venerdì 3 aprile 2020

Tiempo de espera (3) 28 de marzo





Dicen que uno empieza un diario cuando tiene tiempo, pues a mí me ha pasado lo contrario. Ahora os cuento el porqué:
Estamos encerrados en casa desde hace casi tres semanas y no me sobra ni un minuto. No hay clases en las escuelas y universidades desde hace veinticuatro días, pero nosotros los profesores seguimos trabajando sin cesar. He tenido que aprender muchas cosas de didáctica a distancia y sigo cada día aprendiendo más, pero para mi pobre cabeza todo ha sido demasiado rápido.

A veces, sentada delante del ordenador, me siento tonta por no saber utilizar un programa o una aplicación, otras estúpida por pasar tantas horas seguidas sentada en mi escritorio. Entonces va creciendo mi ansiedad que se suma a la que me conlleva la dichosa epidemia.

Mi marido sigue sin salir.
Ayer hacia la una, después de dedicarme toda la mañana a preparar clases, fui al supermercado para la compra de toda la semana.
Había una cola muy larga, pero no me desesperé y me dije:
- Aprovecharé este tiempo de espera para hablar con mis hermanos y algunos amigos.
Grabé un mensaje vocal para cada uno de ellos y se los envié.
Algunos me contestaron:

La primera fue mi amiga Luisa, que me dijo estaba contenta de oír mi voz y que ella y su marido estaban la mar de bien en el jardín tomando el sol. Sin embargo cuando me habló de su hija, que está confinada en Barcelona, noté que estaba un poco angustiada.
- Mi hijita está bien pero tras el cierre de los restaurantes ha perdido el trabajo y ahora no sabe que hacer, si volver a casa o quedarse y resistir. Yo no sé que aconsejarle, pero me gustaría que volviera con el barco que el Gobierno italiano ofrece a sus ciudadanos atrapados en Barcelona. Pero no queremos obligarla, ya tiene veintitrés años, mejor que decida ella.

Mi hermano también me contestó y me dijo que él y su mujer estaban muy preocupados por la situación económica, a ella su empresa le ha aplicado un ERTE y él, que es autónomo, tendrá que cerrar su negocio.
- No quiero pensar en el desastre que nos espera, mejor vivir el presente, dijo un poco pensativo. Tras un instante de silencio me anunció la muerte de Carlos, un amigo suyo.
- Carlos estaba muy delicado tras la embolia cerebral, que tuvo antes de Navidad ¿ Te acuerdas ? Poco a poco la iba superando, pero en febrero empeoró de golpe y lo tuvieron que ingresar en una clínica. Nadie se esperaba que el virus le contagiara.

También me dejó un mensaje mi prima Carla, la que trabaja en un dispensario psiquiátrico:
- Estoy agotada, desde la epidemia trabajo tres días por semana, pero muchas horas e intensamente. Casi todas las consultas las hacemos por teléfono. A algunos loquillos, les gusta estar encerrados en casa, pero la mayoría sufre mucho al no poder salir y tiene más ataques.
Cuando llego por la noche a casa intento desprenderme de todo el sufrimiento que he absorbido, sin embargo necesito al menos un día entero para apaciguarme.

La mujer de la cola que estaba delante de mí arrastraba con desgana su carrito. Me miraba de reojo, como si no me escuchara. A pesar de estar a más de un metro de distancia, veía que le interesaba todo lo que yo decía.
Era del montón, ni guapa ni fea, ni gorda ni flaca, ni joven ni vieja. Llevaba un chándal azul marino, con franjas blanca en los pantalones. Las gomas de la mascarilla le aplastaban los cabellos por detrás. Sus ojos saltones no dejaban de observar a la gente de su alrededor. Cada vez que pasaba alguien por la acera, donde hacíamos cola, les clavaba una mirada feroz, como diciéndoles:
- ¡Lejos de aquí, apestados!
Luego antes de salir del supermercado la volví a ver mientras esquivaba y miraba con recelo a quienes se acercaban a ella.

Llegué tan tarde a casa que ya no valía la pena hacer cocinar. Comimos fruta y yogures.
Os preguntaréis ¿Por qué no preparó la comida mi marido? Pues porque estaba echado en la cama con lumbago.
Descongelé una porción de Lasagne para la cena y en seguida me di cuenta de que aún debía hacer la cama y limpiar el cuarto de baño, tenía que apresurarme ya que a las cuatro tenía una vídeo conferencia con mis compañeros de trabajo.
Parecía una loca queriendo hacerlo todo, sin embargo a las cuatro en punto me puse de nuevo delante de la pantalla.
Terminé a las siete y apagué el ordenador, no quería verlo más, estaba harta de conferencias.
Para apaciguarme hice gimnasia escuchando un poco de música y al final puse la voz de mi hermana que me había dejado un mensaje audio.
- Estamos todos bien, nos entretenemos jugando con los nietos. Yo con todos mis achaques, ya estoy acostumbrada a salir poco y sé entretenerme en casa. A Juan en cambio le cuesta mucho estar encerrado, con cualquier escusa sale para de ir a comprar algo, ahora la leche, luego el pan o el periódico y cada noche va a dar una vuelta para ir a tirar la basura.

Cenamos sin mirar la tele, porque sabíamos que las noticias habrían sido malas. Luego yo me senté en la butaca, mi marido se puso un parche antinflamatorio en la espalda y se echó en el sofá.
Como cada noche miramos una película. Nos acostamos a las doce. A él le seguía doliendo la espalda y para más inri también le dolía la pierna.
- Creo que la cosa se está complicando, quizás sea una inflamación del nervio ciático, me dijo él un poco preocupado.
Intenté animarlohaciéndole un buen masaje en la espalda.
- Gracias, si mañana estoy un poco mejor haré yo la cena y por la tarde si quieres puedo ayudarte con la plataforma que te amarga la vida, me dijo sonriendo y bostezando.
Se lo agradecí de todo corazón, puesdurante aquel largo tiempo de espera  yo también necesitaba que alguien me mimara un poquito.
Mientras me dormía pensando en las palabras de mi marido me dije: todo pasará.








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