domenica 1 marzo 2020

Noche de insomnio














Hay noches en que  se  nos  van mezclando cosas raras por la cabeza: sensaciones, sentimientos, sustancias químicas que desprenden las neuronas, tensiones que se acumulan en los músculos, imágenes de una película que hemos visto antes de ir a dormir, ruidos y ronquidos que emite quien duerme a nuestro lado, palabras sueltas que recordamos y muchas cosas más. Todo ese amasijo heterogéneo se entrecruza y se lía poco a poco.

Anoche eso es lo que me pasó:
Leí mucho rato antes de apagar la luz, en realidad no encendí la lamparita, leí un libro digital a través del e-reader que me regaló mi marido, cosa que llevo haciendo desde hace unas semanas. Quizás la pantalla iluminada no sea lo más indicado antes de dormirse, pero como al día siguiente no tenía que ir a trabajar, no pensé en ello. Al principio no me gustaba nada, añoraba las páginas de papel de mis libros, pero poco a poco descubro más beneficios que males: finalmente puedo leer en castellano y en catalán desde Italia.

Llegan pocas novelas de lengua española a las librerías italianas. Antes para poder leer mis escritores preferidos me cargaba con una maleta repleta de libros cada vez que iba a España. En los años setenta y ochenta las maletas eran enormes y sin ruedas, uno se rompía la espalda con tanto peso; ahora es más fácil llevar equipaje con ruedas, pero tampoco vale la pena poner muchos libros dentro, pues desde hace varios años las compañías aéreas hacen pagar suplementos de peso por cada kilo de más.

Pues bien, le doy la bienvenida al libro electrónico, sin embargo sigo y seguiré comprándome novelas cada vez que vuelva a mi país.

Me encanta acostarme sola, porque casi siempre me duermo en seguida con el libro en las manos; pero también me gusta estar despierta y sentir el cuerpo de mi marido, que es más trasnochador que yo, cuando entra en la cama. Cuando nos acostamos juntos, hablamos y nos reímos antes de caer agotados, a veces nos abrazamos y nos amamos.

Pero hay noches en las que me desvelo y no logro conciliar el sueño. Primero me giro de un lado y luego del otro. Desesperada pruebo todas las posiciones posibles, la fetal, boca abajo con una mano apoyada en la barriga y con una pierna doblada, boca arriba con la espalda pegada en el colchón y las piernas dobladas o las piernas estiradas, pero no hay manera de dormirse. A veces doy la vuelta a la almohada, para sentir frescor.

En las noches de insomnio hacia las tres de la madrugada, ya harta de dar vueltas en la cama, me levanto y me ducho. Quizás los vecinos del piso de abajo oigan el agua que escurre, a mí me sabe mal despertarlos, pero en esos momentos mi salvación es el agua caliente.

Me seco con esmero con una toalla y me quedo un rato quieta con el albornoz puesto, luego vuelvo a la cama y cuando  noto mis piernas y mis muslos relajados  empiezo a pensar en cosas agradables y me duermo; sin embargo hay noches en las que eso no funciona: entonces hago listas de cosas que me gustaría hacer, me cuento historias y al final entro en una de ellas y hacia las cuatro de la madrugada me duermo.












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