domenica 5 maggio 2019

Bacterias y hongos hacen las paces



-¿Qué diferencia hay entre hongos unicelulares y bacterias? Les preguntó Sara a sus alumnos aquella mañana de primavera de 2018.
A Sara le encantaba dar clases de biología, sobre todo la parte que trataba de microorganismos, a pesar de que no fuera su especialidad, disfrutaba haciendo incapié sobre algo para ella muy sagrado:
- Todos los animales tenemos millones y millones de bacterias y hongos en el cuerpo. Cada ser humano tiene cantidades y especies distintas de bichitos microscópicos, según el metabolismo de cada uno. ¿Sabéis lo que es la levadura? Sí, la de la cerveza, la del pan, la de los pasteles, etc. Les siguió preguntando.
- Es una substancia química que hace hinchar el pan, dijo un alumno.
- Pues la levadura está formada por muchísimos hongos microscópicos unicelulares, que viven formando colonias y que son muy importantes para todos nosotros, por su capacidad para realizar en los intestinos la descomposición, mediante fermentación, de azúcares o hidratos de carbono, produciendo moléculas químicas más pequeñas, como por ejemplo un gas que todos conocéis bien. ¿Cuál es?
- El dióxido de carbono, contestó uno de los alumnos de atrás.
- Correcto, dice ella. Y sigue preguntando ¿Y qué tiene que ver eso con la formación de gases en nuestro intestino?
- ¿Los gases que hacen que se nos hinche la barriga y nos duela? ¿Y eso depende de la levadura que tenemos en las tripas, profesora? Preguntó una de las alumnas de los primeros pupitres.
- Claro, cuando hay demasiados azúcares o algún desequilibrio metabólico o también emocional, se acumulan demasiados gases en nuestros intestinos. El conjunto de todos los microorganismos del intestino se llama flora intestinal y hay que cuidarla bien. A veces una alimentación equivocada,  un tratamiento  de antibióticos, un sistema inmunitario bajo a causa de estrés o algunas enfermedades pueden acarrearnos daños, rompiendo el equilibrio de la flora intestinal.
Sara ya no es joven, le falta poco par jubilarse, a veces cuando tiene muchas horas seguidas de clase se cansa, pero le sigue gustando dar clases a sus alumnos, sobre todo enseñarles cosas que luego en la vida les van a ser útiles.
Quién se lo hubiera dicho aquella primavera que al cabo de unos meses sus hongos habrían empezado a crecer de una forma desmesurada, pero vayamos por partes y empecemos desde el principio.
El verano 2018 fue muy caluroso y para más inri en julio a Sara le tocó  hacer parte del tribunal para los los exámenes finales del  Instituto  de bachillerato del cuartel de aeronáutica militar.
Cada día su marido, quien ya estaba jubilado, le preparaba una ensalada con muchas hortalizas de temporada y cantidad de semillas. Se sentía mimada por él y el trabajo le parecía más llevadero.
Una mañana bochornosa, se despertó al amanecer y ya que le sobraba tiempo, desayunó lentamente, con una taza de té en una mano y un libro en la otra, luego siguió leyendo en el cuarto de baño, antes de tirar la cadena del desagüe miró con atención hacia adentro de la taza del váter y vio puntitos blancos en sus heces.
A partir de aquel día fue vigilando la taza del váter.
- Parecen huevos de gusanitos, como los que tenían nuestros hijitos, le dijo a su marido.
- Mañana miraré a ver si yo también tengo puntitos blancos en las heces, dijo él.
 Al cabo de unos días, Sara, al descubrir que él también tenía huevecitos, le dijo:
- ¡ Cómo vamos a ir  de viaje con gusanos en el ano! 
Llamó a la doctora y no dio con ella. Fue a la farmacia y le dijeron que se tomaran una pastilla ella y una su marido contra los parásitos.
Dudaron un poco antes de tomarse la píldora, pero lo hicieron pues tenían miedo de que en Creta, donde iban a pasat unos días,  no iban a entenderse con los farmacéuticos en el caso de que los gusanitos se reproducieran sin cesar, producieéndoles picor en el ano.
Los  días de vacaciones  les pasaron volando y se olvidaron completamente de los puntitos blancos.
Cuando volvieron a casa, preparando de nuevo una de sus ensaladas, se dieron cuenta de que con las prisas no pensaron en las semillas.
- Quizás los huevos no eran huevos, sino semillas de sésamo, se dijeron.
En septiembre Sara empezó las clases y su marido retomó con sus amigos  la costumbre de ir en  bicicleta  a dar vueltas por las carreteras empinadas de los  alrededores,  estaban tan ocupados que no pensaron más en ello. En octubre llegó un poco de frío y Sara, resistió unos días sin abrigarse, pues le encantaba, cuando se ponía una falda, sentirse libre sin medias en las piernas, pero poco a poco  tuvo que rendirse, a medida que se acercaba el invierno se fue poniendo medias o pantalones.
Un día en el gimansio durante la clase de pilates sintió un escozor raro en la zona genital. Le molestaban las mallas apretadas. Hubiera querido arrancárselas.
No le dio mucha importancia, pero empezó a usar a menudo el  chorro de agua corriente del bidet cada dos por tres y por la noche se lavaba con bicarbonato, pues hacía mucho años que había tenido una infección en la vagina y el bicarbonato había sido un buen remedio.
Había días en que ya no tenía ardor, en cambio otros en que le picaba mucho la vagina. Sara, cansada de su inflamación, decidió en Noviembre ir a ver a la doctora, pues no acababa de entender lo que tenía.
- ¿Además de picor, tienes una secreción vaginal blanca y cuajada? Le preguntó la doctora
- Si, pero no mucha secreción, parece polvo, le contestó Sara.
- Tienes hongos. Las infecciones por hongos se producen cuando se altera el equilibrio de organismos en la vagina y la levadura crece en forma excesiva, causando enrojecimiento de la piel. No es nada grave, pero curar definitivamente la infección suele ser largo.
- ¿Menos mal que son hongos, pensaba en algo peor, pues no logro sacarme de encima ese picor tan fastidioso?
- Te voy a dar una pastilla para ti y otra para tu marido, al cabo de una semanas vuelve a tomarte otra y dos semanas más tarde la última, a él le basta solo una píldora; además tendrás que ponerte cada noche una crema vaginal.
Sara hizo todo el tratamiento y encontró un poco de alivio,  sin embargo durante las vacaciones de Navidad   sintió de nuevo quemazón y  necesidad  de rascarse, también  descubrió un poco de secreción blanca.
- ¡ Qué pesadas esas levaduras!Se dijo.
Pensó que era mejor ir a la consulta de su ginecóloga. Ella la visitó y le diagnosticó candidiasis. Le cambió el tratamiento, le recetó supositorios vaginales. Al despedirse le dio más consejos:
- No te pongas ropa interior ajustada hecha de material como nylon o lycra, que atrapa la humedad y el calor, debes usar ropa interior de algodón, porque absorbe más la humedad. En la cama no te pongas bragas y no te laves tanto, pues te inflamas más.
Pasó el invierno. Había días en los que no pensaba en los hongos, pues le parecía que ya estaba curada, otros días, sobre todo al anochecer, empezaba el escozor. Una noche antes de acostarse dijo en voz alta, como si hablara a las células de levadura:
- ¡No hay quien logre echaros! ¡Quizás las bacterias del yogur lo logren, prepararos están a punto de llegar!
Cogió un yogur blanco de la nevera y se lo comió casi todo  se fue al cuarto de baño y  recogió  con el dedo un poco de líquido blanco del envase del yogur y se lo introdujo  en la vagina.
Durante dos días siguió tomando yogur por arriba y por abajo, eso la aliviaba. El domingo siguiente llovió todo el día, Sara y su marido se quedaron en la cama toda la mañana, a pesar de los hongos seguían haciendo el amor. Aquel domingo hablaron mucho, abrazados, se contaron recuerdos íntimos de su infancia e adolescencia, una cosa llevó a la otra y terminaron hablaron de Yerma, una de las obras teatrales de García Lorca. Fue entonces cuando Sara se acordó del día en que fue con otra profesora a ver esa obra de teatro con sus alumnos. Su compañera le presentó a Elena, una naturópata muy simpática, amiga suya, quien por casualidad estaba sentada cerca de ellas.
Elena cuando se despidió de Sara le dijo:
- Si algún día necesitas tratamientos naturales, lámame, pues yo trabajo en una herboristería.
Sara el lunes escribió un mensaje a Elena diciéndole que tenía hongos y que estaba harta de pastillas y supositorios vaginales, por eso hacía unos días que se ponía directamente yogur en la vagina.
Elena le dijo que muy bien, pero que era mejor que pasara por la herboristería al día siguiente.
La naturópata le dio algunos remedios y Sara empezó el tratamiento. Pasaron los días y a pesar de que  aún no había conseguido curarse del todo,  se sentía  mejor, como más relajada, porque estaba segura de que tarde o temprano bacterias y levaduras harían las paces.





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