giovedì 14 aprile 2022

La cadena

 


Blanca se despertó. Movió la cabeza mirando el cuerpo quieto que estaba a su lado. Al cabo de pocos minutos Marcos empezó a moverse y a tocarle los pies, entonces ella se levantó y abrió la ventana del dormitorio de par en par. Era un domingo soleado. Blanca volvió a la cama. Marcos espabilado, le sonrió y acabó de desperezarse estirando los brazos hacia arriba.

- ¿Por qué no vienes conmigo a dar una vuelta en bici? Le preguntó él.

- Me duele un poco la muñeca, ayer la esforcé haciendo yoga, pero si la vuelta es corta, me apunto, le contestó Blanca.

- Vayamos por la zona de San Polo.

- Vale, dijo ella.

Desayunaron de buen humor y se vistieron para salir.

A Blanca le encantaba ir en bici despacio. En cambio Marcos pedaleaba deprisa y la dejaba rezagada. Él iba a menudo en bici con un grupo de amigos, sin embargo de vez en cuando también le apetecía dar una vuelta más relajada con su mujer.

A ella las subidas muy empinadas le daban un poco de apuro, tampoco le gustaba mucho eso de cambiar piñones.

Blanca solía usar el plató del medio e iba cambiando piñones según la pendiente de la carretera. Pero aquella mañana en la mitad de la subida más empinada cambió plató. Enseguida oyó un ruido raro mientras pedaleaba y sintió que la cadena no giraba bien.

Blanca bajó de la bici para ver qué es lo que le estaba fallando. Se dio cuenta de que iba arrastrando la cadena por el suelo.

- Marcos, párate. Se me ha roto la cadena, le gritó Blanca.

- Vale. Ahora voy.

Marcos dio media vuelta, alcanzó a Blanca y se bajó de la bici. No tardó ni un minuto en darse cuenta de que la cadena se había quebrado y que no llevaba consigo la herramienta para reparar cadenas.

- No hay nada que hacer. Creo que lo mejor sería llamar a Andrés para que coja el coche y venga a recogerte.

- No quiero molestar a mi hermano.

Marcos desmontó la cadena y sus manos se le pusieron negras de grasa.

- Te pongo la cadena debajo del sillín y me quedo contigo, le dijo Marcos.

- Me sabe muy mal que no sigas el recorrido, con el día tan bonito que hace. Sigue adelante, yo ya me apañaré.

- ¡Llama a Andrés!

Al final Blanca se dejó convencer y lo llamó.

Andrés no contestó, más tarde supieron que aquella mañana se había dejado olvidado el móvil encima de la mesa de la cocina.

- Verás que estará ocupado y no podrá recogerme en coche. Tu sigue, yo puedo volver a casa andando, son unos diez kilómetros, le dijo Blanca a Marcos.

- Sentémonos y esperemos juntos.

- De ninguna manera. Tú sigue adelante.

Tras algunos minutos Blanca decidió seguir su plan, aunque a Marcos no le gustara. Marcos se sentó en una ladera de la carretera, mirando a su mujer que se había empeñado en ir cuesta abajo.

Blanca subió a la bici sin cadena y bajó el cerro hasta Capannuccia, el pueblecito más cercano.

En Capannuccia se paró en frente de la verja de un el jardín, donde una mujer regaba las flores.

- Oiga, perdone ¿Sabe si hay alguien en el pueblo que repare bicicletas?

- Pues no, el que lo hacía murió hace un par de años, pero hay unos mecánicos que lo arreglan todo. Vaya todo derecho y luego  de la vuelta a la izquierda, es la última casa de la calle. Pregunte allí por los hermanos Guerrini.

- Muchas gracias.

Blanca se dirigió a la vivienda de los Guerrini. Tocó el timbre y la atendió un hombre corpulento de unos cincuenta años. Cuando Blanca le contó su desventura y le pidió ayuda, el hombre fue a llamar a su hermano.

Un hombre idéntico al primero salió de la casa. Uno de los gemelos fue a buscar la caja de herramientas, el otro abrió la cancela del jardín y puso la bici de Blanca boca abajo.

- Las cadenas se atan con troncha cadenas, pero desgraciadamente nosotros no tenemos esa herramienta, dijo el primero, que era más tímido

- Si quiere podemos intentar arreglarle la cadena con alicates, dijo el otro hermano, que era más decidido.

-Ojalá lo consiguieran, dijo Blanca contenta.

El gemelo más mañoso con una pinza intentó pegar la cadena, el otro le iba pasando las herramientas.

Marcos llamó a Blanca para decirle que él también había hecho marcha atrás y que estaba buscándola en Grassina, otro pueblo más cercano a Firenze.

- He recorrido la carretera dos veces, arriba y abajo. No entiendo donde has ido a parar, le dijo él un poco desconsolado.

- Estoy en Capannuccia en casa de los gemelos Guerrini, me están arreglando la cadena.

- No estaba tranquilo y he decidido seguirte, pero te has esfumado. Espérame llego en seguida.

- Muy bien. Ven, gira a la derecha entrando al pueblo, yo te voy a esperar fuera de la casa.

Cuando llegó Marcos, los gemelos habían reparado la cadena, pero la bici seguía sin funcionar. Tuvieron que desmontar de nuevo la dichosa cadena. Sin embargo entre todos al final consiguieron ponerla en uno de los piñones. Era un pegote provisional, casi una chapuza, pero daba igual, todos estaban satisfechos.

Los gemelos les contaron que vivían en aquella casa desde hacía largos años y que conocían muy bien la comarca y a sus habitantes. Reparaban coches, furgonetas, tractores, camiones y demás motores. A veces, durante los fines de semana, pasaban por su casa ciclistas o motociclistas pidiendo ayuda y ellos de muy buena gana intentaban repararles sus bicicletas y sus motos. Eran buena gente.

Blanca les contó que sus padres habían vivido allí cerca, en una casa rural, cuando eran jóvenes estudiantes y que a ella también le encantaba aquella zona.

Se quedaron un rato más hablando con los gemelos y despidiéndose de ellos, les agradecieron de nuevo el gran favor que les habían hecho.

A la vuelta Blanca iba pedaleando despacio, sin poder cambiar de marcha, pero estaba contenta, pensando que casi siempre las cosas malas acarrean cosas buenas: gracias a la cadena rota había llegado a conocer la generosidad y altruismo de los hermanos Guerrini.








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