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Piccole storie intrecciate

mercoledì 28 agosto 2013

Planta número catorce - Quattordicesimo piano - Planta número catorze



En aquellos días grises de diciembre miraba muy a menudo por la ventana y veía tantas luces que serpenteaban por la calzada. Eran cadenas largas de coches que no cesaban de pasar. Vistas al atardecer desde lo alto de la planta número catorce del Hospital de Barcelona, parecían cenefas de varios colores que me distraían durante aquellas horas tan lentas. Esas lucecitas me daban un poco de alegría pues me recordaban el árbol de Navidad.
El ventanal de la habitación del hospital donde estaba ingresado mi padre se asomaba a la Avinguda Diagonal. Casi todos los edificios de aquella zona rica de Barcelona eran rascacielos muy bien construidos. A lado del hospital estaba la sede de la casa editora Planeta, con unos jardines colgantes formando terrazas preciosas.¡Cuántos libros Planeta había leído en toda mi juventud! Aún recuerdo el olor que desprendía el papel recién salido de la imprenta cuando echada en la cama doblaba la primera página de la nueva novela que empezaba a leer.
- Me gustaría entrar un día en la editorial, pensé.
El Hospital de Barcelona era un edificio acristalado de unos veinte pisos, que se divisaba muy bien desde lo lejos.
Llegué sonámbula a Barcelona con mi pequeña maleta y desde la boca del metro apareció ante mí aquel prisma de cristales majestuoso y melancólico. A finales de los años setenta se había construido para destinarlo a un hotel de lujo. Dicen que la sociedad dueña del hotel quebró y éste nunca se inauguró. Al poco tiempo una mutua privada lo compró y sus habitaciones fueron adaptadas para el gran hospital.
Entrando en el edificio me dio la sensación de estar pisando una alfombra del hotel de cinco estrellas que tenía que ser, pero en seguida llegó a mi nariz el olor intenso del polvo sutil que flotaba en el aire y que había ido penetrando año tras año en los poros de los sofás, sillones, muebles y demás objetos de la inmensa sala de espera.
Aquel aroma me distrajo de la ansiedad que había acumulado durante toda la noche anterior, en la que había dormido muy poco, sea por los nervios sea por el madrugón, y a lo largo de todo aquel día interminable en el que había viajado sin parar. Había cogido primero un autobús, luego un autocar de línea, después un avión, seguí en tren y terminé tomando el metro. Mis pasos eran lentos pero a la vez decididos. Miré mis zapatos negros cómodos pero elegantes y me di cuenta de que eran los mismos que llevaba algunos años atrás cuando entré en el hospital donde falleció mi madre.
Las caras tristes de la gente que entraba y salía me llevaron de nuevo a la realidad.
La planta catorce era un lugar especial, pues en ella estaban ingresados los enfermos terminales.
Allí era donde estaba mi padre, quien al cabo de pocos días iba a cumplir noventa  y cuatro años, en una cama de las que suben y bajan eléctricamente y su cuerpo estaba lleno de tubos y goteros.
Una ambulancia lo había salvado de un ataque al corazón, pero bien mirando quizás lo había condenado pues si aquella mañana, en que la cuidadora lo encontró sin sentido, lo hubieran dejado en su cama habría muerto sin tener luego que sufrir tanto.
Los tres hermanos estábamos muy apenados y hacíamos piña para ayudarnos mutuamente. Hacía varios días que no nos movíamos de su cabezal donde nos alternábamos todos los  miembros de la familia.
El seguía sin sentido en aquella habitación con la vista tan hermosa. La ciudad desde allá se desplegaba hacia la parte antigua terminando en el puerto que a él tanto le gustaba. Muchos años atrás cuando era pequeña con mi padre solíamos dar una vuelta por el muelle, mirando con detenimiento todos los barcos, cada vez que llegábamos a la estación de Cercanías con demasiada antelación. Para mí era un acontecimiento ir a Barcelona y siempre que me lo permitían acompañaba a mi padre, sin embargo recuerdo una vez en la que de ningún modo quería ir, por el miedo que  les tenía a los médicos del hospital en el que debían  ingresarme para que me extirparan las amígdalas. El día de la operación, de lo asustada que estaba, me mareé en el tren que nos llevaba a la ciudad y en el hospital cuando iban a ponerme una enorme inyección para hacerme dormir, saqué todas mis fuerzas y agallas para impedirlo. Creo que aquella pataleta mis padres la recordaron toda su vida.
Mientras miraba los coches que seguían serpenteando por la Avenida caí en la cuenta de que solo faltaban tres días para Navidad. 



Quattordicesimo piano
In quei giorni grigi di dicembre spesso guardavo fuori dalla finestra e vedevo tante luci che serpeggiavano attraverso la strada. Erano lunghe code di automobili che si muovevano senza fine. Al tramonto, viste dall'alto del quattordicesimo piano dell'ospedale di Barcellona, mi sembravano nastrini colorati che mi accompagnavano durante quelle ore lente; quelle luci mi davano un po' di allegria perché mi ricordavano l'albero di Natale.
Dalla finestra della stanza di mio padre, che si affacciava sulla Avinguda Diagonal, ho scoperto l'insegna luminosa della casa editrice Planeta, tra giardini pensili e belle terrazze. Quanti libri editi da Planeta avevo letto nella mia giovinezza! Ricordo ancora l'odore che emetteva la carta fresca di stampa, quando a letto aprivo la prima pagina del romanzo che stavo per iniziare.
- Mi piacerebbe un giorno entrare nella sede di quella casa editrice, ho pensato.
Ero arrivata in città, rintontita dal viaggio, con la mia piccola valigia; uscendo dalla metropolitan l'ospedale era subito apparso davanti a me  come un prisma maestoso di cristallo di venti piani.
Alla fine degli anni settanta quel edificio era stato costruito da destinare a un albergo di lusso. Dicevano che la società che gestiva l'hotel era fallita, quindi non era mai stato inaugurato. Una mutua privata lo aveva acquistato e in seguito le camere erano state riadattate ad uso ospedaliero.
All'entrata c'era un lungo tappeto rosso, che camminandoci sopra mi era sembrato di trovarmi nell'albergo a cinque stelle che avrebbe dovuto essere, ma poi vedendo i volti tristi delle persone che entravano ed uscivano e sentendo l'odore intenso di polveri sottili che proveniva dai pori dei divani, sedie, mobili e altri oggetti della vasta sala d'attesa, sono ritornata alla realtà. Quell'aroma mi fece dimenticare l'ansia che avevo accumulata durante la notte, in cui avevo dormito poco, sia a causa della mia angoscia sia dal pensiero di dover alzarmi presto, e nella lunga giornata in cui avevo tanto viaggiato senza mai fermarmi. Aveva preso prima un bus, dopo un pullman, poi un aereo, in seguito il treno e per finire la metropolitana. I miei passi erano lenti ma determinati. Ho guardato le mie scarpe nere, comode ma eleganti e mi sono accorta che erano le stesse che indossavo alcuni anni prima, quando sono entrata nella clinica dove stava morendo mia madre.
Il quattordicesimo piano era un posto speciale perché ospitava i malati terminali. Lì c'era mio padre in un letto di quelli che premendo un bottone andavano su e in giù; dal suo corpo, che aveva quasi novantaquattro anni, uscivano dei tubicini ed entravano delle flebo.
Un'ambulanza aveva salvato mio padre da un attacco di cuore, ma pensandoci bene, forse lo aveva condannato, perché se quella mattina, nella quale la badante lo aveva trovato incosciente, lo avessero lasciato nel suo letto sarebbe morto, senza dover poi soffrire così tanto.
I tre figli eravamo addolorati e quella improvvisa disgrazia ci aveva molto uniti. Per diversi giorni non ci eravamo mossi dal suo capezzale dove ci alternavamo con altri membri della famiglia.
Da qualche giorno mio padre giaceva in uno stato comatoso in quella bella stanza con vista. La città da lì scendeva fino al vecchio al porto, quello che lui tanto aveva amato. Molti anni prima, da piccola con mio padre, quando rientravamo nel paese della costa catalana dopo una giornata passata in città, andavamo, ogni volta che arrivavamo ​​alla stazione ferroviaria troppo in anticipo, a fare una passeggiata sul molo e ci soffermavamo a guardare con attenzione tutte le navi attraccate. Per me era sempre un evento straordinario andare a Barcellona e ogni volta che mi era permesso accompagnavo mio padre a sbrigare i suoi affari in città; però ricordo un periodo in cui in nessun modo volevo andarci, perché avevo paura di incontrare i medici che avevano programmato di togliermi le tonsille. Quella volta dell'operazione ero talmente spaventata che addirittura ho avuto mal di mare in treno e mentre un medico e una infermiera erano intenti farmi un enorme puntura per addormentarmi, ho lottato con tutte le mie forze e coraggio per impedirlo. Penso che i miei genitori hanno ricordato tutta la vita quella giornata per la mia insolita ostinazione.
Mentre guardavo le vetture che serpeggiavano lungo il viale mi sono reso conto che mancavano solo tre giorni a Natale.

 Planta número catorze
En aquells dies grisos de desembre mirava molt sovint per la finestra i veia tantes llums que serpentejaven per la calçada. Eren cadenes llargues de cotxes que no cessaven de passar. Vistes al capvespre des de dalt de la planta número catorze de l'Hospital de Barcelona, ​​semblaven sanefes de diversos colors, que per sort em distreien durant aquelles hores tan lentes. Aquestes llumetes em donaven una mica d'alegria ja que em recordaven l'arbre de Nadal.
El finestral de l'habitació de l'hospital on estava ingressat el meu pare  donava a l'Avinguda Diagonal. Gairebé tots els edificis d'aquella zona rica de Barcelona eren alts gratacels, però molt ben construïts. A costat de l'hospital hi havia la seu de la casa editora Planeta, amb uns jardins penjants formant terrasses precioses. ¡Quants llibres Planeta havia llegit en tota la meva joventut! Encara recordo l'olor, que desprenia el paper acabat de sortir de la impremta, quan estirada al llit  passava la primera pàgina de la nova novel·la que  començava a llegir.
- M'agradaria un dia entrar en aquella editorial, vaig pensar.
L'Hospital de Barcelona era un edifici envidriat d'uns vint pisos, que  es veia molt bé des de lluny.
Vaig arribar somnàmbula a Barcelona amb la meva petita maleta, ja des de la boca del metro, em  va aparèixer davant meu aquell prisma de vidres majestuosos i malenconiosos. A finals dels anys setanta s'havia construït per destinar-lo a un hotel de luxe. Diuen que la societat propietària de l'hotel va fer fallida i aquest mai es va inaugurar. Al poc temps una mútua privada el va comprar i les seves habitacions van ser adaptades per al gran hospital.
Entrant a l'edifici em va donar la sensació d'estar trepitjant una catifa de l'hotel de cinc estrelles que havia de ser, però de seguida va arribar al meu nas l'olor intens de la pols subtil, que surava en l'aire i que havia anat penetrant any rere any en els porus dels sofàs, butaques, mobles i altres objectes de la immensa sala d'espera.
Aquell aroma em va distreure de l'ansietat que havia acumulat durant tota la nit anterior, en què havia dormit molt poc, sigui pels nervis sigui per  el fet de haver-me llevat de  matinada, i  durant tot aquell dia interminable en què havia viatjat sense parar. Havia agafat primer un autobús, després un autocar de línia, després un avió, vaig seguir amb tren i vaig acabar prenent el metro. Els meus passos eren lents però alhora decidits. Vaig mirar les meves sabates negres còmodes però elegants i em vaig adonar que eren  les mateixes que portava alguns anys enrere quan vaig entrar a l'hospital on va morir la meva mare.
Les cares tristes de la gent que entrava i sortia em van portar de nou a la realitat.
La planta catorze era un lloc especial, ja que en ella estaven ingressats els malalts terminals.
Allà era on estava el meu pare, que al cap de pocs dies hauria complit noranta-quatre anys, en un llit de els que pugen i baixen elèctricament. El seu cos estava ple de tubs i goters.
Una ambulància l'havia salvat d'un atac de cor, però ben  mirat potser l'havia condemnat, doncs si aquell matí, en què la cuidadora el va trobar sense sentit, l'haguessin deixat en el seu llit hauria mort sense haver després de patir tant.
Els tres germans estàvem molt apesarats i fèiem pinya per ajudar-nos mútuament. Feia diversos dies que no ens movíem del seu capçal on ens alternàvem tots els membres de la família.
Ell seguia sense sentit en aquella habitació amb la vista tan bonica. La ciutat des d'allà es desplegava cap a la part antiga acabant al port, que a ell tant li agradava. Molts anys enrere quan era petita amb el meu pare solíem fer una volta pel moll, mirant amb deteniment tots els vaixells, cada vegada que arribàvem a l'estació de Rodalies amb massa antelació. Per a mi era un esdeveniment anar a Barcelona i sempre que m'ho permetien acompanyava al meu pare, però recordo una vegada en la qual de cap manera volia anar-hi, per la por que els tenia als metges de l'hospital, en el qual havien de ingressar per que m 'extirpessin les amígdales. També recordo el dia de l'operació, de lo espantada que estava, em vaig marejar al tren que ens portava a la ciutat i a l'hospital quan anaven a posar-me una enorme injecció per fer-me dormir, vaig treure totes les meves forces i coratge per impedir-ho. Crec que aquella rebequeria meus pares la van recordar tota la vida.
Mentre mirava els cotxes que seguien serpentejant per l'Avinguda vaig  em vaig donar   compte que només faltaven tres dies per Nadal.








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Pubblicato da Josefina Privat Defaus alle 07:25 5 commenti:
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venerdì 23 agosto 2013

Volver y de nuevo volver - Ritornare a casa

















Mi padre había muerto en pocos días tras un ataque al corazón, en aquel invierno frío y lluvioso.
En verano volver a su casa quería decir abrir la puerta y encontrar todos los cuartos vacíos. Los muebles, los cuadros, los enseres y los innumerables cachivaches, serían los mismos, sólo faltaría su presencia.
Algo parecido me había pasado tras la muerte de mi madre, casi seis años atrás, sin embargo entonces entrando pude escuchar los pasos cansinos de mi padre que iban hacia mí.
Nos vino a buscar al aeropuerto de Girona el marido de la antigua cuidadora de mi padre. Durante todo el viaje nos contó lo mucho que su familia sufría por la crisis económica. El seguía parado y su mujer estaba empleada como asistenta y cuidadora de una rica señora que a veces la trataba como a una criada del siglo pasado.
Habían perdido su piso tras endeudarse, al no poder cumplir con las mensualidades de la hipoteca. Ahora tenían que hacer saltos mortales para lograr pagar el alquiler de una vivienda sencilla, que les proporcionó una prima mía, en la que en invierno, sin calefacciòn y no tocando en él  mucho el sol, pasaban bastante frío. Lo malo era que ella no veía casi nada a sus dos hijos adolescentes, pues trabajaba más de veinte horas diarias y por supuesto no podía dormir junto a su marido.
La historia de aquella familia, me apenó mucho, pero quizás me distrajo de mis pensamientos, pues al entrar en casa no percibí el dolor y la añoranza que tanto temía.
El aroma que emanaban aquellas paredes me recordaba a mi padre, sin embargo el olor peculiar de humedad y de polvillo en suspensión casi habían desaparecido, pues mi hermana se había ocupado de que  limpiaran el  caserón.
El  gato negro  de mi madre dormitaba en un cuarto trastero que daba al patio. Desde que la casa estaba deshabitada mi hermana, cada día iba a darle de comer.
Abrimos todas las ventanas y las puertas para que en las habitaciones entrara aire. En la mesa de la cocina y dentro de la nevera, una de mis sobrinas nos había dejado una buena despensa: fruta, leche, galletas, azúcar, café, en fin lo necesario para un buen desayuno.
La noche era muy cálida, por lo tanto decidimos ir a tomar algo en la plaza del pueblo. Tuvimos suerte al hallar un bar que todavía servía comidas frías, pues en los demás establecimientos los camareros ya empezaban a quitar las sillas.
Sentados alrededor de una mesa redonda, comimos un bocadillo de atún con tomate y bebimos una caña mientras tocaban las campanas que anunciaban medianoche.
Hacía mucho tiempo que en verano, año tras año, volvía a mi pueblo, pero esta vez era distinto mis padres ya no  existían.
Ellos me habían pronosticado que después de su muerte, quizás ya no iría a volver, pues a veces sin la presencia de los padres la relación con los hermanos se va aflojando y lentamente los hijos desperdigados por el mundo dejan de volver al redil. En cambio yo había vuelto y estaba muy contenta de ello.
Los días en la playa fueron muy amenos. Nuestra hija, quien había llegado con nosotros, invitó a unos amigos que estudiaban con ella en Madrid y la casa recobró su esplendor.
Las persianas de la primera planta estaban subidas todo el día y en el balcón que se asoma a la calle se divisaba el color chillón de algunas toallas de playa tendidas.
Al atardecer salía música de la terraza donde se abría la habitación de mi hija, que siempre habíamos nombrado cuarto del avi1 , pues en ella mi abuelo había dormido toda su vida. En la ducha de la planta baja, cuando regresábamos de la playa, no paraba de fluir agua y a menudo se formaba una cola delante de la puerta del cuarto de baño.
En las noches más bochornosas sacábamos la mesa de la cocina en el patio y allí cenábamos todos juntos.
Una tarde vino a visitarnos la antigua cuidadora de mi padre. Tomamos un té y charlamos un buen rato; primero de mi padre y de lo mucho que ella lo añoraba, luego me pidió que la ayudara a encontrar otro empleo,  pues el que tenía no le dejaba ni siquiera un día libre y ella necesitaba estar con su marido y sus hijos. Yo le dije que hablaría con mis primas, tías y amigas para ponerles al corriente de su situación.
La suya era una vida llena de sacrificios, sin embargo cuando la acompañé a la puerta me dijo que, a pesar de los pesares, siempre intentaba mirar lo bueno que tenía:
- yo al menos sigo trabajando y mi marido por ahora cobra una pequeña ayuda estatal, de esta manera cada amanecer cuando abro los ojos me siento un poco afortunada aunque a mi lado no esté él, sino la señora a quien cuido.
Nos despedimos diciendo que la vida daba muchas vueltas y que seguramente tarde o temprano la suerte jugaría a su favor.
Al día siguiente me llamó y en seguida noté por su voz que estaba muy contenta.
Me dijo que al marido le acababan de dar una buena noticia:
- Al mejorar la situación laboral del aeropuerto de Girona a causa del mayor tráfico de pasajeros, en otoño podría emplearse de nuevo como guardia de seguridad,
Mi hermano nos visitaba a menudo cuando cogía o dejaba su furgoneta en el garaje situado en la parte trasera de la casa. Se sentaba en la butaca de mi padre y pasábamos un buen rato charlando. Mi hermana también venía cada dos por tres a vernos a nosotros y al gato al que tanto quería. 
Poco a poco todo iba encajando y yo sentía que la vida fluía de nuevo en aquella casa.  
Una noche muy suave en la que no soplaba viento, un poco raro por ser finales de agosto, sentada sola en el patio caí en la cuenta de que ahora  mis padres ya no me protegían y que habían dejado de preocuparse por mí, cosa que habían llevado haciendo toda su vida. Quizás esas ataduras tan fuertes iban quedando sueltas para poder recomponerse de nuevo  hacia nuevas personas.
- No sé si eso era bueno o malo, me dije.
Los días corrían y por consiguiente se nos estaban terminando las vacaciones. Conseguimos coincidir con nuestro hijo sólo un par de días, porque llegó con un amigo poco antes de que nosotros nos marcháramos a Italia. Ellos se quedaron con nuestra hija unos días más en la vieja casa, que de esta manera siguió con vida hasta que el último veraneante cerró definitivamente la puerta
1Habitaciòn del abuelo


Ritornare a casa
Mio padre era morto dopo un infarto cardiaco in pochi giorni nello scorso inverno. Quell’ estate ritornare a casa significava per me aprire la porta e trovare tutte le stanze vuote: i mobili, quadri e innumerevoli oggetti sarebbero stati gli stessi, ma sarebbe mancata la sua presenza.
Qualcosa di simile mi era successo dopo la morte di mia madre quasi sei anni prima, ma almeno quella volta ho potuto sentire i passi strascicati di mio padre mentre si avvicinava a me.
E' venuto a prenderci all'aeroporto di Girona il marito di quella che era stata per alcuni anni la badante di mio padre. Durante tutto il viaggio ci ha raccontato che purtroppo la sua famiglia aveva sofferto molto a causa di quella maledetta crisi economica. Lui era ancora disoccupato e la moglie lavorava presso una ricca signora piuttosto anziana che a volte la trattava come una serva.
Da quasi due anni avevano perso il loro appartamento perché non erano stati in grado di pagare le rate del mutuo che avevano stipulato con la Banca qualche anno prima.
Adesso facevano salti mortali per pagare l'affitto di un vecchio appartamento, proprietà di una mia cugina, nel quale in inverno soffrivano abbastanza freddo essendo gran parte della casa era esposta a Nord e senza riscaldamento; il guaio più grande era che non riusciva a vedere quasi mai i suoi due figli adolescenti perché lavorava più di 20 ore al giorno e quindi nemmeno poteva dormire con il marito.
La storia di quella famiglia mi aveva rattristito, ma allo stesso tempo avevo quasi dimenticato le mie ansie e i timori, per questo quando sono entrata nella casa non ho sentito il gran dolore e nostalgia che avevo previsto.
L'aroma che emanava da quelle mura mi ricordava mio padre, però l'odore particolare di umidità e polvere in sospensione quasi erano spariti, perché mia sorella aveva fatto pulire la casa prima del nostro arrivo.
Il vecchio gatto di mia madre sonnecchiava in un ripostiglio che si affaccia sul cortile. Da quando la casa era disabitata, mia sorella ogni giorno andava a dargli da mangiare.
Abbiamo aperto le finestre e le porte per fare entrare l'aria nelle stanze. Sul tavolo di cucina e nel frigorifero una delle mie nipoti ci aveva lasciato un po' di cibo: latte, biscotti, zucchero, caffè, frutta, ecc, cioè tutto il necessario per una buona colazione.
La notte era molto calda, quindi abbiamo deciso di andare a bere qualcosa nella piazza del paese. Siamo stati fortunati a trovare un bar che fosse ancora aperto. Negli stabilimenti vicini i camerieri già cominciavano a togliere le sedie.
Seduti intorno a un tavolo rotondo abbiamo mangiato un panino al tonno con pomodorini conditi e bevuto una birra mentre le campane annunciano la mezzanotte.
Erano molti anni che ogni estate tornavo al mio paesino, ma questa volta era diverso i miei genitori non c'erano più.
Essi avevano pronosticato che dopo la loro morte, forse non sarei più tornata a casa, perché spesso, una volta spariti i genitori, il rapporto tra i fratelli si indebolisce e i figli sparsi per il mondo smettono di ritornare all'ovile. Invece io ero lì e di questo ero era molto felice.
Le giornate al mare sono state molto piacevoli. Nostra figlia, che era venuta con noi, aveva invitato alcuni amici che studiavano con lei a Madrid e così la casa ha recuperato il suo splendore.
Le persiane del primo piano erano aperte tutto il giorno e nella ringhiera del balcone, che si affaccia sulla strada, si vedevano sempre estesi alcuni teli da mare .
Al pian terreno, quando si tornava dal mare, l'acqua della doccia continuava a scorrere e spesso si formava una coda fuori dalla porta del bagno.
La sera, dal cortile si sentiva la musica proveniente dalla terrazza accanto alla stanza di mia figlia, quella che sempre abbiamo chiamato el quarto del avi1 perché mio nonno tutta la vita ci aveva dormito.
Nelle serate afose abbiamo portato il tavolo della cucina nel patio per poter cenare al fresco tutti insieme.
Una sera venne a visitarci quella che era stata la badante di mio padre. Abbiamo preso un tè freddo e chiacchierato a lungo, prima di mio padre e di quanto ci mancava e poi della sua famiglia, a un certo punto mi ha chiesto di aiutarla a trovare un altro posto di lavoro perché quello che attualmente aveva non le permetteva di usufruire nemmeno di un giorno di riposo alla settimana e lei aveva bisogno di stare con il marito e figli. Le ho risposto che avrei parlato con i miei cugini, zie e amiche per metterle al corrente della sua situazione.
La sua era una vita di sacrifici, però quando l' ho accompagnata alla porta mi ha detto che nonostante tutto lei aveva sempre cercato di trovare il lato positivo:
- per ora ho un lavoro anche se è massacrante e per qualche mese ancora mio marito riceverà un piccolo sussidio dallo Stato, così ogni mattina quando apro gli occhi mi sento un po' fortunata anche se accanto me non c'è lui, bensì la ricca signora.
Ci siamo lasciati dicendo che la vita poteva offrire molte sorprese e che la fortuna prima o poi avrebbe girato a suo favore.
Il giorno dopo mi ha chiamato e dalla voce subito ho notato che era molto felice.
Mi ha detto che avevano dato una buona notizia a suo marito:
- dato che in quel periodo era migliorata la situazione nell'aeroporto di Girona a causa dell’ aumento del traffico passeggeri, in autunno avrebbe potuto essere inserito di nuovo come guardia giurata.
Mio fratello è venuto a trovarci spesso quando veniva a lasciare o a prendere il suo furgone nel garage situato nel retro della casa. Si sedeva sulla poltrona di mio padre e trascorreva un po' tempo a chiacchierare con noi. Anche mia sorella è venuta ogni tanto a trovare sia noi che il gatto a cui è tanto affezionata.
Lentamente tutto prendeva il verso giusto e sentivo che la vita cominciava a scorrere di nuovo in quella casa.
Una notte, stranamente tiepida per essere la fine di agosto, in cui non soffiava un filo di vento, mentre ero seduta da sola nel patio mi sono resa conto che i miei genitori avevano smesso di proteggermi e di preoccuparsi per me, cosa che peraltro avevano fatto per tutta la loro vita. Forse quei forti legami si stavano allentando per poi ricomporsi verso altre persone.
- Non so se questo è negativo o positivo, mi sono detta.
I giorni scorrevano e quindi le nostre vacanze stavano finendo. Siamo riusciti a trascorrere con nostro figlio solo un paio di giorni, perché  era arrivato con un amico poco prima della nostra partenza per l' Italia. Lui  era rimasto con nostra figlia ancora per qualche giorno nella vecchia casa,  la quale  era rimasta viva fino a che l'ultimo vacanziere  aveva chiuso definitivamente la porta.

1 La stanza da letto del nonno        



Pubblicato da Josefina Privat Defaus alle 03:03 Nessun commento:
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lunedì 5 agosto 2013

El invitado inesperado













Llegó nuestro hijo a casa diciendo que le había llamado el chico con el que salía su hermana, quien le había dicho que quería darle a ella una sorpresa, presentándose al día siguiente en Firenze sin decirle nada. Le pedía además que en cuanto llegara el tren de Milán fuera a buscarlo a la estación.
Teníamos que procurar que ella estuviese en casa a las cinco de la tarde, sin embargo no tenía que escaparse de nuestras bocas nada de nada.
Aquella tarde bochornosa de julio estaba echada en la cama leyendo un libro, cuando oí que se movía la llave en la cerradura.
- Hola familia, ¿qué tal?. Dijo nuestro hijo desde la puerta
- Aparte del bochorno, requetebien!!. y tú ¿cómo estás ? le dije yo.
- Muy bien, voy a ducharme porque me muero de calor.
Su hermana seguía en su habitación trabajando para su tesis de final de carrera y no había notado nada.
Oí las ruedecitas de la maleta del novio que se movían por el pasillo.
Luego un grito de sorpresa y felicidad llenó toda la casa. Ella lloraba de alegría.
Cuando al cabo de un rato fui a su cuarto para saludar al invitado inesperado todavía se besaban y abrazaban.
Me dijo que recibir aquella visita había sido para ella una emoción tan grande que todavía no lograba creérselo, pues en realidad no iban a poderse ver hasta principios de septiembre cuando empezaran las clases en la Universidad de Madrid, donde los dos estudiaban.
- es un pequeño milagro ver aparecer delante de ti a la persona que quieres y añoras tanto porque está lejos, dijo ella.
Volví a mi cuarto y puse otra vez el libro en mis manos, pero mis pensamientos ya no estaban relacionados con la lectura sino con la llegada inesperada de U, a Barcelona. en primavera de 1977.
Había encontrado un trabajito que alcanzaba para mis gastos. Seleccionando facturas para un banco en una oficina un poco destartalada de un barrio periférico del norte de Barcelona, mi cabeza podía escaparse y pensar en U., mi gran amor.
Hacía pocos meses que nos habíamos conocido y ya nos echábamos de menos
El estudiaba arquitectura en Firenze y yo vivía en Barcelona. No me acababa de gustar la facultad que había escogido. Hacía el tercer curso de químicas y me quería especializar en bioquímica, pues la vida y sus misterios me interesaba mucho.
Pero los dos primeros cursos habían sido muy pesados y aburridos, sin embargo el tercero se presentaba peor pues, las clases teóricas y las prácticas, no me dejaban libre ni un minuto. Sentía que había algo en aquella carrera que no me convencía.
Claro que tenía que estudiar mucho, pero a eso ya estaba acostumbrada, en cambio lo que no me gustaba era estar todo el día envuelta en conceptos abstractos y fòrmulas químicas. Me hubiera gustado tocar con los pies el suelo y con las manos la vida, cosa que comprendí más tarde cuando me trasladé a estudiar Paleontologia en Firenze.
Por las noches deseaba leer una novela, pero cuando abría el libro me sentía culpable, pues sabía que debía estudiar. Me faltaba tiempo y eso me agobiaba.
En noviembre de 1976, hubo una vaga general en la universidad central de Barcelona y para mí fue un momento muy especial. Dejé los libros de química en los anaqueles y empecé a sentirme libre. Con mis compañeras de piso invitábamos a amigos a cenar, salíamos por la noche a menudo, dormíamos casi toda la mañana y por la tarde leía echada en mi cama.
En aquellos días de libertad conocí a U. quien, aprovechando del hecho que en su facultad tampoco había clases, pues los estudiantes la habían occupato , había salido de Genova en barco para Barcelona, con cuatro duros y un papelito doblado en el bolsillo, que unos amigos, quienes había conocido en Venecia aquel verano, le habían dado para invitarle a Barcelona.En el papel estaba  la dirección de uno de ellos.
Mientras ponía en su lugar las varias facturas, pensaba en que echaba mucho de menos a U. y en cuànto daría para poder estar a su lado.
Por las mañanas iba a clases y algunas tardes a trabajar. Pero aquel día no fui a la facultad, porque me habían pedido que fuera a clasificar facturas por la mañana.
U. había viajado casi 24 horas en barco y había llegado a media mañana al puerto de Barcelona.
Tocó el timbre, del piso de la calle Maestro Nicolau, que yo compartía con otras estudiantes, muchas veces pero nadie le contestó.
Por consiguiente se sentó en las escaleras y se puso a leer. Hacia las dos subía lentamente las escaleras, pues no me gustaba nada tomar el ascensor, pensando en lo que iba a prepararme para la comida, cuando lo vi sentado en los peldaños más altos, cerca de la puerta del piso.
Fue una emoción tan fuerte que no podía creer lo que veían mis ojos.
En aquel momento se abrió la puerta y apareció una compañera de piso que salía corriendo para ir a clases.
- no has oído el timbre, le pregunté.
- lo siento mucho, pero cuando duermo profundamente no hay quien me despierte, dijo ella bajando las escaleras deprisa.
Abrí la puerta y penetramos abrazados en el piso.
El mundo cambió, la tarde se volvió noche y la noche tarde.
Aquel día bochornoso de julio hacia el atardecer se refrescó después de una violenta tormenta típica de verano.
Abrí las ventanas y pensé que teníamos que celebrar la nueva y la vieja sorpresa.
Nuestros hijos salieron juntos a tomar un aperitivo y luego cada uno por su cuenta iban a cenar.
Puse la mesa para los dos y preparé manjares a base de verduras que a U. le gustan mucho.
Cuando U. llegó no sabía lo que íbamos a celebrar, viendo la mesa tan bien puesta y las velas encendidas, sin embargo cuando le conté que nuestra hija aquella tarde había tenido una visita inesperada en seguida recordó con deleite su llegada improvisa al piso de la calle Maestro Nicolau, que tanto me había sorprendido y maravillado.


Pubblicato da Josefina Privat Defaus alle 09:19 Nessun commento:
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giovedì 1 agosto 2013

Tortilla de patatas














Ricetta  della  tortilla de patatas

Ingredienti (per 6 persone )

1kg di patate (di buona qualità)
una cipolla media dorata
olio di oliva
sei uova
sale
padella antiaderente

Tagliate le patate a fette sottili
In una padella capiente scaldate l'olio e fatte cuocere le patate già salate,  prima a fuoco vivo e poi a fuoco lento. Coprite la padella con un coperchio, dopo qualche minuto aggiungete la cipolla tagliata fine, volendo si possono anche aggiungere 2 peperoni verdi piccoli.
Fatte cuocere il tutto per una mezz'ora fino a quando le patate saranno morbide.
Scolate le patate e le cipolle dall'olio.
Sbattete le uova, ma  prima va aggiunto un pizzichino di sale in ogni tuorlo, in una insalatiera e aggiungeteci le patate e la cipolla precedentemente cotte e mescolare il tutto.
Pulite bene la padella e mettete a scaldare un po' dell'olio. Una volta sarà calda (quasi fumante) gettate tutto il contenuto dell'insalatiera.
Fatelo cuocere per qualche minuto con un cucciaio pareggiatelo ai bordi, prima a fuoco vivo e poi lento.
Bisogna girare la frittata con molta attenzione con un piatto piano o con un coperchio.
Una volta girata fate cuocere per qualche minuto l'altra parte.
Quindi girate di nuovo e fatte la stessa operazione per almeno otto volte, così facendo la frittata rimane cotta anche dentro.
Passate la tortilla in un piatto ricoperto di carta assorbente
Asciugare con la carta da cucina l'olio rimasto nella superficie.
Tagliatela a spicchi quando sarà fredda.
Si può servire condita con appena un po' di aceto balsamico di Modena


Buon apetito
Buen provecho
Bon profit





Pubblicato da Josefina Privat Defaus alle 02:57 3 commenti:
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Es una finestra que s'obre dins de la vida, la meva i la dels altres, m'agrada explicar histories entrellaçades. Es una ventana que se abre dentro de la vida, de la mía y de la de los demás, me encanta contar historias entrelazadas. E' una finestra che si apre dentro della vita, della mia e di quella degli altri, mi piace raccontare storie intrecciate.
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