martedì 2 maggio 2023

El embarque -Cap. 2

 



Llegó a Barcelona a las ocho de la tarde, se fue andando desde la estación de Francia hasta el Port vell. A pesar de que su equipaje fuera ligero, de vez en cuando Mariano se paraba y se cambiaba la maleta de mano. Alcanzó antes de lo previsto el Paseo Isabel II y se sentó en un banco en frente del restaurante Les set portes. Se entretuvo mirando la fachada y cada vez que se abría una de las puertas echaba un vistazo a la decoración del moderno restaurante. A las nueve en punto se paró delante de él un hombre de unos cincuenta años, impecablemente vestido con un traje gris y le dijo:

- ¿Tú eres Mariano Defaus Moragas, no?

- Si señor, soy el hijo mayor de José Defaus Ballesté de Malgrat ¿Usted es José Sarrá Catalá?

- El mismo. Entremos, he reservado una mesa. Mira, puedes dejar la maleta al encargado para que te la guarde

- Gracias por todo lo que está haciendo por mí. Tengo que pagarle el pasaje del navío y devolverle la cantidad de dinero que usted ha necesitado para arreglarme los papeles, le dijo Mariano al señor con barba y quevedos.

- No te preocupes en el barco tendremos mucho tiempo para pasar cuentas. Esta mañana he ido al cuartel de la guardia civil, allí está empleado un oficial que conocí durante el servicio militar, el pobre hombre al quedarse tullido se convirtió en un humilde oficinista. Me ha ayudado en todo lo que ha podido. Quiero que sepas que yo no he sobornado a nadie y que no se ha falsificado ningún papel. Toma tu salvoconducto y tu billete.

- ¡Cuánto se lo agradezco!

- Te ha salvado el hecho de que aún no hayas cumplido diecisiete años, en el cuartel esta mañana sólo tenían la lista de los quintos de diecisiete años para arriba. A ti te te ha llegado la notificación de que has sido sorteado, pero todavía no se sabe cuando tendrás que alistarte.

- ¿Eso quiere decir que hoy puedo viajar y que quizás más adelante ya no podría?

- Sí, lo hemos conseguido por un pelo. Dentro de poco podrías ser un desertor, pero nosotros ya estaremos en alta mar o en Cuba.

- Ojalá salga todo bien.

- ¡No temas! No te va a pasar nada a mi lado. Tu camarote es de segunda clase, el mio es de primera, he tenido que arreglarlo así para que no sospechen de nosotros, recuerda que tú de ahora en adelante vas a ser el mozo de la farmacia Sarrá de La Habana.

Escogieron una mesa cerca de una de las puertas. Mariano se quedó pasmado mirando los muebles, las lámparas y el suelo ajedrezado. De noche aquel local le pareció todavía más bonito que un año atrás, cuando fue a comer allí con su padre.

Mariano estaba como borracho por todas aquellas emociones. Se embarcaron a las once y media, pero el buque salió con más de una hora de retraso, era casi las una de la madrugada cuando un pequeño vapor les remolcó hasta fuera del puerto. Mariano a pesar del frío se pasó gran parte de la noche de pie en la cubierta, pues no quería perderse ni un minuto de la travesía. Hasta que José Sarrá fue a buscarlo.

- Ve a dormir, ahora sopla poco viento y el mar está manso, pero ya verás cuando haya tempestad. Antes de acostarte tómate estas pastillas contra el mareo, una cada día, durante una semana, verás como tu cuerpo se irá acostumbrando a las olas gigantes del Atlántico. Esas píldoras en cambio tómatelas cuando lleguemos a Cuba para que no te enfermes de fiebres tropicales.

- ¿Usted, cuántas veces ha hecho ese viaje?

- Uy muchas, no las he contado. Emilia, mi mujer la primera vez que pisó la isla se puso mala, no le prueba vivir en el Trópico y por eso ahora se ha establecido en Barcelona, con mis dos hijas. Yo de vez en cuando vuelvo unos meses a Cataluña y me instalo con mi esposa y mis hijos en la casa que tenemos en Malgrat, seguro que tu conoces a mi padre el médico del pueblo y a mi primo que regenta la farmacia. Por suerte mis sobrinos se ocupan de la farmacia de La Habana. Como ves no paro de viajar.

- Sí que conozco a su padre y al farmacéutico del pueblo. ¿Pero a Usted le gusta vivir en La Habana?

- Me encanta, es una ciudad preciosa, pero con muchas contradicciones. Unos pocos, generalmente europeos de segunda o tercera generación, son muy ricos y viven en mansiones lujosas, otros, siempre de piel blanca, como los tenderos y comerciantes se las apañan, pero la mayor parte de la población es de piel negra o mulata y es muy pobre. Ya quedan bien pocos indios. Algunos blancos se dedican a la trata de negros. Conozco a dos o tres catalanes que se han hecho ricos traficando esclavos africanos. Yo no estoy de acuerdo y quisiera que nuestros compatriotas se ganasen la vida sin explotar a nadie. ¡Es una vergüenza que aún se permita vender a seres humanos!

Mariano se quedó pensativo, sólo había visto personas de piel negra en unas ilustraciones de un libro que su maestro un día le mostró, luego dijo:

- ¡No sabía que aún hubiera esclavos! Y no me podía imaginar que en Cuba hubiera tantos negros. ¿En La Habana hay esclavos?

- Sí que los hay, los ricos en sus maravillosas mansiones aún tienen esclavos negros para los trabajos más humildes, no se sabe cuantos son, pues los tienen mezclados con los criados libres de su inmensa servidumbre: mayordomos, domésticos, cocheros, niñeras, camareras, cocineras, jardineros, porteros, etc. Sin embargo la mayor parte de los esclavos trabaja en las plantaciones de tabaco y caña de azúcar, cuyos dueños los compran, los explotan y los venden cuando no los necesitan más.

- ¿Y no se puede hacer nada para que termine todo eso?

- Va a ser un proceso lento, pues los ricos no quieren perder sus lautas ganancias.

- Recuerdo que nuestro maestro nos dijo que se había acabado la esclavitud en Estados Unidos de América.

- Sí, en Estados Unidos hace relativamente poco, en 1863, tras el fin de la guerra, Abrahan Lincoln liberó a todos los esclavos, mientras que en Inglaterra el tráfico de esclavos se prohibió mucho antes, en 1807 y la esclavitud se abolió en 1833, en Francia la propiedad sobre personas se suspendió en 1848 y ya ves el gobierno español todavía no ha promulgado una verdadera ley contra la esclavitud.

- Esperemos que España firme pronto esa ley, le dijo Mariano pensativo.

- ¡Ojalá! Lo estoy esperando desde que descubrí esos tráficos inhumanos... pero ahora hablemos de las cosas bonitas de Cuba. Te va a encantar y enseguida te vas a acostumbrar a la gente alegre y servicial, a la comida exótica y a la fruta tropical, al ritmo de la música, a los bailes sensuales y al calor y a la humedad.

Mariano siguió los consejos de José Sarrá y se tomó las pastillas para no marearse. Cada día para no aburrirse intentaba distraerse, leyendo, mirando el mar, hablando con el farmacéutico y con los demás pasajeros que poco a poco iba conociendo.

Una mañana el farmacéutico le pidió que le copiara algunas recetas de medicamentos y viendo que tenía muy buena letra, empezó a dictarle remedios homeopáticos y alopáticos.

- Tienes que saber que la Farmacia Sarrá es famosa por preparar remedios únicos y a muy buenos precios. En los años nos hemos ensanchado, ahora la farmacia es muy grande y ocupa varios edificios de la plaza de Santa Teresa. En los bajos del edificio situado en la calle Teniente Rey hemos descubierto un manantial de aguas vírgenes. El agua es muy importante para preparar los medicamentos, pero me gusta pensar que la honradez y las ganas de ayudar a la gente es lo que ha provocado la popularidad de nuestra farmacia y de nuestras medicinas, le dijo uno de los primeros días el farmacéutico.

Mariano empezó a mezclarse con todos los pasajeros y con la tripulación, disfrutaba escuchando sus historias. Muchas veces ayudaba a los mozos a izar o a arriar velas. Conoció a María, la criada de la señora Valls, que estaba muy asustada por el largo viaje y el mal carácter de su ama, pero cuando la señora se mareaba y se quedaba en la cama, María salía a cubierta a tomar el aire.

Le probaba navegar, su piel clara iba volviéndose cada vez más morena y curtida y su cuerpo adquiría robustez, sin embargo por la noche le costaba dormir. Sus compañeros de camarote eran tres hermanos de Barcelona, Pablo, el mayor tenía cuarenta años, Pepe treinta y ocho y Pedro treinta y cinco, le contaron que eran hijos y nietos de tenderos, pero que a raíz de las revueltas y de los desordenes públicos les habían incendiado la tienda de ultramarinos y que en el incendio habían perdido a sus padres. Un vecino les había contado que en Cuba los tenderos se ganaban bien la vida y que había muchos catalanes en La Habana. Ellos sin pensarlo mucho recogieron sus cuatro trastos y se embarcaron. Lo hicieron también porque temían que tarde o temprano los iban a reclutar.

Eran tres varones altos y robustos, a los que les gustaba comer, beber, jugar a cartas y charlar con otros pasajeros para engañar el tiempo. A Mariano le caían bien los tres hermanos, pero lo malo es que por la noche roncaban. Parecían una orquesta desafinada. Mariano los tocaba e intentaba hacerles dormir de lado, pero ellos al poco rato se daban la vuelta y empezaban de nuevo a roncar.

Al cabo de unos días encontró el modo de que el alboroto nocturno fuera más llevadero. Se ató una bufanda en la cabeza para taparse las orejas y mientras escuchaba los ronquidos cerraba los ojos y se imaginaba que estaba echado en la cama de la casa donde había nacido. Su padre también roncaba, pero a él y a sus hermanos, Juan, Isidro y Francisco, durmiendo en otro cuarto, les llegaban los chasquidos sin vigor. La noche en que su padre no roncaba, él se sentía como si le faltara algo, pues aquellos ruidos en realidad lo acompañaban y quizás lo mismo le estaba pasando con las tres bocas que temblaban unísonas en su camarote.

Una noche, con la bufanda en las orejas y la manta en la espalda empezó a escribir una carta a su madre.

Mar Mediterráneo 5 de febrero de 1873

Estimada mare,

como le prometí le voy a escribir una carta cada quince días. Espero que todos estén en perfecta salud. Llevamos más de una semana de navegación y gracias a Dios y al farmacéutico Sarrá estoy bien, sin síntomas de mareo. Por las noches hace frío, suerte que me llevé el abrigo y una manta, le agradezco también las provisiones que me puso en la maleta. Hasta ahora no nos han dado pan fresco, sólo pan seco, pescado y carne salada y un poco fruta, sin embargo no me puedo quejar, tengo un apetito excelente y me lo como todo. Cuando nos paramos en Valencia el capitán hizo cargar varias cajas de naranjas, melones y otros productos de la huerta, desde entonces nuestra dieta mejoró. Para cenar nos dan una sopa bastante “aigualida”. Cierro los ojos y sueño con la sopa de pan y ajo que usted nos preparaba en Malgrat.

¿Cómo están mis hermanos? Ya pueden estar contentos de Juan que es un muchacho muy serio y cumplidor, vale mucho para el campo y también de Isidro que parece que le guste mucho estudiar en el colegio de jesuitas y no digamos de Francisco que es muy espabilado. ¿Cómo están las niñas? ¡Qué suerte que a María le encante cuidar a Luisa y a Rosa, las pequeñas de la familia!

Cuando lleguemos a Cádiz voy a entregarle esta carta a un marinero para que la lleve a la oficina de correos. Yo no puedo arriesgarme bajando del barco, podrían detenerme por desertor. Será emocionante cruzar el estrecho de Gibraltar rumbo a las islas Canarias, donde nos pararemos unos días.

No se olviden de mí. Yo cada noche pienso en mis hermanos y en ustedes, mis queridos padres y les agradezco que me hayan ayudado y apoyado siempre. Añoro a toda la familia. Mis compañeros de camarote son buena gente. El señor Sarrá me trata como a un hijo y me enseña muchas cosas de la farmacia. También he conocido en el barco a María, una chica catalana que es la doncella de una señora muy rica.

Espero que padre le haya dado las gracias al alcalde también de parte mía. Cuídense mucho.

Su hijo que les quiere.

Mariano Defaus Moragas

Mariano una tarde vio a la doncella de una señora Valls, apoyada en la barandilla de la cubierta y se acerco sintiendo curiosidad por conocerla. Los Valls eran comerciantes de reses e iban a Cuba para fundar una hacienda ganadera. La muchacha se llamaba María y era muy tímida.





















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