
Dicen
que uno empieza un diario cuando tiene tiempo, pues a mí me  ha
pasado  lo contrario. Ahora os cuento el porqué:
Estamos
encerrados en casa desde hace casi  tres semanas y no me sobra ni un
minuto. No hay clases en las escuelas y universidades desde hace
veinticuatro días, pero nosotros los profesores seguimos trabajando
sin cesar. He tenido  que aprender muchas cosas de didáctica a
distancia y sigo cada día aprendiendo más, pero  para mi pobre
cabeza todo ha sido demasiado rápido. 
A
veces,  sentada  delante del ordenador, me siento tonta por no saber
utilizar un programa o una aplicación, otras estúpida por pasar
tantas horas seguidas sentada  en  mi escritorio. Entonces va 
creciendo mi  ansiedad que se suma  a la que  me conlleva la  dichosa
epidemia.
Mi
marido sigue sin salir.
Ayer
 hacia  la una, después de  dedicarme  toda la mañana  a preparar 
clases, fui al supermercado para la  compra de toda la semana.
Había
una cola muy larga, pero no me desesperé y me dije:
-
Aprovecharé
este tiempo de espera para hablar con mis
hermanos y
algunos amigos.
Grabé
un  mensaje vocal para cada uno de ellos y se los envié.  
Algunos
me contestaron:
La
primera fue mi amiga Luisa,  que me dijo  estaba  contenta de  oír
mi voz y que ella y su marido estaban la mar de bien  en el jardín
tomando el sol.   Sin embargo cuando me  habló de su hija, que está
confinada en Barcelona,  noté  que estaba un poco angustiada. 
-
 Mi hijita está bien pero tras el cierre de los  restaurantes ha
perdido el trabajo  y  ahora no sabe que hacer, si volver a casa  o
quedarse y resistir. Yo no sé que  aconsejarle, pero me gustaría
que volviera con el  barco que  el Gobierno italiano ofrece a  sus
ciudadanos atrapados en Barcelona. Pero no queremos obligarla,  ya
tiene veintitrés años,  mejor  que decida ella.
Mi
hermano también me contestó y me dijo que él y su mujer estaban 
muy preocupados por la situación económica,  a ella su empresa le
ha aplicado un ERTE y él,  que es autónomo,  tendrá  que cerrar su
negocio. 
-
No quiero pensar en el desastre que  nos espera,  mejor  vivir el
presente, dijo un poco pensativo. Tras  un instante de silencio me 
anunció la muerte de  Carlos, un amigo suyo.
-
Carlos  estaba muy delicado tras  la embolia cerebral, que tuvo antes
de Navidad ¿ Te acuerdas ? Poco a poco la iba  superando, pero en
febrero empeoró  de golpe y lo tuvieron que ingresar en una clínica.
Nadie se esperaba que el virus le contagiara.
También
 me dejó  un mensaje mi prima Carla, la  que trabaja en un
dispensario psiquiátrico:
-
Estoy agotada, desde la epidemia trabajo tres días por semana, pero
muchas horas e intensamente. Casi todas las consultas las hacemos por
teléfono. A algunos loquillos,  les gusta estar encerrados en casa, 
pero la mayoría sufre mucho al no poder salir y tiene más ataques. 
Cuando
llego por la noche a casa intento desprenderme de todo el sufrimiento
que he absorbido, sin embargo necesito al menos un día entero para
apaciguarme.
La
 mujer de la cola que estaba  delante de mí  arrastraba  con desgana
 su carrito. Me miraba de reojo, como si no me escuchara. A pesar de
estar a  más de un metro de distancia,  veía que le interesaba todo
lo que yo  decía. 
Era
del montón, ni guapa ni fea, ni gorda ni flaca, ni joven ni vieja.
Llevaba un chándal azul marino, con franjas blanca en los
pantalones.  Las gomas de la mascarilla le  aplastaban  los cabellos 
por detrás. Sus ojos saltones no dejaban de observar a la gente de
su alrededor. Cada vez que pasaba alguien  por la acera, donde
hacíamos cola, les clavaba una mirada feroz, como diciéndoles:
-
¡Lejos de aquí, apestados!
Luego
antes de salir del supermercado  la volví a ver  mientras esquivaba 
y miraba  con recelo  a quienes se acercaban a ella.
Llegué
tan tarde a casa que ya no valía la pena hacer cocinar.   Comimos
fruta  y yogures.
Os
preguntaréis  ¿Por qué no  preparó la comida mi marido? Pues
porque estaba echado en la cama con lumbago.
Descongelé
una porción de Lasagne para la cena y en seguida me di cuenta de que
aún  debía hacer la cama y limpiar el cuarto de baño, tenía que
apresurarme  ya que a las cuatro tenía una vídeo conferencia con
mis compañeros de trabajo.
Parecía
una loca queriendo hacerlo todo, sin embargo  a las cuatro  en punto 
me puse de nuevo delante de la pantalla.
Terminé
a  las siete  y apagué el ordenador, no quería verlo más, estaba 
harta de conferencias. 
Para
apaciguarme hice gimnasia escuchando un poco de música y al final
puse la voz de mi hermana que me había  dejado un mensaje audio.
-
Estamos todos bien, nos entretenemos  jugando con los nietos.  Yo con
todos mis achaques, ya estoy acostumbrada a salir poco y sé
entretenerme en casa.  A Juan en cambio  le cuesta mucho estar
encerrado, con cualquier escusa sale para de ir a comprar algo, ahora
la leche, luego el pan o el periódico y cada noche va a dar una
vuelta para ir  a tirar la basura.
Cenamos
sin mirar la tele, porque sabíamos que las noticias habrían sido
malas. Luego  yo me  senté en la butaca, mi marido se puso un parche
antinflamatorio en la espalda y se echó en el sofá.
Como
cada noche miramos una película. Nos acostamos a las doce. A él
 le
seguía
doliendo
la  espalda
y para
más inri
también
le dolía la
pierna.
-
Creo que  la cosa se está complicando, quizás  sea una inflamación
del nervio ciático, me dijo él un poco preocupado. 
Intenté
animarlohaciéndole un buen masaje en la espalda.
-
Gracias,
si  mañana estoy un poco  mejor haré
yo la  cena y por la tarde si quieres  puedo
ayudarte
 con
la  plataforma que te amarga la vida,
me dijo sonriendo
y
bostezando.
Se
lo agradecí de todo corazón, puesdurante
aquel largo  tiempo de espera  yo también necesitaba  que alguien me mimara un
poquito.
 
Mientras
me dormía  pensando en las palabras de mi marido me dije: todo
pasará.
 
 
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