sabato 3 febbraio 2024

Cap. 21- La amnistia

 


El 15 de abril de 1931, el día siguiente de la proclamación de la segunda república española, Mariano llamó por teléfono a su hermano Francisco. Aquella mañana al oír la noticia en la radio, él y Felipe saltaron de alegría, pero Mariano pensó que era mejor no sacar el tema con su hermano, pues poco a poco se había vuelto monárquico, detestando cada vez más a los republicanos.

- Hola Francisco, quería saber cómo estabais.

- ¡Qué alegría Mariano! Hace tiempo que no llamabas. Estamos bien gracias a Dios ¿Y vosotros?

- Nosotros también vamos tirando.

- ¿Ya te has enterado de lo que ha ocurrido en España... en las últimas elecciones municipales? ... Ya te puedes imaginar lo irritado que estoy con la proclamación de la segunda República y con la huida del rey Alfonso XIII a París. Yo espero que pase como con la primera, que dure muy poco, dijo tajante.

- Yo sólo espero que no haya derramamiento de sangre, le contestó serio Mariano.

Los dos hermanos siguieron hablando un buen rato, se contaron los pormenores de sus labores de labranza y antes de despedirse pasaron a hablar de sus hijos y nietos.

- Estamos muy divertidos con nuestros nietos, no te los voy a nombrar a todos, porque son más de veinte, le comentó Mariano, riendo.

- ¡Mare de Deu, vint nets! (¡Virgen Santa, veinte nietos!). Yo por ahora sólo tengo ocho, dos por cada hijo, pero espero tener más, le contestó Francisco con una voz apagada, denotando un poco de envidia hacia su hermano.

- Lo importante no es el número de nietos sino que todos estén bien de salud. A nosotros se nos murieron dos niñitas. ¿Te acuerdas que te lo conté en una carta?

- Sí, y lo siento mucho - contestó Francisco - calló unos segundos y de repente se animó hablando de sus nietos - Teresa y Margarita, las niñas de Cisco, son preciosas. Joan, el chico de mi María, es muy inteligente, María, su melliza, está un poco delicada de salud... y si tu vieras lo graciosos que son José y Teresita, los chiquillos de Pepet, mi hijo pequeño... En cambio, a Francisco y a Teresita, los muchachos de Teresa, mi hija mayor, los veo bien poco pues viven en La Bisbal.

- Todos tus nietos llevan los mismos nombres: José, Teresa, María, Francisco y Joan. ¡Qué lío que me estoy haciendo! Le dijo Mariano, con una voz jovial.

- ¿Ya no te acuerdas? En Cataluña es tradición darles a los niños los nombres de los padrinos de bautizo, que suelen ser los abuelos o los tíos.

- Claro que me acuerdo, yo también llamé a mi primogénito, Juan, el nombre de nuestro hermano que en paz descanse. Al segundo le puse José y Teresa a la niña que vino después, para honrar a nuestros padres... Cuando nacieron las pequeñas, Nieves le quiso poner, a una Clotilde, como su madre y a la otra Ramona, como su abuela. Sin embargo los cubanos no siguen esa tradición, por eso ahora me parece raro... ¿Por cierto cómo está Mariona? Hace mucho que no sé nada de ella.

- Mariona, con la casa y el dinero que le dejó Narciso, está de maravilla. Dentro de la desgracia tuvo suerte. Las dos viudas que viven con ella son un poco estrafalarias, pero buenas personas, le dijo Francisco, con voz alegre.

- ¿Y sus hijos? Ya deben de ser mayores.

- José y Engracia, están casados. El varón se fue a estudiar a la Escuela Náutica de Barcelona, siguiendo las huellas de su padre y ahora es capitán en un barco de larga ruta. Engracia en cambio vive en el pueblo.

Antes de colgar Francisco le dijo titubeante que Carmen la esposa de Cisco se había recuperado del trastorno que había sufrido, después de la muerte de Teresita, su primera hija.

- Perdona, no te he entendido bien, ¿Qué trastorno?

- Al fallecer la niña tras una gripe mortal, Carmen se puso mala, no quería levantarse de la cama. Fue tan horrible para todos perder a nuestra niña de dos años, tan bonita y cariñosa. Sin embargo cuando mi nuera tuvo fuerzas se levantó, pero no la dejábamos salir de casa, parecía que había perdido el juicio y no queríamos que en el pueblo se supiera.

- No sabía nada. No me lo escribiste.

- Perdona, estábamos tan afligidos que no se lo dijimos a nadie.

- Yo creo que hubiera sido mejor que Carmen saliera un poquito, para distraerse.

- Lloraba y solo sabía decir: La meva petita, la meva petitona! (¡Mi niña, mi niñita!). Nos repetía sin cesar que se la habían robado. Por suerte ya todo ha pasado y ahora ella está mucho mejor... Estuvo delicada unos años, le costó quedarse de nuevo embarazada, pero lo consiguió... Todos sufrimos mucho en aquella época.

- ¿Por qué no me lo contaste? Yo os hubiera aconsejado ir a ver a un especialista de Barcelona.

- El médico del pueblo la curó bien y nosotros no te lo dijimos porque no queríamos apenarte.

- Estoy contento de que ahora esté bien.

- Sí, ahora todos esperamos que Carmen se quede de nuevo embarazada y que después de dos niñas engendre un varón.

Mariano, cuando colgó el auricular, pensó en que la gente de su familia y en general la de su pueblo vivía con miedo de que los demás descubrieran sus desgracias y por eso las escondía, en Cuba en cambio las personas se contaban las penas y no se avergonzaban de su mala racha, al contrario, compartirlas era una forma de curarlas.

En 1934 Mariano le escribió una carta a su hermano, pidiéndole que se informara de sus cargos judiciales, pues se había enterado por Felipe que durante los primeros años de la segunda república española hubo varias amnistías, sea para cargos políticos que civiles.

Al cabo de tres meses lo llamó para ver si se había enterado de algo:

- Mariano tengo buenas noticias para ti, estaba a punto de escribirte para decirte que ya no eres un fugitivo, ya puedes volver a Cataluña. Mi casa es tu casa, le dijo Francisco.

- Te lo agradezco, pero ya soy muy viejo para un viaje tan largo, sólo espero que al menos uno de mis hijos o de mis nietos algún día pueda ir a veros.

Dos años más tarde, le llamó por teléfono su hermano Francisco, era el 18 de julio de 1936.

Al oír la voz de la operadora, Mariano pensó que era bien raro recibir una conferencia de España, pues generalmente era él quien llamaba o quien escribía a sus hermanos. Le sabía mal admitirlo, pero desde que falleció su madre los contactos con su familia catalana, poco a poco iban menguando.

- Acaba de estallar la Guerra civil, le dijo Francisco con voz preocupada.

- ¡Lo que menos le faltaba a España era una guerra! Le dijo Mariano afligido.

Mariano al oír la noticia se apenó de que la segunda República hubiera durado pocos años y durante varios día le dol la cabeza de lo preocupado que estaba por aquel conflicto absurdo. Él que había pasado más de una guerra y visto tantas calamidades, no lograba aceptarlo, sentía un dolor profundo, sufriendo por su patria y por su familia. A partir de aquella noticia ya nadie más de la familia Defaus-Herrera volvió a hablar de emprender un viaje a España.

En aquellos días de congoja, Mariano transcurrió muchas horas de charla con Felipe, buscando el porqué de la guerra entre hermanos:

- Creo que la inestabilidad política y económica de España durante el gobierno de la segunda República derive de las numerosas reformas liberales que pretendían cambiar la sociedad de manera tan radical - Felipe dejó de hablar unos segundos y reto su reflexión - para mí fueron demasiados los cambios propuestos por los republicanos... quien mucho abarca poco acaba.

- Sí, las reformas de los republicanos fueron traumáticas y como tú dices en gran medida fueron responsables del estallido de la guerra. Estoy pensando en la reforma agraria y también en la reforma militar, replicó Mariano.

- Sí, los latifundistas se opusieron con mucha fuerza al expropio de sus tierras y fueron apoyados por los burgueses conservadores, exclamó Felipe.

- Eso pasó sobre todo en el sur de España donde había muchos latifundios. Pero por lo que me dijo mi hermano Francisco, lo que acarreó más protestas fue el tema religioso, sea los ricos que los pobres, y por supuesto los clérigos, se opusieron cuando le quitaron poder a la Iglesia.

- Los republicanos no contaron con que la mentalidad de la mayor parte de los españoles no estaba preparada para estas reformas extremamente liberales. Ya ves, los matrimonios civiles, el divorcio, y la eliminación de la educación religiosa, fueron medidas que chocaron frontalmente con los principios de la moral católica, le comentó Felipe.

- También influyeron las reivindicaciones regionales de Cataluña, País Vasco y Galicia. Cuando La República les otorgó derechos de auto gobierno, provocó encendidas críticas por parte de la derecha y de los militares, que vieron en esos derechos una invitación a la independencia de ciertas zonas del país y un riego de desmembración de España, dijo Mariano.

- ¿Has mencionado la reforma militar, no? Si no me equivoco, consistía en la reorganización de la antigua y complicada estructura jerárquica, con la eliminación, a través de la jubilación anticipada, de un gran número de oficiales, cosa que no les gustó a los militares y creó una fuerte y peligrosa oposición contra el gobierno, le dijo Felipe.

- ¡No me hables de militares! Ten en cuenta que el ejercito español siempre ha tenido mucho poder y tantos privilegios, exclamó Mariano.

A mitad de años treinta del novecientos, los dueños de las fincas, Esperanza y Bonanza, estaban rondando los ochenta años y cada uno iba envejeciendo a su manera. Mariano se había vuelto más hogareño, sus hijos y sus capataces ya se ocupaban totalmente de la labranza y de la venta de la cosecha. A Nieves no le faltaba energía, no podía estar quieta, que si horneando pan o cociendo cacharros en la alfarería. Felipe se compró un automóvil, pero no desterró su carro de caballos en la cochera, seguía cogiéndolo a menudo. Iba cada día a la escuela a leerles un cuento a los niños y a darles ánimos a los maestros para que siguieran aquella noble labor. Olivia en cambio hacía tiempo que no se acercaba a la escuela, había ido perdiendo entusiasmo por los niños y salía poco de casa. Felipe después de su visita a la escuela a menudo iba a recoger a Mariano para ir a la tertulia del Café de Las Ovas. Allí se reunían con otros catalanes que se habían establecido en la zona. Sin embargo cada dos o tres meses lo llevaba en automóvil a Consolación del Sur, donde vivía un compaisano suyo. Los hermanos Prats Roura, en 1830 salieron de Malgrat hacia Cuba con pocas monedas de plata en los bolsillos, pero nadie sabe como lograron hacerse ricos invirtiendo sus cuatro chavos en plantaciones de tabaco. En 1860, cargados de dinero, decidieron volver a su pueblo natal donde se hicieron construir dos esplendidas mansiones. El mayor de los hermanos Prats, decidió quedarse en su tierra natal y se trajo a su familia y a dos criadas negras. El matrimonio Prats tuvo sólo niñas, cuatro en Cuba y dos en Cataluña, quizás por eso el hombre, viendo que no llegaba ningún varón, vendió su parte de la hacienda de Consolación del Sur a su hermano y se quedó definitivamente en Malgrat. Su esposa, Maria de la Cruz Santana era una hermosa criolla, de piel color avellana con tupida cabellera rizada recogida en un moño y de su rostro destacaban sus ojos vivarachos y sus largos pendientes labrados de plata chapada que le había regalado su esposo.

Las mujeres del pueblo la miraban cuando pasaba y cuando doblaba la esquina murmuraban entre ellas:

- Esos pendientes son demasiados vistosos, ni que fuera una marquesa y no se los saca de encima, decía una.

- No seas envidiosa, ya os gustaría a vosotras ser guapas como ella, le replicaba la otra.

A la criolla y a sus dos criadas, les costó adaptarse al clima y a las costumbres españolas. Durante los primeros tiempos se las veía por el pueblo, abrigadas con gorros y bufandas y con la mirada perdida como si estuvieran totalmente desubicadas.

Las mujeres ricas del pueblo empezaron a invitar al matrimonio Prats a las reuniones mundanas y Maria de la Cruz poco a poco fue acogida y respetada por la comunidad. En cambio, a Hilda y Lupe, las dos criadas, les costó ser aceptadas por la población, que las miraba de reojo cuando cruzaban deprisa las calles para ir a comprar a las tiendas o al mercado. Lupita era la más asustadiza, lloraba sin cesar cuando se sentía rebajada por su color de la piel. Ella e Hilda eran las únicas negras de la comarca.

- Hildita, tu eres un poco más pálida que yo, que suerte. Yo soy la más negrita. Durante mi vida he sufrido muchas humillaciones, pero la peor es la de ahora me siento sucia entre la gente blanca. En las plantaciones la mayor parte éramos negros o mulatos, en cambio aquí me siento como un pez fuera del agua.

- No pienses en ello, aquí comemos cada día, dormimos en un catre y vivimos en una bella casa a pocos pasos del mar. Además nuestra dueña nos trata bien.

- A veces nos grita.

- Sólo cuando está nerviosa. Lupita tienes que mirar lo bueno y no lo malo, le contestaba Hilda, con una voz meliflua que infundía tranquilidad.

Los domingos las dos criadas negritas iban a misa de las once con su ama, que se engalanaba tal como había visto que hacían las mujeres ricas del pueblo.

- ¿Para que se emperifollan tanto esas mujeres, si el mosén en los sermones nos dice que hay que ser sencillos y humildes? Le preguntaba Lupe a Hilda.

El cura empezó a encariñarse con ellas y las invitaba a recitar oraciones. Hilda e Lupe aprendieron a rezar y los feligreses al ver aquellas chicas tan devotas, perdieron su desconfianza en ellas. Las dos criadas no se emparejaron, pues no les salió ningún pretendiente, pero con los años se acostumbraron al nuevo país y siguieron cuidando a su dueña y a su familia hasta la muerte.

El hermano pequeño de los Prats enviudó muy pronto, su esposa era una mujer enfermiza que no soportó el largo viaje y a los pocos meses de llegar a España se murió. El viudo Prats y sus dos hijos varones, iban y venían de Cuba cada dos por tres para ocuparse de sus negocios, que a partir del 1898, con la llegada de los americanos, fueron de mal en peor. Los dos muchachos Prats, no tuvieron tanta suerte como su padre, pues a causa de los desastres de la guerra, de la competencia de los financieros americanos y de varias calamidades naturales, las ganancias fueron cada vez más escasas. En los años veinte, el menor de los Prats se cansó de los viajes y vendió su parte de la hacienda tabaquera a su hermano que siguió haciéndose cargo de la empresa.

A Mariano le gustaba ir a la finca de los Prats, para charlar con el hijo de su compaisano y para que le diera noticias de su pueblo, pero a medida que pasaban los años se daba cuenta de que era viejo para montar a caballo y esperaba, como agua de mayo, a que Felipe lo llevara en coche a Consolación del Sur.







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