venerdì 7 gennaio 2022

El último colchón

 

Desde que vivimos solos en nuestra casa, cada uno de nosotros se ha organizado un espacio en los antiguos dormitorios de nuestros hijos.

Las camas de los chicos se han convertido en camas de invitados, la más grande la hemos dejado en el altillo del antiguo cuarto de nuestra hija, que ahora se ha convertido en mi estudio. La cama de nuestro hijo se usa como sofá en el estudio de mi esposo.

Desde hace tiempo, mi marido y yo llevamos pensando que tendríamos que renovar el colchón de nuestra cama. Sin embargo no nos decidimos nunca, a pesar de que un par de muelles deformados nos molesten en la espalda. Nos sabe mal deshacernos de una parte tan importante de nuestra vida, pero hace un par de días, decidimos cambiarlo.

Mi marido buscó información sobre fábricas artesanas de colchones y en seguida encontró una ideal para nosotros.

Antes de
que mi marido comprara  on-line el colchón, yo fui a dos tiendas de colchones, para ver y probar directamente algunos modelos.

Primero fui a una pequeña tienda cerca de casa.
La dueña, una señora de mediana edad, fue muy amable y, mientras me daba noticias sobre la estructura (con resortes o sin resortes) y la composición (látex, esponja, lana, algodón, etc.) de varios modelos, me aconsejó que me echara sobre el colchón de micro muelles embolsados y luego sobre el de látex. El de muelles me pareció el más cómodo.

Después fui a
otra tienda más grande. Di una vuelta, tocando los varios colchones y luego le pedí a la dependienta que me diera más informaciones. Era una chica un poco rara, me contestó con aire molesto:
- No puede comprar un colchón doble si
lo va a probar usted sola. ¡Es muy distinto que se acueste una o lo hagan dos personas. Tiene que volver con su marido.

Creo que fue una excusa,
pues mientras me hablaba iba moviendo sin cesar sus manos, abriendo y cerrando unas carpetas que tenía sobre la mesa. Estaba tan nerviosa que pensé que tal vez  se habían quedado sin dependienta y ella, que generalmente se ocupaba de contabilidad, no daba abasto.

De regreso a casa le dije a mi esposo:
- ¡Tenías razón, creo que los
colchones de muelles son los mejores!
- ¿Ahora estás completamente convencida ? ¿Puedo
hacer el pedido? Me preguntó mi marido.
- ¡Sí,
estoy impaciente por dormir en el colchón nuevo! Respondí sonriendo.

La empresa artesana de Forlì
nos envió el colchón el día establecido. Llegó enrollado y envasado al vacío. De momento lo colocamos en el pasillo.

Por la tarde deshice nuestra cama. M
ientras esperaba a mi esposo para que me ayudara a reemplazarlo por el nuevo, me senté por última vez encima de aquel viejo colchón. Vi un halo descoloridque no habíamos podido sacar, a pesar de haber lavado la mancha varias veces.

Ese halo me recordó una noche de treinta años
atrás en que nuestro hijo pequeño había mojado nuestra cama, donde dormíamos los dos juntos. Mi esposo, apenas nos acostamos, había tenido que irse a dormir al cuarto de los niños, en la cama de abajo de la niña.

Unos años antes teníamos dos colchones en la cama
matrimonial, en cuanto uno de los niños dormía en ella y notábamos que la sábana estaba mojada, le dábamos la vuelta a uno de los colchones y cambiábamos la ropa de cama. Pero el colchón que teníamos en aquella época era de los grandes.

No sabía cómo dar la vuelta a aquel armatoste. De golpe, madre e hijo, nos pusimos a reír, mirando el colchón apoyado verticalmente en el suelo. Los dos, de pie y en piyama, empezábamos a tener frío, pero seguíamos riendo, a pesar de no saber como colocar el colchón encima de la cama. No quise despertar ni a mi esposo ni a la niña de ninguna manera. Afortunadamente poco a poco, después de intentarlo varias veces, pude colocarlo sobre la cama.

Cuando mi esposo llegó a casa, yo todavía sonreía pensando en aquella noche de hacía tantos años.

Él dobló por la mitad el viejo colchón y lo ató con unas cintas, luego lo colocamos en el pasillo. Mientras tanto, pusimos el colchón nuevo sobre nuestra cama, le quitamos la envoltura de plástico y lo dejamos que se hinchara poco a poco.

Aquella noche habíamos invitado a cenar a dos parejas de amigos. Lo primero que dijeron todos, al entrar,  viendo el viejo colchón en el pasillo, fue:

- ¿Habéis cambiado de colchón? A nosotros también nos gustaría hacerlo. ¡Nos lo dejáis probar!

Después de cenar fue divertido acompañar a los invitados, uno tras otro, a nuestro dormitorio, para que se acostaran sobre el colchón nuevo.

- ¡Es duro, pero blando a la vez! Dijeron todos.

Esa noche cuando nos fuimos a la cama estábamos emocionados, parecía que nuestra vida hubiera cambiado. También remplazamos el edredón viejo con uno de plumas y compramos sábanas de algodón fino. Me sentí realmente cómoda en nuestra nueva y cálida guarida.

Antes de quedarme dormida, mientras me iba preguntando si aquel sería nuestro último colchón, pensé en mi padre que a los setenta años se compró un coche nuevo e iba  diciendo que sería el último  coche de su vida. En cambio, algunos años después, lo cambió de nuevo por otro 
automóvil más manejable, que fue realmente el último que condujo hasta los noventa años.

Quizás no sea nuestro último colchón,  me dije. La vida da muchas vueltas y puede ofrecernos tantas sorpresas, quién sabe si haremos nuevas mudanzas o reemplazaremos muebles y camas, seguí diciéndome.







Nessun commento:

Posta un commento