Hay noches en que se nos van mezclando cosas raras por la cabeza: sensaciones,
sentimientos, sustancias químicas que desprenden las neuronas,
tensiones que se acumulan en los músculos, imágenes de una
película que hemos visto antes de ir a dormir, ruidos y ronquidos
que emite quien duerme a nuestro lado, palabras sueltas que
recordamos y muchas cosas más. Todo ese amasijo heterogéneo
se entrecruza y se lía poco a poco.
Anoche
eso es lo que me pasó:
Leí
mucho rato antes de apagar la luz, en realidad no encendí la
lamparita, leí un libro digital a través del e-reader que me
regaló mi marido, cosa que llevo haciendo desde hace unas
semanas. Quizás la pantalla iluminada no sea lo más indicado
antes de dormirse, pero como al día siguiente no tenía que ir a
trabajar, no pensé en ello. Al principio no me gustaba nada,
añoraba las páginas de papel de mis libros, pero poco a poco descubro más beneficios que males: finalmente puedo leer en
castellano y en catalán desde Italia.
Llegan
pocas novelas de lengua española a las librerías italianas. Antes
para poder leer mis escritores preferidos me cargaba con una maleta
repleta de libros cada vez que iba a España. En los años setenta y
ochenta las maletas eran enormes y sin ruedas, uno se rompía la
espalda con tanto peso; ahora es más fácil llevar equipaje con
ruedas, pero tampoco vale la pena poner muchos libros dentro, pues
desde hace varios años las compañías aéreas hacen pagar
suplementos de peso por cada kilo de más.
Pues
bien, le doy la bienvenida al libro electrónico, sin embargo sigo
y seguiré comprándome novelas cada vez que vuelva a mi país.
Me
encanta acostarme sola, porque casi siempre me duermo en seguida con
el libro en las manos; pero también me gusta estar despierta y
sentir el cuerpo de mi marido, que es más trasnochador que yo,
cuando entra en la cama. Cuando nos acostamos juntos, hablamos y nos
reímos antes de caer agotados, a veces nos abrazamos y nos
amamos.
Pero
hay noches en las que me desvelo y no logro conciliar el sueño. Primero
me giro de un lado y luego del otro. Desesperada pruebo todas las
posiciones posibles, la fetal, boca abajo con una mano apoyada en la
barriga y con una pierna doblada, boca arriba con la espalda
pegada en el colchón y las piernas dobladas o las piernas
estiradas, pero no hay manera de dormirse. A veces doy la vuelta a
la almohada, para sentir frescor.
En
las noches de insomnio hacia las tres de la madrugada, ya harta de
dar vueltas en la cama, me levanto y me ducho. Quizás los vecinos
del piso de abajo oigan el agua que escurre, a mí me sabe mal
despertarlos, pero en esos momentos mi salvación es el agua
caliente.
Me
seco con esmero con una toalla y me quedo un rato quieta con el albornoz puesto, luego vuelvo a la cama y cuando noto mis piernas y mis
muslos relajados empiezo a pensar en cosas agradables y me duermo;
sin embargo hay noches en las que eso no funciona: entonces hago
listas de cosas que me gustaría hacer, me cuento historias y al
final entro en una de ellas y hacia las cuatro de la madrugada me
duermo.
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