venerdì 23 agosto 2013

Volver y de nuevo volver - Ritornare a casa

















Mi padre había muerto en pocos días tras un ataque al corazón, en aquel invierno frío y lluvioso.
En verano volver a su casa quería decir abrir la puerta y encontrar todos los cuartos vacíos. Los muebles, los cuadros, los enseres y los innumerables cachivaches, serían los mismos, sólo faltaría su presencia.
Algo parecido me había pasado tras la muerte de mi madre, casi seis años atrás, sin embargo entonces entrando pude escuchar los pasos cansinos de mi padre que iban hacia mí.
Nos vino a buscar al aeropuerto de Girona el marido de la antigua cuidadora de mi padre. Durante todo el viaje nos contó lo mucho que su familia sufría por la crisis económica. El seguía parado y su mujer estaba empleada como asistenta y cuidadora de una rica señora que a veces la trataba como a una criada del siglo pasado.
Habían perdido su piso tras endeudarse, al no poder cumplir con las mensualidades de la hipoteca. Ahora tenían que hacer saltos mortales para lograr pagar el alquiler de una vivienda sencilla, que les proporcionó una prima mía, en la que en invierno, sin calefacciòn y no tocando en él  mucho el sol, pasaban bastante frío. Lo malo era que ella no veía casi nada a sus dos hijos adolescentes, pues trabajaba más de veinte horas diarias y por supuesto no podía dormir junto a su marido.
La historia de aquella familia, me apenó mucho, pero quizás me distrajo de mis pensamientos, pues al entrar en casa no percibí el dolor y la añoranza que tanto temía.
El aroma que emanaban aquellas paredes me recordaba a mi padre, sin embargo el olor peculiar de humedad y de polvillo en suspensión casi habían desaparecido, pues mi hermana se había ocupado de que  limpiaran el  caserón.
El  gato negro  de mi madre dormitaba en un cuarto trastero que daba al patio. Desde que la casa estaba deshabitada mi hermana, cada día iba a darle de comer.
Abrimos todas las ventanas y las puertas para que en las habitaciones entrara aire. En la mesa de la cocina y dentro de la nevera, una de mis sobrinas nos había dejado una buena despensa: fruta, leche, galletas, azúcar, café, en fin lo necesario para un buen desayuno.
La noche era muy cálida, por lo tanto decidimos ir a tomar algo en la plaza del pueblo. Tuvimos suerte al hallar un bar que todavía servía comidas frías, pues en los demás establecimientos los camareros ya empezaban a quitar las sillas.
Sentados alrededor de una mesa redonda, comimos un bocadillo de atún con tomate y bebimos una caña mientras tocaban las campanas que anunciaban medianoche.
Hacía mucho tiempo que en verano, año tras año, volvía a mi pueblo, pero esta vez era distinto mis padres ya no  existían.
Ellos me habían pronosticado que después de su muerte, quizás ya no iría a volver, pues a veces sin la presencia de los padres la relación con los hermanos se va aflojando y lentamente los hijos desperdigados por el mundo dejan de volver al redil. En cambio yo había vuelto y estaba muy contenta de ello.
Los días en la playa fueron muy amenos. Nuestra hija, quien había llegado con nosotros, invitó a unos amigos que estudiaban con ella en Madrid y la casa recobró su esplendor.
Las persianas de la primera planta estaban subidas todo el día y en el balcón que se asoma a la calle se divisaba el color chillón de algunas toallas de playa tendidas.
Al atardecer salía música de la terraza donde se abría la habitación de mi hija, que siempre habíamos nombrado cuarto del avi1 , pues en ella mi abuelo había dormido toda su vida. En la ducha de la planta baja, cuando regresábamos de la playa, no paraba de fluir agua y a menudo se formaba una cola delante de la puerta del cuarto de baño.
En las noches más bochornosas sacábamos la mesa de la cocina en el patio y allí cenábamos todos juntos.
Una tarde vino a visitarnos la antigua cuidadora de mi padre. Tomamos un té y charlamos un buen rato; primero de mi padre y de lo mucho que ella lo añoraba, luego me pidió que la ayudara a encontrar otro empleo,  pues el que tenía no le dejaba ni siquiera un día libre y ella necesitaba estar con su marido y sus hijos. Yo le dije que hablaría con mis primas, tías y amigas para ponerles al corriente de su situación.
La suya era una vida llena de sacrificios, sin embargo cuando la acompañé a la puerta me dijo que, a pesar de los pesares, siempre intentaba mirar lo bueno que tenía:
- yo al menos sigo trabajando y mi marido por ahora cobra una pequeña ayuda estatal, de esta manera cada amanecer cuando abro los ojos me siento un poco afortunada aunque a mi lado no esté él, sino la señora a quien cuido.
Nos despedimos diciendo que la vida daba muchas vueltas y que seguramente tarde o temprano la suerte jugaría a su favor.
Al día siguiente me llamó y en seguida noté por su voz que estaba muy contenta.
Me dijo que al marido le acababan de dar una buena noticia:
- Al mejorar la situación laboral del aeropuerto de Girona a causa del mayor tráfico de pasajeros, en otoño podría emplearse de nuevo como guardia de seguridad,
Mi hermano nos visitaba a menudo cuando cogía o dejaba su furgoneta en el garaje situado en la parte trasera de la casa. Se sentaba en la butaca de mi padre y pasábamos un buen rato charlando. Mi hermana también venía cada dos por tres a vernos a nosotros y al gato al que tanto quería. 
Poco a poco todo iba encajando y yo sentía que la vida fluía de nuevo en aquella casa.  
Una noche muy suave en la que no soplaba viento, un poco raro por ser finales de agosto, sentada sola en el patio caí en la cuenta de que ahora  mis padres ya no me protegían y que habían dejado de preocuparse por mí, cosa que habían llevado haciendo toda su vida. Quizás esas ataduras tan fuertes iban quedando sueltas para poder recomponerse de nuevo  hacia nuevas personas.
- No sé si eso era bueno o malo, me dije.
Los días corrían y por consiguiente se nos estaban terminando las vacaciones. Conseguimos coincidir con nuestro hijo sólo un par de días, porque llegó con un amigo poco antes de que nosotros nos marcháramos a Italia. Ellos se quedaron con nuestra hija unos días más en la vieja casa, que de esta manera siguió con vida hasta que el último veraneante cerró definitivamente la puerta
1Habitaciòn del abuelo


Ritornare a casa
Mio padre era morto dopo un infarto cardiaco in pochi giorni nello scorso inverno. Quell’ estate ritornare a casa significava per me aprire la porta e trovare tutte le stanze vuote: i mobili, quadri e innumerevoli oggetti sarebbero stati gli stessi, ma sarebbe mancata la sua presenza.
Qualcosa di simile mi era successo dopo la morte di mia madre quasi sei anni prima, ma almeno quella volta ho potuto sentire i passi strascicati di mio padre mentre si avvicinava a me.
E' venuto a prenderci all'aeroporto di Girona il marito di quella che era stata per alcuni anni la badante di mio padre. Durante tutto il viaggio ci ha raccontato che purtroppo la sua famiglia aveva sofferto molto a causa di quella maledetta crisi economica. Lui era ancora disoccupato e la moglie lavorava presso una ricca signora piuttosto anziana che a volte la trattava come una serva.
Da quasi due anni avevano perso il loro appartamento perché non erano stati in grado di pagare le rate del mutuo che avevano stipulato con la Banca qualche anno prima.
Adesso facevano salti mortali per pagare l'affitto di un vecchio appartamento, proprietà di una mia cugina, nel quale in inverno soffrivano abbastanza freddo essendo gran parte della casa era esposta a Nord e senza riscaldamento; il guaio più grande era che non riusciva a vedere quasi mai i suoi due figli adolescenti perché lavorava più di 20 ore al giorno e quindi nemmeno poteva dormire con il marito.
La storia di quella famiglia mi aveva rattristito, ma allo stesso tempo avevo quasi dimenticato le mie ansie e i timori, per questo quando sono entrata nella casa non ho sentito il gran dolore e nostalgia che avevo previsto.
L'aroma che emanava da quelle mura mi ricordava mio padre, però l'odore particolare di umidità e polvere in sospensione quasi erano spariti, perché mia sorella aveva fatto pulire la casa prima del nostro arrivo.
Il vecchio gatto di mia madre sonnecchiava in un ripostiglio che si affaccia sul cortile. Da quando la casa era disabitata, mia sorella ogni giorno andava a dargli da mangiare.
Abbiamo aperto le finestre e le porte per fare entrare l'aria nelle stanze. Sul tavolo di cucina e nel frigorifero una delle mie nipoti ci aveva lasciato un po' di cibo: latte, biscotti, zucchero, caffè, frutta, ecc, cioè tutto il necessario per una buona colazione.
La notte era molto calda, quindi abbiamo deciso di andare a bere qualcosa nella piazza del paese. Siamo stati fortunati a trovare un bar che fosse ancora aperto. Negli stabilimenti vicini i camerieri già cominciavano a togliere le sedie.
Seduti intorno a un tavolo rotondo abbiamo mangiato un panino al tonno con pomodorini conditi e bevuto una birra mentre le campane annunciano la mezzanotte.
Erano molti anni che ogni estate tornavo al mio paesino, ma questa volta era diverso i miei genitori non c'erano più.
Essi avevano pronosticato che dopo la loro morte, forse non sarei più tornata a casa, perché spesso, una volta spariti i genitori, il rapporto tra i fratelli si indebolisce e i figli sparsi per il mondo smettono di ritornare all'ovile. Invece io ero lì e di questo ero era molto felice.
Le giornate al mare sono state molto piacevoli. Nostra figlia, che era venuta con noi, aveva invitato alcuni amici che studiavano con lei a Madrid e così la casa ha recuperato il suo splendore.
Le persiane del primo piano erano aperte tutto il giorno e nella ringhiera del balcone, che si affaccia sulla strada, si vedevano sempre estesi alcuni teli da mare .
Al pian terreno, quando si tornava dal mare, l'acqua della doccia continuava a scorrere e spesso si formava una coda fuori dalla porta del bagno.
La sera, dal cortile si sentiva la musica proveniente dalla terrazza accanto alla stanza di mia figlia, quella che sempre abbiamo chiamato el quarto del avi1 perché mio nonno tutta la vita ci aveva dormito.
Nelle serate afose abbiamo portato il tavolo della cucina nel patio per poter cenare al fresco tutti insieme.
Una sera venne a visitarci quella che era stata la badante di mio padre. Abbiamo preso un tè freddo e chiacchierato a lungo, prima di mio padre e di quanto ci mancava e poi della sua famiglia, a un certo punto mi ha chiesto di aiutarla a trovare un altro posto di lavoro perché quello che attualmente aveva non le permetteva di usufruire nemmeno di un giorno di riposo alla settimana e lei aveva bisogno di stare con il marito e figli. Le ho risposto che avrei parlato con i miei cugini, zie e amiche per metterle al corrente della sua situazione.
La sua era una vita di sacrifici, però quando l' ho accompagnata alla porta mi ha detto che nonostante tutto lei aveva sempre cercato di trovare il lato positivo:
- per ora ho un lavoro anche se è massacrante e per qualche mese ancora mio marito riceverà un piccolo sussidio dallo Stato, così ogni mattina quando apro gli occhi mi sento un po' fortunata anche se accanto me non c'è lui, bensì la ricca signora.
Ci siamo lasciati dicendo che la vita poteva offrire molte sorprese e che la fortuna prima o poi avrebbe girato a suo favore.
Il giorno dopo mi ha chiamato e dalla voce subito ho notato che era molto felice.
Mi ha detto che avevano dato una buona notizia a suo marito:
- dato che in quel periodo era migliorata la situazione nell'aeroporto di Girona a causa dell’ aumento del traffico passeggeri, in autunno avrebbe potuto essere inserito di nuovo come guardia giurata.
Mio fratello è venuto a trovarci spesso quando veniva a lasciare o a prendere il suo furgone nel garage situato nel retro della casa. Si sedeva sulla poltrona di mio padre e trascorreva un po' tempo a chiacchierare con noi. Anche mia sorella è venuta ogni tanto a trovare sia noi che il gatto a cui è tanto affezionata.
Lentamente tutto prendeva il verso giusto e sentivo che la vita cominciava a scorrere di nuovo in quella casa.
Una notte, stranamente tiepida per essere la fine di agosto, in cui non soffiava un filo di vento, mentre ero seduta da sola nel patio mi sono resa conto che i miei genitori avevano smesso di proteggermi e di preoccuparsi per me, cosa che peraltro avevano fatto per tutta la loro vita. Forse quei forti legami si stavano allentando per poi ricomporsi verso altre persone.
- Non so se questo è negativo o positivo, mi sono detta.
I giorni scorrevano e quindi le nostre vacanze stavano finendo. Siamo riusciti a trascorrere con nostro figlio solo un paio di giorni, perché  era arrivato con un amico poco prima della nostra partenza per l' Italia. Lui  era rimasto con nostra figlia ancora per qualche giorno nella vecchia casa,  la quale  era rimasta viva fino a che l'ultimo vacanziere  aveva chiuso definitivamente la porta.

1 La stanza da letto del nonno        



Nessun commento:

Posta un commento