-¿Qué
diferencia hay entre hongos unicelulares y bacterias? Les preguntó
Sara a sus alumnos aquella mañana de primavera de 2018.
A
Sara le encantaba dar clases de biología, sobre todo la parte que
trataba de microorganismos, a pesar de que no fuera su especialidad,
disfrutaba haciendo incapié sobre algo para ella muy sagrado:
-
Todos los animales tenemos millones y millones de bacterias y hongos
en el cuerpo. Cada ser humano tiene cantidades y especies distintas
de bichitos microscópicos, según el metabolismo de cada uno.
¿Sabéis
lo que es la levadura? Sí, la de la cerveza, la del pan, la de los
pasteles, etc. Les siguió preguntando.
-
Es una substancia química que hace hinchar el pan, dijo un alumno.
-
Pues la levadura está formada por muchísimos hongos microscópicos
unicelulares, que viven formando colonias y que son muy importantes
para todos nosotros, por su capacidad para realizar en los intestinos
la descomposición, mediante fermentación, de azúcares o hidratos
de carbono, produciendo moléculas químicas más pequeñas, como por
ejemplo un gas que todos conocéis bien. ¿Cuál es?
-
El dióxido de carbono, contestó uno de los alumnos de atrás.
-
Correcto, dice ella. Y sigue preguntando ¿Y qué tiene que ver eso
con la formación de gases en nuestro intestino?
-
¿Los gases que hacen que se nos hinche la barriga y nos duela? ¿Y
eso depende de la levadura que tenemos en las tripas, profesora?
Preguntó una de las alumnas de los primeros pupitres.
-
Claro, cuando hay demasiados azúcares o algún desequilibrio
metabólico o también emocional, se acumulan demasiados gases en
nuestros intestinos. El conjunto de todos los microorganismos del
intestino se llama flora intestinal y hay que cuidarla bien. A veces
una alimentación equivocada, un tratamiento de antibióticos, un sistema inmunitario bajo a causa de
estrés o algunas enfermedades pueden acarrearnos daños,
rompiendo el equilibrio de la flora intestinal.
Sara
ya no es joven, le falta poco par jubilarse, a veces cuando tiene
muchas horas seguidas de clase se cansa, pero le sigue gustando dar
clases a sus alumnos, sobre todo enseñarles cosas que luego en la
vida les van a ser útiles.
Quién
se lo hubiera dicho aquella primavera que al cabo de unos meses sus hongos habrían empezado a crecer de una forma desmesurada, pero vayamos por partes y
empecemos desde el principio.
El
verano 2018 fue muy caluroso y para más inri en julio a Sara le tocó hacer parte del tribunal para los los exámenes finales del Instituto de bachillerato del cuartel de aeronáutica militar.
Cada
día su marido, quien ya estaba jubilado, le preparaba una ensalada
con muchas hortalizas de temporada y cantidad de semillas. Se sentía
mimada por él y el trabajo le parecía más llevadero.
Una
mañana bochornosa, se despertó al amanecer y ya que le sobraba
tiempo, desayunó lentamente, con una taza de té en una mano y un
libro en la otra, luego siguió leyendo en el cuarto de baño, antes
de tirar la cadena del desagüe miró con atención hacia adentro de
la taza del váter y vio puntitos blancos en sus heces.
A
partir de aquel día fue vigilando la taza del váter.
-
Parecen huevos de gusanitos, como los que tenían nuestros hijitos,
le dijo a su marido.
-
Mañana miraré a ver si yo también tengo puntitos blancos en las
heces, dijo él.
Al cabo de unos días, Sara, al descubrir que él también tenía huevecitos, le dijo:
- ¡ Cómo vamos a ir de viaje con gusanos en el ano!
Llamó
a la doctora y no dio con ella. Fue a la farmacia y le dijeron que se
tomaran una pastilla ella y una su marido contra los parásitos.
Dudaron
un poco antes de tomarse la píldora, pero lo hicieron pues tenían
miedo de que en Creta, donde iban a pasat unos días, no iban a entenderse con los farmacéuticos en
el caso de que los gusanitos se reproducieran sin cesar, producieéndoles picor en el ano.
Los días de vacaciones les pasaron volando y se olvidaron completamente de los puntitos blancos.
Los días de vacaciones les pasaron volando y se olvidaron completamente de los puntitos blancos.
Cuando
volvieron a casa, preparando de nuevo una de sus ensaladas, se dieron cuenta de que con las prisas no pensaron
en las semillas.
-
Quizás los huevos no eran huevos, sino semillas de sésamo, se
dijeron.
En septiembre Sara empezó las clases y su marido retomó con sus amigos la costumbre de ir en bicicleta a dar vueltas por las carreteras empinadas de los alrededores, estaban tan ocupados que no pensaron más en ello. En octubre llegó un poco de frío y Sara, resistió unos días sin abrigarse, pues le encantaba, cuando se ponía una falda, sentirse libre sin medias en las piernas, pero poco a poco tuvo que rendirse, a medida que se acercaba el invierno se fue poniendo medias o pantalones.
Un día en el gimansio durante la clase de pilates sintió un escozor raro en la zona genital. Le molestaban las mallas apretadas. Hubiera querido arrancárselas.
En septiembre Sara empezó las clases y su marido retomó con sus amigos la costumbre de ir en bicicleta a dar vueltas por las carreteras empinadas de los alrededores, estaban tan ocupados que no pensaron más en ello. En octubre llegó un poco de frío y Sara, resistió unos días sin abrigarse, pues le encantaba, cuando se ponía una falda, sentirse libre sin medias en las piernas, pero poco a poco tuvo que rendirse, a medida que se acercaba el invierno se fue poniendo medias o pantalones.
Un día en el gimansio durante la clase de pilates sintió un escozor raro en la zona genital. Le molestaban las mallas apretadas. Hubiera querido arrancárselas.
No
le dio mucha importancia, pero empezó a usar a menudo el chorro de agua corriente del
bidet cada dos por tres y por la noche se lavaba con
bicarbonato, pues hacía mucho años que había tenido una infección
en la vagina y el bicarbonato había sido un buen remedio.
Había
días en que ya no tenía ardor, en cambio otros en que le picaba
mucho la vagina. Sara, cansada de su inflamación, decidió en
Noviembre ir a ver a la doctora, pues no acababa de entender lo que
tenía.
-
¿Además de picor, tienes una secreción vaginal blanca y cuajada?
Le preguntó la doctora
-
Si, pero no mucha secreción, parece polvo, le contestó Sara.
-
Tienes hongos. Las infecciones por hongos se producen cuando se
altera el equilibrio de organismos en la vagina y la levadura crece
en forma excesiva, causando enrojecimiento de la piel. No es nada
grave, pero curar definitivamente la infección suele ser largo.
-
¿Menos mal que son hongos, pensaba en algo peor, pues no logro
sacarme de encima ese picor tan fastidioso?
-
Te voy a dar una pastilla para ti y otra para tu marido, al cabo de
una semanas vuelve a tomarte otra y dos semanas más tarde la última,
a él le basta solo una píldora; además tendrás que ponerte cada
noche una crema vaginal.
Sara
hizo todo el tratamiento y encontró un poco de alivio, sin embargo durante las vacaciones de Navidad sintió de nuevo quemazón y necesidad de rascarse, también descubrió un poco de secreción blanca.
- ¡ Qué pesadas esas levaduras!Se dijo.
- ¡ Qué pesadas esas levaduras!Se dijo.
Pensó
que era mejor ir a la consulta de su ginecóloga. Ella la visitó y
le diagnosticó candidiasis. Le cambió el tratamiento, le recetó supositorios vaginales. Al despedirse le dio más consejos:
-
No te pongas ropa interior ajustada hecha de material como nylon o
lycra, que atrapa la humedad y el calor, debes usar ropa interior de algodón, porque absorbe más la humedad.
En la cama no te pongas bragas y no te laves tanto, pues te inflamas
más.
Pasó
el invierno. Había días en los que no pensaba en los hongos, pues
le parecía que ya estaba curada, otros días, sobre todo al
anochecer, empezaba el escozor. Una noche antes de acostarse dijo en
voz alta, como si hablara a las células de levadura:
-
¡No hay quien logre echaros! ¡Quizás las
bacterias del yogur lo logren, prepararos están a punto de llegar!
Cogió
un yogur blanco de la nevera y se lo comió casi todo se fue al cuarto de baño y recogió con el dedo un poco de líquido blanco del envase del yogur y se lo introdujo en la vagina.
Durante
dos días siguió tomando yogur por arriba y por abajo, eso la
aliviaba. El domingo siguiente llovió todo el día, Sara y su marido
se quedaron en la cama toda la mañana, a pesar de los hongos seguían
haciendo el amor. Aquel domingo hablaron mucho,
abrazados, se contaron recuerdos íntimos de su infancia e
adolescencia, una cosa llevó a la otra y terminaron hablaron de
Yerma, una de las obras teatrales de García Lorca. Fue entonces
cuando Sara se acordó del día en que fue con otra profesora a ver
esa obra de teatro con sus alumnos. Su compañera le presentó a Elena, una
naturópata muy simpática, amiga suya, quien por casualidad estaba sentada cerca de ellas.
Elena
cuando se despidió de Sara le dijo:
-
Si algún día necesitas tratamientos naturales, lámame, pues yo trabajo en una
herboristería.
Sara
el lunes escribió un mensaje a Elena diciéndole que tenía hongos y
que estaba harta de pastillas y supositorios vaginales, por eso hacía
unos días que se ponía directamente yogur en la vagina.
Elena
le dijo que muy bien, pero que era mejor que pasara por la
herboristería al día siguiente.
La
naturópata le dio algunos remedios y Sara empezó el tratamiento.
Pasaron los días y a pesar de que aún no había conseguido curarse del todo, se
sentía mejor, como más relajada, porque estaba segura de que tarde o temprano
bacterias y levaduras harían las paces.
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