Los domingos por la mañana, Ana solía levantarse hacia las nueve y media, en cambio los sábados a pesar de que no tuviera que ir al trabajo, lo hacía más temprano pues le tocaba la compra para toda la semana. Ni cuando su marido iba supermercado, ni las veces en que organizándose bien el día anterior sólo le faltaba ir a comprar el pan, el periódico y un poco de verdura fresca al mercado, se recreaba mucho rato en la cama. En cambio los días de fiesta le parecía un milagro poder abrir los ojos sin oír el molesto timbre del despertador. Iba a la cocina y ponía un cazo de agua en el hornillo. Desayunaba despacio, mientras leía el periódico del día anterior. Sin darse cuenta, llegaba a tomarse tres teteras repletas de té verde, que iba llenando con agua caliente, a medida que las vaciaba. A veces ponía la radio y cuando se levantaba su marido, ella ya había tomado varias tazas de infusión, cada vez más diluida. Las últimas jícaras, casi no tenían color.
El marido se
sentaba en la mesa y tomaba leche desnatada, que calentaba en el
microondas, pues había decidido, que podía pasar sin café.
Desayunaba en silencio, pero si hacía buen tiempo, sonría
diciéndole a Ana:
- Creo que
voy a ir en bicicleta.
- Vale. Yo
prepararé la comida y quizás salga a dar una vuelta, le anunciaba
ella.
Aquel
domingo de otoño cuando su marido, vestido de ciclista, acabó de
cerrar la puerta, ella se quedó quieta en el pasillo, entonces
sintió el impulso. Primero fue al cuarto de baño y se apresuró en
sus tareas cotidianas: se duchó, se peinó, se aplicó crema
hidratante en el cuerpo, se puso el albornoz, se secó un poco su
larga melena y con los cabellos todavía mojados se fue hacia donde
aquella fuerza la llevaba.
Se sacó el
albornoz, se puso una camiseta, se metió de nuevo en la cama y
esparció encima de la colcha todas sus cosas. Lo primero que hizo
fue leer el relato que había empezado la noche anterior, luego
conectó el ordenador diciéndose:
-Tengo
tantas cosa que hacer! Tendría que arreglar un poco la casa y hacer
la comida. ¡Ay! se me olvidaba, antes de que cierren, tengo que ir a
comprar el periódico ¿Qué hago aún en la cama?
Mientras
pensaba en ello, una melodía salió de su ordenador. Era la
videollamada de Blanca, su hija, quien vivía en el extranjero desde
hacia un par de años.
En la
pantalla apareció, la chica en pijama. Estaba sentada en la mesa de
la cocina. Ana veía los cacharros colgados de la pared recubierta de
azulejos amarillos y verdes y en el fondo divisaba la ventana, de
cuya luz se podía deducir que, en aquella ciudad
lejana, amanecía más tarde.
-
Mis compañeros de piso todavía duermen, le dijo Blanca, mientras
iba tomando, un tazón de leche con cereales.
Tras
cada cucharada, le iba contando los pormenores de como su proyecto,
que acababa de presentar en un estudio de arquitectos, había tenido
éxito. Luego le habló de la fiesta que hizo con sus amigos, en el
piso la noche anterior.
-
Parece que Blanca esté a mi lado, como cuando nos poníamos las dos
bajo las sábanas de la cama matrimonial después de cenar. Pensó
Ana con un escalofrío de placidez.
Recordó
que en aquel entonces la niña tenía unos 10 años y estaba
empezando la escuela secundaria, en un colegio donde el método
era completamente distinto al de la escuela
primaria donde había ido, por lo tanto ella la ayudaba a estudiar
gramática y sintaxis.
-
Mamá, aún no entiendo la diferencia entre acusativo y dativo. Le
decía Blanca.
Ella
entonces pensaba en el ejemplo que les ponía la enclenque señorita
Enriqueta, quien le dio clases de Lengua española a Anna durante el
bachillerato elemental:
-
Analicemos esta frase : Yo escribo una carta a mi hermano,
verás que vas a entenderlo bien. Yo, sujeto, escribo,
verbo, una carta,
complemento directo a mi hermano, complemento indirecto.
A
Ana le encantaban las clases de la señorita Enriqueta, luego en
Bachillerato superior, llegó la señora María Delgado, una mujer
robusta y muy de derechas, quien disfrutaba riñiendo y echando
sermones a las alumnas. En seguida le dio a entender, que valía más
que estudiara ciencias que letras.
Ana
perdió interés por las clases de lengua y tras terminar COU empezó
Químicas. Algunas asignaturas le gustaban, otras le pesaron,
estudiaba por inercia y no le acaba de convencer aquella facultad,
pues la cosa que echaba de menos eran sus novelas, nunca tenía tiempo
para leerlas. Sus compañeros hablaban siempre de experimentos de
laboratorio, reacciones, químicas, enlaces, valencias y orbitales; a
veces tocaban temas de política, pero nunca de literatura. Le supo
mal cambiarse de facultad en tercero, abandonando a sus compañeros,
sin embargo fue una buena decisión, pues a partir de entonces pudo
compaginar el estudio de la Tierra con la lectura de novelas. A Ana
desde siempre le encantaban los seres humanos y por consiguiente la
historia del planeta.
Aquel
domingo pudo charlar un buen rato con su hija, al final se
intercambiaron opiniones sobre algunos libros. Mientras la chica fue
a buscar algo en su habitación, los pensamientos de Ana volaron
hacia el cuarto de su infancia, el que compartía con su hermana,
ocho años mayor que ella.
Hablaron de las novedades del barrio, luego se
despidieron y enseguida Ana se puso a escribir aquellos
recuerdos de cama para no olvidarlos; empezó tecleando una frase y terminó
escribiendo lo que sigue:
Me veo yo de pequeña con anginas echada y luego sentada en la cama, que a menudo imaginaba que fuera una barca. Era el único lugar de
la casa realmente mío, al menos por unas horas. Mi hermana a las
nueve se iba al colegio, a la una cuando volvía a veces mi madre le
pedía que me trajera un tazón de caldo. En aquella ocasiones mi
hermana subía las escaleras refunfuñando, pues hubiera preferido
quedarse en la cocina o en el salón de la planta baja, escuchando
discos, pues a ella le volvía loca la música, sobre todo las
canciones italianas de Mina, Sergio Endrigo, Rita Pavone, Gianni
Morandi u otros cantantes de aquella época. Por la tarde venía a
verme, pero por suerte enseguida se iba a casa de una amiga a
hacer deberes y yo podía volver a mi barca.
Me
gustaba quedarme en el lecho, al principio acostada y luego sentada
con dos almohadas en la espalda. Mi hermana un día con ganas de asustarme,
me dijo que los demonios se escondían debajo de las camas de los
niños, sobre todo de los que habían pecado.
Aquellas
palabras me atemorizaron y yo tonta de mí, no dejaba de pensar en
todos los pecados cometidos Eran todos ellos insignificantes, menos
el que había cometido con Juanito. Mejor dicho había sido él, el
que me había tocado, yo claro no había puesto resistencia, quizás
por eso me sentía culpable. Según lo que decía el párroco en las
clase de doctrina, eran actos impuros.
Por lo
tanto por si el demonio se atrevía a esconderse debajo de mi cama yo
ponía las zapatillas y todos mis enseres encima de la colcha y
entonces zarpaba mar adentro. Esperaba que él no encontrara nada mío
por el suelo y se marchara para siempre. De esta manera me sentía
más sosegada.
Era un
mundo nuevo el de la cama, las horas pasaban de otra forma, eran sólo
mías y yo las dejaba escabullir a mi manera. Recuerdo que a veces
anclaba mi barca y caminaba encima del colchón, con un pañuelo, que
contenía mis cosas, amarrado de una percha de madera, imaginando
paises lejanos. Me gustaba imaginar viajes por el mar o itinerarios
por largos caminos, andando y andando.
En la
escuela las lecturas que leíamos nunca me acababan de gustar, quizás
porque no las entendía bien, por las palabras desconocidas o por el
tema que no me cautivaba, sin embargo a veces leíamos algunos trozos
de obras de literatura española que atraían mi atención, donde los protagonistas caminaban
mucho, como el Lazariillo de Tormes.
Mi madre
me traía cada día, en una bandeja de madera, el desayuno, la comida,
la merienda y la cena. La pobre se quejaba por las escaleras que
tenía que subir y bajar tantas veces al día. Yo tenía un timbre al
lado de mi cabecera, pero nunca lo tocaba, aunque me encontrara mal,
no quería molestarla.
A los nueve
años me sacaran las amígdalas, nunca más cogí anginas y
desgraciadamente se acabaron del todo mis lecturas matutinas y los
viajes en barca.
Nessun commento:
Posta un commento