Los hijos de José Defaus y de Teresa Moragas que más se parecían eran Mariano y Francisco, ambos eran perspicaces, tenían los ojos azules de mirada penetrante y pelo rojizo. Cuando Mariano se fue a Cuba, Francisco acababa de cumplir nueve años y era el más sagaz de los hermanos. Desde pequeño empezó a leer con afición los libros que le prestaba su maestro, se escondía para que nadie lo molestara, en el desván, su lugar favorito de la casa. Su madre se avenía mucho con él y no le reñía cuando actuaba sin pedir permiso o cuando se esfumaba.
- ¡Isidro, eres una peste! ¡Prefiero a diez Franciscos que a un Isidro! Le gritaba Teresa, corriendo tras él con un cucharón de madera.
Cuando Isidro fue expulsado del seminario, Francisco entró en aquel edificio triste sin rechistar. No le costó adaptarse a la rutina del colegio, donde seguía la misma táctica que en casa: se escondía para leer en una buhardilla, rodeado de armarios, colchones, sillas cojas y varios trastos más. Siendo tan silencioso y aplicado, en seguida los curas que le daban clases empezaron a alabarlo. Era un estudiante modelo y, según el padre prior, iba a convertirse en un buen sacerdote; sin embargo, Francisco tenía bien claro que no iba a serlo. En el colegio no hizo muchos amigos, le gustaba estar solo y en casa fue viviendo los acontecimientos familiares con bastante desapego: Mariano no vuelve de Cuba, la boda de Marieta y Agustí, Isidro en la mar, Joan va a la guerra, cae enfermo y al final se casa con Teresita.
La primera vez que volvió a casa y encontró a su cuñada, sintió una punzada en el pecho. Le gustaba aquella muchacha, pero siendo la esposa de su hermano tuvo que sacársela de la cabeza. Se escabullía para no tener que hablar con ella. Teresita era una muchacha de pelo negro y tupido, ojos vivarachos, labios carnosos y tez morena, parecía mulata. Su familia era de una aldea cercana, pero tenía una abuela andaluza, de la que había heredado su carácter risueño y extrovertido: le encantaba hablar con la gente y se había hecho amiga de todos los vecinos.
Desde que apareció Teresita en casa de los Defaus, Francisco empezó a pasar más temporadas en Malgrat, pero seguía evitando a su cuñada. Lo pasó mal cuando murió su hermano Joan de neumonía, además de la tristeza por aquella pérdida, presentía que tendría que dejar el seminario y que se le iba a caer encima la responsabilidad de cuidar de su familia, siendo el único hijo varón que quedaba en casa. Francisco tenía diecinueve años, cuando sus padres le dijeron que tenía que casarse con su cuñada.
- Teresita es la mujer ideal para ti, pero ella tiene que quedarse embarazada, antes de celebrar la boda, le dijo perentorio su padre.
- Usted ha perdido la razón. ¿Cómo voy a obligar a Teresita a que se acueste conmigo?
- Ya hablaré yo con ella, le dijo José, nervioso.
- Me parece una idea descabellada, le contestó Francisco.
- José, corres mucho. Yo tampoco quiero perder a Teresita, pero no podemos obligarla a eso, dijo Teresa.
- El párroco me ha dicho que hay que actuar rápido, pues una viuda no puede vivir bajo el mismo techo que el hermano soltero de su difunto marido.
- Padre, no le diga nada a la pobre chica, le imploró Francisco.
- Dejadme, yo sé lo que me hago. Si no te casas con Teresita, te voy a desheredar.
- José, ¿te has vuelto loco? Le dijo su esposa, gimoteando.
- Mira, Francisco, te doy tres meses de plazo.
Siendo José Defaus Ballesté muy testarudo, aquel mismo día mandó llamar a Teresita para que fuera a su despacho y le dijo:
- Estamos tan contentos de ti, que no queremos que te vayas. Pero por las apariencias y para salvar tu honor no es bueno que vivas en la misma casa que Francisco. Tendrías que casarte con él.
- Yo también estoy muy a gusto con vosotros, pero me parece precipitada la cosa. Conozco muy poco a Francisco, le contestó Teresita.
- Te doy tres meses como mucho para decidir si quieres quedarte en esta casa o volver a la de tu padre.
- Gracias por la confianza que tenéis en mí... pero el amor tiene que ser una cosa recíproca.
- ¡Déjate de amores y piensa en tu futuro! ¡Ah! Se me olvidaba, antes de la boda tienes que quedarte embarazada.
- ¡Embarazada! ¿Usted quiere que vaya contra los principios religiosos?
- Teresita, el párroco dice que es un caso especial, que no es pecado lo que tú y Francisco vais a hacer para salvar tu reputación.
- Al no haber tenido hijos con Joan, usted y el cura tienen miedo de que yo sea estéril.
- No, Teresita, eso no, sólo queremos que tú te quedes en esta casa.
- ¿Y qué dice Francisco? Él siempre me rehúye.
- ¡Qué no, mujer! Yo me voy a encargar de Francisco.
Teresita se fue a su alcoba, donde se puso a llorar, se sentía humillada y presentía que José Defaus iba a obligar a su hijo a casarse con ella, amenazando con desheredarlo.
- Estoy segura de que Francisco no me quiere y aunque hayamos vivido unos meses bajo el mismo techo, yo no sé nada de él, se decía sollozando.
No sabiendo cómo actuar, fue a comentárselo a Mercè, su mejor amiga.
- ¿A ti te gusta Francisco? Le preguntó a bocajarro Mercè.
- Sí, me parece un buen mozo. Pero es demasiado tímido, cuando me ve se aparta. ¿Cómo vamos a engendrar un hijo?
- No sé qué decirte, Teresita. Quizás sería mejor que te fueras de esa casa. ¿Pero dónde vas a ir? Si yo pudiera te acogería en nuestro hogar, pero ya sabes que desde que mi padre está enfermo pasamos estrecheces.
- Lo siento. Espero que tu padre mejore.
- El médico dice que se va a curar. Su enfermedad ya se va un poco de baja.
- Me alegro de verdad… - Calló unos segundos y luego añadió: - Yo no quiero irme, me llevo muy bien con mi suegra.
- Pues yo dejaría que actuara Francisco, a ver lo que pasa.
- ¡No sé qué hacer, de verdad!
- Tú no hagas nada.
Otra tarde fue a ver a su padre, quien le dijo:
- Eres una viuda pobre. No tienes más remedio que aceptar la boda con Francisco. Nosotros no podemos acogerte de nuevo, tenemos demasiadas bocas a quienes dar de comer.
- Haz lo que dice tu padre, le suplicó su tía llorando.
También fue a hablar con el párroco, quien la mareó con la cantidad de cosas que le dijo para convencerla de que aceptara la oferta de la familia de su difunto marido. Pero ella dudaba. Un día se acordó de los libros que Francisco, una vez leídos, los dejaba sobre una de las sillas del comedor, se los prestaba el maestro del pueblo. Por lo tanto, decidió ir a verle para pedirle consejo. El maestro le dijo que no era justo que una mujer se viera obligada a casarse con un hombre que casi desconocía y le aconsejó que escribiera una carta a Francisco.
- Para evitar levantar sospechas, puedes dejarla en mi casa, le dijo el maestro.
Y cuando ella le contó que Francisco la rehuía, él le contestó:
- Aún es muy joven e inexperto en amores. Se siente cohibido delante de ti.
Teresita le escribió una carta a Francisco.
Querido Francisco,
como en un sueño, entré en vuestra casa a los dieciocho años. Joan tenía cinco años más que yo, siempre fue amable conmigo y me respetó durante el tiempo que vivimos juntos.
Tú te estarás preguntando si le quise. Te puedo confesar que le admiraba, por su bondad e inteligencia, y que sufrí mucho cuando murió. Joan fue mi único y fiel pretendiente desde los quince años. A pesar de que al principio le tuviera miedo, poco a poco me fui acostumbrando a él. Mis padres, siendo pobres, vieron en Joan un buen partido. Yo no podía defraudarlos, por lo que, sin estar enamorada, acepté casarme con él.
Mi matrimonio ha durado muy poco, pero en ese año he aprendido muchas cosas. Todos los miembros de tu familia se portaron bien conmigo. Siempre me apoyaron, incluso cuando les propuse hacer una serie de obras en el caserón, cosa que antes nadie había hecho jamás.
Tú me esquivas siempre. De vez en cuando vas dejando un libro en una silla del comedor, que yo leo mientras todos están durmiendo la siesta. ¿Te he ofendido en algo sin darme cuenta?
Me encantaría hablar contigo. Espero que me contestes.
Teresita
Francisco le contestó aquel mismo día y a partir de entonces le siguió escribiendo largas cartas que llevaba al maestro. Poco a poco empezaron a conocerse y por carta se citaron para verse a escondidas en el desván de la casa. Cada noche hablaban a la luz de una vela, hasta que caían muertos de sueño. Lo primero que hacían era entablar conversaciones a cerca de los libros que Francisco le prestaba a Teresita, pero a medida que pasaban los días, poco a poco empezaron a brotar sus sentimientos y las cartas fueron menos formales y más apasionadas; sin embargo, cuando se veían en el desván, estaban distanciados y no se atrevían a acercarse.
Una noche Teresita le dijo:
- Me gusta mucho el último libro que me dejaste en la silla.
- ¿Cuál era? Ya no me acuerdo, dijo Francisco, haciéndose el tonto, para que ella no notase que se había puesto rojo.
- Madame Bovary de Flaubert.
- Ah, sí, recuerdo que Emma es infeliz con su marido, sueña con una pasión amorosa que no logra encontrar ni con su amante.
- Sí, a mí también me dan pena ella y el marido. El pobre hombre no logra demostrar su amor a Emma.
La noche siguiente, mientras seguían hablando de Emma Bovary, Francisco le cogió la mano, le acarició los cabellos y la besó. Teresita lo abrazó. Se dejaron caer sobre un viejo colchón y se amaron con una pasión inaudita para dos personas con tan poca experiencia en amores. Los días pasaban y ellos siguieron amándose y eran felices a pesar de todas las complicaciones que conllevaba aquel amor clandestino.
Al cabo de unas semanas, Teresita descubrió que estaba embarazada. Por aquel entonces, su suegro, al ver que no pasaba nada, le comunicó que ya no podía esperar más y que al día siguiente un carro la llevaría a su pueblo natal, donde su tía le daría cobijo.
Francisco se sonrojó cuando anunció a sus padres que Teresita estaba esperando un hijo suyo. Todo el mundo saltó de alegría, y prepararon la boda deprisa y corriendo.
Francisco estaba enamorado de Teresita y viendo a sus padres felices, pensó que había llegado el momento de tomar las riendas de los negocios de su padre. Empezó a salir más, a ir a la iglesia todos los domingos y a alternarse con las personas importantes del pueblo, el párroco, el notario, el farmacéutico, el alcalde y el médico.
Un domingo el párroco le dijo:
- Tienes que alejarte del maestro y acercarte más a la iglesia.
- Pero el maestro es mi amigo.
- Tú ya sabes de lo que te hablo. Me debes un favor, salvé tu reputación y la de Teresita. No puedes seguir siendo amigo de un maestro republicano, que por cierto dentro de poco va a tener que marcharse del pueblo.
- No lo echéis, es un buen hombre.
- Ya lo sé, pero no se acerca a la iglesia. Y eso es una mala cosa para los alumnos. He hablado con el director y lo van a substituir.
A Francisco le pareció injusto lo que iban a hacerle al maestro, pero tras la amenaza del párroco supo que tenía que dejar de asistir a las tertulias que él organizaba en uno de los cafés del pueblo.
El pobre maestro fue despedido y volvió a Barcelona, donde afortunadamente fue empleado en una escuela recién fundada por un grupo de jóvenes profesores con ideas y técnicas pedagógicas innovadoras, muy cercanas al método educativo que pocos años más tarde María Montessori divulgó en Italia.
Francisco perdió a su mejor amigo, poco a poco abandonó sus ideales republicanos, y se volvió monárquico como su padre. El párroco cumplió con su promesa y el matrimonio de Francisco y Teresita fue reconocido oficialmente.
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