martedì 27 giugno 2023

La Habana - Cap. 5 (en español)


Una tarde de finales de abril, más fresca y menos bochornosa de lo que solía hacer en aquella época, Miguel y el Capitán zarparon rumbo a las islas Canarias. Mariano fue al muelle para despedirse de ellos. Se puso melancólico observando las maniobras del velero y el izado de velas. De buena gana se hubiera embarcado con ellos para regresar a su tierra. Desde que había pisado Cuba, cada mañana se despertaba con espanto y dolor en el pecho. Se lo comentó a Miguel, y él le dijo:

- A mí también me pasó lo mismo cuando me alejé de La Palma.

- Me siento abandonado y añoro a mi familia.

- No te preocupes, todos hemos pasado por eso.

- Mientras navegábamos, no noté nada. Ahora, en cambio, me despierto de sobresalto y paso un mal rato, le confesó Mariano.

- Claro, en el barco te sentías acogido y protegido por todos nosotros, le dijo Miguel riendo.

Antes de que el buque desprendiera el ancla del fondeadero, Mariano le entregó a Miguel una carta que escribió a su madre la noche anterior.


La Habana, 28 de abril de 1873.

Estimada madre,

me alegraré de que al recibir la presente esté usted en perfecta salud en compañía de toda la familia. Yo sigo bien gracias a Dios.

El señor Sarrá me está ayudando mucho, de momento me alojo en la trastienda de la Farmacia y muchos días me invita a almorzar en su casa. Por ahora estoy trabajando con él, pero me gustaría emplearme en el ramo comercial.

Cada día me levanto cuando empieza a clarear. A las seis de mañana bajo a la farmacia, a las ocho salgo para desayunar y tomo un café con leche en un establecimiento que está en la misma manzana. En Cuba los trabajadores solemos comer dos veces al día: el almuerzo a las once de la mañana y la comida a las cinco de la tarde. Después de la comida pasamos un rato sin hacer nada, que son las horas más pesadas por el calor que hace. A las seis volvemos a trabajar hasta las nueve. Tenemos un domingo libre cada quince días.

A veces al atardecer salgo a dar una vuelta con Pau, Pepe y Pedro, mis antiguos compañeros de camarote. ¿Se acuerda? Le hablé de ellos en otra carta. Son los que han abierto una tienda de comestibles en el centro de la ciudad, esperemos que les vaya bien. Pedro, me ha dicho que más adelante empezarán a vender semillas de siembra y que si logran salir adelante, voy a ocuparme yo de ese comercio. ¡Ojalá!

Como le dije me hice muy amigo de Miguel, un oficial del barco y también del Capitán. Siento que se embarquen mañana, me había acostumbrado a cenar con ellos. Usted se peguntará, ¿qué se come en Cuba?

Mi plato preferido es el arroz con frijoles, también llamado moros y cristianos. Los frijoles son menudos y negros, muy sabrosos, pero no tan delicados como los “fesols ganxet“ de Malgrat. Suelo almorzar cerdo, preparado de maneras muy diversas, otras veces comemos langostas y camarones. La cocinera del señor Sarrá guisa platos deliciosos, como la yuca con mojo (una raíz de sabor delicioso que se prepara con una salsa de ajos y limón), aguacates rellenos y plátanos fritos.

Espero que dentro de unos meses la situación política de España mejore y que yo pueda volver a casa, sin embargo ya me he hecho a la idea de que me voy a quedar aquí un año o al máximo dos. Les echo mucho de menos a todos. ¿Cómo están mis hermanos? Pienso a menudo en usted y en mi padre, en todo lo que me han enseñado. Les agradezco de corazón. ¿Cómo va todo por Malgrat? Dele recuerdos al maestro, al cura y al alcalde.

Nada le diré del juicio que formo de Cuba, porque hasta ahora apenas he visto el barrio de la Habana vieja y la zona del puerto. El señor Sarrá quiere que Felipe, un cochero de confianza, me lleve de paseo por toda la ciudad y por los alrededores. Un domingo quisiera coger el tren e irme a Güines, una ciudad al sur de La Habana. Ya les iré contando. Me voy a dormir porque mañana hay que madrugar. Me despido de usted con mucho afecto. Su hijo que le quiere mucho.

Mariano Defaus Moragas


Mientras el barco se iba alejando e iba perdiéndose de vista, Mariano se enderezó y se encaminó hacia el Palacio de Correos e Intendencia, ubicado en la plaza de Armas. Compró sellos y sobres y al salir oyó que alguien lo llamaba desde un coche de caballos:

- ¡Mariano! Era la voz de Felipe.

- Anda súbase, le llevo a dar una vuelta por la ciudad.

- ¿Pero hoy no haces de cochero? Le contestó Mariano.

- Hoy no, ya he terminado mi turno. ¿Le apetece dar una vuelta? ¿O tiene que ir al trabajo?

- Yo suelo trabajar de martes a sábado y algún que otro domingo.

- Hoy es lunes, así que he tenido suerte.

Mariano se sentó al lado del cochero para ver mejor todo lo que le iba mostrando.

- ¿Conoce usted la historia de La Habana? ¿Y la de esta plaza?

- ¡No tengo ni idea!

- Pues antes de empezar el recorrido sería mejor que supiera que esta ciudad fue fundada en 1514 por el conquistador español Pánfilo de Narváez, pero fue trasladada dos veces por plagas de mosquitos. En 1519 quedó ubicada en su situación actual y, según la leyenda, la primera misa se dijo debajo de una ceiba en la actual plaza de Armas. Poco después fue llamada Plaza de la iglesia, al construirse la Parroquia Mayor.

- ¿Qué es una ceiba?

- Es un árbol muy alto, de tronco grueso y de flores rojizas, ya se lo enseñaré cuando vea uno.

- Vale. Ya me imagino por qué se llama plaza de Armas. Allí defendían la ciudad. ¿No?

- No corra tanto, Mariano, vayamos por partes.

Felipe iba conduciendo el coche de caballos despacio, mientras contaba al muchacho catalán la historia de la ciudad y le iba indicando con la mano los edificios que citaba.

Al principio la ciudad que estaba naciendo se trataba de una pequeña área junto a la bahía, ocupada con construcciones, sobre todo de madera, que servían para las más elementales funciones públicas. Se cree que, por uno de sus lados, esta plaza se abría hacia a la bahía para facilitar las labores de desembarcadero y muelle. En 1558 se inició la construcción del Castillo de la Real Fuerza, que comprendía un espacio abierto en torno al castillo, una plaza de armas propiamente dicha, que serviría para recoger a los vecinos y bienes en caso de peligro. En el siglo pasado la Parroquia, perdiendo importancia al construirse la Catedral barroca de San Cristóbal a cinco cuadras más allá, se derribó y en su lugar se construyó el Palacio de Correos e Intendencia, también llamado palacio del Segundo Cabo, y por último se edificó el Palacio de los Capitanes.

Felipe dejó de hablar, detuvo el coche y le preguntó:

- ¿Le estoy aburriendo con toda mi charla?

- ¡Qué va, me interesa mucho! ¿De quién es esa estatua en el centro de la plaza? Y, por favor, tutéame.

- Me siento raro tuteándolo, pero lo voy a intentar. Es la estatua del rey Fernando VII de Borbón. ¿Sabes quién es? ¿No?

- Claro que lo sé, era rey de España, reinó a principios de siglo y era el padre de Isabel II.

- Cuéntame, cuéntame que yo sé poco de todo eso.

Mariano le contó que Fernando VII en 1830 abolió la Ley sálica, la que no permitía a las mujeres subir al trono, a favor de su hija Isabel, recién nacida. Cuando al cabo de tres años Fernando murió, Carlos, hermano del difunto, quiso tomar la corona, no aceptando a Isabel como reina, y de ahí empezaron las guerras carlistas. En 1868 la reina fue destronada tras la sublevación de los partidos progresistas, pero no lograron terminar con la monarquía.

- Esas malditas monarquías resisten siempre, le dijo Felipe.

- Sí, España ha sido siempre muy monárquica. Y quizás por eso la nueva constitución de 1869 mantuvo la monarquía.

Felipe volvió a detener a los caballos para escuchar las vicisitudes de la monarquía española.

En 1870 Amadeo de Saboya, hijo del rey Vittorio Emanuele de Italia y emparentado con la familia real borbónica, fue elegido rey, pero los partidos políticos y la nobleza nunca lo aceptaron, así como las clases populares que se burlaban de él por ser extranjero. Los carlistas aprovecharon la inestabilidad política para conquistar terreno. Y en 1872, a raíz de todo eso, estalló una verdadera guerra civil, sobre todo en el norte de España. En muchas ciudades hubo revueltas obreras y alzamientos republicanos. Ante tantas dificultades, Amadeo I abdicó en febrero de 1873. Así nació la primera República.

- Por ahora el gobierno republicano no ha sabido ni contener los malestares internos ni pactar con los carlistas… Me pongo malo pensando en esas malditas guerras que me han alejado de España, concluyó Mariano.

- Gracias por habérmelo narrado de forma tan sencilla y clara. A los cubanos nos llegan sólo las noticias de las grandezas de la Corona española y no las disputas internas.

- Mi familia era conservadora. Se fiaba de la política monárquica que promulgaba la iglesia y no se enteraba de lo que sucedía en el país. Cuando yo vivía allí no entendía el porqué de tantas disputas. Hasta hace poco yo tampoco conocía la historia de España.

- Es normal. Eres muy joven.

- Sin embargo, en el barco entablé amistad con un señor, al que todos llamaban profesor. Él me prestó un libro que había recién escrito sobre la historia contemporánea de España. Muchas tardes conversábamos y me confesó que era un republicano empedernido... Pero últimamente estaba desengañado por todo lo que estaba sucediendo y estaba huyendo antes de que cayera la República. El gobierno tenía los días contados, según él.

- Me hubiera gustado conocer al profesor. Yo, como él, aboliría todas las dinastías de Reyes. Según mi humilde parecer, la Monarquía es un mal de la sociedad. Espero que el mundo cambie y que deje atrás todos los errores que ha ido cometiendo. El peor para mí es la herencia al trono de los monarcas. De ahí nacen las guerras por el poder.

Se calló unos segundos, se puso de nuevo en marcha y luego le dijo al catalán:

- Bueno, antes de que oscurezca te llevo al otro lado de la bahía. En la boca del golfo de México, para que veas la posición estratégica de la ciudad, dijo Felipe.

- He visto en un mapa que al mar de la Habana lo llaman el Estrecho de Florida.

- Sí, da lo mismo, el estrecho de Florida es la continuación del Golfo de México. La Bahía de La Habana ha sido siempre un magnífico puerto natural, pero también ha sido muy vulnerable. ¿Tú sabías que la ciudad fue saqueada varias veces por piratas y corsarios?

- Me lo imaginaba.

Felipe disfrutó contándole que para proteger la entrada del puerto, a principios del siglo diecisiete fue erigido el Castillo de los Tres Santos Reyes Magos del Morro. Pero más tarde la ciudad también fue atacada por los ingleses cuando España entró en guerra con ellos. En 1762 los ingleses retuvieron La Habana por once meses. Cuando los españoles recuperaron el enclave a cambio de Florida, empezaron a construir la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña y amurallaron toda la ciudad. La Habana se convirtió en la ciudad más fortificada del Nuevo Mundo.

- Anda, Felipe, tú sabes mucho. Tus explicaciones me hacen volar a aquel entonces. Me emociona conocer los vestigios de La Habana.

- ¿Dónde naciste exactamente?

- Nací en Malgrat, una aldea marinera de la costa noroeste española... A unos cincuenta kilómetros al norte de Barcelona. Era un pueblo que subsistía gracias a la agricultura y a la pesca, pero desde que en 1859 llegó el ferrocarril se empezaron a desarrollar industrias y comercios. Incluso hay un astillero donde se construyen barcos bastante grandes. Mi pueblo no tiene puerto, los barcos no pueden desembarcar en la playa, hay que hacerlo con barcas.

- Pues a La Habana el ferrocarril llegó en 1837. Y el alumbrado público de gas en 1848... Yo espero siempre que el progreso nos salve. Pero tienen que dejar de maltratar a los esclavos, haciéndoles trabajar como animales. Ellos son los que construyen nuestras redes de ferrocarriles, clavan los palos del telégrafo e instalan las farolas. Sin negros, Cuba no tendría nada, dijo Felipe.

- Yo también creo en el progreso y aborrezco la esclavitud… Cuando de pequeño veía los barcos del astillero de mi pueblo, soñaba con ir a América. Y aquí me tienes, le contestó Mariano.

- Algún día te voy a contar cómo llegué a Cuba, le masculló Felipe encendiéndose un cigarrillo.

- Yo otro día también te voy a narrar mi historia, le contestó Mariano con voz triste.

- Bueno, pensemos en cosas positivas. ¡Cuánta prosperidad en Malgrat! Supongo que también llegaron los cables telegráficos. ¿No?

- Sí, y por cierto el año pasado el telégrafo me salvó la vida. Pero en Malgrat aún no tenemos alumbrado público... Sin embargo, en Barcelona desde 1850 hay más de 1500 farolas de aceite que iluminan las calles... ¡Pero, hay que ver, en Cuba, cuántos adelantos!

- Son las compañías francesas e inglesas las que invierten en Cuba para sus comercios e intereses. No te creas que salen perdiendo. Explotando a los esclavos se enriquecen sólo ellas y a los cubanos no nos llega nada.

Mientras Felipe hablaba, estaba alerta guiando sus caballos y en poco tiempo lo llevó al otro lado de la bahía, desde donde admiraron la belleza de La Habana. Bajaron del coche, pasearon por los alrededores del Castillo y, cuando recorrían el perímetro de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, cayó de golpe la noche.










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