Desde que vivimos solos en nuestra casa, cada uno de nosotros se ha organizado un espacio en los antiguos dormitorios de nuestros hijos.
Las
camas de los chicos se han convertido en camas de
invitados, la más grande
la hemos dejado
en el altillo del
antiguo cuarto de
nuestra hija, que ahora se ha convertido en mi estudio. La cama de
nuestro hijo se usa como sofá en el estudio de mi esposo.
Desde hace tiempo, mi marido y yo
llevamos pensando
que tendríamos que renovar el
colchón de nuestra cama.
Sin embargo no
nos decidimos nunca, a
pesar de que un par de muelles
deformados nos molesten en la espalda.
Nos sabe
mal deshacernos de una parte tan importante
de nuestra vida, pero hace un
par de días, decidimos
cambiarlo.
Mi
marido buscó información sobre fábricas artesanas de colchones y en
seguida encontró una ideal
para nosotros.
Antes de que
mi marido comprara on-line el colchón, yo fui
a dos tiendas de colchones, para
ver y probar directamente algunos
modelos.
Primero fui a una pequeña tienda cerca de casa.
La dueña,
una señora de mediana edad, fue muy amable y, mientras me daba
noticias sobre la estructura (con resortes
o sin resortes) y la composición (látex, esponja, lana, algodón,
etc.) de varios
modelos, me aconsejó
que me echara sobre el
colchón de micro muelles embolsados y
luego sobre el
de látex. El de
muelles me pareció el
más cómodo.
Después fui a otra tienda más
grande. Di una vuelta, tocando los varios
colchones y luego le pedí a la dependienta
que me diera más informaciones.
Era una chica un
poco rara, me contestó con aire molesto:
- No
puede comprar un colchón doble si lo va
a probar usted
sola. ¡Es muy
distinto que se acueste una o lo hagan dos personas.
Tiene que volver con su marido.
Creo que fue una excusa,
pues mientras me
hablaba iba moviendo sin cesar sus
manos, abriendo y cerrando unas carpetas que tenía sobre la mesa. Estaba tan nerviosa que pensé que tal
vez se habían quedado sin dependienta y ella, que
generalmente se ocupaba de contabilidad, no
daba abasto.
De
regreso a casa le dije a mi esposo:
- ¡Tenías razón, creo que
los colchones de muelles
son los
mejores!
-
¿Ahora estás completamente convencida ? ¿Puedo hacer
el pedido? Me
preguntó mi marido.
-
¡Sí, estoy impaciente por
dormir en el colchón nuevo!
Respondí sonriendo.
La empresa artesana de Forlì nos
envió el colchón el día establecido.
Llegó enrollado
y envasado al vacío. De momento
lo colocamos en
el pasillo.
Por la tarde deshice nuestra cama. Mientras esperaba
a mi esposo para que me ayudara
a reemplazarlo por el nuevo, me
senté por última vez
encima de aquel
viejo colchón. Vi un
halo descolorido que no habíamos
podido sacar, a pesar de haber
lavado la mancha varias
veces.
Ese halo me recordó una
noche de treinta años atrás
en que nuestro
hijo pequeño había mojado nuestra
cama,
donde dormíamos los dos juntos.
Mi esposo, apenas nos acostamos, había tenido que irse a dormir al cuarto de los niños, en la cama de abajo de la niña.
Unos
años antes teníamos dos colchones en la cama matrimonial,
en cuanto uno de los niños dormía en ella
y notábamos que la sábana estaba
mojada,
le dábamos la vuelta a uno de los
colchones y cambiábamos
la ropa de cama. Pero el colchón que teníamos en
aquella época
era de los
grandes.
No
sabía cómo dar la vuelta a aquel armatoste. De golpe, madre e
hijo, nos pusimos a reír, mirando el colchón apoyado verticalmente
en el suelo. Los dos, de pie y en piyama, empezábamos a
tener frío, pero seguíamos riendo, a pesar de no saber como colocar
el colchón encima de la cama. No quise despertar ni a mi esposo ni
a la niña de ninguna manera. Afortunadamente poco a poco, después
de intentarlo varias veces, pude colocarlo sobre la cama.
Cuando
mi esposo llegó a casa, yo todavía sonreía pensando en aquella noche
de hacía tantos años.
Él dobló por la mitad el viejo colchón y lo ató con unas cintas, luego lo colocamos en el pasillo. Mientras tanto, pusimos el colchón nuevo sobre nuestra cama, le quitamos la envoltura de plástico y lo dejamos que se hinchara poco a poco.
Aquella noche habíamos invitado a
cenar a dos parejas de amigos. Lo primero que dijeron todos, al
entrar, viendo el viejo colchón en el pasillo, fue:
-
¿Habéis cambiado de colchón? A nosotros también nos gustaría
hacerlo. ¡Nos lo dejáis probar!
Después de cenar fue divertido acompañar a los invitados, uno tras otro, a nuestro
dormitorio, para que se acostaran sobre el colchón nuevo.
-
¡Es duro, pero blando a la vez! Dijeron todos.
Esa noche
cuando nos fuimos a la cama estábamos emocionados, parecía que
nuestra vida hubiera cambiado. También remplazamos el edredón viejo
con uno de plumas y compramos sábanas de algodón fino. Me sentí
realmente cómoda en nuestra nueva y cálida guarida.
Antes
de quedarme dormida, mientras me iba preguntando si aquel sería nuestro
último colchón, pensé en mi padre que a los setenta años se
compró un coche nuevo e iba diciendo que sería el último coche de su vida.
En cambio, algunos años después, lo cambió de nuevo por otro automóvil más
manejable, que fue realmente el último que condujo hasta
los noventa años.
Quizás no sea nuestro último colchón, me dije. La vida da muchas vueltas y puede ofrecernos tantas sorpresas, quién sabe si haremos nuevas mudanzas o reemplazaremos muebles y camas, seguí diciéndome.
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