Llegó nuestro hijo a casa diciendo que le había
llamado el chico con el que salía su hermana, quien le había dicho que quería
darle a ella una sorpresa, presentándose al día siguiente en
Firenze sin decirle nada. Le pedía además que en cuanto llegara el
tren de Milán fuera a buscarlo a la estación.
Teníamos que procurar que ella estuviese en casa a las
cinco de la tarde, sin embargo no tenía que escaparse de nuestras
bocas nada de nada.
Aquella tarde bochornosa de julio estaba echada en la
cama leyendo un libro, cuando oí que se movía la llave en la
cerradura.
- Hola familia, ¿qué tal?. Dijo nuestro hijo desde la
puerta
- Aparte del bochorno, requetebien!!. y tú ¿cómo estás ? le dije yo.
- Muy bien, voy a ducharme porque me muero de calor.
Su hermana seguía en su habitación trabajando para su
tesis de final de carrera y no había notado nada.
Oí las ruedecitas de la maleta del novio que se
movían por el pasillo.
Luego un grito de sorpresa y felicidad llenó toda la
casa. Ella lloraba de alegría.
Cuando al cabo de un rato fui a su cuarto para saludar
al invitado inesperado todavía se besaban y abrazaban.
Me dijo que recibir aquella visita había sido para
ella una emoción tan grande que todavía no lograba creérselo,
pues en realidad no iban a poderse ver hasta principios de
septiembre cuando empezaran las clases en la Universidad de Madrid, donde los
dos estudiaban.
- es un pequeño milagro ver aparecer delante de ti a
la persona que quieres y añoras tanto porque está lejos, dijo ella.
Volví a mi cuarto y puse otra vez el libro en mis
manos, pero mis pensamientos ya no estaban relacionados con la
lectura sino con la llegada inesperada de U, a Barcelona. en primavera de 1977.
Había
encontrado un trabajito que alcanzaba para mis gastos. Seleccionando
facturas para un banco en una oficina un poco destartalada de un
barrio periférico del norte de Barcelona, mi cabeza podía
escaparse y pensar en U., mi gran amor.
Hacía
pocos meses que nos habíamos conocido y ya nos echábamos de menos
El
estudiaba arquitectura en Firenze y yo vivía en Barcelona. No me acababa de
gustar la facultad que había escogido. Hacía el tercer curso de
químicas y me quería especializar en bioquímica, pues la vida y
sus misterios me interesaba mucho.
Pero
los dos primeros cursos habían sido muy pesados y aburridos, sin
embargo el tercero se presentaba peor pues, las clases teóricas y
las prácticas, no me dejaban libre ni un minuto. Sentía que había
algo en aquella carrera que no me convencía.
Claro
que tenía que estudiar mucho, pero a eso ya estaba acostumbrada, en
cambio lo que no me gustaba era estar todo el día envuelta en
conceptos abstractos y fòrmulas químicas. Me hubiera gustado tocar
con los pies el suelo y con las manos la vida, cosa que comprendí
más tarde cuando me trasladé a estudiar Paleontologia en Firenze.
Por
las noches deseaba leer una novela, pero cuando abría el libro me
sentía culpable, pues sabía que debía estudiar. Me faltaba tiempo
y eso me agobiaba.
En
noviembre de 1976, hubo una vaga general en la universidad central de
Barcelona y para mí fue un momento muy especial. Dejé los libros de
química en los anaqueles y empecé a sentirme libre. Con mis
compañeras de piso invitábamos a amigos a cenar, salíamos por la
noche a menudo, dormíamos casi toda la mañana y por la tarde leía
echada en mi cama.
En
aquellos días de libertad conocí a U. quien, aprovechando del hecho
que en su facultad tampoco había clases, pues los estudiantes la
habían occupato , había salido de Genova en barco para
Barcelona, con cuatro duros y un papelito doblado en el bolsillo,
que unos amigos, quienes había conocido en Venecia aquel verano, le
habían dado para invitarle a Barcelona.En
el papel estaba la dirección de uno de ellos.
Mientras
ponía en su lugar las varias facturas, pensaba en que echaba mucho
de menos a U. y en cuànto daría para poder estar a su lado.
Por
las mañanas iba a clases y algunas tardes a trabajar. Pero aquel
día no fui a la facultad, porque me habían pedido que fuera a
clasificar facturas por la mañana.
U.
había viajado casi 24 horas en barco y había llegado a media
mañana al puerto de Barcelona.
Tocó
el timbre, del piso de la calle Maestro Nicolau, que yo compartía con
otras estudiantes, muchas veces pero nadie le contestó.
Por
consiguiente se sentó en las escaleras y se puso a leer. Hacia las
dos subía lentamente las escaleras, pues no me gustaba nada tomar el
ascensor, pensando en lo que iba a prepararme para la comida, cuando
lo vi sentado en los peldaños más altos, cerca de la puerta del
piso.
Fue
una emoción tan fuerte que no podía creer lo que veían mis ojos.
En
aquel momento se abrió la puerta y apareció una compañera de piso
que salía corriendo para ir a clases.
-
no has oído el timbre, le pregunté.
-
lo siento mucho, pero cuando duermo profundamente no hay quien me
despierte, dijo ella bajando las escaleras deprisa.
Abrí
la puerta y penetramos abrazados en el piso.
El
mundo cambió, la tarde se volvió noche y la noche tarde.
Aquel
día bochornoso de julio hacia el atardecer se refrescó después de
una violenta tormenta típica de verano.
Abrí
las ventanas y pensé que teníamos que celebrar la nueva y la vieja
sorpresa.
Nuestros
hijos salieron juntos a tomar un aperitivo y luego cada uno por su cuenta iban a cenar.
Puse
la mesa para los dos y preparé manjares a base de verduras que a U.
le gustan mucho.
Cuando
U. llegó no sabía lo que íbamos a celebrar, viendo la mesa tan
bien puesta y las velas encendidas, sin embargo cuando le conté que
nuestra hija aquella tarde había tenido una visita inesperada
en seguida recordó con deleite su llegada improvisa al piso de la calle Maestro
Nicolau, que tanto me había sorprendido y maravillado.
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