martedì 18 ottobre 2022

La ansiedad de Elvira

 

Elvira suele levantarse y acostarse temprano. Antes de meterse en la cama, prepara la ropa que va a ponerse la mañana siguiente. Trata de sacarse de encima lo antes posible las tareas del hogar. No soporta ver ropa acumulada: la saca húmeda del tendedero, la dobla, enciende la radio y se pone enseguida a planchar. Empieza a lavar la verdura o a guisar alguna cosa para la cena a media tarde, para no verse obligada a improvisar en el último momento. Va al mercado antes de que la despensa o la nevera comiencen a vaciarse.

En el trabajo,  solía buscar con anticipación el material que necesitaba para sus clases; a veces era tal su afán que con pocos días de diferencia  preparaba dos veces la misma lección.
Su esposo le decía bromeando:
- ¡Con tu manía de planificar, hasta tu muerte querrás anticipar!
Cuando tenía que emprender un viaje, le gustaba prepararse con antelación. Su marido, los veranos, cuando los niños eran pequeños, se encargaba de organizar viajes itinerantes por Europa. Ahora que estaba jubilado se había relajado y no quería planear nada más.
Elvira, a pesar de sus angustias y temores, había logrado organizar algunos viajes con su esposo:  fueron a N. York,  a las Canarias y a Creta, pero todo eso antes de la pandemia.
En 2020 tenían planeado ir a Marruecos para las vacaciones de Semana Santa, pero debido a la cuarentena tuvieron que desistir. Elvira guardó todo el material que había recopilado en una carpeta.
Le gustaba mucho  su trabajo de profesora, pero a causa de la enseñanza a distancia, se sentía cansada y un poco desanimada. Durante el confinamiento se sentaba después del almuerzo para leer una hora o más, eso le relajaba mucho.
Cuando volvió a la escuela, después de tantos días, no sintió la alegría que solía sentir siempre. Entonces empezó a mirarse a sí misma desde fuera: observando detenidamente los ritmos, el estrés, los horarios, las envidias o celos profesionales entre profesores, decidió cambiar de vida, jubilándose. Tenía sesenta y cinco años.
Los meses pasaron rápidamente y, mientras tanto, su hija tuvo un bebé. Elvira se olvidó del viaje pendiente a Marruecos y se concentró en ir a Madrid, para visitar a su nieto.
Una tarde de principios de primavera fueron a cenar a casa de unos amigos, donde entre los invitados había una pareja muy simpática que dijo que quería ir a Argentina.
- ¿Por qué no venís con nosotros? Nos gustaría ir en noviembre, dijo Sara.
- No sería una mala idea, le contestó Elvira.
- He soñado con este viaje durante muchos años, dijo Mauro, el marido de Sara.
Elvira sabía que sería un viaje largo y para nada fácil, pero le encantaba el hecho de que Mauro hubiera vivido en Argentina hasta los quince años y que luego con su familia italiana hubiera regresado a Italia. Le parecía una cosa emocionante que Mauro volviera a Argentina después de sesenta años de ausencia.
En mayo Elvira empezó a mirar por Internet los vuelos para Buenos Aires y a recopilar material para el viaje. Pero ella notaba que su esposo no estaba muy involucrado y que para Sara y Mauro era muy temprano sacar el boleto de avión.
En verano fueron a España, primero a visitar a su hija y a su nieto y luego descansaron unos días en la playa. A mediados de agosto Elvira volvió a sentir ansiedad, pensando en el viaje a Argentina; sufría por el hecho de no haber concretado nada. Miró otra vez los vuelos y vio que el precio había subido bastante. Inmediatamente llamó a Sara, que todavía estaba de vacaciones en la playa con su esposo.

- Esta noche hemos invitado a cenar a unos amigos argentinos que viajan mucho y que siempre consiguen vuelos baratos, ya te contaré, le dijo Sara.

- He visto que los vuelos son demasiado caros saliendo  cuando habíamos dicho, pero a nosotros nos iría mal cambiar la fecha. Sentiría mucho que no pudierais emprender el viaje por nuestra culpa. 

- No te preocupes, sabemos que sería lindo hacer este viaje juntos, pero si no podemos, no pasa nada, dijo Sara.

A Elvira le hubiera gustado poder coincidir con Sara y Mauro para entender bien las necesidades de cada uno, pero no fue posible. A finales de agosto Sara y Mauro, aplazando quince días la fecha del viaje, encontraron boletos de avión bastante baratos.  Elvira y  su marido no podían salir con ellos, pues querían ir a Madrid en aquellos días. Sara y Mauro tampoco estaban convencidos  de postergar el viaje a la primavera siguiente, como les propuso Elvira, y al final decidieron marcharse solos.
Elvira estaba un poco apenada, pero quizás también aliviada: por fin podía descargar la ansiedad acumulada. Le dijo a su marido al día siguiente:

- Ya que se ha esfumado el viaje a Argentina, ¿qué te parece si vamos los dos a Marruecos?
- Me parece una buena idea, pero no tengo ganas de organizar nada.
- ¿Por qué no vamos a una agencia de viajes?
- Si te ocupas tú de ello, a mí me parece bien.

Elvira acudió a la agencia al día siguiente un poco titubeante:
- ¿Quién sabe qué gira me propondrán? ¿Y cuántas cosas fallarán en las excursiones? No quiero pensar en eso, se decía.

Las explicaciones de la chica de la agencia convencieron a Elvira y tras comentarlo con su marido eligieron el recorrido de las ciudades imperiales.
Y así fue como por primera vez participaron en un viaje organizado.
Todo salió mejor de lo esperado. Ibrahim, el guía, era bueno y agradable. El grupo de participantes era heterogéneo, formado por italianos, españoles, mexicanos, portugueses y brasileños. La edad media rondaba los cincuenta años. La mayoría de los participantes eran novios o matrimonios, pero también había un grupo de amigos. Ibrahim hablaba bien italiano y español y de vez en cuando añadía un poco de portugués. Todo transcurrió sin problemas y no hubo ni retrasos ni contratiempos. Elvira, charlando, charlando, se hizo amiga de tres parejas, una de Valencia, otra de México y otra del norte de Italia.
La gente que encontraron por la calle, en los hoteles, en las plazas y en todos los lugares interesantes que visitaron era amable y servicial. Recorrieron muchos kilómetros, atravesando diferentes regiones de Marruecos en autocar. Todas las mañanas se levantaban temprano y por la noche caían muertos de cansancio. Siendo principios de octubre, el aire era cálido. Por la noche, si no hubieran sacado de las camas los edredones que los hoteleros se empeñaban en ponerles, no habrían podido dormir.
Una tarde en Fez, Elvira decidió bañarse en la piscina del hotel. Apenas se tiró al agua sintió que estaba helada, parecía que venía de las montañas. Trató de nadar, pero a pesar de que se moviera rápidamente no lograba calentarse.
- Esperemos que no me ponga enferma, pensó.
Se apresuró a regresar a su habitación para tomar una ducha caliente. Pero por suerte esa noche durmió bien y olvidó el agua helada.
Al cabo de dos días, en Marrakech, empezó a toser y le salió un fuerte resfriado. Elvira pensó que era culpa de la piscina. Cuando subían al autobús, se ponía la mascarilla para no contagiar a otros su resfriado. Los últimos dos días se sintió cansada y para no perder la visita a la Medina y a la famosa plaza, decidió tomar una aspirina.
El viaje de vuelta fue un poco pesado, por el madrugón y porque en el aeropuerto Elisa no paraba de estornudar y de toser. En el avión, junto a ella, había una señora alta y gorda con un traje típico marroquí. Elvira y su esposo eran los únicos del avión que llevaban mascarillas.
Ella hubiera querido gritar:
- ¡Pónganse mascarilla!
Al ver que su vecina tenía el rostro bien cubierto con un velo beige, se relajó y se quedó dormida.
Cuando llegaron a casa, inmediatamente se hicieron la prueba de Covid y descubrieron que eran positivos. Tuvieron que permanecer encerrados en casa durante más de una semana.
Elvira aprovechó los largos días para leer, escribir y ordenar su estudio.
Encontró la carpeta con todo el material que había recopilado para su primer viaje a Marruecos.
Le mostró a su esposo el itinerario detallado que había preparado dos años antes y que luego olvidó en un estante.
- ¡Yo siempre te lo digo, queriendo llevar ventaja en todo, trabajas el doble!
- Sí, pero el viaje fue tan bonito que esta vez valió la pena, dijo Elvira.








1 commento:

  1. Que suerte la nuestra de que Elvira decidiera contratar ese bonito viaje organizado. Gracias Elvira por habernos dado el placer de conoceros.

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