo
hacer el pedido? Me preguntó mi marido.
- ¡Sí,
estoy impaciente por dormir en el colchón nuevo! Respondí sonriendo.

La empresa artesana de Forlì
nos envió el colchón el día establecido. Llegó enrollado y envasado al vacío. De momento lo colocamos en el pasillo.

Por la tarde deshice nuestra cama. M
ientras esperaba a mi esposo para que me ayudara a reemplazarlo por el nuevo, me senté por última vez encima de aquel viejo colchón. Vi un halo descoloridque no habíamos podido sacar, a pesar de haber lavado la mancha varias veces.

Ese halo me recordó una noche de treinta años
atrás en que nuestro hijo pequeño había mojado nuestra cama, donde dormíamos los dos juntos. Mi esposo, apenas nos acostamos, había tenido que irse a dormir al cuarto de los niños, en la cama de abajo de la niña.

Unos años antes teníamos dos colchones en la cama
matrimonial, en cuanto uno de los niños dormía en ella y notábamos que la sábana estaba mojada, le dábamos la vuelta a uno de los colchones y cambiábamos la ropa de cama. Pero el colchón que teníamos en aquella época era de los grandes.

No sabía cómo dar la vuelta a aquel armatoste. De golpe, madre e hijo, nos pusimos a reír, mirando el colchón apoyado verticalmente en el suelo. Los dos, de pie y en piyama, empezábamos a tener frío, pero seguíamos riendo, a pesar de no saber como colocar el colchón encima de la cama. No quise despertar ni a mi esposo ni a la niña de ninguna manera. Afortunadamente poco a poco, después de intentarlo varias veces, pude colocarlo sobre la cama.

Cuando mi esposo llegó a casa, yo todavía sonreía pensando en aquella noche de hacía tantos años.

Él dobló por la mitad el viejo colchón y lo ató con unas cintas, luego lo colocamos en el pasillo. Mientras tanto, pusimos el colchón nuevo sobre nuestra cama, le quitamos la envoltura de plástico y lo dejamos que se hinchara poco a poco.

Aquella noche habíamos invitado a cenar a dos parejas de amigos. Lo primero que dijeron todos, al entrar,  viendo el viejo colchón en el pasillo, fue:

- ¿Habéis cambiado de colchón? A nosotros también nos gustaría hacerlo. ¡Nos lo dejáis probar!

Después de cenar fue divertido acompañar a los invitados, uno tras otro, a nuestro dormitorio, para que se acostaran sobre el colchón nuevo.

- ¡Es duro, pero blando a la vez! Dijeron todos.

Esa noche cuando nos fuimos a la cama estábamos emocionados, parecía que nuestra vida hubiera cambiado. También remplazamos el edredón viejo con uno de plumas y compramos sábanas de algodón fino. Me sentí realmente cómoda en nuestra nueva y cálida guarida.

Antes de quedarme dormida, mientras me iba preguntando si aquel sería nuestro último colchón, pensé en mi padre que a los setenta años se compró un coche nuevo e iba  diciendo que sería el último  coche de su vida. En cambio, algunos años después, lo cambió de nuevo por otro 
automóvil más manejable, que fue realmente el último que condujo hasta los noventa años.

Quizás no sea nuestro último colchón,  me dije. La vida da muchas vueltas y puede ofrecernos tantas sorpresas, quién sabe si haremos nuevas mudanzas o reemplazaremos muebles y camas, seguí diciéndome.