venerdì 1 settembre 2023

Pinar del Río - Cap 9

 


A la una de la madrugada del primer sábado de luna llena, Felipe le envió a Mariano un coche de caballos para que fuera recogerlo. Lo conducía un joven mulato, llamado Mauricio, que era la mano derecha de Felipe. El coche si dirigió hacia Caimito, que estaba a una hora de distancia de la finca donde se escondía Felipe.

Durante el trayecto Mauricio le contó a Mariano que la casa donde por el momento vivían estaba deshabitada, había sido abandonada por los amos, tras la pandemia y en ella se habían instalado ellos, los revolucionarios pacíficos, como se definía Felipe.

- ¿Y no tenéis miedo de que os descubran y de que os arresten a todos?

- No nos van a denunciar, el dueño de la finca se ha unido a nosotros, nadie sabe que estamos aquí, pero cambiamos de campamento muy a menudo para que no nos encuentren.

- Veo que confiáis en mí. Yo jamás os delataré, le dijo Mariano.

- Felipe confía ciegamente en ti, pero te podrían arrestar y con métodos violentos hacerte cantar, por eso viajamos de noche para que no te ubiques.

- No te preocupes yo no tengo un gran sentido de la orientación, ahora mismo no sé en qué dirección vamos.

- Tranquilo, hemos tomado todas las precauciones, le dijo Mauricio.

- Espero que tarde o temprano logréis acabar con la esclavitud.

- Esperemos y será gracias a la inteligencia, a la diplomacia, a la capacidad de actuar y a la paciencia de Felipe, que junto a abogados y letrados logren la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud, lo que conllevaría muchas mejorías en la sociedad cubana. Tienes que saber que algunos terratenientes ya están dando la libertad a los esclavos, sin embargo hay otros que todavía siguen comprándolos y explotándolos como animales.

- Os admiro a los independentistas que no empuñáis armas.

Mauricio calló, pues él temía que tarde o temprano, protestas y pleitos acabarían implicando a los revolucionarios en batallas feroces contra los españoles. Cuando estaban a punto de llegar pensó en Céspedes, amigo y compañero de lucha de Felipe que, si al principio con su alzamiento pacífico esperara alcanzar una Cuba libre sin derramar sangre, al final tuvo que armar a sus seguidores y formar un ejercito, pero desgraciadamente cayó en la batalla en 1874.

Felipe recibió a Mariano con afecto y alegría, lo abrazó como lo hacía en la Habana, dándole golpecitos en la espalda. Hablaron, bromearon y se trataron como si se hubieran visto el día anterior, en realidad desde su último encuentro habían pasado seis años.

Al cabo de dos horas, Olivia, la mujer mulata que Felipe liberó de su esclavitud, tras muchas peripecias, entró en el salón donde ellos a oscuras estaban sentados.

Felipe tardó cinco años en preparar la estratagema para obtener la libertad de Olivia. Logró que una mujer de confianza entrara a formar parte de la servidumbre de la hacienda, de donde él había salido y en donde Olivia era una de las tantas esclavas que recogían hojas de tabaco. Aquella mujer les fue allanando el terreno, pero sobre todo les ayudó la fiebre amarilla, pues en aquella finca, como en las de la vecindad, hubo muchos muertos, entre ellos falleció el dueño. La viuda, como su marido, odiaba a Felipe y no fue fácil llegar a un acuerdo con ella.

La dueña del tabacal, más que tener aversión hacia Felipe la tenía hacia su cuñado, él que dio la libertad a los esclavos que había heredado de su padre. Sin embrago la viuda, tras la muerte de su marido, a causa de los problemas económicos que se le presentaban, cedió. Felipe, a través de un intermediario, pues ella no quería verle la cara, consiguió comprar a Oliva. La chica desde que adquirió la libertad, estaba tan agradecida y enamorada de Felipe que lo seguía a donde fuera sin rechistar.

Olivia desapareció del salón y se fue a la cocina para dejar a solas a los dos amigos para que conversaran, faltaba poco para la salida del sol.

Felipe y Mariano pasaron todo lo que quedaba de la noche hablando sin cesar. Mariano le contó sus progresos como socio de la tienda de comestibles y del próspero comercio de semillas. Felipe le hizo un resumen de todo lo que había hecho en aquellos cinco años, no paraba de estudiar y de presentar peticiones al gobierno español para que Cuba obtuviera la independencia y para que se aboliera la esclavitud.

Felipe y sus colaboradores habían conseguido que el 18 de febrero de 1880 el Boletín oficial del Estado Español emitiera una ley que cesaba el estado de esclavitud en Cuba. Sin embargo esta ley llevaba una serie de condiciones que ralentizaban el fin efectivo del régimen de esclavitud. Es decir esa ley no convertía a los esclavos inmediatamente en personas libres, los transformaba en Libertos, quienes tenían que pagar una cantidad de dinero elevada a sus patronos para ser completamente libres.

- ¿No estás satisfecho con lo que habéis conseguido?

- Hemos conseguido bien poco, le contestó Felipe.

- Algo es algo, verás que tarde o temprano España tendrá que alinearse a las leyes de los demás países

- La libertad ahora tiene un precio económico, eso no puede ser, estamos luchando para que el Ministerio de Ultramar acabe con ese sistema ridículo de Libertos.

- Vas a lograrlo, Felipe.

- Estoy un poco cansado, cada mes Olivia y yo cambiamos de domicilio, pero cuando consiga que sea abolida la esclavitud, me podré morir tranquilo.

- No digas eso Felipe, tú vas a conseguir que Cuba sea libre sin derramar sangre.

- Eso si que será difícil, yo admiro y confío en José Martí, como confiaba en Céspedes, pero la memoria histórica me dice que la resistencia pacífica al final conduce a las armas. Yo admiraba a Carlos Manuel de Céspedes, además de ser un hombre rico y apuesto, que había vivido en Europa y hablaba varios idiomas, era una persona culta y sensible, un poeta, con ideales muy nobles, capaz de estar al día de los adelantos científicos y técnicos , doctrinas filosóficas y movimientos artísticos y literarios. En la república que deseaba fundar quería una ley que organizara la educación primaria universal, blancos y negros juntos, con profesores ambulantes y escuelas con talleres.

Para mí era un amigo, sin embargo yo no lo seguí cuando cogió las armas y se unió a otros separatistas más belicosos.

Recuerdo que Céspedes escribió:

Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter

Yo no voy a sacrificarme, la libertad hay que conseguirla sin derramar sangre,si José Martí declara la guerra a España yo me retirade la organización.

- Te admiro, pero te veo un poco desmejorado, tendrías que pensar más en ti y en Olivia.

- Lo intentaré. No sé cuándo podremos volver a vernos, te prometo que en cuánto mejoren las cosas te buscaré, le dijo Felipe.

Al amanecer se despidieron y Mauricio lo acompañó de nuevo a La Habana.

A finales de 1881, Ángel Hernández, dueño de una hacienda de Pinar del Rio, se presentó en la tienda de los tres hermanos.

- Me han dicho que trabaja para vosotros un tal Mariano Defaus.

- Voy a buscarlo está en la trastienda, le dijo Pedro.

Pedro corrió la cortina y llamó a Mariano.

- Tienes visitas, le dijo.

- Buenos días, soy Ángel Hernández, me han hablado de Usted y de sus dotes como experto en semillas de cereales.

- No hay para tanto, le contestó Mariano satisfecho por aquella mención.

- Yo no sé nada de cereales, desde que nací he visto a mi alrededor sólo tabacales, le dijo sonriendo el terrateniente.

Ángel le hizo muchas preguntas y al final le dijo:

- Quiero ir sembrando trigo en la tierras que he heredado de mi padre e ir sacando las plantas de tabaco. Le necesito a usted para que trabaje conmigo en mi hacienda.

Ángel, a los veinte años se fue a España y dejó que su hermano se ocupara de la plantación de tabaco. Su padre no veía con buenos ojos que su heredero se fuera tan lejos, pero siendo una persona inteligente le dio su consentimiento y le costeó los estudios de medicina.

El primer día que Ángel asistió a una autopsia se desmayó, la sangre lo mareaba, él pensaba que se iba a acostumbrar, sin embargo con el tiempo no mejoró su malestar. Aceptó que no tenía dotes para ser médico, pero terminó la carrera para no dejar las cosas a medias. En Madrid conoció a Nieves Herrera, una tarde en que fue al barrio de Lavapiés a comprar un cántaro. Nieves pertenecía a una familia de alfareros, moldeaba piezas y despachaba en la tienda. Ángel al entrar en la alfarería se quedó prendado mirando a hija del alfarero, mientras estaba arreglando los anaqueles llenos de piezas de barro. Desde entonces Ángel cada tarde iba a ver a Nieves y un día le declaró su amor. Nieves tenía dieciocho años, Ángel veintidós cuando se casaron. Al cabo de pocos meses, Ángel tuvo que volver a Cuba con su esposa tras la muerte de sus padres y de su único hermano a causa de la fiebre amarilla.

Ángel aquel día también le dijo a Mariano que tenía buenos capataces y buenos jornaleros, sólo le faltaba un especialista en cereales.

- Le ofrezco un buen trabajo y si vemos que nos llevamos bien, podríamos ser socios.

- Ah! ¿Y por qué quiere sustituir las plantaciones de tabaco por campos de trigo?

- Todos me van diciendo que estoy loco, que con el tabaco se gana mucho más, pero yo ya me he consultado con expertos agrarios, quienes me han dicho que mi tierra es buena para los cereales y que la rotación de los cultivos le iría bien, pues hace demasiados años que se explota sólo con plantas de tabaco. La pobre tierra está que no puede más, por eso quiero dar un cambio radical en la finca. Además aborrezco la esclavitud y no quiero ganarme la vida explotando de forma inhumana a los negros. El azar me ha llevado a poseer una hacienda que tenía que ser para mi hermano, yo le estoy agradecido a mi destino, pero quiero cambiarlo. Les he dado la libertad a todos los esclavos, pero muchos de ellos se han quedado a trabajar conmigo. Nieves, mi mujer, me apoya en ese proyecto que parece un poco descabellado.

- Me lo voy a pensar. Gracias por su oferta, le contestó Mariano, sin poder decir nada más de lo emocionado que estaba.

- Si Usted acepta mi propuesta tendrá un buen sueldo y además un porcentaje de la renta de la cosecha. ¡Ah! se me olvidaba, hay una casita para Usted al lado de la nuestra.

A Mariano le cayó bien aquel humilde terrateniente, que no se parecía en nada a los dueños de las fincas de los alrededores. No se lo podía creer que le ofreciera tanto conociéndolo tan poco.

A Mariano le sabía mal aceptar el empleo y dejar plantados a los tres hermanos. Se había acostumbrado tanto a ellos que le daba pena marcharse. El mayor ya se había recuperado de la embolia que sufrió meses atrás, iba a la tienda a despachar, hacía pedidos y llevaba las cuentas. Tras reflexionar varios días, les comentó la oferta que le había brindado Ángel Hernández y les propuso lo siguiente:

- Seguiré siendo vuestro socio, pero os pondré un ayudante que pagaré yo y cada dos o tres meses volveré a La Habana para ayudaros en las cuentas.

- Corres más detrás de los negocios que de las mujeres, yo estaría más tranquilo si te escaparas tras una mulata, le dijo Pedro riendo.

- Estamos contentos de que te requieran en una hacienda tan importante, es una gran oportunidad para ti y yo estoy muy orgulloso de cómo has salido adelante, le dijo Pepe, el hermano mediano, el taciturno.

- Te echaremos de menos, gracias por todo que has hecho por mí, le dijo lentamente Pablo que aún le costaba hablar con la boca torcida.

- A ver si en Pinar de río encuentras la esposa que tanto sueñas.

- No te burles de mí Pedro. Tendré mucho trabajo y pocas mujeres. Cuidaros entre vosotros y no os metáis en líos, le dijo Mariano abrazándolos.

El cuatro de febrero de 1881, Mariano se sentó en un vagón, esperando que la locomotora se pusiera en marcha hacia San Cristóbal. Mariano, como su padre, José Defaus Ballesté, era puntual, solía ir a la estación una hora antes de que el tren saliera.

Mientras miraba por la ventanilla las idas y venidas de la gente en los andenes, pensó en su primer viaje en tren a Barcelona, era el año 1872.

- Cuántas vueltas ha dado mi vida, desde entonces, se dijo.

Mariano estaba ilusionado e impaciente por mudarse a la finca de Ángel Hernández. Sin embargo sentía un leve dolor de barriga, el mismo que notó el día en que se marchó de Malgrat, su pueblo natal. Dio la culpa de aquel leve malestar al hecho de que estaba alejándose de La Habana, del puerto donde tanta veces imaginó que zarparía para volver a su tierra.

Siguió hasta Pinar del Rio en una diligencia de caballos, pues todavía no se había construido aquel tramo ferroviario. La gente del lugar tuvo que esperar varias años antes de verlo finalizado, fue inaugurado en 1894.

Mariano llegó al atardecer a Pinar del Rio, allí lo esperaba un coche de caballos guiado por un cochero que lo llevó a la finca de Ángel Hernández, llamada Esperanza, situada entre Las Ovas y Puerta de Golpe, a pocos kilómetros de Pinar del Rio.

- Esperanza será mi hogar. Me gusta ese nombre, pues yo sigo con la esperanza de volver un día a casa de mis padres.

Los dos esposos lo estaban esperando. Lo acogieron como si fuera uno más de la familia y le entregaron la llave de la casita donde él iba a vivir.

La primera cosa que hizo Mariano en la nueva morada, fue escribir una carta a Isabel.


Querida Isabel,

te envío mi nueva dirección para que puedas escribirme. Ya no vivo en la Habana. Me ofrecieron un buen trabajo en una finca llamada Esperanza, que está a pocos kilómetros de Pinar del Rio...

.. las cosas me están saliendo bien. Sin embargo estoy apenado por haberte dejado y siento el vacío de tu ausencia. Me arrepiento por mis indecisiones. María, cansada de esperarme se casó con el viudo Valls y yo ahora, ya ves, me he quedado solo. Los dueños de la hacienda Esperanza se portan muy bien conmigo. He tenido suerte.

¿Cómo estás? ¿Y tu tía? Hace mucho que no recibo una carta tuya. ¿Quizás no encuentres quien te la escriba? Espero que te enamores de un hombre que te quiera y te respete, te lo mereces.

Un abrazo de tu sincero amigo

Mariano Defaus Moragas













Nessun commento:

Posta un commento