venerdì 1 maggio 2020

Tiempo de espera (7) 26 de abril















Llevamos más de siete semanas encerrados. Ayer como cada viernes salí de casa a media mañana para ir al supermercado. Desde hace un par de días, se puede coger turno de reserva, a través de una plataforma. Uno puede escoger el día y la hora de la compra, así lo hice: reservé hora para las once.
En el supermercado, además de tener que entrar de uno en uno, mantener la distancia, ponerse mascarilla y guantes,  descubrí  una cosa nueva: había que aplicarse gel desinfectante encima de los guantes, antes de agarrar el carrito.
Pensándolo bien, quizás ayer eché de menos la cola de los viernes. Ya sé que estar de pie esperando a que se muevan las personas, es un tiempo muerto, pero a mí me cundía, pues lo aprovechaba para enviar mensajes a los amigos, tomar el sol, hablar con la señora de delante y mirar a mi alrededor. Sin embargo ayer me fue muy bien no tener que esperar,de ninguna manera podía demorarme, pues tenía una cita con Miguel, el novio de mi hija.

Miguel cada día a las 12.45 da clases  on-line de gimnasia a su madre y a una tía suya. Me apunté a sus clases los viernes, que son los días  que estoy más libre.
Me hizo mucha gracia verme a mí misma haciendo gimnasia con otras mujeres sesentañeras que no conocía, una vive en Madrid, la otra en Extremadura y yo en Florencia.
- Hola Miguel! Buenos días y encantada de conoceros, les dije yo a las dos mujeres con chándal y zapatillas
- Hola, mucho gusto, dijo la tía
- Bienvenida a nuestras clases, dijo la madre.
- ¿Sois hermanas? Tenéis el mismo acento y os parecéis un poquito, les pregunté yo.
- Sí, nos llevamos dos años, yo soy la mayor. A pesar de que haga muchos años que vivo en Madrid, no he perdido para nada el acento extremeño, contestó la madre sonriendo.
- Pues mira por donde, yo tampoco he perdido el acento catalán, aumque  lleve más de cuarenta años en Italia, le dije yo.
Miguel empezó enseguida los primeros ejercicios de calentamiento. Nosotras, atentas y pendientes de sus movimientos, realizamos sentadillas con los brazos hacia delante, flexiones en la pared, flexiones en el suelo, abdominales simples y cruzados, puente para glúteos y tijeras. La clase duró unos cuarenta minutos. Miguel, al terminar, se desconectó diciéndonos que iba a ducharse. Entonces las tres mujeres nos pusimos a charlar:
- Hace  bastante que me jubilé, me encanta tener tiempo libre sin  obligaciones, sin embargo antes de la dichosa epidemia de Corona virus me apunté a un curso de inglés con otra amiga del barrio. Ya te habrá dicho Miguel que mis grandes aficiones son cocinar y leer. Ahora entre la cocina, los libros y los deberes de inglés, que nos dan on-line, estoy bien distraída, dijo la madre de Miguel.
- Yo sigo trabajando en un gabinete de abogados, pero no me falta mucho para retirarme, estoy contando los días. En septiembre dos amigas y yo hemos planeado un viaje por la Toscana, pero no sé si podremos ir, nos contó la tía.
- Nosotros tampoco sabemos si nos van a permitir que asistan más de quince personas a boda de Carlos, mi hijo pequeño. Tendría que celebrarse a finales de julio. Tengo miedo de que no podamos dar el banquete. Con la ilusión que me hacía invitar a toda la familia. Ya me he puesto a dieta, para lucir mi traje, dijo la madre de Miguel.
- Esperemos que todo se arregle antes de la boda y del viaje, contesté yo.
Al despedirnos nos citamos para la próxima clase, las dos mujeres para e lunes de la semana siguiente y yo para el viernes.

Mi marido y yo comimos una ensalada muy rica. A las dos pusimos el telediario, pero las noticias no dejaron de darnos incertidumbre:
- El 4 de mayo empezará el plan de desescalada, llamada fase 2, se reabrirán las fábricas,  se pondrán en marcha las obras de construcción y los medios de transporte, pero tiendas, peluquerías, restaurantes y centros comerciales seguirán cerrados hasta el 1 de junio. Sin embargo hay  muchas regiones que insisten en que se abran enseguida tiendas y bares, pero el gobierno central no da el permiso. En Calabria el Presidente de la Comunidad, ha comunicado la apertura de los bares y restaurantes. ¡Qué lío! Me digo.
Después de sacar la mesa me puse a leer delante de la ventana abierta de para en par, aprovechando hasta el final los rayos del sol. Sentí que mi cuerpo me estaba agradeciendo aquel rato de aire libre.

A media tarde nos llamó nuestro hijo, para contarnos que había ido a Pisa a acompañar a un enfermo al Hospital. 
- No es una ambulancia, sino una furgoneta de la Misericordia que sirve para trasladar a la gente discapacitada o con problemas para que les hagan análisis, diálisis u otras terapias, nos dijo contento.
Desde que se dedicaba a hacer voluntariado se le notaba más feliz.

Más tarde me llamó mi hija para decirme a que a las seis en punto iba a empezar la clase de yoga on-line que daba una maestra vietnamita desde Barcelona.
La clase era de un nivel  elevado para mí, pero me gustó, cuando no podía con una postura no la hacía. 
Salí de la clase de yoga relajada y contenta.

- ¿Qué te parece si hago alcachofas a la romana y luego habas rehogadas con aceite, ajo y perejil? Me preguntó mi marido que ya estaba en la cocina trajinando.
- Me parece muy bien, yo en cambio llevo todo el día pensando en preparar un risotto con espárragos.
Puse la radio, seguían dando noticias del Corona virus, decían que a pesar de que los contagios y los muertos hubieran disminuido, la fase 2 sería más difícil porque si no actuábamos con prudencia, volveríamos hacia atrás y a estar de un  nuevo  encerrados.
Apagué la radio. Cuando él terminó de guisar yo empecé a sofreír la cebolla para el risotto.
Me quedé quieta en frente de la ventana, esperando el silbido del vapor de la válvula de  la olla a presión y pensé en que  aquel séptimo viernes de confinamiento  me había dado mucho.






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