venerdì 9 giugno 2023

La llegada a Cuba - Cap. 4

 

Cuando el barco empezó a acercarse al puerto, las siluetas oscuras que se movían de un lado a otro por el muelle se le hicieron a Mariano cada vez más nítidas. Los muchachos negros que cargaban y descargaban mercancías eran altos y robustos y él, observándolos desde la cubierta, se sintió bajito comparado con aquellos gigantes.

El olor a pescado podrido era tan fuerte que las señoras de primera clase se cubrieron la nariz con un pañuelo empapado de perfume.

- Me voy a desmayar, dijo la señora Valls, apoyándose en María, la dama de compañía que se había traído de Barcelona.

La pobre criada, que había nacido y vivido hasta hacía un par de meses en un pueblecito del interior de Cataluña y que no había visto jamás a un negrito, ni siquiera en un libro ilustrado, estaba más asustada que mareada por el olor nauseabundo del puerto.

- ¿Le pongo un poco más de agua de colonia en el pañuelo? Le preguntó María disimulando su angustia y el esfuerzo que hacía aguantando a la rechoncha señora.

La señora Valls miró a la doncella de soslayo, pero en seguida recordó que la había elegido para que la acompañara en su nueva vida cubana a pesar de que no tuviera experiencia. Ella necesitaba a una muchacha, discreta, prudente, que no se quejara de nada y cuanto más joven mejor para que se fuera amoldando a su forma de ser y a sus manías, hasta ahora la chica estaba cumpliendo esos requisitos, pensó.

Mariano, Pedro y sus dos hermanos desde la cubierta se reían al ver la cara que ponía la señora Valls vigilando como un alguacil la descarga de sus sesenta baúles.

- Cuidado energúmenos que me vais a romper la cristalería, la vajilla y todos los enseres delicados que contienen mis baúles.

- No se preocupe señora, si los ha embalado bien, no se va a estropear nada, le contestó Miguel, que estaba dirigiendo el desembarco.

- Ramón, no me digas que del embalaje se encargó Alfredo, ese hombre lo tienes que despedir, es una birria, hace años que te lo digo, refunfuñó la señora Valls.

- Eulalia, no es el momento de hablar mal de Alfredo y para que lo sepas, para mí él es un hombre de fiar, no voy a despedirlo jamás.

- A veces pareces tonto, me cuesta creer que estoy casada contigo, le dijo ella enojada.

- Si sigues tan nerviosa te dará un patatús y será peor. ¡Por favor cálmate ya! Le soltó él gritando, para que todo el mundo se enterara de quien era el que mandaba.

- ¿Quiere que le traiga el abanico, señora? Le preguntó María, sudada y sofocada.

En pocos minutos se produjo en el muelle un gran alboroto, empezó a llegar gente de toda clase: chiquillos, vendedores ambulantes, charlatanes, mujeres con trajes escotados y chillones, saltimbanquis, enanos, y mendigos.

A la dama catalana, se le crispó la cara al darse cuenta de que a pocos metros de ella había una muchacha con un vestido muy ceñido que se reía y que con gran desenvoltura se insinuaba a los marineros que estaban ayudando a los mozos a descargar bultos.

- Virgen Santa, chilló desesperada la señora Valls.

Los pasajeros que estaban bajando por la escalerilla del barco se pararon contemplando divertidos los aspavientos de aquella mujer.

- Al atardecer las prostitutas suelen ofrecerse en los tugurios del puerto, de día en cambio rondan por los muelles donde atraca un navío, les explicó el farmacéutico a Mariano y a sus acompañantes.

- ¡Qué guapas que son las cubanas y que bien contonean, me las comería a todas! Dijo Pedro, el más desenfadado de los tres hermanos.

- Dejemos bajar a todos los pasajeros. Quedémonos aquí arriba y no perdamos el espectáculo que nos ofrece el desembarque.

Mariano estaba impaciente por tocar tierra, sin embargo, siguiendo las indicaciones del farmacéutico Sarrá, fue uno de los últimos en dejar el buque.

Apoyado en la barandilla de la cubierta, se quedó quieto escuchando el barullo del puerto y mirando la pantomima grotesca que montaba la señora Valls y sus pensamientos volaron hacia su pueblo, a la carpa donde se representaba una obra de teatro. Un par de días antes de las fiestas de San Roque, el santo patrón, llegaba al pueblo un grupo de actores ambulantes para actuar en el entoldado que el ayuntamiento montaba para los festejos. Una tarde Mariano y sus hermanos fueron con sus padres a ver ¿Quién es el novio?, un sainete de Pedro María Barrera. Una gran muchedumbre, compuesta por numerosos paisanos del pueblo y por gente de los alrededores, aplaudió con entusiasmo aquella sátira de vida cotidiana provinciana. La obra de Barrera era una comedia, sin embargo al autor quiso darle una intención moral al tocar el tema de las bodas concertadas, condenando el afán de bienes materiales que ciega a algunas mujeres al contraer matrimonio. A Mariano la actuación hilarante de la protagonista hizo que se le cayeron las lágrimas de risa.

Los gritos de la señora Valls, lo devolvieron a la realidad. La mujer le chillaba al marido que el carruaje era destartalado y que no quería subirse. El marido, que había comprado a través de poder notarial una finca con una mansión en las afueras de La Habana estaba impaciente para ir a verla, perdió la paciencia, obligándola a subirse con un empujón.

Los pasajeros que iban bajando del barco se quedaron boquiabiertos mirando a una mulata, con un cuerpo escultural y un vestido escotado, que cogiendo del brazo a un marinero, se lo llevó moviendo sus caderas de forma sensual.

- Ya os avisé de que las cubanas tienen mucho desparpajo, les dijo sonriendo José Sarrá.

- Si que nos dijo usted y también que hacía mucho calor en la isla, llevaba razón en todo, sin embargo el aire de La Habana no es sólo caliente sino que está cargado de humedad, le dijo Mariano, un poco cohibido, evitando comentar la belleza de las muchachas cubanas.

- Es como estar en un baño turco lleno de hembras guapas, dijo Pedro.

- No os preocupéis por el clima, ya os iréis acostumbrando, de lo que sí que hay que tener cuidado es de las mujeres, no os dejéis engatusar por la primera cubana hermosa que quiera conquistaros.

- ¡Me encantan las mulatas! Dijo Pablo, el mayor de los hermanos, dejando su timidez a un lado.

- Bueno chicos, dejad de pensar en las negritas. Ya va siendo de que me contéis vuestros planes. Sería una mala pasada no tener donde caerse muerto.

- Nosotros vamos a ir a una pensión de la calle Mercaderes, justo detrás del muelle, cerca de la tienda que vamos a comprar. El tendero de Mataró nos la recomendó en su última carta, dijo que era buena y barata, le comentó Pedro.

- Vigilad vuestras pertenencias, en esa zona de la Habana vieja desvalijan de mala manera, le contestó el farmacéutico.

- No se preocupe, somos catalanes y sabemos como guardar bien nuestro dinero. Mariano, te dejamos la dirección de la pensión para vengas a la tienda, dijo Pepe, el segundo de los hermanos.

Mientras los tres hermanos bajaban del navío, el farmacéutico siguió hablando con Mariano:

- ¿Y tú qué piensas hacer?

- Ya se lo dije en el barco, tengo un poco de dinero y voy a alquilar un cuarto.

- No hace falta. Le prometí al alcalde de Malgrat que te acogería en la trastienda de la farmacia, hasta que no encontraras una vivienda decente.

- Se lo agradezco mucho, pero no quisiera molestar.

- De ninguna manera molestas, además como ya sabes necesito a un ayudante de farmacia. Mi socio es un poco agarrado y no quería emplear a nadie más, sin embargo le he enviado un telegrama y lo he convencido. He conseguido que trabajes para nosotros cuatro veces por semana, en los días en que llegan los pedidos. Te ocuparás del abastecimiento del almacén, pero tienes que saber que nadie te obligará a quedarte en la farmacia.

- De momento acepto de buena gana su oferta. Me daba vergüenza decirle que quisiera dedicarme al comercio de semillas, pero ahora que usted me acaba de aclararlo todo, me he sacado un peso de encima, le dijo Mariano sonriendo.

- Al principio para ambientarte es lo mejor que puedes hacer, pero me parece muy bien que tengas planes para el futuro y que seas ambicioso. Uy!! habla y que te habla, vamos a ser los últimos en dejar el buque. Ahora sí que podemos ir bajando, le dijo el farmacéutico.

José Sarrá se movía muy bien por el puerto y por la ciudad, se le notaba que todo el mundo le reconocía, en cambio Mariano se sentía desubicado y miraba pasmado todo la que había a su alrededor.

Cuando se estaban despidiendo del Capitán y de los oficiales, Miguel le dijo a Mariano:

- ¿Nos vemos una noche para tomar una copa?

- Vamos a quedarnos más de una semana en la ciudad, hasta que todo esté listo para el viaje de vuelta, le dijo el Capitán.

- ¿Te parece bien mañana a las ocho? En la calle Lamparilla hay una Taberna llamada Tio Ramiro, hacen raciones de pescado que resucitan a los muertos, le dijo Miguel.

José llamó a alguien con un silbido y enseguida llegó un carruaje, guiado por un negrito.

- Buenas tardes señor Sarrá ¿Has hecho un buen viaje? ¡Qué gusto volver a verte! ¿Qué se te trae otra vez por La Habana?

- Hola Felipe, pues como siempre la Farmacia me llama. Éste es Mariano, un compaisano mío.

A Mariano le pareció raro que un señor distinguido como el farmacéutico se dejara tutear por un conductor de coche de caballos, como si fuera un amigo, sin embargo le gustó aquella cordialidad.

- Felipe ya sabe de memoria la dirección de la Farmacia, pero tú, Mariano apúntatela: calle Teniente Rey número 41.

- Tenga cuidado señorito Mariano, son tiempos duros, los rebeldes guiados por Céspedes luchan para que Cuba sea independiente de España y hay disputas entre españoles y separatistas. Sin embargo aquí en el oeste estamos bastante tranquilos, pero no tardará a llegar el eco de la revolución.

- Felipe está al tanto de todo, le dijo José Sarrá al ver la cara de asombro que ponía Mariano.

- ¿Quien es Céspedes? Le preguntó Mariano a Felipe.

- Carlos Manuel de Céspedes es un poeta, abogado y dueño de plantaciones de azúcar. Fue él quien impulsó el levantamiento en octubre de 1868 y tuvo un inicio prometedor. Reclamaba la abolición de la esclavitud y liberó a sus esclavos en un acto de solidaridad. Céspedes proclamó el famoso Grito de Yara, un grito de libertad por una Cuba independiente, en el que alentaba a otros separatistas a sumarse. ….. Semanas después del histórico Grito de Yara, el abogado convertido en general formó un ejército de más de 1500 hombres y marchó desafiante por Bayamo, ciudad que fue tomada en cuestión de días, pero las cosas no fueron cómo él quería, el conflicto se fue estancando, a pesar de la ayuda que tuvo del general mulato Antonio Maceo, un duro e inflexible santiaguero apodado el Titán de Bronce, y del dominicano igualmente aguerrido Máximo Gómez. Los españoles se aliaron con los peninsulares, así llamamos a los españoles nacidos en España pero que viven en Cuba y Céspedes empezó a perder terreno, hasta que los españoles atacaron Bayamo, a pesar de que había reunido a más de siete mil hombres, casi todos negros. Los revolucionarios empezaron a quemar la ciudad y los pocos soldados huyeron.

- Nos lo pintas fatal, dijo Sarrá.

- Es un mal momento, pues ahora Céspedes se ha quedado rezagado. Más que nada hay guerrillas. La rebelión no cuaja, sobre todo por el trastorno económico que conlleva. Los revolucionarios, retirándose, siguen quemando las plantaciones para que no sean tomadas por los españoles. A su vez los españoles requisan, ganado, azúcar y tabaco de los terratenientes que apoyan a los independentistas.

- ¿Quieres decir que los éxitos iniciales se han quedado en punto muerto?

- Sí, yo soy pesimista, la guerra siempre es un desastre, además la mayor parte de los que luchan y mueren siguen siendo los negros, dijo Felipe.

- Pero los negros luchan por su libertad ¿No? Dijo José Sarrá

- Piensa en que la mayor parte de las veces los amos han obligado a sus ex esclavos a coger un machete y a combatir. Pobres negros, catapultados en primera línea con palos y cuchillos, mientras que los españoles pelean con fusiles y cañones.

- Hay que ver todo lo que ha pasado en los meses que he estado en España, dijo el farmacéutico.

Mariano, tras oír las últimas palabras de Felipe pensó en que no tenía mucha suerte: había huido de la guerra de España y había desembarcado en una isla repleta de guerrillas.

- Por ahora no le lo voy a decir nada a mi madre, se dijo.

El farmacéutico le contó que Felipe había sido un esclavo en una plantación de tabaco, pero que su dueño le dio la libertad y le costeó los estudios en La Habana.

- Felipe lee mucho y le gusta conversar con la gente, concluyó el farmacéutico.

- Por eso sabe tanto de la realidad política del país y habla tan bien como un profesor, le contestó Mariano.

Los primeros tiempos en La Habana, fueron difíciles para Mariano. Los revolucionarios seguían actuando en la parte oriental, pero en toda en la isla había revueltas y desordenes.

Mariano siempre que podía iba al barrio de los mercaderes, donde se vendían y compraban toda clase de mercancías. Cuando una patrulla de soldados coloniales se detenía, en busca de independentistas o gente que les apoyara, él se escondía dentro de los portales. Mariano no dejaba de ir a la Lotja, así llamaban los catalanes al edificio donde tenían lugar los trámites mercantiles, a pesar de que supiera que era un mal momento para abrir una actividad comercial.

A los tres hermanos de Barcelona, los negocios tampoco les iban del todo bien, la tienda de comestibles que les habían traspasado no daba para más, sin embargo seguían disfrutando, comiendo y bebiendo en las tabernas y sobre todo dedicándose al alterne de mujeres. Pedro, a menudo pasaba por la farmacia a buscar a Mariano y juntos salían a tomar una copa.

- No te enredes seriamente con ninguna mujer y no te cases nunca, le sermoneaba Pedro.

- Pues a mí me gustaría casarme, pero no ahora, quizás dentro de unos años.

- Los tres tenemos un pacto tácito, nos quedaremos solteros para toda la vida.

- Mira que sois unos tenderos raros, os gustan las mujeres, pero no queréis compartir vuestra vida con una de ellas, preferís ir a los prostíbulos.

En aquella época era costumbre que los hombres saciaran sus apetitos sexuales con prostitutas. En muchas calles de la la Habana vieja y sobre todo en los tugurios del puerto mujeres de todas las edades y colores se ofrecían a los viandantes Mariano no se lo podía creer, en su pueblo también había una casa de barrets, así llamaban en Cataluña los prostíbulos, pero todo sucedía con discreción y no a la luz del sol y con tanto desparpajo como en aquella ciudad.

- No son tan raros los tenderos, le dijo Mariano a Miguel la última noche que pasaron juntos, antes de que el oficial se embarcara para Las islas Canarias.

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Por lo visto, detestando los prostíbulos y soñando con una bella esposa, la persona rara aquí soy yo.

- ¡Pues si que eres raro, pero yo me voy a dormir! le dijo Miguel bostezando y dándole con los puños golpecitos en la espalda.

Mariano estaba a punto de contarle sus escaramuzas en el prostíbulo de Malgrat, pero pensando en su padre se calló.





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