Llevamos más de siete semanas
encerrados. Ayer como cada viernes salí de casa a media mañana
para ir al supermercado. Desde hace un par de días, se puede coger
turno de reserva, a través de una plataforma. Uno puede escoger el
día y la hora de la compra, así lo hice: reservé hora para las
once.
En el supermercado, además de tener que entrar de uno en uno, mantener la distancia, ponerse mascarilla y guantes, descubrí una cosa nueva: había que aplicarse gel desinfectante encima de los
guantes, antes de agarrar el carrito.
Pensándolo bien, quizás
ayer eché de menos la cola de los viernes. Ya sé que estar
de pie esperando a que se muevan las personas, es un tiempo muerto,
pero a mí me cundía, pues lo aprovechaba para enviar mensajes a los amigos,
tomar el sol, hablar con la señora de delante y mirar a mi
alrededor. Sin embargo ayer me fue muy bien no tener que esperar,de
ninguna manera podía demorarme, pues tenía una cita con Miguel,
el novio de mi hija.
Miguel cada día a las 12.45
da clases on-line de gimnasia a su madre y a una tía suya. Me apunté a sus
clases los viernes, que son los días que estoy más libre.
Me hizo mucha gracia verme a
mí misma haciendo gimnasia con otras mujeres sesentañeras que no
conocía, una vive en Madrid, la otra en Extremadura y yo en
Florencia.
- Hola Miguel! Buenos días y encantada de conoceros, les dije yo a las dos mujeres con
chándal y zapatillas
- Hola, mucho gusto, dijo la tía
- Bienvenida a nuestras
clases, dijo la madre.
- ¿Sois hermanas? Tenéis el
mismo acento y os parecéis un poquito, les pregunté yo.
- Sí, nos llevamos dos años,
yo soy la mayor. A pesar de que haga muchos años que vivo en
Madrid, no he perdido para nada el acento extremeño, contestó la
madre sonriendo.
- Pues mira por donde, yo
tampoco he perdido el acento catalán, aumque lleve más de
cuarenta años en Italia, le dije yo.
Miguel empezó enseguida los
primeros ejercicios de calentamiento. Nosotras, atentas y pendientes
de sus movimientos, realizamos sentadillas con los brazos hacia
delante, flexiones en la pared, flexiones en el suelo, abdominales
simples y cruzados, puente para glúteos y tijeras. La clase duró
unos cuarenta minutos. Miguel, al terminar, se desconectó
diciéndonos que iba a ducharse. Entonces las tres mujeres nos
pusimos a charlar:
- Hace bastante que me jubilé, me encanta tener tiempo libre sin obligaciones, sin embargo antes de
la dichosa epidemia de Corona virus me apunté a un curso de inglés
con otra amiga del barrio. Ya te habrá dicho Miguel que mis grandes
aficiones son cocinar y leer. Ahora entre la cocina, los libros y los
deberes de inglés, que nos dan on-line, estoy bien distraída, dijo
la madre de Miguel.
- Yo sigo trabajando en un
gabinete de abogados, pero no me falta mucho para retirarme, estoy
contando los días. En septiembre dos amigas y yo hemos planeado un viaje por la Toscana, pero no sé si podremos ir, nos contó la tía.
- Nosotros tampoco
sabemos si nos van a permitir que asistan más de quince personas a
boda de Carlos, mi hijo pequeño. Tendría que celebrarse a finales
de julio. Tengo miedo de que no podamos dar el banquete. Con la
ilusión que me hacía invitar a toda la familia. Ya me he puesto a
dieta, para lucir mi traje, dijo la madre de Miguel.
- Esperemos que todo se
arregle antes de la boda y del viaje, contesté yo.
Al
despedirnos
nos
citamos para la próxima clase,
las
dos mujeres
para e lunes de la semana siguiente
y
yo para el viernes.
Mi marido y yo comimos una
ensalada muy rica. A las dos pusimos el telediario, pero las
noticias no dejaron de darnos incertidumbre:
- El 4 de mayo empezará el
plan de desescalada, llamada fase 2, se reabrirán las fábricas, se pondrán en marcha las obras de construcción y los medios de transporte, pero tiendas, peluquerías,
restaurantes y centros comerciales seguirán cerrados hasta el 1
de junio. Sin embargo hay muchas regiones que insisten en
que se abran enseguida tiendas y bares, pero el gobierno central no da el permiso. En Calabria el Presidente de la Comunidad, ha comunicado la apertura de los bares y restaurantes.
¡Qué lío! Me digo.
Después
de
sacar
la mesa me
puse a leer delante
de la ventana abierta
de para en par,
aprovechando
hasta el final los rayos del sol. Sentí que mi cuerpo me estaba
agradeciendo
aquel
rato
de
aire libre.
A media tarde nos llamó
nuestro hijo, para contarnos que había ido a Pisa a acompañar a
un enfermo al Hospital.
- No es una ambulancia, sino
una furgoneta de la Misericordia que sirve para trasladar a la
gente discapacitada o con problemas para que les hagan
análisis, diálisis u otras terapias, nos dijo contento.
Desde que se dedicaba a hacer voluntariado se le notaba más feliz.
Desde que se dedicaba a hacer voluntariado se le notaba más feliz.
Más tarde me llamó mi hija
para decirme a que a las seis en punto iba a empezar la clase de
yoga on-line que daba una maestra vietnamita desde Barcelona.
La clase era de un nivel elevado para mí, pero me gustó, cuando no podía con una postura no la hacía.
La clase era de un nivel elevado para mí, pero me gustó, cuando no podía con una postura no la hacía.
Salí de la clase de yoga
relajada y contenta.
- ¿Qué te parece si hago
alcachofas a la romana y luego habas rehogadas con aceite, ajo y
perejil? Me preguntó mi marido que ya estaba en la cocina
trajinando.
-
Me
parece muy bien, yo en cambio llevo todo el día pensando en preparar un
risotto con espárragos.
Puse la radio, seguían
dando noticias del Corona virus, decían que a pesar de que los
contagios y los muertos hubieran disminuido, la fase 2 sería más
difícil porque si no actuábamos con prudencia, volveríamos hacia atrás y a estar de un nuevo encerrados.
Apagué la radio. Cuando él
terminó de guisar yo empecé a sofreír la cebolla para el
risotto.
Me quedé quieta en frente de
la ventana, esperando el silbido del vapor de la válvula de la olla a presión y pensé en que aquel séptimo viernes de
confinamiento me había dado mucho.
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