El teléfono sonó una mañana bochornosa de finales de julio de 1898, mientras Olivia y Felipe estaban leyendo en voz alta un cuento a unos chiquillos. Felipe dejó a los alumnos y se dirigió al recibidor para atender la llamada. Mientras cogía el auricular, iba pensando en que hacía más de quince años que aquella invención milagrosa llegó a Cuba y que una de las primeras cosas que quiso poner en la nueva casa de La Habana fue un aparato telefónico.
- ¿Dígame?
- Hola, soy Mariano.
- ¡Qué raro que llames a esa hora! ¿Pasa algo?
- Anoche, cuando llegué a la finca, encontré un telegrama que me anunciaba la muerte de mi padre.
- Lo siento mucho. Yo no sabía que estuviera enfermo, le contestó Felipe.
- Tenía muchos achaques, pero no para morirse. Tuvo un ataque de corazón. Yo sólo espero que no haya sufrido mucho.
- ¿Quieres que vaya a la finca?
- No te preocupes, no es necesario.
Desde
aquel día, Felipe llamaba a Mariano cada dos por tres para darle
apoyo.
- Buenos días. ¿Cómo estás?
- Bastante bien. Pero desde que murió mi padre, a veces siento el impulso de hacer la maleta, ir al puerto y salir para Barcelona con el primer barco.
- Tiempo atrás, cuando me confesaste el motivo por el que habías huido de España, te dije que me iba a informar de tu situación jurídica. Ahora te puedo decir que no vas a poder volver. Tienes antecedentes penales. Dos delitos pendientes, el primero de rebelión, por no comparecer ante el tribunal, el segundo de deserción, por no alistarte en el ejército… Pero tienes que mantener la calma e intentar ayudar a tu madre desde aquí.
Mientras escuchaba a su amigo, Mariano pensó en lo tonto que había sido, imaginándose durante tantos años el viaje de vuelta a casa y le dijo a Felipe:
- Me he visto varias veces subiendo en un barco que sale del muelle de La Habana, bajando en el puerto de Barcelona y por fin sentado en un vagón del tren que me lleva a Malgrat - estuvo unos segundos callado y añadió - Ahora mismo le voy a enviar un telegrama a mi madre y a escribirle una carta bien larga, para decirle que no puedo volver.
- Yo sugeriría que pusiera el teléfono en casa. La instalación sale muy cara. ¿Se la podrías pagar tú?
- Me parece una idea excelente. Gracias por tus sugerencias. Yo no hubiera caído en ello.
- Tú ya sabes lo que pienso del progreso… Estoy seguro de que el teléfono va a mejorar la vida de muchas personas. En marzo de 1882 en la Habana fue inaugurado el primer servicio telefónico. En España llegó un poco más tarde. Verás que en tu pueblo hay más de un teléfono, pues leí en un periódico que el año pasado en la península existían más de doce mil números.
- También con el ferrocarril fuisteis los primeros. Los cubanos siempre nos adelantáis en todo, dijo Mariano sonriendo.
Teresa Moragas aceptó con júbilo la idea de poner un teléfono en casa. Cuando llegaron los dos empleados de la compañía telefónica para activar la línea e instalar el aparato, les dijo:
- Lástima que mi marido, que en paz descase, no pueda ver este invento portentoso. ¿Se dan cuenta de que voy a poder hablar con mi hijo que vive en Cuba y que hace veinticinco años que no lo veo?
- Señora, en Malgrat hay ocho abonados, ustedes tendrán el número nueve.
- Póngalo en nombre de mi hijo, Francisco Defaus Moragas.
- Su hijo va a tener que firmar.
- Mientras vayáis terminando de montarlo todo, yo lo mando a llamar.
Francisco llegó al cabo de veinte minutos y firmó todos los documentos. Tener teléfono en casa era un lujo que la familia Defaus no podía permitirse, pero Mariano quiso pagar la instalación y todas las facturas y no dejó de hacerlo hasta el día de su muerte.
El aparato fue colgado en la pared del primer cuarto de la planta baja, que en aquel entonces se convirtió en el despacho de Francisco.
Era la primera vez que Teresa utilizaba aquel invento y estaba emocionada e impaciente por oír la voz de su querido hijo.
- ¡”Mare, mare”! (Madre, madre)
- ¡”Fill meu”! ( hijo mío). Es un milagro oírte, tienes un acento raro, pero es tu voz. ¡Y qué ilusión que no te hayas olvidado del catalán!
- No oblidaré mai la meva llengua i la meva terra. Vostè mare té la veu més baixa. (Nunca me voy a olvidar de mi lengua y de mi tierra. Usted madre tiene la voz más rauca.)
- Sí, estoy un poco afónica, pero no te preocupes, estoy bien de salud. Y tú dime, ¿cómo estás? ¿Cuándo vas a volver?
- Madre, he de confesarle que no voy a poder volver. Si lo hiciera, me arrestarían. Un amigo mío, abogado, se ha ocupado de averiguarlo.
- Me lo imaginaba, pero no te olvides nunca de nosotros… Dijo con voz temblorosa - ¿Y cómo están Nieves y los niños?
- Todos estamos bien, a pesar de estos tiempos tumultuosos.
Madre e hijo hablaron mucho rato, hasta que una operadora les dijo que tenían que colgar. Tras aquella llamada, Mariano estuvo contento, pero a la vez triste, pues se dio cuenta de que nunca más podría abrazarla. Mariano siguió llamándola cada semana, también se ponían Nieves y sus dos hijos varones que no paraban de contarle cosas a la abuela. Juan ya hablaba bien, José sólo sabía decir algunas palabras. Un día el niño Juan, así lo llamaba con cariño Gabriel, le cantó una canción a la abuela en catalán. Teresa empezó a llorar de alegría y de emoción.
Cuando España se retiró de Cuba, los españoles radicados en la isla tuvieron que ratificar su decisión de permanecer siendo ciudadanos españoles y conservar esa condición. el 3 de marzo del año 1900 Mariano se registró en Pinar del Río, junto a su esposa, Nieves Herrera Herrera, y a sus cinco hijos menores de edad. No quiso renunciar a su condición de español, a pesar de que después de la intervención norteamericana en Cuba, los españoles empezaban a estar en una posición difícil, pero él siempre se enorgulleció de sus raíces y a pesar de todo siguió pensando en que tarde o temprano podría volver a Cataluña.
Las llamadas telefónicas entre Pinar del Río y Malgrat fueron durante más de dos años una fiesta para todos, hasta que en 1901 Teresa tuvo un derrame cerebral, que se presentó de un modo súbito, mientras estaba haciendo la comida y cayó al suelo desmayada. Mariano, al enterarse, sufrió mucho por no poder volver a España, se sintió impotente y, para aliviar su dolor, cada día llamaba por teléfono a su madre. Ella tenía la parte izquierda del cuerpo paralizada, pero podía coger el auricular con la otra mano. Con la boca torcida hablaba mal, casi no se entendía, pero estaba contenta de oír la voz de su hijo favorito.
Al recibir un telegrama de Marieta, Isidro fue al edificio de telefónicas de Mataró para llamar a su madre. Teresa, al oír su voz, lloró de alegría, pues hacía tiempo que no sabía nada de él
- Yo… te… he… querido… siempre… como… a… tus… hermanos, le dijo con mucho esfuerzo.
- No entiendo bien lo que me está diciendo, madre. Ahora que está enferma, no quiero echarle en cara que me siento usurpado. Pero tiene que saber que yo he sufrido mucho.
Teresa lloró y se desesperó por el rencor que todavía le tenía su hijo. Francisco, oyendo los sollozos de la madre, entró en el cuarto.
- Isidro, no le digas eso a nuestra madre, le dijo Francisco agarrando el teléfono de la mano de Teresa.
- Mira quien lo dice, el usurpador.
- Por favor, nuestra madre está mal. No compliques las cosas.
- Tú y Mariano habéis sido siempre sus favoritos. Me echasteis de la familia, dijo Isidro, levantando la voz.
- Isidro, nadie te echó. Cálmate, por favor. Ven a Malgrat a ver a tu madre.
- ¿Ahora queréis que vuelva? Es demasiado tarde, le dijo colgando.
Francisco, Teresita y Marieta cuidaron a Teresa con cariño durante las cuatro semanas que transcurrieron, desde el primer ictus hasta el segundo, que fue mortal.
La muerte de Teresa fue un duro golpe para todos. Mariano, a pesar de los largos años que había pasado lejos de su madre, se sintió por primera vez en su vida huérfano. Nieves se asustó, pues no lo había visto nunca en aquel estado de postración, sin embargo, a medida que pasaban los días, Mariano volvió poco a poco a ocuparse de sus tareas.
Estaba impaciente por llevar a cabo un proyecto que hacía tiempo que le rondaba por la cabeza: en un terreno de la finca, apartado de la mansión, quería construir una escuela grande para los niños de los alrededores. Una vez finalizadas las obras, se ocupó de emplear a un par de maestros jóvenes, de comprar libros y material pedagógico y sobre todo de ir a recoger a los niños en las aldeas y convencer a sus padres, que muchas veces se negaban, a que sus hijos fueran a la escuela.
En aquella época, tanto España como Cuba iban curándose las cicatrices que la guerra les había dejado. El 20 de mayo de 1902, Cuba se convirtió en una República independiente, en teoría. A pesar de los tres años de sangre, sudor y sacrificio que duró el conflicto Hispano-Estadounidense, ningún representante cubano y de las demás colonias españolas de ultramar fue invitado al histórico tratado de paz, firmado en París en 1898. España renunció a todo derecho de soberanía y propiedad de sus colonias. El tratado de París se considera el punto final del imperio español y el principio del periodo de poder colonial de Estados Unidos. En el tratado se prometió la independencia de Cuba con condiciones, tales condiciones se recogían en la Enmienda Platt, un astuto añadido a la Ley de los Presupuestos del Ejército de Estados Unidos de 1901, que otorgaba a este país el derecho a intervenir militarmente en Cuba siempre que lo creyera conveniente. Estados Unidos también utilizó su notable influencia para procurarse una base naval en la bahía de Guantánamo, con el fin de proteger sus intereses estratégicos en la región del canal de Panamá. A pesar de una discreta oposición en Estados Unidos y de una mucho mayor en Cuba, el Congreso aprobó la Enmienda Platt, que se incluyó en la Constitución cubana de 1902. Para muchos, América solo sustituyó a España en el nuevo papel de colonizador y enemigo.
Un año más tarde, Mariano llamó a su hermano para saber cómo estaban él y la familia, pues sus cartas no habían recibido respuesta. Francisco le contó lo que le había pasado a Isidro.
- Hace tiempo que Isidro no nos habla. Pero supimos por un recadero de Mataró que el mes pasado murió su mujer. Él abandonó su oficio de cubero y se embarcó de nuevo para el sur de Francia. Su barco ha desaparecido en alta mar. Ha sido tragado por las aguas durante una tempestad.
- ¡Cuánto lo siento! Me sabe mal que nuestro hermano haya sido tan desafortunado.
- Lo hemos sabido por casualidad. Él no quería hablar con nosotros, ni siquiera vino al entierro de nuestra madre.
- Cuando me fui a Cuba Isidro tenía diez años. Lo recuerdo jugando siempre con Joan. Eran els bessons… Nuestra madre nunca me dijo que no quisiera hablar con vosotros. ¿Él todavía estaba viviendo en Mataró?
- Seguro que ella te habrá contado que nuestro padre lo obligó a embarcarse, para alejarlo de Agustina, una mujer de mala fama. Trabajó varios años como mozo en los barcos que iban y venían del sur de Francia. Volvía poco a casa: sin embargo, cuando vino para la boda de Joan y Teresita, lo notamos muy raro, pensamos que era debido a que lo habían llamado al ejército. Siempre fue huraño y rencoroso, creo que no le perdonó a nuestro padre que lo alejara de casa. Cuando al cabo de cuatro años terminó el servicio militar, no volvió a embarcarse, alquiló una casa en la calle Boters y volvió a hacer de cubero. Supimos que se casó con una tal María Teresa, pero nunca la conocimos. Luego se mudaron a Mataró.
- Nuestra madre no me contó todo. Yo sólo sabía que primero se embarcó y luego abrió un taller de toneles. Me hubiera gustado poder hablar con él. Le escribí pero nunca me contestó.
Francisco no le habló de la última conversación que tuvo con Isidro pocos días antes de la muerte de su madre, para no apenarlo. Ni tampoco le narró lo que se decía de él: se ha fugado con Agustina y lo del naufragio es una estratagema para que nadie les siga.
- Son sólo habladurías, le dijo Francisco a Teresita, el día en que les llegó la noticia.
- Pues yo espero que Isidro viva en Francia con Agustina. Allí finalmente serán felices, le contestó Teresita.
Mariano escribía un par de cartas al año a sus hermanos, también tenía la costumbre de escribir a sus amigos. En cambio, llamaba por teléfono a los tres tenderos, que habían puesto teléfono en su tienda. Los tres seguían llevando una vida despreocupada; sin embargo, Pau y Pepe fueron los primeros en sentir los achaques de la vejez. Pau, después de una angina de pecho, se asustó y empleó a Inés, una mujer mulata de unos cuarenta años, para que les hiciera de ama de llaves. Al cabo de unos meses, Inés, viendo la cantidad de trabajo, llamó a su hermana Paulina. Al año siguiente hizo lo mismo con Josefina, la hermana menor, que llegó con una pequeña maleta y una mochila llena de libros. Inés, que sabía tratar a los tres tenderos, comprendió que jamás iban a separarse y ni a casarse. A Pepe y a Pedro, con todo lo que habían comido y bebido, además de la gota y reumatismo, les fueron saliendo otras enfermedades. Las tres mujeres les ayudaban en todo, sea en casa que en la tienda, y poco a poco, sin darse cuenta, se fueron emparejando: Inés se sentía atraída por la nobleza y bondad de Pau, a pesar de su debilidad física, con él bromeaba y lo hacía bailar. Paulina era muy habladora y le encantaba que Pepe la escuchara. Josefina, la más independiente, no quería caer en las redes de aquellos hombres, pero los piropos y zalamerías de Pedro la enamoraron. Sin embargo, Pau, Pepe y Pedro nunca se casaron con las tres hermanas, pero vivieron juntos hasta la muerte.
También escribía a Miguel, que había dejado la navegación y se había aposentado en las islas Canarias, donde vivía con su madre y uno de sus hermanos. Con sus ahorros podía llevar una vida holgada, él tampoco se casó nunca. Se puso a escribir de nuevo para un periódico local, pero echaba de menos el mar y cada dos por tres se subía a un barco, pues necesitaba sentirse mecido por las olas. Alguna tarde iba a visitar al capitán que se había retirado en su casa de La Palma. Hacía una vida tranquila, sin embargo cada cuatro o cinco años emprendía un viaje hacia Cuba para ir a ver a su amigo.
Con María e Isabel, seguía carteándose, les enviaba una tarjeta postal en Navidad, invitándolas a la finca y ellas le devolvían las felicitaciones; sin embargo, un invierno Isabel dejó de contestarle. Mariano no se preocupó, pues sabía por Lucas que estaba bien. Madre e hijo se carteaban gracias al sacerdote que había ayudado a Lucas.
Por aquel entonces un grupo de soldados españoles fue a registrar la vivienda de Isabel en busca del hijo fugitivo. Ella tuvo miedo de que su correspondencia fuera vigilada y que se descubriera el escondrijo de su hijo, por eso dejó de escribir; sin embargo, al cabo de varios meses, llegó una carta de Isabel, que la envió a los tres tenderos y ellos se la remitieron a Mariano. Cuando los españoles fueron echados de Cuba por los estadounidenses, Isabel volvió a escribir cartas directamente a Mariano y fue a la finca Esperanza varias veces con Tomás, su esposo, para ver a Lucas y a Mariano y su familia. En aquellas ocasiones Isabel y Nieves empezaron a conocerse y a llevarse bien.
María escribía menos, pero de vez en cuando pasaba por la fina Esperanza con su esposo, Ramón Valls, y les traía las mejores piezas de carne de ternera de su hacienda ganadera. Felipe y Mariano siguieron escribiéndose, hasta que un día dejaron de llegar sus cartas.
- ¡Felipe, me da unos sustos cuando desaparece! Me han devuelto mi última carta. Creo que ya no vive en La Habana.
- No te preocupes, verás que tarde o temprano aparecerá.
- También le he llamado por teléfono. Pero la operadora me ha comunicado que el número ha sido dado de baja.
- Tengo una corazonada, creo que nos va a dar una sorpresa, le dijo Nieves.
Al cabo de pocos días de aquella conversación entre marido y mujer, Olivia y Felipe aparecieron por la finca.
Gabriel los vio llegar, mientras él estaba enseñando a montar en un potro al Niño Juan, cerca de la verja de la entrada. Bajó con cuidado al niño del caballo y se dirigió hacia los huéspedes.
- Voy a avisar a los amos de vuestra llegada.
Mariano y Nieves corrieron hacia la entrada, haciendo gestos con los brazos.
- ¡Qué santo os ha traído! Ya me estaba preocupando sin tener noticias vuestras, le dijo Mariano, abrazando a los amigos.
- ¡Qué sorpresa tan bonita! Les dijo Nieves.
- No tenéis que preocuparos por nosotros. Ahora, en tiempos de paz, ya no nos persiguen, les dijo Felipe.
- No sabía que te gustara estar bajo la tutela de Estados Unidos, le dijo Mariano.
- No me malinterpretéis, me gustaría que Cuba fuera realmente libre, pero como te dije en su día, miro el lado positivo de las cosas. Ahora, gracias al cielo ha terminado la guerra, el pueblo cubano necesita largos años de paz.
Mientras los amos hablaban con los recién llegados, Gabriel se fue corriendo a preparar la mesa del patio. Hizo limonadas y mandó a la cocinera que pusiera en la parrilla mazurcas de maíz y plátanos y que cortara rebanadas de pan y queso.
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