domenica 11 febbraio 2024

Cap. 22 - La sabiduría llega con los años

 



Felipe siempre había sido un hombre activo, cada día solía ir a caminar. Cuando vivía en la Habana iba andando al puerto con su cajita de acuarelas para pintar, también se llevaba un libro y un cuaderno para leer y escribir, sin embargo a medida que pasaban los años empezó a recortarse momentos de quietud hogareña. Después de su paseo matutino, se sentaba en el jardín, donde se sentía a sus anchas, a veces leyendo o escribiendo, otras contemplando las plantas y los árboles.

Una mañana cerró los ojos y recordó el día en que Olivia y él fueron por primera vez a la finca Bonanza, los dos se quedaron paralizados mirando la fachada de la que iba a ser su casa. El portón de hierro estaba desvencijado, el jardín destrozado y lleno de maleza, la avenida que llevaba hasta la puerta de la mansión completamente embarrada y con árboles caídos, que tuvieron que apartar para poder pasar. Algunos tallos leñosos estaban podridos, otros secos y los pocos que quedaban en pie estaban sofocados por las vigorosas plantas enredaderas que trepaban alrededor la corteza, luchando para aventajarse y ganar el barlovento. De los establos y los corrales ya no quedaba casi nada, sólo tapias derruidas. Les costó abrir la puerta de la casa que estaba desencajada por los porrazos de los soldados españoles, buscando independentistas. El zaguán olía a humedad y cuando entraron en el salón y en los cuartos de la planta baja se dieron cuenta que todo estaba hecho una ruina: los vidrios de las ventanas rotos, los goznes de las puertas crujían, las paredes desconchadas y manchadas de humedad, los muebles apilados, la tapicería deslucida y las chimeneas ennegrecidas por las innumerables capas de hollín. En las escaleras faltaban peldaños, el tejado de las alcobas en algunos puntos se había derrumbado y los pocos muebles que quedaban estaban estropeados.

Cuando aquel día Felipe abr de nuevo los ojos, tras contemplar las matas y los árboles que habían plantado Olivia y el jardinero, se levantó para abrazar el nogal, luego cog un ramito de romero, se lo acercó a la nariz y oliéndolo se dijo:

- ¿Por qué los humanos somos tan distraídos y no nos paramos a mirar, a oler y tocar lo bueno que tenemos?

Eso de cerrar los ojos y abrazar los árboles era un juego que hacía de pequeño con su padre.

A veces se le acercaba uno de los gatos de la finca y él lo acariciaba. La primera vez que Mariano lo vio con un gato en el regazo, le dijo:

- ¡No me lo puedo creer, tú jamás acariciabas a los gatos, los echabas!

- La sabiduría llega con los años, le comentó sonriendo Felipe.

Olivia, también disfrutaba en su morada, pero hacía varios meses que estaba rara, iba perdiendo la memoria del pasado reciente. Empezó olvidando sus quehaceres en la cocina y los nombres de las cosas. Ya no sabía como se llamaba el cartero, el tendero o el médico del pueblo. Cuando se daba cuenta de sus fallos, se enfadaba con sí misma. Su carácter dulce se fue agriando.

Un día le suplicó a Felipe:

- Ayúdame a salir de aquí, quiero irme a mi casa.

- Olivia, ésta es tu casa. ¿A dónde quieres irte?

- No sé lo que me pasa, siento que me están espiando y eso me agobia.

- Ven aquí, a mi lado. Este jardín lo has creado tú desde cero. Esos árboles son nuestros, abrázalos.

Olivia ciñó con sus brazos un árbol y poco a poco se apaciguó.

- Tenía pensado ir a la finca Esperanza a llevarles bananas y aguacates ¿Me acompañas?

- Sí, quiero salir de aquí, le dijo ella.

- Vamos andando, si te apetece ¿O quizás prefieras ir en coche?

- Mejor andando. Espérame, voy a buscar mi sombrero de paja.

Desde los primeros síntomas de la enfermedad de Olivia, Felipe cada mañana intentaba llevarla a dar un paseo y al atardecer le dictaba trozos de un relato, para que escribiera. También cada noche le leía en voz alta un capítulo de una de sus novelas preferidas. A menudo por las tardes, después de la siesta, cuando Olivia abría el costurero y se sentaba en el patio para remendar calcetines y medias, Felipe volvía a salir de casa. Dejaba a su esposa con Fausta, una vieja mulata, viuda de guerra, a quien habían dado cobijo en su casa de la Habana. Era muy cariñosa con Olivia y se llevaba bien con los demás trabajadores de la finca. Olivia y Felipe nunca habían tenido servidumbre, pero desde que vivían en el campo, contrataron a un jardinero y una cocinera que también se ocupaba de la limpieza, pero ellos no se quedaban a dormir, sólo Fausta vivía en la finca.

A Felipe le hubiera gustado que Mariano saliera más, pues desde que había cumplido ochenta años lo notaba un poco triste, había perdido el entusiasmo por la tertulia de los catalanes y tenía menos interés por la política, por eso él lo iba a buscar en coche de caballos, lo llevaba a dar una vuelta y de regreso lo invitaba a merendar a la finca Bonanza, para que Olivia lo viera más a menudo y no se olvidara de él.

Mariano se dejaba llevar de paseo por su amigo y se relajaba sentado en el patio de la finca Bonanza. La cocinera les servía siempre una taza de café con pastelitos y una bandeja de fruta, pero él prefería una limonada con azúcar.

- Anda Olivia ve a buscar una limonada para Mariano.

Olivia les traía una jarra de limonada y volvía a sentarse con ellos.

- ¿Qué me cuentas hoy Olivia? Le preguntaba Mariano

Ella empezaba a hablar por los codos de hechos muy lejanos, recordando minuciosamente anécdotas de su infancia en las barracones de las plantaciones, sin embargo a menudo repetía las mismas cosas.

Una tarde en que Olivia estaba entretenida recogiendo la ropa tendida al sol, les dijo a los dos hombres:

- Mi tía Paca me ha dicho que sobre las mujeres pesa un maleficio.

- ¿Qué mujeres?

- La dueña del ingenio y sus tres hijas.

- ¿De qué maleficio hablas?

- Su crueldad y mezquindad hacia los esclavos negros, les hará caer los cabellos y van a quedarse calvas, dijo Olivia.

- Tu tía Paca tenía razón, eran mujeres malvadas. ¿Tu tía cantaba muy bien, no? Anda Olivia, háblanos de tu tía, le dijo Felipe.

- ¡Quiero irme a su barracón!

- Olivia, tu tía murió y ya no existe el ingenio azucarero donde tu naciste. Ahora vivimos aquí, ésta es nuestra casa... ¿Quieres que te ayude a doblar la ropa?

- No, ya terminé, ahora se la voy a dar a … - se quedó unos segundos callada escudriñando en su cabeza el nombre de Fausta -... a aquella mujer, para que me ayude a plancharla, le contestó Olivia entrando en casa.

Al cabo de pocos minutos los dos amigos oyeron que Olivia cantaba y se miraron asombrados, pero contentos de que tarareara una canción de su infancia.

Luego los dos amigos escucharon la voz cariñosa de Fausta que le decía a Olivia:

- Mi Olivita, vamos a rematar la ropa y a ponerla en su lugar. ¿Me ayudas?

Felipe encendió la radio, el noticiero empezó dando la noticia de los combates de la primera batalla sangrienta de la guerra civil española, la batalla de Irún. Los dos permanecieron callados un buen rato, prestando atención a la radio y pensando en lo terrible que eran las luchas de casa en casa, matándose entre hermanos y vecinos. Al terminar el noticiero Felipe apagó la radio y dijo:

- El Frente Popular es una coalición de izquierdas demasiado heterogénea, pues aglutina partidos de muy distintos enfoques: republicanos, socialdemócratas, liberales, socialistas, comunistas y anárquicos. Todos comparten el espíritu antifascista, pero ya ves, los partidos más radicales y los conservadores se están empezando a tirar platos a la cabeza, como en un matrimonio.

- Solo faltaría que a causa de las discordias entre los partidos del bando de los Rojos, ganaran la guerra los Nacionales, sería un desastre, le contestó preocupado Mariano.

- ya sabes que a mí me gusta bromear, sin embargo hablando en serio, tengo que decirte que temo por las desavenencias de los Rojos, pero ahora lo que más me preocupa es el apoyo que Alemania e Italia están dando a los Nacionales.

- No digas eso Felipe, ojalá las ayudas que los Rojos reciben de La Unión Soviética y de México sean suficientes. Además he oído que les están llegando muchas unidades de voluntarios extranjeros ¿no?

- Sí, las brigadas internacionales y las milicias civiles ayudan mucho y es de admirar su coraje, pero pobres luchan con armamento obsoleto; yo sólo espero que entre todos logren salvar España del fascismo, le contestó Mariano.

- Ojalá, las guerras son largas, no sé si podremos ver como termina.

- En éste o en el otro mundo, espero con toda mi alma festejar contigo la victoria de los Rojos, le dijo Felipe riendo.

Otra tarde mientras estaban tomando un refresco bajo la parra de la finca Esperanza, Mariano empezó a quejarse de sus achaques.

- No vendré a verte más si te quejas tanto, le dijo Felipe, regañándolo.

- ¿Quieres decir que me estoy lamentando demasiado?

- Sí, sobre todo cuando estamos en tu casa, en cambio en el patio de Olivia, no recuerdo ningún lamento… Ya sé que te duele la espalda y que andas despacito, pero tienes que pensar en que tú y yo todavía estamos vivos y nos valemos por nosotros mismos, mientras que hay gente que a nuestra edad yace quieto en una cama o en el cementerio.

- Tú siempre tan optimista, le replicó Mariano.

- ¿Mariano, recuerdas mi filosofía de vida? Le preguntó Felipe.

- Sí, uno de los primeros días en que nos conocimos, me hablaste de los puntos fundamentales de tu buen vivir. ¡A ver si me acuerdo!

- ¡Venga, que tu cabeza aún funciona bien!

- Uno: hay que apreciar lo que nos ha tocado, sin sentirnos desgraciados comparándonos con los que son más ricos o con los que han tenido más suerte que nosotros - se quedó un momento pensando y retomó la lista - dos: tenemos que luchar de forma pacífica para que no haya tantas desigualdades en nuestra tierra... y tres

- Te ayudo, tres: debemos rodearnos de personas buenas, como tú y alejarnos de los que son egoístas o malvados, exclamó Felipe.

- No sé si yo he sido tan bueno, pero ni siquiera he sido malvado, eso creo, le contestó Mariano.

- Para mí tú has sido el mejor amigo que he tenido. Has sido siempre y sigues siendo una persona admirable.

- No siguis pesat, noi, jo no soc tan bo com tu dius! (¡No seas pesado, hombre, yo no soy tan bueno como tú dices!) Le contestó Mariano sonrojándose un poco.

- Acuérdate de que yo entiendo el catalán, le aclaró Felipe.

- No fotis! (¡No me digas!), le contestó Mariano riendo.

- Yo añadiría el punto número cuatro: hay que ser humildes, aprendiendo de los demás, sea directamente que a través de los libros. A mí los libros me han salvado la vida, sin ellos ya estaría muerto o sería un viejecito hastiado. La lectura nos hace superar, celos, envidias, odios, desamores, fracasos, egoísmos, desgracias, guerras, desigualdades, injusticias, lutos, enfermedades... y sobre todo el miedo de la muerte.

- ¡Qué exagerado que eres! - y tras un minuto de silencio le preguntó -¿Tú tienes miedo a la muerte, Felipe?

- Sí, como todas las personas, pero más que miedo, siento curiosidad por saber como será el otro mundo.

- Yo realmente tengo miedo, cada vez que voy a Las Ovas o a Pinar del Río y paso cerca de la iglesia, al oír las campanas que tañen por una defunción, respiro aliviado, pensando en que afortunadamente no tocan para mí, exclamó Mariano.

- No te pongas pesimista ¿Por qué no hacemos una cosa?

- ¿A ver qué que te llevas entre manos esta vez?

- Dejemos escrito que, cuando muramos, queremos que nos entierren sin ceremonias, que no toquen las campanas a muerte y que nos gustaría que se reunieran en nuestra finca las personas que nos han querido, para celebrar lo que hicimos juntos, todo ello al aire libre, con música y buena comida y bebida.

- Me sorprendes, pero como siempre estoy de acuerdo contigo. Sería una buena despedida. Me lo voy a pensar, le dijo Mariano sonriendo.









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