A
principios del siglo veinte el progreso iba corriendo deprisa en
todos los campos, sobre todo en Europa, Estados Unidos y en los
territorios coloniales de las grandes potencias mundiales. A finales
de los años veinte, al descubrir Alexander Fleming la penicilina,
muchas enfermedades provocadas por las bacterias pudieron ser curadas
y en pocos decenios la mortalidad se redujo. Se inventaron nuevos
utensilios y máquinas para que el trabajo fuera más sencillo y la
vida cotidiana menos dura. Todas esas mejorías ayudaron a olvidar un
poco los horrores de la Grande Guerra. España se mantuvo neutral
durante toda la Primera Guerra Mundial, sin embargo, en 1917 llegaron
los ecos de la revolución rusa, estallando una crisis social que
condujo al cierre de fábricas, quiebra financiera, incertidumbre
política,
movilizaciones proletarias,
huelgas, etc. Y para más inri en 1918 se propagó rápidamente la
pandemia de gripe española, llamada así porque los periódicos
españoles fueron los primeros en hablar de ella, pues eran los
únicos no sometidos a censura de guerra. La inestabilidad política,
el descontento del ejército por los desastres de la guerra de
Marruecos, la agudización de los conflictos sociales, la creciente
crisis económica y el auge de los nacionalismos, llevaron en 1923 al
golpe del Estado del General Miguel Primo de Ribera. El rey Alfonso
XIII no se opuso al golpe y nombró al general sublevado jefe del
gobierno y de las fuerzas militares. La dictadura autoritaria de
Primo de Ribera duró hasta la proclamación de la Segunda República
en 1931. En aquellos años en Cuba la Primera República también se
caracterizó por una inestabilidad continua, además de una
corrupción sistemática de sus gobernantes, una dependencia
económica muy peligrosa sobre el azúcar y una intervención directa
e indirecta por parte de Estados Unidos, Cuba no era dueña de sí
misma. Sea el pueblo cubano que el español sufrieron duras penas.
El
15 de abril de 1931, el día siguiente de la proclamación de la
Segunda República española, Mariano llamó por teléfono a su
hermano Francisco. Aquella mañana, al oír la noticia en la radio,
él y Felipe saltaron de alegría, pero Mariano pensó que era mejor
no sacar el tema con su hermano, pues se había vuelto monárquico,
detestando cada vez más a los republicanos.
-
Hola, Francisco. ¿Cómo estáis todos?
-
¡Qué alegría, Mariano! Hace tiempo que no llamas. Estamos bien
gracias a Dios. ¿Y vosotros?
-
Nosotros también vamos tirando.
-
¿Te has enterado de lo que ha ocurrido en España… en las últimas
elecciones? Ya te puedes imaginar lo irritado que estoy con la
proclamación de la Segunda República y con la huida del rey Alfonso
XIII a París. Espero que pase como en la primera República, que
dure muy poco, dijo tajante.
-
Yo sólo espero que no haya derramamiento de sangre, le contestó
serio Mariano.
Los
dos hermanos siguieron hablando un buen rato, se contaron los
pormenores de sus labores de labranza y antes de despedirse pasaron a
hablar de sus hijos y nietos.
-
Estamos muy divertidos con nuestros nietos, no voy a nombrártelos
todos, son más de veinte, le comentó Mariano, riendo.
-
“¡Mare
de Deu, vint nets!”
(Virgen Santa, veinte nietos) Yo por ahora sólo tengo ocho, dos por
cada hijo. Pero espero tener más, le contestó Francisco con una voz
apagada, denotando un poco de envidia hacia su hermano.
-
Lo importante no es el número de nietos sino que todos estén bien
de salud. A nosotros se nos murieron dos niñitas. ¿Te acuerdas de
que te lo conté en una carta?
-
Sí, y lo siento mucho - contestó Francisco - calló unos segundos y
de repente se animó a hablar de sus nietos - Teresa y Margarita, las
niñas de Cisco, son preciosas. Joan, el chico de mi María, es muy
inteligente. María, su melliza, está un poco delicada de salud... Y
si tú vieras lo graciosos que son José y Teresita, los chiquillos
de Pepet, mi hijo pequeño... En cambio, a Francisco y a Teresita,
los muchachos de Teresa, mi hija mayor, los veo bien poco, pues viven
cerca de La Bisbal.
-
Todos tus nietos llevan los mismos nombres: José, Teresa, María,
Francisco y Joan. ¡Qué lío me estoy haciendo! Le dijo Mariano, con
voz jovial.
-
¿Ya no te acuerdas? En Cataluña es tradición darles a los niños
los nombres de los padrinos de bautizo, que suelen ser los abuelos o
los tíos.
-
Claro que me acuerdo, yo también llamé a mi primogénito, Juan, el
nombre de nuestro hermano, que en paz descanse. Al segundo le pusimos
José y Teresa a la niña que vino después, para honrar a nuestros
padres... Cuando nacieron las pequeñas, Nieves les quiso poner a una
Ramona, como su madre, y a la otra Clotilde, como su abuela. Por
cierto, ¿cómo está Marieta? Hace mucho que no sé nada de ella.
-
Marieta, con la casa y el dinero que le dejó su difunto esposo, está
de maravilla. Dentro de la desgracia tuvo suerte. Le hacen compañía
las dos viudas que viven con ella. Son un poco estrafalarias, pero
buenas personas, le dijo Francisco, con voz alegre.
-
¿Y sus hijos? ¡Ya deben de ser mayores!
-
José y Engracia, están casados. El varón se fue a estudiar a la
Escuela Náutica de Barcelona. Siguió las huellas de su padre y
ahora es capitán en barcos de larga ruta. Engracia, en cambio, vive
en el pueblo.
Antes
de colgar. Francisco le dijo titubeante que Carmen, la esposa de
Cisco, se había recuperado del trastorno que había sufrido, después
de la muerte de Teresita, su primera hija.
-
Perdona, no te he entendido bien. ¿Qué trastorno?
-
Al fallecer la niña tras una gripe mortal, Carmen se puso mala, no
quería levantarse de la cama. Fue tan horrible para todos perder a
nuestra niña de dos años, tan bonita y cariñosa. Sin embargo,
cuando mi nuera tuvo fuerzas, se levantó, pero no la dejábamos
salir de casa. Parecía que había perdido el juicio y no queríamos
que en el pueblo se supiera.
-
No sabía nada. No me lo escribiste.
-
Perdona, estábamos tan afligidos que no se lo dijimos a nadie.
-
Yo creo que hubiera sido mejor para Carmen salir un poquito, para
distraerse.
-
Lloraba y solo sabía decir: La
meva petita, la meva petitona!
(Mi niña, mi niñita). Nos repetía sin cesar que se la habían
robado. Por suerte ya todo ha pasado y ahora ella está mucho
mejor... Estuvo delicada unos años, le costó quedarse de nuevo
embarazada, pero lo consiguió... Todos sufrimos mucho en aquella
época.
-
¿Por qué no me lo contaste? Yo os hubiera aconsejado ir a ver a un
especialista de Barcelona.
-No
te lo dijimos para no apenarte… El médico del pueblo la curó
bien.
-
Estoy contento de que ahora esté mejor.
-
Sí, ahora todos esperamos que Carmen se quede de nuevo embarazada y
que después de dos niñas tenga un varón.
Mariano,
cuando colgó el auricular, pensó en la gente de Malgrat que vivía
con miedo de que los demás descubrieran sus desgracias y por eso las
escondía. Los cubanos, en cambio, no se avergonzaban de su mala
racha, se contaban sus penas y parar ellos compartirlas era una forma
de curarlas.
En
1933, tras un golpe de estado de oficiales del ejército cubano,
Batista se hizo con el poder y fue abriéndose camino gradualmente en
el vacío político entre las facciones corruptas de un gobierno
agonizante. A partir de 1934, Batista ejerció como jefe del Estado
Mayor. Mariano y Felipe estaban preocupados por aquel golpe de
estado, pero esperaban que las cosas no fueran de mal en peor.
Una
tarde, Felipe le dijo a Mariano que era un buen momento para arreglar
sus cargos pendientes. Mariano le escribió una carta a su hermano,
pidiéndole que se informara de sus cargos judiciales, pues se había
enterado de que durante los primeros años de la Segunda República
española hubo varias amnistías, para cargos políticos y civiles.
Al
cabo de tres meses lo llamó para ver si se había enterado de algo:
-
Mariano tengo buenas noticias para ti, estaba a punto de escribirte
para decirte que ya no tienes penas pendientes. Ya puedes volver a
Cataluña. Mi casa es tu casa, le dijo Francisco.
-
Te lo agradezco, me gustaría volver, pero ya soy viejo para un viaje
tan largo, sólo espero que al menos uno de mis hijos o de mis nietos
algún día pueda ir a veros.
Felipe
le dijo a Mariano que si quería lo acompañaría él a España, pero
Mariano le contestó que ya no le quedaban ni fuerzas, ni ánimos
para volver a su patria, pero que se lo agradecía de corazón.
Dos
años más tarde, le llamó por teléfono su hermano Francisco, era
el 18 de julio de 1936. Al oír la voz de la operadora, Mariano
pensó que era bien raro recibir una conferencia de España, pues
generalmente era él quien llamaba o quien escribía a su hermano. Le
sabía mal admitirlo, pero desde que falleció su madre, los
contactos con su familia catalana, poco a poco, iban menguando.
-
Acaba de estallar la guerra civil, le dijo Francisco con voz
preocupada.
-
¡Lo que menos le faltaba a España era una guerra civil! Le dijo
Mariano, afligido.
Mariano
se apenó de que la Segunda República hubiera durado pocos años y
durante varios días le dolió la cabeza, de lo preocupado que estaba
por aquel conflicto absurdo. Él, que había pasado más de una
guerra y visto tantas calamidades, no lograba aceptarlo, sentía un
dolor profundo, sufriendo por su patria y por su familia catalana. A
partir de aquella noticia ya nadie más de la familia Defaus-Herrera
volvió a hablar de emprender un viaje a España.
En
aquellos días de congoja, Mariano transcurrió muchas horas de
charla con Felipe, buscando el porqué de la guerra entre hermanos.
-
Creo que la inestabilidad política y económica de España en los
varios gobiernos de la Segunda República derive de las numerosas
reformas liberales que pretendían cambiar la sociedad de manera tan
radical. - Felipe dejó de hablar unos segundos y retomó su
reflexión: - Para mí fueron demasiado rápidos los cambios
propuestos por los republicanos.
-
Sí, las reformas de los republicanos fueron traumáticas y, como tú
dices, en gran medida fueron responsables del estallido de la guerra.
Estoy pensando en la reforma agraria y también en la reforma
militar, replicó Mariano.
-
Sí, los latifundistas se opusieron con mucha fuerza al expropiar sus
tierras y fueron apoyados por los burgueses conservadores, exclamó
Felipe.
-
Eso pasó sobre todo en el sur de España, donde había muchos
latifundios. Pero por lo que me dijo mi hermano Francisco, lo que
acarreó más protestas fue el tema religioso. Tanto los ricos como
los pobres, y por supuesto los clérigos, se opusieron cuando le
quitaron poder a la Iglesia.
-
Los republicanos no contaron con que la mentalidad de la mayor parte
de los españoles no estaba preparada para estas reformas
extremamente liberales. Los matrimonios civiles, el divorcio, y la
eliminación de la educación religiosa, fueron medidas que chocaron
frontalmente con los principios de la moral católica, le comentó
Felipe.
-
También influyeron las reivindicaciones regionales de Cataluña,
País Vasco y Galicia. Cuando la República les otorgó derechos de
autogobierno, provocó encendidas críticas por parte de la derecha y
de los militares. Vieron en esos derechos un principio de
independencia de ciertas zonas del país y un riesgo de desmembración
de España, dijo Mariano.
-
¿Has mencionado la reforma militar, no? Si no me equivoco, consistía
en la reorganización de la antigua y complicada estructura
jerárquica, con la eliminación, a través de la jubilación
anticipada, de un gran número de oficiales. Eso no les gustó a los
militares y creó una fuerte y peligrosa oposición contra el
gobierno, le dijo Felipe.
-
¡No me hables de militares! Ten en cuenta que el ejército español
siempre ha tenido mucho poder y tantos privilegios, exclamó Mariano.
-
Bueno, dejemos de hablar de los defectos de la República y pensemos
en que, a pesar de todos los obstáculos que se le presentaron y de
su corta vida, dotó a España de una Constitución avanzada, otorgó
el voto a las mujeres y construyó muchas escuelas. Además, inició
un tímido reconocimiento de la pluralidad nacional e intentó
disminuir las desigualdades sociales y la intervención militar, dijo
Felipe sonriendo.
A
mitad de los años treinta del novecientos, los dueños de las
fincas, Esperanza y Aguaviva, estaban rondando los ochenta años y
cada uno iba envejeciendo a su manera. Mariano se había vuelto más
hogareño, sus hijos y sus capataces se ocupaban totalmente de la
labranza y de la venta de la cosecha. A Nieves no le faltaba energía,
no podía estar quieta, horneando pan o cociendo cacharros en la
alfarería. Felipe aprendió a conducir y se compró un automóvil,
pero no abandonó su carro de caballos, siguió cogiéndolo a menudo.
Iba cada día a la escuela a leerles un cuento a los niños y a
darles ánimos a los maestros para que siguieran aquella noble labor.
Olivia, en cambio, hacía tiempo que no se acercaba al colegio, había
ido perdiendo entusiasmo por los niños y salía poco de casa.
Felipe, a media mañana, solía ir a recoger a Mariano para llevarlo
a la tertulia del Café de Las Ovas o al Casal
de Catalans de
Pinar del Río. Allí se reunían con otros catalanes que se habían
establecido en la zona. Sin embargo, cada dos o tres meses lo llevaba
en automóvil a Consolación del Sur, donde vivía un tal José Prats
Pla, un compaisano suyo, un poco más joven que él. Mientras iban en
coche, Mariano solía contarle anécdotas de la familia Prats:
En
1830 los hermanos, Mariano y José Prats Roura, salieron de Malgrat
hacia Cuba, con pocas monedas de plata en los bolsillos, pero no se
sabe cómo lograron hacerse ricos invirtiendo sus cuatro chavos en
plantaciones de tabaco. En 1860, cargados de dinero, decidieron
volver a su pueblo natal donde se hicieron construir dos espléndidas
mansiones. El mayor de los hermanos Prats, decidió quedarse en su
tierra natal y se trajo a su familia y a dos criadas negras. El
matrimonio Prats tuvo sólo niñas, cuatro en Cuba y dos en Cataluña,
quizás por eso el hombre, viendo que no llegaba ningún varón,
vendió su parte de la hacienda de Consolación del Sur a su hermano
José y se quedó definitivamente en Malgrat. Su esposa, María de la
Cruz Santana, era una criolla, de piel color avellana, con tupida
cabellera rizada que se enroscaba alrededor de la cabeza y recogía
en un moño. De su hermoso rostro destacaban sus vivarachos ojos
negros y en sus orejas colgaban sus largos pendientes labrados de
plata chapada que le daban un aire señorial.
Las
mujeres del pueblo la miraban de reojo cuando pasaba, y al doblar
ella la esquina murmuraban:
-
¡Esos pendientes son demasiados vistosos! Ni que fuera una
marquesa. ¡Y no se los saca de encima! Decía una.
-
No seas envidiosa. Ya os gustaría a vosotras ser tan guapas como
ella, le replicaba la otra.
A
la criolla y a sus dos criadas, les costó adaptarse al clima y a las
costumbres españolas. Durante los primeros tiempos se las veía por
el pueblo, abrigadas con gorros y bufandas y con la mirada perdida,
como si estuvieran totalmente desubicadas.
Las
mujeres ricas del pueblo empezaron a invitar al matrimonio Prats en
las reuniones mundanas y Maria de la Cruz poco a poco fue acogida y
respetada por la comunidad. En cambio, a Hilda y Lupe, las dos
criadas, les costó ser aceptadas por la población, que las miraba
de reojo cuando cruzaban deprisa y corriendo las calles para ir a
comprar a las tiendas o al mercado. Lupita era la más asustadiza y
de llanto fácil cuando se sentía rebajada por su color de la piel.
Un día Lupe, enjugándose las lágrimas, le dijo a Hilda:
-
Hildita, somos las únicas negras de la comarca. Durante mi vida he
sufrido muchas humillaciones, pero la peor es la de ahora. ¡Me
siento sucia entre la gente blanca! En las plantaciones todos los
esclavos éramos negros o mulatos. ¡Cuánto extraño a mis negritos!
-
No pienses en ello. Aquí comemos cada día, dormimos en un catre y
vivimos en una linda casa a pocos pasos del mar. Además nuestra
dueña nos trata bien.
-
A veces nos grita.
-
¡Eso cuando está nerviosa! Lupita, tienes que mirar lo bueno y no
lo malo, le contestaba Hilda, con una voz meliflua que infundía
tranquilidad.
Los
domingos las dos criadas negritas iban a la misa de las once con su
ama, que se engalanaba tal como había visto que hacían las mujeres
ricas del pueblo.
-
¿Para qué se emperifollan tanto esas mujeres, si el Mosén en los
sermones nos dice que hay que ser sencillos y humildes? Le preguntaba
Lupe a Hilda.
El
cura empezó a encariñarse con ellas y las invitaba a recitar
oraciones. Hilda y Lupe aprendieron a rezar y los feligreses, al ver
aquellas chicas tan devotas, perdieron su desconfianza en ellas. Las
dos criadas no se emparejaron, pues no les salió ningún
pretendiente del pueblo, pero ellas nunca lo habían esperado y con
los años se acostumbraron al nuevo país y siguieron cuidando a su
dueña y a su familia hasta la muerte.
José
Prats Roura, el hermano pequeño, enviudó muy pronto; su esposa,
Antonia Pla, era una mujer enfermiza que no soportó el largo viaje y
a los pocos meses de llegar a España se murió. El viudo Prats y sus
dos hijos varones, José y Juan, iban y venían de Cuba cada dos por
tres para ocuparse de sus negocios, que a partir del 1898, con la
llegada de los americanos, empezaron a ir de mal en peor. Los dos
muchachos Prats, no tuvieron tanta suerte como su padre, pues a causa
de los desastres de la guerra, de la competencia de los financieros
americanos y de varias calamidades naturales, las ganancias fueron
cada vez más escasas. En los años veinte, Juan Prats se cansó de
los viajes y vendió su parte de la hacienda tabaquera a su hermano
José, que siguió haciéndose cargo de la empresa.
Cuando
Mariano paraba de hablar, Felipe le decía, bromeando:
-
¿Vamos a Malgrat?
-
No digas tonterías. ¡Yo no me aguanto de pie! Le contestaba él,
riendo.
A
Mariano le gustaba ir a la finca de José Prats Pla, para charlar y
tener noticias de Malgrat, sobre todo iba a verle cuando acababa de
llegar de Barcelona.
A
finales de enero de 1934, estuvo impaciente por la llegada de su
compaisano, pues quería que le contara el gran acontecimiento del 19
de noviembre de 1933, el domingo electoral más esperado de la
historia, donde por primera vez el voto de las mujeres se unió al de
los hombres en las segundas elecciones convocadas por la República.
Sin embargo, a medida que pasaban los años, Mariano se dio cuenta de
que se había hecho viejo para montar a caballo y esperaba, como agua
de mayo, a que Felipe lo llevara en coche a Consolación del Sur.