Ni el bochorno nocturmo ni el ruido de algún que otro trasnochador que
pasa por la calle logran despertar a Nina. Duerme de un tirón hasta el amanecer. No sabe donde se encuentra. Abre los ojos y ve
la luz a rayitas que se filtra por la persiana de la ventana, poco a
poco reconoce la habitación y recuerda que está en su pueblo. Tiene
una palabra en la punta de la lengua. No es la primera vez que se
despierta con una frase o una imagen que le da vueltas por la cabeza.
Deja
a su marido dormido y se dirige hacia el balcón, se sienta en una
tumbona y observa los terrados de las casas del pueblo con
detenimiento, donde se refleja la luz mortecina del alba, es entonces
cuando piensa que su pueblo podría ser una aldea del norte de
África. Se prepara una taza de té, vuelve a la terraza y sigue sin
poder sacarse de la cabeza la dichosa palabra, que no le sale, pero al cabo de pocos minutos la pronuncia:
-
Brigitte, Brigitte.
De
repente recuerda de donde ha salido aquel nombre de mujer, pero
empezemos la historia por el principio.
El
viaje que emprendieron Nina y su marido fue largo, divisaron el
pueblo al atardecer. Llegaron por detrás, por la carreterera
nacional del Montseny, cosa rara pues solían entrar en el pueblo por
la costa.
A
Nina le gusta viajar para descubrir nuevos lugares, encontrarse con
viejos amigos, conocer a gente nueva, descubrir tradiciones y
costumbres, sin embargo la carretera le agobia un poco. Le encanta ir
en tren, para poder mirar por la ventanilla y leer un montón. Pero
ya se sabe, entre marido y mujer hay que encontrar en todo un acuerdo
entre los dos, por eso una tarde de primavera Nina le dijo al marido:
-
Ya que este verano no quieres ir a España en avión, he pensado en
el recorrido en coche que ayer me propusiste, quince días de ruta
por el Norte de la península pasando a través del sur de Francia.
Me parece bien, sobre todo si terminado el viaje, la última quincena
de agosto, nos quedamos en mi pueblo descansando. Mi prima me ha
dicho que nos podemos alojar en un apartamento amueblado, que lo
tiene desalquilado. ¿Qué te parece?
-
Me gusta la idea, dijo él.
Unos
días antes de salir Nina fue a comprar una guía y mapas de Francia
y España, pues en el coche tenían unos muy antiguos. Una tarde se
sentaron y planearon juntos el recorrido. Para que el viaje fuera más
variado, además de visitar ciudades, la costa cantábrica y la costa
gallega, decidieron que harían dos etapas naturalisticas en las
montañas asturianas.
Condujo el coche el marido, Nina hizo de copiloto, mirando y remirando los mapas que
tenía en el regazo. Algunas veces cuando perdían la ruta se ponía
nerviosa. Si no estaba cansada intentaba dominarse y le decía al
marido:
-
Están muy mal señalizadas esas carreteras, espera, a ver si me
ubico en el mapa.
Otras
veces sufría sintiéndose desorientada y su ansiedad crecía y
crecía. Entonces su marido le decía sonriendo:
-
Tranquila confía en mí. Y si nos perdemos tenemos siempre el GPS del
móvil, ya sé que no te gusta pero a veces es muy útil.
Entonces
Nina se esforzaba en relajarse y dejarse llevar por el marido,
pensando en lo positivo de aquella hazaña:
-
Si no hubiera sido por él nunca hubiera emprendido ese tipo de
viaje on the
route. Es
verdad, quizás sea agotador hacer y dehacer maletas pero es una
maravilla ir descubriendo cada día lugares
distintos, se decía Nina.
Aquella
tarde tras divisar el mar de su infancia suspiró y le
dijo a su marido, rascándose el brazo:
-
Tengo ganas de bañarme en el mar.
-
No sé si lograremos hacerlo hoy, pero mañana a primera hora seguro
que iremos a la playa, le dijo él.
La
prima los estaba esperando. Las dos se pusieron muy contentas pues
hacía mucho tiempo que no se veían. Se abrazaron y se alagaron
mutuamante diciéndose que a pesar de los años no habían cambiado
ni pizca.
-
¡Cuántas picadas que tienes! ¿Te duelen? Le preguntó la prima
mirándola de cerca.
-
Si, llevo ya días con este esozor, no sé si son picadas de
mósquitos o de tábanos, le contentó Nina enseñandolo las piernas
y los brazos, salpicados de granitos enrojecidos.
-
Tengo una planta de aloe que es milagrosa, te voy a dar un trocito,
frótate el líquido del interior de la hoja dos veces al día, le
aconsejó la prima.
-
Gracias, le dijo Nina sonriendo, agradecida.
Nina
estaba agotada, pero se sentía mimada por el marido y por su
prima. Se ducharon y se instalaron en el apartamento, ubicado en
el segundo piso del mismo edificio donde vivía la prima. Deseaban
cenar en casa, por suerte aquella misma mañana habían hecho la
compra y en un momento prepararon un plato sencillo.
-
¡Qué delicia comer una tortilla y arroz! Ya estaba harta de tanto
restaurante, le dijo Nina al marido.
-
¡Qué exagerada que eres, Nina! Pero quizás tengas razón, yo
también aprecio mucho esta cena tan casera.
Después
de cenar se fueron hacia el paseo marítimo. Caminaron disfrutando de
la oscuridad y del silencio. El pueblo estaba desierto, porque los
turistas desde hacía algunos años se concentraban en la zona nueva,
la de los hoteles, donde había numerosos bares y restaurantes. El
agua estaba mansa al no soplar viento, cosa rara en aquel pueblo que
solía ser ventoso todo el año. Al día siguiente fueron a la playa.
Tuvieron una gran sorpresa, el mar estaba liso como una tabla,
parecía una piscina.
-
Hace años que no veía una mar tan plana, cada año en agosto cuando
venimos hace mala mar.
-
Ya puedes estar contenta, incluso el mar te ha recibido bien, le dijo
él.
Fueron
unos días muy amenos, Nina y su marido salieron con sus hermanos,
primas y amigos. Su hermana estaba un poco delicada, sufría de
dolores cervicales, sin embargo cada día iba ir a caminar porque no
quería atrofiarse encerrada en casa. Nina fue con ella alguna mañana
y mientras andaban charlaban. Con su hermano también se llevaba muy
bien, por eso cuando Conchita, su cuñada, los invitó a cenar en su
casa estuvo muy contenta.
La
cena fue deliciosa y todos disfrutaron hablando y riendo, cuando llegaron los postres empezaron a contarse anécdotas curiosas, de
algún que otro viaje, de amigos, de cuando eran pequeños, de
compañeros de trabajo, en fín de gente rara.
-
¿Queréis que os cuente la historia de Brigitte y los paraguayos?
Les preguntó el hermano de Nina a los comensales.
-
Sí, cuéntanosla, dijeron todos.
Se
hizo silencio y él empezó su relato:
Conchita
conoció a Brigitte muchos años atrás en la oficina de información
y turismo. Por aquel entonces Brigitte era una joven guía alemana a
quien le encantaba el mar, la gente, el clima, la comida, las
costumbres, o sea todo lo relacionado con la costa catalana.
Brigitte le contó a Conchita que llegó a España a finales de los
años sesenta, cuando empezaban a verse turistas por el pueblo y
desde entonces se quedó a vivir allí. Año tras año, en verano
siguió haciendo de guía, en inverno se las arreglaba con algunas
clases de alemán.
Se
casó con un paraguayo a finales de los años setenta. Ella muy rubia
y él moreno. Brigitte esbelta y el paraguayo macizo. Hacían
buena pareja, se les veía felices. Iban siempre a su aire, no se
relacionaban mucho con la gente del pueblo y no les importaba nada lo
que los demás mumuraran de ellos. El paraguayo tenía un hermano y
ambos para ganarse la vida tocaban la guitarra y cantaban canciones
de su tierra por los restauntes y bares de la zona.
Alquilaron
un piso con una gran terraza en un barrio de las afueras, a medida
que los años fueron pasando la barriada quedó englobada en el
pueblo. Ninguno de los dos volvió nunca más a su país. Brigitte se
jubiló a los 65 años y el paraguayo dejó de tocar la guitarra al
fallecer su hermano. Disponían de poco dinero, pues no habían
podido ahorrar casi nada y sus pensiones eran muy pequeñas. Se
distraían cuidando las plantas, flores e hierbas medicinales de su
balcón y paseando por los montes. Nunca habían tenido animales,
pero tras la muerte del hermano heredaron Asunción, una gata blanca
con grandes motas negras.
Asunción
era una gata cariñosa, en seguida los dos se enamoraron de ella. La
mimaron durante largos años, cuando Asunción murió los dos cayeron
en una tristeza profunda. El veterinario les dijo que podían
incinerar a la gata, pero ellos lloraban y lloraban, pues no querían
quemar a su fiel amiga.
La
pusieron en una caja de cartón y llamaron a Conchita, para
desahogarse y contarle su desgracia. Mi mujer hacía años que no
tenía contactos con la pareja, pero los sintió tan afectados que
decidió ayudarles para que Asunción acabara debajo de la tierra.
Conchita
me llamó y me rogó que hiciera lo posible para que Brigitte y el
paraguayo enterraran a su gata en un pedacito de nuestro campo
aquella misma tarde. Yo acepté a pesar de que estaba cansado, sólo
quería volver a casa, pues eran casi las ocho de la tarde; llamé a
Agi, el negrito que me ayuda en las faenas del campo, él también
estaba a punto irse pero vino en seguida.
Brigitte
y el paraguayo llegaron puntuales. Bajaron de un coche granate
bastante destartalado con su caja marrón. Brigitte no paraba de
llorar y el paraguayo tenía los ojos hinchados.
Agi
cogió una pala e hizo un hoyo profundo cerca del camino que separa
las huertas, riendo como solía hacer siempre y diciendo:
-
Basura, basura, en mi país no se entierran a los gatos, se echan a
los estercoleros.
Depositamos la cajita en el hoyo y la pareja dejó de llorar sólo cuando
empezaron a tirar en el agujero algunos utensilios de la gata.
-
Nunca más tendremos otro gato, se sufre demasiado cuando muere, nos dijo el paraguayo.
Agi
y yo con una pala íbamos cubriendo la cajita con arena y ellos nos
miraban sin decir nada. Encima del montón de tierra pusieron varias
piedras que habían recogido en la playa.
Luego
Brigitte se arrodilló, cerró los ojos y empezó a recitar una
poesía en alemán. El paraguayo cogió su guitarra del coche y tocó
una canción.
Yo
pensaba que no lograríamos sacárnoslos de encima, ya me los veía
cada domingo visitando la tumba de su gata. Sin embargo nunca más
volvimos a verlos.
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