venerdì 10 aprile 2020

Tiempo de espera (4) 3 de abril



Gotine rosse”, la bambina contadina di Giovanni Fattori da ...
Hoy es viernes tres de abril; hace treinta y un día que vivimos confinados en las cuatro paredes de casa.
- ¡Quién lo hubiera dicho! ¡ Ya llevamos un mes de aislamiento! ¿Cómo lo llevo? Me pregunto al despertarme.
- Pues por ahora me lo paso bastante bien. Siempre he sabido que a mí la rutina me ayuda a superar las adversidades, me contesto.

Ya desde pequeña me encantaba la vida rutinaria: las clases en el colegio por la mañana, volver a casa a comer, ir otra vez al colegio y hacer los deberes antes de cenar.
Cada verano cuando terminaba el curso añoraba a mis compañeras y a algunos de mis profesores, a otros no les echaba para nada de menos. Era un colegio de monjas, pero la mayor parte del profesorado de los últimos cursos era laico. Recuerdo a pocas monjas amables, la mayoría no me acababa de convencer, me parecían falsas. Quizás me había influenzado mi padre con sus ideas anticlericales.
Os preguntaréis por qué un hombre con ideales republicanos matriculó a su hija en una escuela católica y no en una pública.
Cuando escogieron el colegio, ganó mi madre, eligiendo el de las carmelitas que había sido el suyo y el de todas las familias acomodadas del pueblo o mejor dicho el de las menos humildes.
La hermana Dolores, a quien las niñas la llamábamos Lola, era una de las monjas más jóvenes del colegio. Nos parecía un gigante de lo alta y robusta que era. Nos daba miedo cuando se enfadaba y nos reñía. La veces que chillaba, nos escondíamos en un rincón, entre una columna del patio cubierto y un trastero o en el jardín detrás de la fuente. Cuando la hermana gigante salía al patio durante el recreo, siempre non reprendía diciendo:
- No corráis, jugad sentadas o en corro. No bajéis más de una a la vez  en el tobogán. Ya sabéis lo que os espera si os magulláis las rodillas, os vais a acordar toda la vida del castigo que os va a caer.
Le tenía mucha manía al tobogán, con ella nadie se atrevía a deslizarse de forma atrevida. El castigo al que se refería siempre era el encierro en el lavadero.
El lavadero era un cuarto muy grande, con una pila enorme para lavar la ropa y unos hilos en la pared para tender sábanas. Entraba un poco de luz y aire por unas ventanales altos. Sólo una vez entré en el lavadero, debía tener unos diez u once años, nos castigaron a todas las niñas la clase, porque alguien había cometido una diablura. Recuerdo que nos hicieron subir al borde pica y la hermana Dolores nos iba gritando:
- Si no soltáis el nombre del culpable os voy a echar dentro del agua, una por una.
Suerte que llegó a tiempo la madre superiora y nos rescató de aquel suplicio.
Algunas niñas, sus preferidas, no le tenían miedo a la hermana Dolores, al contrario seguían adulándola y le hacían la pelota para que les pusiera buenas notas.
La hermana Dolores siendo la jefe de estudios mandaba a todos los profesores. Ella daba pocas clases, en los primeros cursos era nuestra profesora de geografía, luego en quinto y sexto nos dio  historia de arte. No creo que supiera mucho de Arte, recuerdo que sus clases consistían en hacernos subrayar casi todos los párrafos del libro. Las alumnas estudiábamos de memoria capítulos enteros y si repetiamos  la lección usando palabras distintas del libro nos corregía de mala manera. En sus clases no volaba ni una mosca. A veces cuando estaba distraída o medio dormida cuchicheábamos entre nosotras, pero si nos descubría  nos hacía permanecer dentro del edificio sin poder salir al patio, sin recreo.
Con muchas alumnas la Gigante era arrogante, altiva y cruel. Nos humillaba cada dos por tres delante de las compañeras, sobre todo a las niñas que no éramos de familia rica.
- La madre de Lola es una mujer muy rica y con mucha influencia. Es la que subvenciona el colegio, me dijo un día una niña de mi clase.
Desde entonces me fui fijando en  que  la madre de Lola siempre estaba sentada en  la primera fila, cada vez que había una fiesta o una misa solemne. La superiora la presentaba como la benefactora del colegio.
A lo largo de los años me he ido dando cuenta de que la hermana Dolores no era tan fuerte como parecía. Era más bien una pobre mujer, a quien seguramente su madre la obligó a entrar en el convento. Alguien me dijo que cuando se quedó huérfana inmediatamente se desprendió de los hábitos y se marchó a otra comarca.

Como iba diciendo cada año al terminar el curso echaba de menos el colegio; al empezar las vacaciones estaba un poco nerviosa hasta que lograba introducir nuevas rutinas : por la mañana iba a la playa con mi tía Margarita y mis primas, después de comer, mientras todos dormían la siesta, hacía los deberes y leía, cuando hacía menos calor salía a la calle a jugar con los niños de la vecindad

Ahora, como en aquel entonces, después de los primeros tiempos de angustia, estoy empezando a a seguir una vida rutinaria.
Salgo de casa dos días por semana:
Los miércoles por la mañana, después de dedicarme varias horas a preparar material didáctico y a dar clases a distancia, voy a por el pan, el periódico y dos botellas de vino a granel. El vino lo compro en una tienda que está a dos manzanas de nuestra casa, donde venden productos biológicos de una finca agrícola toscana.
Los viernes, hacia las once, voy al supermercado y de paso compro el periódico.
Esta mañana por suerte la cola no era muy larga. He notado que los clientes y las cajeras sonreían más que la semana pasada, todos parecían un poco más relajados. Quizás porque nos han dicho que hay menos contagios y que dentro de pocas semanas pasaremos a la fase dos:
- ¡Pronto podremos salir! Grito al aire volviendo a casa en bici, cargada de bolsas.
Mientras pedaleo por las calles desiertas, siento el movimiento ligero de mis pies, como si fuera la primera vez que tocan los pedales de una bicicleta, parece un milagro.
Aún no sabemos cómo será la fase dos, pero nos han dado esperanzas de que poco a poco, quizás después de Semana Santa o a principio de mayo, se empezarán a abrir algunas tiendas.
Esta tarde mi marido después de tres semanas de encierro ha decidido salir para ir al garaje, que está en la misma calle. Ha ido a buscar cosas, entre ellas las cartas que nos escribimos cuando nos conocimos y las que yo envié a mi madre desde Italia cuando me fui de casa. Mi madre y yo nos escribimos una carta cada semana, durante más de veinte años.
Mi marido me trajo la enorme caja de cartón que contenía centenares de cartas amarillentas. La abrí y recordé el día en que  vaciamos la casa del pueblo, tras la muerte de mi padre. Me veo ordenándolas, algunas de ellas con el sello cortado ¿Quién sabe a quien se lo  daría  mi madre? Un sello italiano, tenía todo un valor en aquella época.
- Las iré leyendo poco a poco, me dije sabiendo que habría descubierto a una persona distinta de la que soy ahora y queexperimentaría emociones fuertes

Después de comer, exactamente a las dos en punto, cada día abro la ventana del patio y me siento un rato para tomar el sol, leyendo una novela. Hoy mientras me acariciaban los rayos del sol de abril me han llamado mis hijos, me ha dado mucha alegría. Ella está en Madrid y él en Firenze en un barrio de las afueras.
Hoy oyendo sus voces he vuelto a sentir la sensación de estar realmente cerca de mis hijos, como cuando eran pequeños. Les he contado mi día de encierro y ellos el suyo. Nos hemos reído hablando de mis sueños absurdos y luego de las barbaridades que ellos se dicen en las conversaciones de inglés que cada día tienen para practicarse y no aburrirse.
Su cariño me ha envuelto, como un pañuelo de colores. Me he sentido halagada y querida. Otro milagro de los tiempos de espera.











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