En la época en la que sucedió la historia que os voy a contar aún no había llegado el gas ciudad en la comarca. En invierno no hacía demasiado frío, estando ubicado el pueblo a pocos centenares de metros de altura, pero había dos meses, enero y febrero, en los que solían llegar heladas y nevadas.
Las
familias más acomodadas en sus casonas, la mayor parte
destartaladas por la decadencia de los linajes, tenían calefacción
central a base de carbón. Las criadas iban a la tienda del
carbonero, los días en que no llegaba el camión, que les traía los
sacos de combustible para alimentar las calderas viejas, que no
paraban de silbar como locomotoras.
Algunos
parroquianos se las arreglaban con leña para no pasar frío, la
consumían en las cocinas económicas para que calentaran la parte
principal de la vivienda, sin embargo en los dormitorios hacía un
frío que pelaba; por eso las mujeres introducían piedras calientes
o ladrillos, calentados al fuego o incluso las propias brasas de la
cocina, en los calentadores, que luego los metían entre las sábanas
de las camas heladas, antes de acostarse. Los más pobres se apañaban
quemando carbón en un brasero, que iban moviendo de cuarto en cuarto
según sus necesidades. Entre los campesinos, era muy habitual dormir
en la misma estancia con los animales, para compartir el calor.
Cada
mañana por la calle principal del pueblo se veían pasar mujeres
cargadas con cubos de carbón, quienes se paraban de vez en cuando
soplándose las manos. Su piel enrojecida y sus sofocos denotaban
cansancio, pero lo que más les molestaba eran los sabañones.
La
carbonería era la tienda más concurrida del pueblo pues, además de
carbón y madera para hogares, vendían productos del huerto de
Serafín, el dueño. En primavera y verano el almacén polvoriento
se transformaba en una tienda como Dios manda.
Teresa
era la hija del carbonero y mientras su padre atendía a los clientes
ella jugaba con una muñeca sentada en un rincón.
Observaba
a las mujeres que siempre la llamaban cariñosamente, Tere:
-¡Qué
haces montada encima de los sacos, te vas a caer! Anda Tere bájate,
tu madre se enfadará si te ensucias.
Pero
Teresa no les hacía caso, pues sabía que su madre en invierno se
pasaba toda la mañana en la cama y no reparaba en ella. Serafín,
tenía buena mano para los estofados y desde que su mujer enfermó
cada día se las apañaba guisando un trozo de carne o de pescado con
arroz, también hacía judías o garbanzos con acelgas u otras
verduras del huerto. Teresa después de comer iba al patio donde
tocaba el sol, a veces limpiaba su bicicleta, otras leía, pero lo
que más le gustaba era cerrar los ojos y hablar con su abuela, quien
había fallecido de repente años atrás. Por la tarde iba al
colegio, luego de vuelta se ponía en la mesa de la cocina a hacer
deberes, donde la madre sin muchas ganas preparaba la cena. La olla
de verdura y patatas hervía toda la tarde. El día que decidía
hacer coles, había que soportar el olor desagradable de aquella
hortaliza que se impregnaba por toda la casa.
El
carbonero calentaba solo la planta baja, donde había una cocina y un
cuartucho para coser, pero al atardecer encendía una estufa de leña
en el piso de arriba donde tenían los dormitorios. Era una delicia
para Teresa subir las escaleras, mientras recitaba una letanía que
le había enseñado su abuela, sabiendo que su cama iba a estar
calentita. Antes de acostarse se preparaba el uniforme para el día
siguiente. Era madrugadora, quizás porque se despertaba al oír al
carbonero que trajinaba por el almacén. Desde muy pequeñita iba
sola a la escuela, a veces iba con Paquita, su
compañera de clase y vecina.
Cuando a la una en punto volvía a casa para almorzar, se sentaba un rato en los sacos del almacén y escuchaba las charlas de las mujeres que iban a comprar carbón.
Cuando a la una en punto volvía a casa para almorzar, se sentaba un rato en los sacos del almacén y escuchaba las charlas de las mujeres que iban a comprar carbón.
-
No tengo ganas de volver a casa, cada día lo mismo. Los hombres
mientras comen gruñen, sobre todo mi suegro que es un animal y no
hablemos de mi marido que cada día empeora, como decía mi madre
”quien camina con cojos termina cojeando”. Nunca me agradecen
nada, al contrario, me riñen. Si pudiera volver atrás no me
casaría, le decía la mujer joven y enclenque a otra mayor.
-
Pero que dices, Puri. Hubiera sido peor quedarse soltera. ¡Mira qué
vida que lleva mi prima Amparo! Es prácticamente la criada del cura,
ya ves siempre nos toca servir a los hombres. Dijo la más vieja y
robusta.
-
La Manola, la de la tienda de ultramarinos, no se ha casado y está
la mar de bien, contestó la flaca.
-
Si, si, la Manoli con todos sus queridos está de maravilla ¡Pero
qué me cuentas!
-
¡Hala qué dices! ¿Cuántos queridos tiene? Preguntó pasmada
Purificación.
-
¡Qué sé yo! Encarnación, la mujer del sereno, ¿La conoces, no?
me dijo que su marido, una noche vio a tres lagartos que salían de
la vivienda de Manolita.
-
Las malas lenguas no paran en este pueblo, por eso me hubiera gustado
irme lejos, pero me quedé embarazada y que le vamos a hacer, dijo
Purificación.
-
Pues chica, tuviste suerte, el Juan es un buen chico, no se parece al
bruto de su padre, quien desde que se quedó viudo anda echando
chispas por cualquier cosa. Paciencia mujer. ¿Qué tendría que
decir yo que en casa, además de los zánganos, tengo a mi suegra,
que es de armas tomar? Es una mandona, me saca de quicio, por eso
salgo a la calle, con cualquier escusa. Prefiero pasar frío y cargar
como una mula cubos y cubos de carbón. ¡Pero qué maja está la
nena del carbonero! ¡Mira que muslos!
Teresa
se tapaba las piernas pues sin darse cuenta se le había quedado
remangada la falda.
-
Tengo que irme, he dejado el puchero en el fogón. Hasta mañana
Lola. Dijo la flaca mientras salía de la carbonería.
-
Teresa, ve a llamar a tu madre, yo cierro la tienda y voy poniendo la
mesa, pero antes vete a lavar las manos. Le gritaba su padre desde
fuera, mientras reponía dentro la mercancía y salían los clientes
rezagados
¿Qué
significaba vivir en una pequeña ciudad de provincias a finales de
los años sesenta para una chica adolescente os preguntaréis?
Para
Teresa, quieta y sosegada, era una vida sin agobios, quizás porque
ya de pequeña había aprendido estar sola, leyendo cuentos y libros
ilustrados, también porque era curiosa, ingenua y sin dobleces.
En
cambio Paquita, siendo inquieta, decidida y con muchas agallas,
sufría en la aldea porque quería más de lo que tenía. Fue la
primera de la pandilla que fumó un cigarrillo y a los doce años se
lió con el hijo del Alcalde. Su padre era el secretario del
ayuntamiento y a la madre se daba aires de ricacha, quizás por eso
la hija era tan ambiciosa.
Cuando
Teresa le preguntaba:
-
¿Y tú Paquita que te gustaría hacer después del Bachillerato?
-
Yo me voy a casar con el más rico del pueblo y voy a viajar por todo
el planeta.
En
aquellas ocasiones Teresa le tenía un poco de envidia a Paquita,
pues parecía que con su manera de ser iba a comerse el mundo,
además todo le salía redondo. Le daba rabia que en el colegio,
durante los exámenes copiara de las más listas de la clase y que no
dudara en robar el novio a las amigas.
Los
años pasaron y llegaron las bombonas de butano en la comarca. El
carbonero se adaptó a la nueva mercancía y reformó la tienda.
Empezó a vender estufas de butano y demás aparatos eléctricos; la
leña y el carbón quedaron relegados en un cuarto trastero.
A
principios de los años setenta, la gente tiraba la casa por la
ventana, comprando electrodomésticos, con el dinero que
no tenía, era como una enfermedad contagiosa. Serafín contrató a
un muchacho como dependiente y se dedicó a cultivar el huerto y a
cuidar a su esposa quien cada día estaba más delicada y que apenas se
levantaba de la cama.
Teresa,
pensando en las mujeres que se cargaban cubos de carbón, tenía
claro lo que ella no iba a hacer de ninguna manera: no saldría con
un chico del pueblo y no se quedaría en la aldea. Su sueño era irse
a estudiar a la capital.
Al
cabo de unos años llegó el gas ciudad. El pueblo cambió de
fisionomía, las nuevas viviendas ya iban equipadas de calefacción
central y en las viejas se fueron instalando calderas modernas.
La
esposa del carbonero murió tras una pulmonía una noche de enero,
Teresa volvió al pueblo para el entierro. En la iglesia no pudo
oír, pero se imaginó, los murmullos de las mujeres de negro que
decían:
-
¡Pero no veas, ir al entierro de la madre sin marido e hijos! Aquí
hay gato encerrado, seguro que Teresa se lleva mal con su esposo.
Serafín
se jubiló y traspasó la tienda a su dependiente, pero eso sucedió
a finales de los años ochenta, cuando su hija hacía ya mucho que
se había ido del pueblo.
Las
amas de casa, cada mañana solían salir al mercado y es allí donde
les gustaba chismear. En aquella época una de las habladurías
preferidas de las cotorras era el traspaso de la carbonería.
-
Pobre Serafín, su hija se marchó de casa y su mujer se apagó poco
a poco, ya me dirás tú que va a hacer ahora sin la tienda, solo
como un perro.
Las
vecinas del pueblo no se podían imaginar lo bien que estaba Serafín,
pues desde que se había quedado viudo cada dos por tres emprendía
un viaje, cruzando en tren casi toda la península. Con la excusa de
ir ver a su hija visitaba también a una señora de Cáceres.
Teresa
se fue a vivir lejos de su tierra, pero cada año en verano volvía.
Siguió escribiéndose con algunas amigas, sin embargo de Paquita
tenía pocas noticias, pues en verano no coincidían. Supo que su
amiga se casó con el hijo del Notario y que recientemente se había
separado. También llegó a saber que consiguió un empleo de
secretaria en una empresa del pueblo, pero las malas lenguas decían
que bebía demasiado.
Un
verano Teresa vio a su amiga Paquita muy desmejorada. Estaba sentada sola, en
una mesa de una terraza de un bar. Se acercó a ella y se sentó a su
lado. Paquita le contó que le habían diagnosticado un cáncer de
mama, sin embargo estaba orgullosa de ella misma por no haber
tenido que pedir nada a nadie. Iba en taxi a la capital para sus
sesiones de quimioterapia.
-
Pero mujer ¿ Alguien te podría acompañar?
-
No tengo a nadie. Mi vida ha sido un desastre, que te voy a contar.
La culpa la tiene el gas ciudad.
-
¿El gas? ¿Pero qué dices? añadió Teresa, pensando en
que su amiga había bebido una copa de más.
-
Hace cosa de cinco años que convencí a mi marido para que hiciera
reformas en la casona: modernizar los cuartos de baño, adaptar la
cocina e instalar el gas natural, dando de baja la caldera de gasoil.
Contrató para las obras a una arquitecta joven de quien se enamoró.
-
Lo siento, no lo sabía. Le dijo Teresa.
-
El día en que descubrí que se entendían perdí la cabeza, con unas
tijeras afiladas le destrocé muchos de sus cuadros y documentos, le
hice trizas las camisas y los trajes de su armario y tiré por la
ventana del jardín todos sus zapatos. Estaba tan rabiosa que le
pinché los brazos y las piernas. Las heridas fueron superficiales
pero él me denunció y tuve que irme de casa. Volví a vivir con mis
padres y encontré un puesto de trabajo de segundo orden. Ahora,
desde que mis padres murieron, vivo sola y cada día maldigo el gas
natural.
La figlia del carbonaio
Nell'epoca
in cui accadde la storia che sto per raccontarvi, non era ancora
arrivato il gas naturale nella regione. L'inverno non faceva troppo
freddo, dato che la città si trovava a qualche centinaia di metri
sopra il livello del mare, ma c'erano due mesi, gennaio e febbraio,
nei quali spesso arrivava la neve o il ghiaccio.
Le famiglie
più abbienti nelle loro dimore, la maggior parte delle quali
sgangherate a causa del declino dei lignaggi, avevano il
riscaldamento centrale a carbone. Le donne di
servizio, per poter alimentare le vecchie caldaie che non smettevano
di fischiare come locomotive, quando il camion che doveva portare i
sacchi di carbone nelle case non era arrivato, andavano all'unico
negozio del paese che vendeva il combustibile.
Alcuni
parrocchiani per riscaldare le loro abitazioni compravano legna per
la cucina economica, tuttavia le loro camere da letto rimanevano
fredde; per questo era compito delle donne mettere pietre calde o
mattoni, riscaldati sul fuoco, o persino le braci della cucina, negli
scaldini che poi mettevano tra le lenzuola dei letti ghiacciati, ogni
sera prima di andare a letto. Le persone meno abbienti bruciavano del
carbone nei bracieri, che spostavano da una stanza all'altra in base
alle loro esigenze.
Ogni mattina
sulla strada principale si vedevano passare delle donne con dei
secchi pieni di carbone; esse si fermavano di tanto in tanto
strofinandosi le mani. Avevano i volti arrossati e ansimavano dalla
stanchezza, ma ciò che più le infastidiva erano i geloni.
Il negozio
di Serafín era sempre affollato perché oltre al carbone e alla
legna vendeva prodotti del suo orto. In primavera e in estate il
magazzino polveroso veniva trasformato in un vero negozio.
Teresa era
la figlia del carbonaio, mentre suo padre serviva le clienti lei
giocava con una bambola seduta in un angolo.
Le piaceva
osservare le donne, le quali la chiamavano affettuosamente, Tere e le dicevano:
- Cosa stai
facendo sopra questi sacchi, potresti cadere! Dai, Tere scendi, tua
madre si arrabbierà se ti sporchi, ma Teresa non le ascoltava,
poiché sapeva che sua madre in inverno passava l'intera mattinata a
letto e appena la prendeva in considerazionea. A Serafin riuscivano bene gli stufati, da
quando sua moglie si era ammalata spesso cucinava un pezzo di carne o
di pesce col riso, altre volte fagioli o ceci con bietola o altre
verdure dell'orto.
Teresa dopo
pranzo si sedeva in fondo al cortile dove batteva il sole anche
d'inverno; puliva la bicicletta, leggeva, ma ciò che più le
piaceva era chiudere gli occhi e parlare con sua nonna, che era morta
improvvisamente anni prima. Nel pomeriggio ritornava a scuola, poi
verso le cinque, quando rientrava a casa, si metteva sul tavolo di
cucina a fare i compiti, dove la madre senza molta voglia preparava
la cena. La pentola di verdure e patate bolliva tutto il pomeriggio.
Il giorno in cui la madre decideva di cucinare i cavoli l'odore
sgradevole di quel vegetale impregnava le pareti di tutta la casa.
Serafín
riscaldava solo il pianterreno, dove oltre al negozio, c'era una
cucina e una piccola stanza per cucire, ma all'imbrunire accendeva
una stufa a legna al piano superiore, dove avevano le camere da
letto. A Teresa piaceva salire le scale, mentre recitava una litania
che sua nonna le aveva insegnato, sapendo che il suo letto sarebbe
stato caldo. Prima di coricarsi preparava la divisa che doveva
indossare il giorno successivo per andare a scuola. Si alzava presto,
forse perché si svegliava all'alba nel sentire suo padre che
trafficava in magazzino. Già da piccola cominciò a recarsi a scuola
da sola, a volte andava a prendere Paquita, una sua vicina di casa e
compagna di classe.
Quando
all'una rientrava per pranzo, si sedeva per un po' sopra i sacchi del
magazzino e ascoltava i discorsi delle donne che compravano carbone.
- Non ho
voglia di andare a casa, ogni giorno la stessa musica. Gli uomini
mentre mangiano ringhiano, specialmente mio suocero che è un animale
e non parliamo di mio marito che peggiora di giorno in giorno! Come
diceva mia madre "chi cammina con uno zoppo finisce zoppicando".
Non mi ringraziano mai per nessun motivo, al contrario, mi
rimproverano. Se potessi tornare indietro, non mi sposerei, diceva una donna giovane e magra a un'altra donna più anziana.
- Ma cosa
dici, Puri. Sarebbe stato peggio restare zitelle. Guarda che vita
conduce mio cugina Amparo! È praticamente la cameriera del prete.
Hai capito che per un verso o per un altro siamo sempre destinate a
servire gli uomini ? Disse la più vecchia e robusta.
- Manola, la
commessa del negozio del droghiere, non si è mai sposata e secondo
me se la passa bene, disse Puri.
- Ci credo
con tutti quei ganzi che frequenta!
- Ma quanti
uomini ha? chiese Puri.
- Che ne so
io! Encarnación, la moglie del guardiano notturno, la conosci,
vero? Mi ha detto che suo marito, una notte, vide tre tizi uscire
dal portone di Manolita.
- I
pettegolezzi non mancano in questa città! Per questo motivo avrei
voluto andarmene, ma sono rimasta incinta, disse a bassa voce
Purificación
- Beh, ragazza, sei stata fortunata, Juan è un bravo
uomo, non somiglia al bruto di suo padre, che da quando è rimasto
vedovo è intrattabile. Devi avere pazienza. Cosa dovrei dire io che
oltre ai maschi devo sopportare mia suocera? Lei è prepotente, mi
fa impazzire, ecco perché esco sempre di casa, con qualsiasi scusa.
Preferisco patire il freddo e caricarmi come un mulo secchi e secchi
di carbone che stare accanto a lei. Ma quanto è bella questa bambina! Guarda che cosce!
Teresa si
coprì le gambe perché senza rendersi conto la sua gonna era rimasta
arrotolata.
- Devo
andare, ho lasciato la pentola sul fornello. Ci vediamo domani, Lola.
Disse Puri mentre usciva dal negozio.
- Teresa,
chiama tua madre, io chiudo il negozio e apparecchio, ma prima lavati
le mani, disse Serafín mentre rimetteva la merce dentro e i gli
ultimi clienti uscivano.
Cosa
significava vivere in una piccola città di provincia alla fine degli
anni '60 per un'adolescente vi chiederete?
Per Teresa,
tranquilla e pacifica, i giorni scorrevano senza problemi, si
accontentava di tutto, forse perché da bambina aveva imparato a
stare da sola leggendo le storie dai li libri illustrati e anche perché era
curiosa, ingenua.
D'altra
parte, Paquita, essendo irrequieta, determinata e insofferente, stava
proprio male in quella cittadina, ogni giorno desiderava più di
quanto non avesse. È stata la prima del gruppo a fumare una
sigaretta e quando aveva dodici anni si era fidanzata col figlio del
sindaco. Suo padre era il segretario del municipio e la madre si era
montata la testa frequentando solo gente ricca, forse è per questo
che la figlia era così ambiziosa.
Un giorno
Teresa, alla fine delle scuole superiori chiese alla sua amica:´
- Cosa vorresti fare dopo la Maturtà?
- Mi
sposerò il più ricco della città, ho intenzione di andare a vivere
in una villa e di viaggiare per tutto il pianeta.
In quelle
occasioni Teresa sentiva un po' invidia verso l'amica, vedeva che con
il suo modo di fare avrebbe conquistato il mondo, anche perché
tutto ciò che faceva le tornava bene. La indisponeva il fatto che a
scuola, durante le verifiche copiasse gli esercizi dai più bravi
della classe e che non esitasse a rubare il fidanzato alle amiche.
Gli anni
passarono e le bombole a gas cominciarono ad arrivare alle case. Il
carboniere si adattò alla nuova merce e ristrutturò il negozio.
Iniziò a vendere stufe a gas e altri elettrodomestici; la legna e il
carbone rimasero relegati a uno sgabuzzino.
All'inizio
degli anni settanta, la gente non esitava a spendere per comprare,
con i soldi che non aveva ogni bene di consumo, principalmente
apparecchi elettrici, era come una malattia contagiosa. Serafín
assunse un ragazzo come aiutante e lui si dedicò a coltivare l'orto
e si prese cura della moglie, la quale negli ultimi tempi appena si
alzava dal letto, perché piano piano si era arresa alla malattia
polmonare.
Teresa aveva
in mente le donne caricate di secchi di carbone, quando pensava al
suo futuro, per questo decise che non si sarebbe mai fidanzata con un ragazzo del paese, perché non voleva rimanere dove era nata. Il suo sogno era di andare a studiare
nella capitale.
Dopo alcuni
anni arrivò il gas naturale. La città cambiò fisionomia, le nuove
case furono subito dotate di riscaldamento centrale e nelle vecchie
furono installate moderne caldaie.
La moglie
del carbonaio morì una notte di gennaio a causa di una polmonite,
Teresa tornò in paese per seppellirla. Nella chiesa, anche se non
riusciva a sentirle, immaginava le chiacchiere delle donne di nero:
- Cose
dall'altro mondo, andare al funerale della madre senza il marito e i figli! Qui c'è qualcosa che non torna, voi vedere che Teresa non va
d'accordo col marito.
Serafín
andò in pensione e lasciò il negozio al suo commesso, ma ciò
accadde alla fine degli anni ottanta, molti anni dopo che Teresa
era andata via di casa.
Le
casalinghe, ogni mattina andavano al mercato e alcune di loro
godevano a sparlare. A quel tempo una delle chiacchiere preferite
dalle pettegole fu il cambiamento di gestione dell'antico negozio di
carbone.
- Povero
Serafin, sua figlia è fuggita di casa, sua moglie è morta, mi
dirai te cosa ne sarà di lui, solo come un cane?
I vicini
della città non potevano immaginare quanto se la passasse bene
Serafin, dovete sapere che da quando era diventato vedovo ogni tanto
intraprendeva un viaggio, attraversando quasi tutta la penisola in
treno. Con la scusa di recarsi da sua figlia, andava anche a trovare
una donna di Cáceres.
Teresa di solito ogni estate ritornava in paese a trovare suo padre. Non smise mai di scrivere agli amici, ma di Paquita aveva poche notizie, perché l'amica d'estate faceva di solito lunghi viaggi col marito. Paquita aveva sposato il figlio del notaio, ma Teresa aveva saputo che si era da poco separata e aveva trovato un lavoro come segretaria in una ditta in città, ma le male lingue dicevano che aveva cominciato a bere.
Un'estate a
Teresa sembrò di riconoscere la sua vecchia amica in una donna trasandata, che
era seduta da sola, a un tavolo di una terrazza di un bar. Teresa le
si avvicinò e si sedette accanto a lei. Paquita subito le raccontò
che le era stato diagnosticato un tumore al seno, ma che era fiera
di se stessa per non aver chiesto niente a nessuno. Andava in città
una volta la settimana in taxi per fare le sedute di
chemioterapia.
- Ma ci
dovrà essere qualcuno che possa accompagnarti?
- Io non ho
nessuno. La mia vita è stata un disastro, se tu sapessi. La
colpa è tutta del gas naturale.
- Il gas
naturale? Ma cosa dici? Aggiunse Teresa, pensando che la sua amica
avesse bevuto un bicchiere di troppo.
- Circa
cinque anni fa ho convinto mio marito a fare lavori di
ristrutturazione nella villaa: modernizzare i bagni, adattare la cucina e
installare l'impianto di gas naturale rimuovendo la vecchia caldaia
a gasolio. Una giovane donna architetto ha seguito tutti i lavori e
mio marito se ne è innamorato perdutamente.
- Scusa,
non lo sapevo, gli disse Teresa.
- Il giorno
in cui ho scoperto la loro tresca, ho perso la testa, con le forbici
affilate ho distrutto molti dei suoi dipinti e documenti, ho fatto a
pezzi le sue camicie e ho buttato tutte le sue scarpe fuori dalla
finestra del giardino. Ero così arrabbiata che ho cercato di
trafiggerlo nelle braccia e nelle gambe. Nonostante che le ferite
procurate fossero piuttosto superficiali lui mi ha denunciato e in
seguito ho dovuto lasciare la nostra casa.
Sono
tornata a vivere con i miei genitori e ho un lavoro che mi fa
schifo. Ora, da quando i miei sono morti, vivo da sola e ogni giorno
maledico il gas naturale.
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