Faltaba
sólo un par de días para Navidad, la mañana en que me desperté
contenta, pues había dormido la mar de bien, eso hacía tanto que no
me ocurría. En seguida pensé, no sé porque, en Miguel, el viejecito a quien Dulia,
la cuidadora de mi padre de aquella época, le hacía compañía
todas las noches, quizás porque había soñado con él.
En
aquel entonces dos mujeres cuidaban a mi padre: Blanca de noche y
Dulia de día.
Blanca
tenía unos sesenta años, su cuerpo era menudo y sutil, por el que
asomaba una cara muy delicada. Su voz melosa, con el deje de Buenos
Aires, delataba en seguida su buen carácter. De pequeña emigró con
sus padres de Zamora, su ciudad natal, a Argentina, donde se casó
muy joven y trabajó en la empresa de cartones que regía su marido
con otros socios. Después de la muerte precoz de su cónyuge, los
socios la estafaron y por eso decidió volver a España con sus hijos
adolescentes. Tuvo que arreglárselas como pudo. Al principio fue muy
duro para ella, pues debió adaptarse a trabajos humildes. Después
de algunos años, consiguieron comprarse un piso gracias a su
tenacidad, a un poco de suerte y sobre todo a un buen préstamo
bancario.
Al
cabo de poco tiempo pusieron en venta su apartamento para comprar otro
más pequeño, pues los hijos se iban casando o se fueron a vivir con su pareja a otra ciudad. Todo les fue bien hasta que la crisis del 2007 los
alcanzó de lleno y por un pelo no lograron vender su vivienda, después
de haber comprado ya otro departamento más pequeño. Para pagar las dos hipotecas, Blanca
tenía que trabajar de noche cuidando a mi padre y de día depilando
a las chicas del pueblo.
Miguel,
me contaba Dulia, era un hombre a quien le gustaba dormir como a un
bebé. Se acostaba al anochecer y se despertaba a la mañana
siguiente, hacia las nueve. A veces después de desayunar volvía a la
cama, aún caliente, para leer el periódico que su nuera le traía
cada mañana. Durante el día hacía muchas cosas solo: se aseaba
poco a poco, calentaba la comida que le traían y en los días
soleados iba a pasear con su bastón por el paseo, a lo largo de la
playa. Su
hijo tenía en el pueblo una pequeña librería, por lo tanto cuando
cerraba, al mediodía y por la noche, iba a verlo.
Conocí poco a Miguel, pero las historias que me
contaban mi padre y Dulia, contribuyeron a que me cayera bien.
Algunos
años atrás mi padre me dijo triste:
-
Tots els meus amics es moren. De la meva quinta ja no queda ningù.
Efectivamente,
todos los quintos del 1919, los jóvenes que fueron a la mili antes
de haber cumplido los veinte años y que combatieron en la guerra
civil, estaban muertos.
Pero
un día, volvió a casa contento diciendo que había conocido a
Miguel, un viejecito de Zaragoza, quien desde hacia poco tiempo se
había trasladado a nuestro pueblo.
Reía
cuando nos contaba que los dos habían nacido el mismo día, el seis
de enero de 1919. ¡Qué coincidencia!
El
señor Miguel, se había quedado solo, porque su mujer había perdido
poco a poco la cabeza y hacía pocos meses había fallecido en una
clínica geriátrica, donde habían tenido que ingresarla. Había
luchado contra la enfermedad de su esposa, que lentamente le devoraba
trocitos de cerebro.
Habían
sido tiempos muy duros, pero luego a los noventa años, tuvo
que empezar de nuevo o mejor terminar su vida en un pueblo casi
desconocido para él.
Una
tarde, paseando por el barrio antiguo, descubrió un café donde
algunos jubilados jugaban a cartas.
El
no era capaz con las cartas, pero le gustaba mucho mirar a los
jugadores, algunos viejos como él, otros más jóvenes. Se sentaba
cerca de las mesas de juego, para observar mejor los movimientos de
sus caras: ojeadas simbólicas, signos y otras formas de comunicación
secreta. Llamaban
al juego, la butifarra, se jugaba en parejas.
No
tuvieron mucho tiempo para hacerse amigos, pues al cabo de pocas semanas
mi padre tuvo un ictus, del que por suerte se recuperó, pero desde
entonces no pudo volver al centro recreativo a jugar a cartas.
Dulia,
por aquel entonces tenía unos cuarenta años y un cuerpo redondito.
Era una buena cocinera, sin embargo comía poco, porque estaba a
régimen perenne. Pero era muy golosa, como mi padre. Los dos, cada
tarde, se deliciaban con meriendas muy dulces. A pesar de sus
esfuerzos la balanza de Dulia no lograba bajar mucho. Pero ella
siempre estaba contenta, cantaba mientras limpiaba y bromeaba a
menudo, a pesar de todos los problemas que tenía.
- Tengo
a dos hombres, los dos nacieron el día de los Reyes, uno lo quiero
de día y otro de noche, nos
dijo bromeando, una tarde mientras jugábamos a domino los tres, para
pasar el rato.
Me
levanté despacio y mientras estaba preparando el desayuno no paraba de pensar en los dos viejecitos.
Imaginé
que aquella mañana Miguel, se habría despertado alegre, sabiendo
que Dulia, le habría preparado una buena taza de café con leche. Mi
padre en cambio aún estaría durmiendo, se habría levantado a media
mañana, pues solía acostarse muy tarde. Primero Blanca y luego Dulia lo
habrían atendido con cariño, pensé.
Mi
marido aún estaba en la cama cuando sonó el móvil. Se levantó
deprisa. Era su amigo, quien le llamaba para
invitarle a dar una vuelta en bicicleta, ya que hacía un día
soleado.
Desayunamos juntos aquella mañana plácida y hablamos largo rato de mi padre, de Miguel y de su fiel e incansable cuidadora.
Mi marido se levantó de la mesa y empezó a arreglarse para salir, yo me quedé inmóvil, con la taza de té entre las manos,
mirando sus idas y venidas.
Al cerrarse la puerta oí el ruido que hacían los enganches de sus zapatos de ciclista bajando por las escaleras.
Todavía no me había vestido, seguía en camisón, por eso
me metí de nuevo en la cama, aún calentita y tomé mi ordenador portátil. Las sábanas estaban arrugadas, me senté y mientras arreglaba la ropa de la cama y me estremecí pensando de nuevo en los jugadores de cartas; encendí el ordenador e hice una lista de todas las cosas que tenía que hacer, faltaban sólo dos días para Navidad.
I
giocatori di carte
Mancavano
solo due giorni per Natale, la mattina in cui mi ero svegliata
felice, avevo dormito placidamente, come da
tanto non succedeva. Mentre mi alzavo ho pensato, chissà perché, a
Miguel, il vecchietto, al quale Dulia, la badante di mio padre,
faceva compagnia tutte le notti, forse lo avevo sognato.
Mio
padre in quell'epoca veniva accudito da due badanti: Blanca di notte
e Dulia di giorno.
Blanca
aveva una sessantina d'anni, di corpo sottile e di viso delicato. La
sua dolce parlata di Buenos Aires contribuiva a farci scoprire il suo
buon carattere. Quando era piccola, emigrò con la sua famiglia da
Zamora, nel cuore di Castiglia, all'Argentina, dove si sposò molto
giovane e lavorò nella ditta di imballaggi, che il consorte dirigeva
con alcuni soci. Ma dopo la morte precoce del marito, i soci della
fabbrica la truffarono, liquidandola con quattro soldi. Decise
di ritornare in Spagna con due figli ormai grandi, dove, finito il
denaro, dovette arrangiarsi. I primi tempo per loro furono molto
difficili, svolsero lavori umili e spesso mortificanti, ma mai si
persero d'animo. Dopo qualche anno riuscirono a racimolare un po' di
soldi per comprarsi un appartamento in un quartiere nuovo del paese.
I figli in seguito andarono a vivere per conto proprio e Blanca
decise di vendere la casa e di comprarne una più piccola. Prima di
tutto comprò una vecchia abitazione vicino alla stazione, pensando
di aver fatto un buon affare, ma dopo non riuscì a vendere la sua,
dato che la crisi del mattone la prese in pieno. Con due mutui da
dover pagare, si trovò a lavorare di notte da mio padre e di giorno
depilando le ragazze del paese.
Miguel,
mi raccontava Dulia, era un uomo mite che amava dormire come un
piccolo bambino. Si addormentava all'imbrunire e si svegliava la
mattina verso le nove. A volte, dopo aver fatto colazione, tornava al
letto, ancora caldo, per leggere il giornale, che sua nuora gli
portava tutte le mattine. Durante la giornata faceva tutto da solo,
con molta lentezza: si riscaldava il cibo che gli aveva portato sua
nuora, si lavava e andava a passeggiare lungo il mare, con l'aiuto
del suo bastone. Suo figlio, da diversi anni, aveva una piccola
libreria in paese, e quando chiudeva, per la pausa di pranzo o la
sera, passava a trovarlo.
Conoscevo poco Miguel, ma dai racconti di mio padre e da
quelli della loro badante mi ispirava molta tenerezza e simpatia.
Qualche
anno prima mio padre mi disse:
-
Tots els meus amics es moren. De la meva quinta ja no queda ningù.
1
Effettivamente,
i ragazzi del 1919, quelli che furono chiamati alla leva a 18
anni, per poi combattere durante la guerra civile, erano tutti morti.
Mio
padre un giorno, tornò a casa contento dicendo che aveva conosciuto
Miguel, un anziano di Zaragoza, che da qualche anno si era trasferito
nel nostro paese. Rideva quando raccontava che era nato lo stesso
giorno di lui, il giorno della Befana del 1919: era un piccolo
miracolo.
Miguel
era rimasto da solo, perché, da quasi un decennio, sua moglie aveva
perso la testa ed in seguito era morta in una clinica geriatrica,
dove si era visto obbligato a ricoverarla. Aveva lottato con la
malattia della moglie, che ogni giorno le divorava un pezzettino di
cervello. Erano stati tempi difficili, per poi trovarsi a novant'anni
a dover ricominciare da solo, o meglio a finire la sua vita in un
paese quasi sconosciuto.
Un
pomeriggio Miguel, passeggiando per il centro del paese scoprì un
circolino dove alcuni anziani giocavano a carte. Lui non ne era capace,
ma gli piaceva molto guardare i giocatori, uno di quelli era mio
padre. Si sedeva a poca distanza dai tavoli da gioco, per osservare
meglio i movimenti buffi dei pensionati: occhiate incrociate, segni
col viso, messaggi gestuali e ogni altra forma di comunicazione.
Giocavano a un gioco chiamato butifarra 2
Non
ebbero molto tempo di fare amicizia, dato che poche settimane dopo la
loro conoscenza mio padre ebbe un ictus, dal quale lentamente si
riprese, ma da quel momento dovete camminare con un girello e non
potè più recarsi al circolo ricreativo.
Mio
padre che fino a quel momento aveva avuto bisogno della compagnia di
Blanca solo per la notte, dovette cercare una badante di giorno. Il
caso volle che fosse Dulia.
Dulia
aveva una quarantina d'anni ed era piuttosto robusta. Essendo una
magnifica cuoca e in più una buona forchetta, era sempre a dieta, ma
il suo peso non calava di un grammo. Spesso cantava mentre svolgeva
le faccende domestiche, ed era sempre allegra nonostante le
difficoltà che la vita le aveva portato.
Dopo
pochi mesi che lavorava per mio padre, si sparse la voce nel paese
che Dulia era molto brava e inoltre, avendo la patente, poteva
portare a passeggio con l'automobile i vecchietti che custodiva.
Miguel,
si sentiva solo la notte e chiese a Dulia se gli poteva fare
compagnia. La badante di mio padre accettò, anche se quel doppio
lavoro voleva dire non vedere la sua famiglia, ma aveva proprio
bisogno di guadagnare qualche soldo, dato che il sussidio di
disoccupazione, che percepiva suo marito ogni mese, si stava
esaurendo.
Alcuni
lunghi pomeriggi invernali, mentre a casa giocavamo al domino con mio
padre, Dulia diceva ridanciana:
-
Tengo a dos hombres , los dos nacieron el dia de los Reyes,
uno lo quiero de día y otro de noche 3.
Mi sono alzata con calma e mentre preparavo la colazione
continuavo a pensare a Miguel, immaginavo che lui, quella
mattina, si doveva essere svegliato allegro, sapendo che Dulia
gli avrebbe preparato una bella tazza di caffellatte. Mio
padre invece, nottambulo di natura, avrebbe aperto gli occhi a mezza
mattina, ma avrebbe sempre goduto
delle cure, prima di Blanca e poi di Dulia.
Mio
marito era al letto quando è suonato il suo cellulare. Si è alzato
in fretta e furia. Un suo compagno di pedalate lo
chiamava per coinvolgerlo a fare un bel giro in bicicletta, dato che
la giornata era molto bella.
Abbiamo fatto colazione insieme, parlando a lungo di mio padre, di Miguel e della loro badante. Mentre tenevo ancora la tazza di tè tra le mani ho salutato lui che stava uscendo.
Abbiamo fatto colazione insieme, parlando a lungo di mio padre, di Miguel e della loro badante. Mentre tenevo ancora la tazza di tè tra le mani ho salutato lui che stava uscendo.
La
porta si era chiusa e, mentre lui spariva per le scale, mi era
arrivato il ticchettio delle sue scarpe, quelle con gli agganci che
si attaccano ai pedali delle biciclette da corsa.
Ero
ancora in camicia da notte, quando ho preso il computer portatile e
mi sono infilata di nuovo nel letto, ancora caldo.
Seduta sul lettone, un po' sgualcito e mentre sistemavo le lenzuola con le mani, ho sentito un brivido di nostalgia ripensando ai giocatori di carte; dopo ho acceso il computer e ho cominciato a una lista di tutte le cose che volevo fare, mancavano solamente due giorni per Natale.
1.
Tutti i miei amici stanno morendo. Dalla mia leva non
rimane nessuno
2.
Gioco di carte, molto popolare nella Catalogna, nel
quale quattro giocatori giocano a coppie
3.
Ho due uomini, entrambi nati il giorno delle Befana.
Uno lo voglio di giorno e l'altro di notte