Hoy,
sábado 21/3/20, es el décimo séptimo día que no voy al trabajo y el décimo segundo que estamos encerrados en casa. Sólo salgo
dos veces por semana, una para ir a comprar al supermercado y otra
para ir a tirar la basura en los contenedores, de paso me acerco
al quiosco para comprar el periódico y volviendo entro a la
panadería, que está a la vuelta de la esquina, y compro una barra
de pan.
Mi
marido prefiere no salir.
Os
preguntaréis:
-
¿Qué hace durante todo el día? ¿Ha conseguido cumplir alguno de
los propósitos que escribió la semana pasada?
Pues
muy pocos.
Veamos
lo que suelo hacer un día cualquiera:
Me
levanto a las ocho, me pongo el albornoz y desayuno escuchando las
noticias de la radio, que son siempre muy malas. A veces mientras
tomo una taza de té leo un artículo del periódico del día
anterior.
Luego
me ducho y me hago un masaje por todo el cuerpo con una crema
hidratante, algún que otro día me depilo las piernas y las axilas.
Cada
dos o tres día me lavo el pelo. Secándomelo descubro cada vez más
canas. Mientras me miro al espejo voy pensando que tendré que
teñirme, cosa que llevo años haciéndome en la peluquería.
Aún
no me atrevo y me digo:
-
El pelo rubio disimula bastante bien las canas, pues dejémoslo
para semana que viene.
Hacia
las nueve me pongo a trabajar para mis alumnos, dando clases,
contestando a sus dudas y corrigiendo tareas.
Por
las mañanas es cuando me cunde más todo, tengo la cabeza más
despejada.
Mi
marido se levanta hacia las diez, a veces tomo otra taza de té con
él y acabamos hablando casi siempre del dichoso corona virus.
Hacia
la una, dejo mi ordenador y me siento en el salón donde toca el sol.
Abro la ventana que da a un patio interior y me pongo a leer.
Siempre me ha gustado abrir un libro tomando el sol.
Claro
que sería mejor en una playa o en un parque, pero que le vamos a
hacer.
Estoy
muy a gusto en nuestro piso, es bastante grande para dos personas,
confortable y luminoso, sin embargo si tuviéramos una terraza, un
patio o un jardín el encierro sería más llevadero.
A las dos de la tarde ponemos la mesa y comemos una ensalada mixta con
semillas.
Luego
escuchamos el telediario que sigue dando noticias muy malas.
Hacia
las 14.30 sacamos la mesa y nos preguntamos:
-
¿Qué haremos esta noche para cenar?
Un
día guisa mi marido, otro yo y el tercero comemos las sobras de los
días anteriores.
Tomamos
la costumbre de empezar a preparar la cena después del almuerzo
cuando nuestros hijos eran pequeños.
No
es qué dejemos lista la cena sino que guisamos el sofrito del arroz
o la salsa de la pasta.
Desde
que no voy a trabajar nos dedicamos más a la cocina. En estos días de encierro hemos
preparado platos sabrosos, como los “sformati” de verduras al
horno, “pasta e fagioli”,
salsa de tomate con berenjenas, bacalao a la vizcaína, risotto con espárragos
y otros más.
A
veces por la tarde hago cosas insólitas como bajar al patio común para limpiarlo y regarlo. Las plantas de las jardineras y
macetas, que antes ningún vecino cuidaba, ahora no se pueden
quejar, pues reciben cantidad de agua y fertilizantes.
La finca está compuesta por de tres pisos, con seis viviendas que dan
al patio interior.
Por
ahora sólo yo riego las plantas, pero si todo el mundo las regara,
las pobres se ahogarían.
El
otro día mientras barría e suelo se asomó una vecina y me contó
todas las peripecias de su familia:
-
Mi marido está muy delicado de salud y mi hijo está en el paro
por el
corona
virus. ¿ No
sé lo que va a pasar? Fíjate que mala suerte que ha tenido mi
hijo,
empezó
las obras de reforma de su apartamento hace un par de semanas, por
eso ahora vive con nosotros, pero en
seguida
tuvieron que parar
la obra.
Yo salgo a la terraza para no volverme loca, con dos hombres en casa
no hay quien los
aguante.
Otra
cosa rara que hice una tarde fue cortarle el pelo a mi marido con una
maquinilla eléctrica. Al principio me daba miedo hacerle agujeros, pero cuando
entendí que la medida del corte era automática me tranquilicé y empecé a
raparlo.
Hacia
las seis o las siete empiezan las video-llamadas de nuestros hijos y
amigos.
De
vez en cuando llamo o recibo la llamada de mis hermanos, me encanta
hablar con ellos.
Pues, mira por donde, el virus nos ha unido más, antes hablábamos poco,
siempre teníamos prisa.
Hacia
las ocho ponemos la mesa con esmero, un mantel bonito y servilletas de
colores, una botella de vino y una vela.
Escuchamos
el telediario que sigue dando noticias malas.
Después
de cenar nos sentamos en el sofá y buscamos una película que nos
guste a los dos.
Generalmente
hacia las doce me voy a la cama, mi marido es más trasnochador y se
acuesta más tarde, pero algún que otro día nos acostamos
juntos, y disfrutamos abrazados.
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