sabato 23 dicembre 2023

Cap 18 - El nuevo siglo

 


El teléfono sonó en casa de Olivia y Felipe. Era una mañana bochornosa de finales de julio de 1898, la pareja estaba leyendo en voz alta a un grupo de chiquillos. Felipe dejó a los alumnos y se dirigió al recibidor para atender la llamada. Mientras cogía el auricular iba pensando en que ya habían pasado más de quince años desde que aquella invención llegó a Cuba y que una de las primeras cosas que ellos hicieron al llegar a La Habana fue instalar un aparato telefónico.

- ¿Dígame?

- Soy Mariano.

- ¡Qué raro que llames a esa hora! ¿Pasa algo?

- Anoche cuando llegué a la finca encontré un telegrama que anunciaba la muerte de mi padre.

- Lo siento mucho. Yo no sabía que estuviera enfermo, le contestó Felipe.

- Tenía muchos achaques, pero no para morirse. Tuvo un ataque te corazón, yo sólo espero que no haya sufrido mucho.

- ¿Quieres que vaya a la finca?

- No te preocupes, no es necesario. Cada vez que me llega un telegrama siento el impulso de hacer la maleta, ir al puerto y salir para Barcelona con el primer navío.

- El otro día, cuando me contaste el motivo por el que habías huido de tu tierra, no quise desanimarte y no te hablé de tu situación, pero es mejor que sepas que tú no puedes volver a España, ni ahora ni antes podías hacerlo. Tienes pendiente un delito de rebeldía, por no haberte presentado al juzgado y probablemente otro de deserción, por no haberte alistado en el ejercito… Quédate tranquilo e intenta ayudar a tu madre desde aquí.

Mientras su amigo le decía eso Mariano pensó en lo tonto que había sido imaginándose el viaje de vuelta a casa y le dijo a Felipe:

- Me he visto varias veces subiendo en un barco que salía del puerto de La Habana, bajando de él en el puerto de Barcelona y por fin sentado en un vagón del tren que me llevaba a Malgrat - estuvo unos segundos callado y añadió - Ahora mismo le voy a enviar un telegrama a mi madre y a escribirle una carta.

- Dile que instalen un teléfono, así podréis hablar y cuéntale que no puedes regresar a España. La instalación telefónica sale muy cara, quizás se la podrías pagar tú.

- Me parece una idea excelente. Gracias por tus sugerencias, yo no hubiera caído en ello.

- Tú ya sabes lo que pienso del progreso, el teléfono va a mejorar la vida de muchas personas. En la Habana en marzo de 1882 fue inaugurado el primer servicio telefónico, en España llegó un poco más tarde. Creo que en tu pueblo habrá más de un teléfono, leí en un periódico que el año pasado en la península española existían más de doce mil números.

- Ha pasado igual que con el ferrocarril, los cubanos siempre nos adelantáis en todo, dijo un poco más apaciguado Mariano.

Teresa Moragas aceptó con júbilo la idea de poner un teléfono en casa. Cuando llegaron los dos empleados de la compañía telefónica para instalar el aparato, Teresa les dijo:

- Lástima que mi marido, que en paz descase, no pueda ver este invento portentoso. ¿Se dan cuenta de que voy a poder hablar con mi hijo que vive en Cuba y que hace veinticinco años que no lo veo?

- Señora, en su pueblo sólo hay ocho aparatos, ustedes tendrán el número nueve.

- Póngalo en nombre de mi hijo, Francisco Defaus Moragas.

- Su hijo va a tener que firmar.

- Mientras vais montando el aparato e instalando los hilos, yo lo mando llamar.

Francisco llegó al cabo de veinte minutos y firmó todos los documentos. Tener teléfono en casa era un lujo, no lo podía instalar cualquiera. La familia Defaus no se lo hubiera podido permitir, pero Mariano quiso pagar la instalación y todas las facturas y no dejó de hacerlo hasta el día de su muerte.

El aparato fue colgado en la pared cerca del escritorio del cuarto luminoso de la planta baja, que en aquel entonces se convirtió en el despacho de Francisco.

Era la primera vez que Teresa utilizaba aquel invento y sobre todo estaba emocionada por oír la voz de su querido hijo.

- ¡Madre, madre!

La voz de Mariano le pareció próxima y lejana a la vez y un milagro.

- ¡Hijo mío! Te oigo bien, tienes un acento raro, pero la misma voz de cuando eras pequeño. ¡Qué ilusión que no te hayas olvidado del catalán!

- No oblidaré mai la meva llengua i la meva terra. Vostè mare té la veu més baixa. (Nunca me voy a olvidar de mi lengua y de mi tierra. Usted madre tiene la voz más rauca).

- Sí, estoy un poco afónica, pero no te preocupes, estoy bien de salud. Dime tú ¿Cómo estás? ¿Cuándo vas a volver?

- Madre he de confesarle que no puedo volver. Si lo hiciera me arrestarían. Un amigo mío abogado, se ha ocupado de averiguarlo.

- No te preocupes, me lo imaginaba, pero no te olvides nunca de nosotros… dijo con voz temblorosa - ¿Cómo están Nieves y los niños?

- Todos estamos bien, a pesar de esos tiempos tumultuosos.

Madre e hijo hablaron mucho rato sin extrañeza, hasta que una operadora les dijo que tenían que colgar. Unos día después Mariano seguía dándole vueltas a la cabeza. Aquella llamada no había sido como la había soñado, le inquietaba haber sentido que su casa de Malgrat había dejado de ser su refugio.

Mariano siguió llamando a su madre cada semana, también se ponían Nieves y sus dos hijos varones que no paraban de contarle cosas a la abuela. Juan ya hablaba bien, José sólo sabía decir algunas palabras.

Un día el niño Juan, así lo llamaba con cariño Gabriel, le cantó una canción a la abuela en catalán. Teresa empezó a llorar de alegría y de emoción.

Aquellas llamadas fueron durante más de dos años una fiesta para todos, hasta que en 1901 Teresa murió. Francisco, Teresita y Mariona la cuidaron durante las cuatro semanas que transcurrieron desde el primer ictus hasta el segundo, que fue mortal. Mariano sufrió mucho por no poder volver a España, se sentía impotente y para aliviar su dolor cada día llamaba por teléfono a su madre. Ella hablaba mal, casi no se entendía, pero estaba contenta de oír la voz de su hijo favorito.

Al recibir un telegrama de Mariona, Isidro fue al edificio de telefónicas de Mataró para llamar a su madre.

Teresa al oír su voz lloró de alegría, pues hacía tiempo que no sabía nada de él y le dijo con mucho esfuerzo:

- Yo... te... he… querido… siempre... como... a... tus… hermanos.

- No entiendo bien lo que me está diciendo, madre. Ahora que está enferma, no quiero echarle en cara que me siento usurpado, pero tiene que saber que yo he sufrido mucho.

Teresa lloró y se desesperó por el rencor que todavía le tenía su hijo.

Francisco, oyendo los sollozos de la madre, entró en el cuarto.

- Isidro, no le digas eso a nuestra madre, le dijo Francisco agarrando el teléfono de la mano de Teresa.

- Mira quien lo dice, el usurpador.

- Por favor, nuestra madre está mal, no compliques las cosas.

- Tú y Mariano habéis sido siempre sus favoritos, me echasteis de la familia, dijo Isidro, levantando la voz.

- Isidro, cálmate por favor. Ven a Malgrat a ver a tu madre.

- ¿Ahora queréis que vuelva? Es demasiado tarde, le dijo colgando.

La muerte de Teresa fue un duro golpe para todos los hijos. Mariano, quien a pesar de los largos años que había pasado lejos de su madre, se sintió huérfano. Nieves se asustó, pues no lo había visto nunca en aquel estado de postración, sin embargo a medida que pasaban los días Mariano volvió poco a poco a ocuparse de sus tareas.

Estaba impaciente por llevar a término su proyecto, en un terreno de la finca, apartado de la mansión, mandó construir una escuela grande para todos los niños de los alrededores. Una vez finalizadas las obras, se ocupó de emplear a un par de maestros jóvenes, de comprar libros y material pedagógico y sobre todo de ir a buscar a los niños en las aldeas, para convencer a sus padres, que muchas veces se negaban, a que sus hijos fueran a la escuela.

Cuando España se retiró de Cuba, los españoles radicados en la isla tuvieron que ratificar su decisión de permanecer siendo ciudadanos españoles y conservar esa condición. Mariano el 3 de marzo de 1900 se registró en Pinar del Río y declaró a su esposa Nieves Herrera Herrera y a sus cinco hijos menores de edad. No quiso renunciar a su condición de español, a pesar de que después de la intervención norteamericana en Cuba, los españoles empezaban a estar en una posición difícil, pero él siempre se enorgulleció de sus raíces y siguió pensando en volver tarde o temprano a Cataluña.

En aquella época sea España que Cuba se iban curando las cicatrices que la guerra les había dejado. El 20 de mayo de 1902 Cuba se convirtió en una República independiente, en teoría. A pesar de los tres años de sangre, sudor y sacrificio que duró la Guerra Hispano-Estadounidense, ningún representante cubano y de las demás colonias españolas de ultramar fue invitado al histórico tratado de paz, firmado en París en 1898. España renunció a todo derecho de soberanía y propiedad de sus colonias. El tratado de París se considera el punto final del imperio español y el principio del periodo de poder colonial de Estados Unidos. En el tratado se prometió la independencia de Cuba con condiciones, tales condiciones se recogían en la Enmienda Platt, un astuto añadido a la Ley de los Presupuestos del Ejército de Estados Unidos de 1901, que otorgaba a este país el derecho a intervenir militarmente en Cuba siempre que lo creyera conveniente. Estados Unidos también utilizó su notable influencia para procurarse una base naval en la bahía de Guantánamo, con el fin de proteger sus intereses estratégicos en la región del canal de Panamá. A pesar de una discreta oposición en Estados Unidos y de una mucho mayor en Cuba, el Congreso aprobó la Enmienda Platt, que se incluyó en la Constitución cubana de 1902. Para muchos patriotas cubanos, América solo sustituyó a España en el nuevo papel de colonizador y enemigo.

Un año más tarde Francisco Defaus Moragas llamó a su hermano Mariano, a través de una conferencia a cobro revertido, para contarle lo que le había pasado a Isidro.

- Isidro hace tiempo que no nos habla, pero supimos por un recadero de Mataró que el mes pasado murió su mujer. Él abandonó su oficio de cubero y se embarcó de nuevo para el sur de Francia. Su barco ha desparecido en alta mar, ha sido tragado por las aguas durante una tempestad.

- ¡Cuánto lo siento! Me sabe mal que nuestro hermano haya sido tan desafortunado.

- Lo hemos sabido por casualidad, él no quería hablar con nosotros, ni siquiera vino al entierro de nuestra madre.

- Cuando me fui a Cuba Isidro tenía diez años. Lo recuerdo jugando siempre con nuestro hermano Joan. Nuestra madre nunca me dijo que no quisiera hablar con vosotros ¿Todavía estaba viviendo en Mataró?

- Seguro que ella te habrá contado que nuestro padre lo obligó a embarcarse, para alejarlo de Agustina, una mujer de mala fama. Trabajó varios años como mozo en los barcos que iban y venían del sur de Francia. Volvía poco a casa, sin embargo cuando vino para la boda de Joan y Teresita, lo notamos muy raro, pensamos que era debido a que lo habían llamado al ejercito. Siempre fue huraño y rencoroso, creo que nunca le perdonó a nuestro padre que lo alejara de casa. Cuando al cabo de cuatro años terminó el servicio militar, no volvió a embarcarse, alquiló una casa en la calle Dels boters y volvió a hacer de cubero. Supimos que se casó con una tal María Teresa, pero nunca la conocimos. Luego se mudaron a Mataró.

- Nuestra madre, nunca me platicó esa última parte. Yo sólo sabía que se había embarcado y que abrió un taller de toneles. Me hubiera gustado poder hablar con él, le escribí pero nunca me contestó.

Francisco no le habló de la última conversación que tuvo con Isidro pocos días antes de la muerte de su madre, para no apenarlo, ni tampoco le narró lo que se decía de él: se ha fugado con Agustina y lo del naufragio es una estratagema para que nadie les siga.

- Son sólo habladurías, le dijo Francisco a Teresita, el día en que les llegó la noticia.

- Pues yo espero que Isidro viva en Francia con Agustina, finalmente serán felices, le contestó Teresita.

Mariano llamaba o escribía dos o tres cartas al año a sus hermanos, Francisco y Mariona, tenía la costumbre de hacerlo también con todos sus amigos.

A menudo llamaba a los tres tenderos que seguían haciendo una vida despreocupada. Sin embargo Pablo y Pepe fueron los primeros en sentir los achaques de la vejez. Pablo, después del primer ictus y de una angina de pecho se asustó y empleó a Inés, una mujer mulata de unos cuarenta años, para que les hiciera de ama de llaves. Al cabo de unos meses Inés les presentó a su hermana Paulina y les pidió si ella podía quedarse a vivir en su casa y ellos aceptaron. La misma pregunta les hizo Inés al año siguiente y Josefina, la hermana menor, llegó con una maleta pequeña y una mochila llena de libros. Inés sabía tratar a los tres tenderos, comprendió que jamás iban a separarse y ni a casarse. A Pepe y a Pedro, con todo lo que habían comido y bebido, además de la gota y reumatismo, les iban saliendo otras enfermedades. Las tres mujeres fueron para ellos el maná del cielo, les ayudaban en todo, sea en la casa que en la tienda y con naturaleza se fueron emparejando. Inés se sentía atraída por la nobleza y bondad de Pablo, a pesar de su debilidad física, con él bromeaba y lo hacía bailar. Paulina era muy habladora y le encantaba que Pepe la escuchara. Josefina era la más lista e independiente de las tres y no quería caer en las redes de aquellos hombres, pero los piropos y zalamerías de Pedro la enamoraron. Sin embargos Pablo, Pepe y Pedro nunca se casaron con las tres hermanas que los acompañaron y cuidaron con ternura hasta su muerte.

También escribía a Miguel, que había dejado la navegación y se había aposentado en las Islas Canarias, donde vivía con su madre y un hermano. Con sus ahorros podía llevar una vida holgada, él tampoco se casó nunca. Se puso a escribir de nuevo para un periódico local, pero echaba de menos el mar y cada dos por tres se subía a un barco, no hacía largos viajes, pero necesitaba sentirse mecido por las olas. Alguna tarde iba visitar al capitán que se había retirado en su casa de La Palma. Hacía una vida muy tranquila, sin embargo cada cuatro o cinco años emprendía un viaje hacia Cuba para ir a ver a su amigo.

Con María e Isabel, seguía carteándose y para no perderlas del todo les enviaba una tarjeta postal en Navidad, invitándolas a la finca y ellas le devolvían las felicitaciones, sin embargo un invierno Isabel dejó de contestarle. Mariano no se preocupó, pues sabía por Lucas que ella estaba bien, madre e hijo se carteaban gracias al sacerdote que los había ayudado.

Por aquel entonces un grupo de soldados fue a registrar la vivienda de Isabel en busca del fugitivo. Ella tuvo miedo de que su correspondencia fuera vigilada y que los españoles descubrieran el escondrijo de su hijo, por eso dejó de escribir, sin embargo al cabo de varios meses, llegó una carta de Isabel, que por seguridad la envió a los tres tenderos y ellos se la remitieron a Mariano.

Felipe y Mariano siguieron escribiéndose, hasta que un día dejaron de llegar sus cartas a la finca.

- ¡Felipe me da unos sustos! A veces desaparece. Me han devuelto mi última carta, creo que ya no vive en La Habana.

- No te preocupes, verás que tarde o temprano aparecerá.

- También le he llamado por teléfono, pero la operadora me ha dicho que el número ha sido dado de baja.

- Tengo una corazonada, creo que nos va a dar una sorpresa, le dijo Nieves.

Al cabo de pocos días de aquella conversación entre marido y mujer, Olivia y Felipe aparecieron por la finca.

Gabriel los vio llegar mientras estaba montando al niño Juan en un potro, cerca de la verja de la entrada; bajó con cuidado al niño del caballo y se dirigió hacia los huéspedes.

- Voy a avisar a los amos de vuestra llegada.

Mariano y Nieves corrieron hacia la entrada, haciendo gestos de bienvenida con los brazos.

- ¡Qué santo os ha traído! Ya me estaba preocupando sin tener noticias vuestras, les riñó Mariano abrazándolos y riendo.

- ¡Qué sorpresa tan bonita! Les dijo Nieves.

- No tenéis que preocuparos por nosotros. Ahora que los tiempos son pacíficos, ya no nos persiguen.

- No sabía que te gustara estar bajo la tutela de Estados Unidos, le dijo Mariano a su amigo.

- No me malinterpretéis, me gustaría que Cuba fuera realmente libre, pero como te dije en su día, miro el lado positivo de las cosas. Ahora, que gracias al cielo ha terminado la guerra, el pueblo cubano necesita largos años de paz.

Mientras los amos hablaban con los recién llegados, Gabriel se fue corriendo a preparar la mesa del patio. Hizo limonadas y mandó a la cocinera que asara mazurcas de maíz y plátanos y que cortara rebanadas de pan con tomate y queso.






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