giovedì 16 aprile 2015

Veinticinco de marzo










Querida hija:
Ayer el día nació gris. Mientras me duchaba se puso a llover. Con el albornoz puesto y con una toalla en la cabeza  preparé un poco té verde. Iba saboreando la infusión a pequeños sorbos y pensando que quizás no había sido una buena idea lavarme el pelo. Tenía que hacer muchas cosas aquel día, moviéndome por la ciudad en bicicleta y habría echado a perder mi peinado.
- ¡Bueno, no hay para tanto! Me pondré el impermeable y la boina, me dije.
Llegué a la escuela chorreando agua, dejé el chubasquero colgado de una percha que hay en la entrada de la sala de profesores. Enseguida noté la mala cara de una de mis compañeras. Ni siquiera me saludó, empezó diciéndome que acababa de saber que la próxima semana  perdería una de sus horas de clase por mi culpa, ya que nuestros estudiantes iban a ir  a una conferencia sobre un tema ciéntifico  y acabó casi riñiendome:
- Tendrás que devolverme  una hora.
- ¡Pero mujer, qué locura! En lugar de estar contenta y descansar un poquito, siempre te complicas la vida,  dije eso sólo para mis adentros.
-  De acuerdo, le dije en realidad.
Luego, entrando en el aula, donde me tocaba dar clase, enseguida dos estudiantes  se abalanzaron hacia mí, pidiéndome permiso para salir, ya que tenían un problema con la profesora de inglés. Debían solucionarlo, para que no les suspendiera.
- ¿Pero qué pasa hoy, todo el mundo está enfadado? me dije.
Salí a media mañana de la escuela y decidí pasar por el supermercado a comprar cuatro cosas.
Seguía lloviendo cuando me dirigí a casa,  para dejar los libros y coger las bolsas de la compra.
La chica de la limpieza no me esperaba y se asombró al verme tan pronto. Había terminado en aquel momento; aquel día ella y su marido habían limpiado de forma un poco rápida. Se notaba   porque  habían puesto demasiada cera en las baldosas del salón y  por lo tanto  el suelo había quedado un poco pegajoso.
- Le dije con amabilidad, sin embargo con determinación, que la próxima semana tendría que fregar mejor, pues el piso había quedado  fatal.
Ella y su joven marido se fueron deprisa pues tenían que ir a limpiar otra vivienda. Esta vez era yo la que estaba irritada, no sólo por lo mal que habían fregado los suelos, sino porque no me habían avisado de que vendrían los dos, sin embargo enseguida  reacioné y me dije: tranquila relájate, piensa en la vida difícil que deben llevar esa pareja para ganar cuatro chavos.
En el supermercado, la cajera estaba de malas y al pedirle una información sobre las ofertas de algunos productos, me contestó con desgana.
- ¿Qué tenía la gente aquel día?
Comí despacio, mientras escuchaba distríada el telediario, que daba como siempre malas noticias, pues pensaba en todas las cosas que  tenía que hacer aquella tarde.
Preparar clases, ir al gimnasio, a la librería, salir a tomar un aperitivo e ir al cine con dos amigas.
Al cabo de poco una de ellas me envió un mensaje, preguntándome:
- ¿Nos animamos a salir  con el diluvio o lo dejamos para otro día?
- Claro que iremos, le dije, no vamos a cambiar de planes por cuatro gotas
Al volver del gimnasio, llovía tanto que me fui directamente a casa. Otra vez empapada de agua abrí  la puerta de la entrada y mis ojos cayeron en  nuestro buzón. Vi una carta con los bordes azules y rojos, tan típico de los sobres de correo aéreo.
Era tu carta. La reconocí por tu letra y por el sello con la figura del guitarrista Paco de Lucía.
La leí con deleite sentada en el sofá colorado, el que estrenamos hace poco, pero que para protegerlo lo hemos tapado con una sábana roja.
Finalmente alguien me trasmitía buen humor y ganas de vivir. Dejé tu carta encima de la mesa para que tu padre la leyera.
Me arreglé y me fui a comer unas tapas con mis amigas. Las dos llegaron tarde a la cita, porque habían cogido el coche y encontraron mucho tráfico. Yo, mientras las esperaba, empecé el libro, que por suerte, me puse en el bolso antes de salir.
Charlamos y reímos mientras comíamos unos canapés.
Luego, las tres bajo un  paraguas nos dirigimos al cine, que estaba muy cerca del bar.
Cuchicheamos y  bromeamos, antes de empezar la película, que  por cierto nos gustó mucho. Era delicada, divertida, muy femenina y sobre todo emanaba felicidad.
Volviendo a casa caía un buen chaparrón. Bajo el impermeable azul, a lo largo del carril bici, me sentía ligera, pensando en mi amigas, en la película y sobre todo en  tu carta, en  las buenas costumbres o propósitos que  deseabas cumplir.
La primera de tu lista era:
-cultivar amigos
otras:
- disfrutar de las cosa sencillas
- reírse
- ser amable
- no sentirse culpable
- ser conciliador
- tener un propósito
- leer
y la última:
- habrá un final para todos, pero  intentaré estar preparada.
Al llegar a casa me cambié de ropa. Tu hermano había salido y tu padre  me dijo que había leído y aprecido mucho tu carta. La deposité  en mi mesita de noche para tenerla  más cerca, tomé un yogur y me fui a la cama.
Hoy he vuelto a leerla y  me  ha dado la misma sensación de bienestar que ayer.
Gracias por haber compartido conmigo tus propósitos.
Te quiero
Mamá



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