venerdì 25 maggio 2012

Le scale e il gesso - Les escales i el guix















Era un giovedì il giorno in cui sono caduta per le scale del condominio dove abitavo. Erano quasi le due e mezzo e a quell'ora tornavo dal lavoro ed ero stanca e affamata. Dopo aver lasciato la bicicletta in garage, camminavo per la strada e mi vedevo già dentro casa: mi levavo le scarpe, mi lavavo le mani, accendevo la radio e mi preparavo una bella insalata. A un tratto mi sono sentita chiamare. Era la voce della vicina della casa di fronte. La giovane donna, col marito e il figlio adolescente, si era trasferita da poco nella nostra strada. La conoscevo appena, quindi mi ha fatto piacere parlare con lei.
Dopo avermi restituito la sciarpa viola, in lana e seta, che  mio marito mi aveva regalato l'anno prima e che mi era caduta per strada, si è messa a raccontarmi che il figlio, dal prossimo anno, avrebbe iniziato le scuole superiori. Mi ripeteva che era molto intelligente, aveva molta memoria ed era molto bravo nello studio. Ero immobile come una statua, con una mano reggevo la borsa piena di libri e la sciarpa, con l'altra, il braccio destro proteso in avanti, cercavo di infilare la chiave nella serratura. Mentre ci salutavamo e stavo quasi per entrare nel portone, lei ricominciava a parlarmi del figlio e intanto stavo morendo di fame e dalla voglia di togliermi gli stivaletti.
Finalmente ho varcato la soglia entrando di volata. Per le scale, prima di arrivare al secondo piano, sul pianerottolo del nostro appartamento, mi sono accorta di aver dimenticato le chiavi appese al portone. Ho agito molto rapidamente, d'istinto, mi sono girata di scatto e senza riflettere ho cominciato a scendere le scale spedita. All'altezza del primo piano sono scivolata e sono caduta in avanti. In quegli attimi, sdraiata per terra, ho pensato:
 - ¡Ésta si que ha sido una señora caida!1
Mi sono alzata appoggiandomi al muro, sentivo la gamba e il braccio sinistro indolenziti. Mentre scendevo zoppicando ripetevo a me stessa che non mi ero fatta niente. Le chiavi erano ancora infilate nella serratura dal portone.
 - Meno male, ho pensato.
Il pomeriggio sono andata alla solita lezione di yoga, ma non sono riuscita a fare alcune posizioni. La sera continuavo a ripetermi che andava tutto bene, che non mi era mi successo niente, quindi anche questa volta me la sarei cavata, ma il gomito continuava a dolermi. La notte è stata lunga, sentivo un dolore strano. Il malessere era simile a quello che avevo percepito, molti anni prima, quando mi sono svegliata dopo il taglio cesareo, che era stato necessario per far nascere Giacomo, il nostro primo figlio, morto pochi giorni dopo. La mattina, molto presto, seguendo anche i consigli di  mio marito, ho deciso di andare al pronto soccorso
Nella sala d'attesa ho letto tranquilla un libro di racconti che avevo cominciato il giorno prima, ma ogni tanto mi guardavo intorno. Mentre osservavo dei pazienti sdraiati su delle barelle, la maggior parte dei quali erano persone anziane, pallide e spaventate, pensavo che il mio incidente, ed un eventuale osso rotto, non era niente difronte alla sofferenza di quei poveri vecchi.
Di solito, quando un'amica si faceva male le consigliavo di guardare il lato positivo dell'inatteso evento. Questa volta, sarei stata capace di dire a me stessa?
 - ¡No hay mal che por bien no venga!2 Citando mio padre che ancora oggi, nonostante gli acciacchi e i suoi novanta anni, pronuncia spesso.
Dopo aver osservato attentamente le radiografie, l'ortopedico mi ha diagnosticato una piccola frattura nel capitello del radio e che mi avrebbero dovuto immobilizzare il braccio per alcune settimane. Mentre un infermiere mi ingessava, per un momento ho avuto la sensazione di venire imprigionata, ma subito mi sono abituata a quel mio primo gesso. Sono uscita dall'ospedale quasi contenta, perché capivo che mi si presentava davanti un mese diverso dal solito.
Fin dalla prima notte, mi sono abituata ad appoggiare il braccio ingessato su un cucino sistemato nel letto tra  mio marito e me. Quando mi giravo e toccavo il cuscino, ricordavo con nostalgia le volte che mettevamo nel lettone fra noi due i nostri figli appena nati, quando piangevano o non volevano dormire.
Il gesso mi ha accompagnato per venticinque giorni e mi ha permesso di guardare la vita scorrere lentamente. Ho potuto leggere, scrivere delle lettere a nostra figlia che in quel periodo studiava  a Madrid, parlare con tranquillità con mio marito e con l'altro figlio ventenne, passeggiare per la città e vedere amici, ma soprattutto apprezzare le piccole cose. Il giorno che sono andata in ospedale a togliermi il gesso, mentre aspettavo il mio turno, l'ho guardato e toccato per ultima volta, come se mi dispiacesse separarmene,  mi sono detta che, almeno per questa volta, la caduta per le scale aveva portato con se anche del bene.

1 Questa si che è stata una bella caduta
2 Non c'è male che non porti anche del bene

Les escales i el guix

Era un jueves el día en que me caí por las escaleras del edificio donde está ubicado nuestro apartamento. Eran casi las dos y media de la tarde y estaba volviendo a casa del trabajo, cansada y hambrienta. Dejé la bicicleta en el garaje. Mientras iba andando por la calle, mis pensamientos ya se estaban acelerándo y yo ya me veía dentro del la vivienda, primero sacándome los zapatos, luego lavándome las manos, poniendo la radio y por fin preparándome y comiendo una buena ensalada.
De repente me di cuenta de que alguien me estaba llamando. Era la voz de la vecina de en frente, que con su esposo e hijo adolescente, se había mudado recientemente a nuestro barrio. Apenas la conocía, sólo nos salúdabamos algunas mañanas cuando concidíamos, por eso me  paré  a hablar con ella.
Me llamaba para devolverme el pañuelo morado de lana y seda, que mi  marido me había regalado el año anterior y que se me había caído por la calzada. 

- Sé que usted es profesora, por eso quisiera hablarle de mi hijo, pues el próximo año va a empezar la escuela secundaria, comenzó diciéndome.
- Ah! Le dije, pero ella me cortó enseguida y siguió enrollándose.
- Es un muchacho muy inteligente, tiene cantidad de memoria y es muy bueno en todas las asignaturas.
Yo me quedé inmóvil como una estatua, con un brazo sosteniendo la bolsa llena de libros y la bufanda morada, con el otro traté de echarme hacia adelante, para poner la llave en la cerradura. Ella seguía hablando como una cotorra.
- Quisiéramos matricularlo en la escuela mejor de la ciudad. Tenemos pensados dos Institutos privados, quisiera tu consejo.
- Perdona pero tengo un poco de prisa, podemos hablar de ello otro día, aún falta mucho par la matrícula del próximo año. ¡Cuándo quieras ya hablaremos !
Mientras nos despedíamos y yo ya estaba a punto de entrar por la puerta principal, comenzó a hablarme de nuevo de  su hijo.
- Incluso tiene tiempo para hacer deporte, sabes que juega a basquet, en un equipo juvenil, mientras decía eso yo me moría de hambre y sólo quería quitarme las botas.

Finalmente crucé el umbral y el zaguán rapidamente.  Subiendo las escaleras, antes de llegar al segundo piso, en el rellano de nuestro apartamento, me di cuenta de que había olvidado las llaves en la cerradura.
Actué muy rápido, instintivamente di media vuelta y sin pensar en nada comencé a bajar las escaleras corriendo. A la altura del primer piso resbalé y caí hacia adelante. En aquellos momentos, tirada en el suelo, pensé:
- ¡Esto sí que ha sido una señora caída!
Me puse de pie contra la pared, sintiendo que me dolían la pierna y el brazo izquierdo. Mientras cojeaba, seguía diciéndome a mí misma que no me había hecho nada.
Bajé despacio y ví que las llaves todavía estaban metidas en la cerradura.
- Menos mal, me dije.
Por la tarde fui a la clase de yoga de los jueves, pero no pude hacer bien casi ninguno de los ejercicios, pues me dolía más que nada el brazo. Por la noche, seguía diciéndome a mí misma que todo marchaba bien, que no me había sucedido nada, que esta vez también había tenido suerte, pero mi codo seguía doliéndome.
La noche fue larga, tenía un dolor extraño. El malestar era similar al que había sentido, muchos años atrás, cuando me desperté después de la cesárea, que me hicieron al dar a luz a nuestro primer hijo, que murió pocos días después.
- Es un dolor que no me gusta nada, me trae malos recuerdos! Pensé por mis adentros, sin decirle nada a mi marido.

Al amanecer, siguiendo el consejo de mi esposo, decidí ir a urgencias.
Me atendieron al cabo de dos horas, para matar el tiempo en la sala de espera me puse a leer una novela que había empezado el día anterior, sin embargo miraba de vez en cuando a la gente de mi alrededor. Mientras observaba a unos pacientes echados en camillas, la mayoría de ellos ancianos, pálidos y asustados, pensé que mi mi caída no era nada comparado con el sufrimiento de esos pobres viejecitos.
Por lo general, cuando un amigo tiene un accidente, intento animarle diciéndole que mire el lado positivo de la desgracia, citando la frase que aún a mi padre le encanta pronunciar, a pesar de sus achaques y sus noventa años.
-¡No hay mal que por bien no venga!
- ¿ Esta vez seré capaz de decirmelo a mí misma? Me pregunté

Después de observar cuidadosamente las radiografías, el ortopedista me diagnosticó una pequeña fractura en la parte superior del radio y me dijo que tendría que inmovilizarme el brazo por tres semanas. Mientras una enfermera me enyesaba, por un momento tuve la sensación de estar perdiendo mi libertad, pero poco a poco me  fui acostumbrando. Salí del hospital casi contenta, porque caí en la cuenta de que estaría de baja una larga temporada.

Desde la primera noche en la cama, me acostumbré a apoyar mi brazo enyesado sobre una almohada que puse entre mi marido y yo. Al darme la vuelta toqué la almohada, y recordé con nostalgia los momentos en que poníamos a nuestros hijos recién nacidos en la cama matrimonial, cuando lloraban o no querían dormir.
El yeso me acompañó durante veinticinco días y me permitió ver la vida fluir lentamente. Podía leer libros, escribir cartas a nuestra hija que estaba estudiando en Madrid por aquel entonces, charlar tranquilamente con mi esposo y con el otro hijo de veinte años, llamar a mi padre, caminar por la ciudad e invitar o ir a ver a amigos, pero sobre todo apreciar las pequeñas cosas.
El día que fui al hospital para que me sacaran el yeso, mientras esperaba mi turno, lo miré y lo toqué por última vez, como para despedirme de él y me dije:
- Al menos por esta vez, la caída por las escaleras me ha traído alguna cosa buena.








1 commento:

  1. sono perfettamente d'accordo con te:ho riscoperto la lentezza, e soprattutto il gusto del camminare. è come vedere il mondo con un paio di occhiali nuovi!l'unica cosa che mi manca veramente è la mia buona cucina, perchè il mio purtroppo è il braccio destro! viva i"4 salti in padella"! Anna

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