Elvira suele levantarse y acostarse temprano. Antes de meterse en la cama, prepara la ropa que va a ponerse la mañana siguiente. Trata de sacarse de encima lo antes posible las tareas del hogar. No soporta ver ropa acumulada: la saca húmeda del tendedero, la dobla, enciende la radio y se pone enseguida a planchar. Empieza a lavar la verdura o a guisar alguna cosa para la cena a media tarde, para no verse obligada a improvisar en el último momento. Va al mercado antes de que la despensa o la nevera comiencen a vaciarse.
En el trabajo, solía buscar con anticipación el
material que necesitaba para sus clases; a veces era tal su afán que con pocos días de diferencia preparaba dos veces la misma lección.
Su
esposo le decía bromeando:
- ¡Con tu manía de planificar,
hasta tu muerte querrás anticipar!
Cuando tenía que emprender
un viaje, le gustaba prepararse con antelación. Su marido, los
veranos, cuando los niños eran pequeños, se encargaba de organizar
viajes itinerantes por Europa. Ahora que estaba jubilado se había
relajado y no quería planear nada más.
Elvira, a pesar de sus
angustias y temores, había logrado organizar algunos viajes con su
esposo: fueron a N. York, a las Canarias y a Creta, pero todo eso antes
de la pandemia.
En 2020 tenían planeado ir a Marruecos para las
vacaciones de Semana Santa, pero debido a la cuarentena tuvieron que
desistir. Elvira guardó todo el material que había recopilado en
una carpeta.
Le gustaba mucho su trabajo de profesora, pero a causa de la
enseñanza a distancia, se sentía cansada y un poco desanimada.
Durante el confinamiento se sentaba después del almuerzo para leer
una hora o más, eso le relajaba mucho.
Cuando volvió a la
escuela, después de tantos días, no sintió la alegría que solía
sentir siempre. Entonces empezó a mirarse a sí misma desde fuera:
observando detenidamente los ritmos, el estrés, los horarios, las
envidias o celos profesionales entre profesores, decidió cambiar de vida, jubilándose. Tenía sesenta y
cinco años.
Los meses pasaron rápidamente y, mientras tanto,
su hija tuvo un bebé. Elvira se olvidó del viaje pendiente a
Marruecos y se concentró en ir a Madrid, para visitar a su
nieto.
Una tarde de principios de primavera fueron a cenar a
casa de unos amigos, donde entre los invitados había una pareja muy
simpática que dijo que quería ir a Argentina.
- ¿Por qué no
venís con nosotros? Nos gustaría ir en noviembre, dijo Sara.
-
No sería una mala idea, le contestó Elvira.
- He soñado con
este viaje durante muchos años, dijo Mauro, el marido de
Sara.
Elvira sabía que sería un viaje largo y para nada fácil,
pero le encantaba el hecho de que Mauro hubiera vivido en Argentina
hasta los quince años y que luego con su familia italiana hubiera
regresado a Italia. Le parecía una cosa emocionante que Mauro
volviera a Argentina después de sesenta años de ausencia.
En
mayo Elvira empezó a mirar por Internet los vuelos para Buenos Aires
y a recopilar material para el viaje. Pero ella notaba que su esposo
no estaba muy involucrado y que para Sara y Mauro era muy temprano
sacar el boleto de avión.
En
verano fueron a España, primero a visitar a su hija y a su
nieto y luego descansaron unos días en la playa. A mediados de
agosto Elvira volvió a sentir ansiedad, pensando en el viaje a
Argentina; sufría por el hecho de no haber concretado nada. Miró
otra vez los vuelos y vio que el precio había subido bastante.
Inmediatamente llamó a Sara, que todavía estaba de vacaciones en la
playa con su esposo.
- Esta noche hemos invitado a cenar a unos amigos argentinos que viajan mucho y que siempre consiguen vuelos baratos, ya te contaré, le dijo Sara.
- He visto que los vuelos son demasiado caros saliendo cuando habíamos dicho, pero a nosotros nos iría mal cambiar la fecha. Sentiría mucho que no pudierais emprender el viaje por nuestra culpa.
- No te preocupes, sabemos que sería lindo hacer este viaje juntos, pero si no podemos, no pasa nada, dijo Sara.
A Elvira le hubiera gustado
poder coincidir con Sara y Mauro para entender bien las necesidades
de cada uno, pero no fue posible. A finales de agosto Sara y Mauro,
aplazando quince días la fecha del viaje, encontraron boletos de
avión bastante baratos. Elvira y su marido no podían salir con
ellos, pues querían ir a Madrid en aquellos días. Sara y Mauro tampoco estaban convencidos de postergar el
viaje a la primavera siguiente, como les propuso Elvira, y al final decidieron
marcharse solos.
Elvira estaba un poco apenada, pero quizás
también aliviada: por fin podía descargar la ansiedad
acumulada. Le dijo a su marido al día siguiente:
- Ya que se ha
esfumado el viaje a Argentina, ¿qué te parece si vamos los dos a
Marruecos?
- Me parece una buena idea, pero no tengo ganas de
organizar nada.
- ¿Por qué no vamos a una agencia de viajes?
-
Si te ocupas tú de ello, a mí me parece bien.
Elvira acudió
a la agencia al día siguiente un poco titubeante:
- ¿Quién
sabe qué gira me propondrán? ¿Y cuántas cosas fallarán en las
excursiones? No quiero pensar en eso, se decía.
Las
explicaciones de la chica de la agencia convencieron a Elvira y tras
comentarlo con su marido eligieron el recorrido de las ciudades
imperiales.
Y así fue como por primera vez participaron en un
viaje organizado.
Todo salió mejor de lo esperado. Ibrahim, el
guía, era bueno y agradable. El grupo de participantes era
heterogéneo, formado por italianos, españoles, mexicanos,
portugueses y brasileños. La edad media rondaba los cincuenta años.
La mayoría de los participantes eran novios o matrimonios, pero
también había un grupo de amigos. Ibrahim hablaba bien italiano y
español y de vez en cuando añadía un poco de portugués. Todo
transcurrió sin problemas y no hubo ni retrasos ni contratiempos.
Elvira, charlando, charlando, se hizo amiga de tres parejas, una de Valencia,
otra de México y otra del norte de Italia.
La gente que encontraron por la calle, en los hoteles,
en las plazas y en todos los lugares interesantes que visitaron era
amable y servicial. Recorrieron muchos kilómetros, atravesando
diferentes regiones de Marruecos en autocar. Todas las mañanas se
levantaban temprano y por la noche caían muertos de cansancio.
Siendo principios de octubre, el aire era cálido. Por la noche, si
no hubieran sacado de las camas los edredones que los hoteleros se
empeñaban en ponerles, no habrían podido dormir.
Una tarde en
Fez, Elvira decidió bañarse en la piscina del hotel. Apenas se tiró
al agua sintió que estaba helada, parecía que venía de las
montañas. Trató de nadar, pero a pesar de que se moviera
rápidamente no lograba calentarse.
- Esperemos que no me ponga
enferma, pensó.
Se apresuró a regresar a su habitación para
tomar una ducha caliente. Pero por suerte esa noche durmió bien y olvidó el
agua helada.
Al cabo de dos días, en Marrakech, empezó a
toser y le salió un fuerte resfriado. Elvira pensó que era culpa
de la piscina. Cuando subían al autobús, se ponía la mascarilla
para no contagiar a otros su resfriado. Los últimos dos días se
sintió cansada y para no perder la visita a la Medina y a la famosa
plaza, decidió tomar una aspirina.
El viaje de vuelta fue un
poco pesado, por el madrugón y porque en el aeropuerto Elisa no paraba de
estornudar y de toser. En el avión, junto a ella, había una señora
alta y gorda con un traje típico marroquí. Elvira y su esposo eran
los únicos del avión que llevaban mascarillas.
Ella hubiera
querido gritar:
- ¡Pónganse mascarilla!
Al ver que su
vecina tenía el rostro bien cubierto con un velo beige, se relajó y
se quedó dormida.
Cuando llegaron a casa, inmediatamente se
hicieron la prueba de Covid y descubrieron que eran positivos.
Tuvieron que permanecer encerrados en casa durante más de una
semana.
Elvira aprovechó los largos días para leer, escribir y
ordenar su estudio.
Encontró la carpeta con todo el material
que había recopilado para su primer viaje a Marruecos.
Le
mostró a su esposo el itinerario detallado que había preparado dos
años antes y que luego olvidó en un estante.
- ¡Yo siempre te
lo digo, queriendo llevar ventaja en todo, trabajas el doble!
-
Sí, pero el viaje fue tan bonito que esta vez valió la pena, dijo
Elvira.
Que suerte la nuestra de que Elvira decidiera contratar ese bonito viaje organizado. Gracias Elvira por habernos dado el placer de conoceros.
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