Los
pensamientos a veces vuelan hacia adelante y construyen de antemano
escenas que nunca tendrán lugar. Cuando parece que todas las piezas
se van encajando, pueda que acontecimientos mínimos logren darle la
vuelta completa a la vida, eso es lo que le pasó a Inés un invierno
a principios de los años ochenta.
Inés
estaba muy ilusionada buscando apartamento. Ella y
su novio contaban con poco dinero, la mayor parte les había dado
la familia y algo tenían ahorrado. Ella sabía que no llegaba ni
siquiera para un departamento de dos piezas, sin embargo no había
perdido la esperanza de encontrar una ganga. Querían establecerse en
el centro de la ciudad, a pesar de que supieran que allí las
viviendas estaban empezando a subir. Pasaron los meses y
seguían sin dar con un piso decente, o eran demasiado caros o eran
pocilgas, hasta que una mañana les llamó el agente de una de las inmobiliarias
que les había atendido tiempo atrás.
-
Tenemos un piso semiocupado en el centro de la ciudad, tiene un
dormitorio, un comedor-salón, una cocina y un aseo, hay que
reformarlo, pero con poco dinero lo pueden arreglar. Es ideal para
una pareja ¿Les interesaría a ustedes ir a verlo?
-
Depende. ¿Qué quiere decir semiocupado? Le contestó Inés
-
Pues que aún está alquilado, pero que los inquilinos se van a ir
muy pronto, dijo el empleado de la agencia.
-
¿Qué significa muy pronto?
-
No sé, unos meses, un año al máximo. A los inquilinos el contrato
ya les ha caducado, pero siendo de los antiguos no se les puede
desahuciar. Vive en él una familia bastante joven con un hijo
pequeño. Ella está embarazada y por eso van a mudarse dentro de
poco, pues ya no caben.
-
Bueno, deme una cita para mañana por la tarde
-
De acuerdo. Veámonos en la esquina, entre Via Palazzuolo y Via
dell'Albero
Al
día siguiente al atardecer ella y su novio fueron a verlo.
La
vivienda no estaba mal, era bastante espaciosa, a pesar de que el
salón no tuviera ventanas, de que el cuarto de baño fuera muy pequeño y que las
escaleras para llegar al segundo piso fueran un poco empinadas. El
empleado de la inmobiliaria intentaba convencerlos, diciéndoles:
-
No se lo dejen escapar, el piso es barato y céntrico, además los
señores Santini nos han asegurado que dentro de pocos meses van a
dejar la vivienda. Hay que darse prisa pues a pesar de que haga solo
dos días que está en venta nos están llegando cantidad de
ofertas.
Inés
y su novio se lo pensaron durante todo el fin de semana y el lunes
decidieron comprarlo.
El
apartamento tenía además de las carencias e imperfecciones
evidentes, dos grandes defectos: el primero lo vieron enseguida,
pero siendo jóvenes no les asustó para nada el hecho de que el
piso estuviera ubicado en una calle ruidosa y con vida nocturna; el
segundo lo descubrieron cuando los inquilinos se marcharon.
Inés
estaba contenta el día en que fueron a firmar las escrituras a la
Notaría. Soñaba con una vida placentera junto a su novio en aquel
piso. Se lo imaginaba nuevo, la cocina luminosa, con una barra larga
que separaba cocina y comedor, el cuarto de baño con una super
ducha y los suelos del dormitorio y del salón de madera, de
listones largos y anchos. Todo ello lo había ideado su novio, que
era arquitecto y que ya tenía listos los planos de la reforma.
Llevaban
viviendo juntos cinco años, pero siempre compartiendo piso con otros
estudiantes.
-
Ha llegado el momento de irnos a vivir solos, no podemos esperar a que los señores Santini desalojen, quien sabe cuando se marcharán;
tenemos que buscarnos otro piso, aunque sea pequeño, da igual, le
propuso una tarde Inés a su novio.
Los dos se las arreglaron para ir a ver apartamentos en sus ratos
libres. Tuvieron suerte y por una serie de coincidencias lograron
instalarse en una planta baja, con poca luz, pero señorial con
techos abovedados y muy altos.
A
veces Inés iba a dar una vuelta en bicicleta por via Palazzuolo para ver
si veía signos de algún traslado, sin embargo nunca había
camiones de mudanzas estacionados en la calzada. Para no desanimarse
se fijaba en las tiendas, bares y restaurantes cercanos y se veía a
ella misma entrando con un capazo en aquellos establecimientos. A dos
manzanas notó un garaje inmenso donde entraban y salían
continuamente automóviles de matrículas extranjeras.
-
Cuando vengan mis padres ya tendrán donde dejar el coche, se dijo,
mientras se imaginaba a sus padres que aparcaban allí su atomóvil verde.
Los
señores Santini siguieron en el apartamento, el alquiler era tan
bajo que no no tenían prisa en dejarlo. Inés fue pasando por
aquella calle una vez por semana con la esperanza de que la familia
Santini se hartara de vivir apretada en unos pocos metros
cuadrados.
Durante
cuatro años todo siguió igual, hasta que una noche les llamó el
señor Santini para decirles que iban irse del piso, pero que
querían un buen traspaso antes de dejar libre la vivienda.
Inés
y su novio al principio se vieron perdidos, pero luego lo pensaron
bien y decidieron arriesgarse diciéndole al señor Santini:
-
No tenemos dinero para un traspaso, hemos esperado tanto que ya no
nos importa hacerlo un año más; si no quieren irse, allá ustedes, pero si se marchan lo único que podemos pagarles es la
mudanza.
A los inquilinos no
les gustó mucho la propuesta, sin embargo a
regañadientes la aceptaron.
Inés
el día tan esperado fue a ver a escondidas el camión que cargaba
todos los enseres de la familia Santini.
A
la mañana siguiente, con las llaves en la mano, fueron al piso
vacío. Al abrir la puerta se quedaron paralizados como si les
hubieran echado un cubo de agua fría: todo estaba sucio, sobre todo
las paredes y los suelos. No se atrevían a entrar. Sacaron muchas
bolsas de basura y algunos cachivaches que los señores Santini
habían dejado adrede por los agravios recibidos.
-
¡Qué asco de patio interior! No me había dado cuenta de la
suciedad y de los excrementos de palomas que se han ido acumulando,
dijo el novio.
Inés
se asustó al oír aquellas palabras, sabía por experiencia que
cuando a él no le acababa de gustar una cosa, no había quien le
convenciera.
-
Verás que después de la reforma será un piso precioso.
-
No vale la pena gastarse dinero en un edificio tan destartalado y
lleno de caca de palomas, le dijo él mirando y remirando el patio
con cara de asco.
Fueron
a hablar con los dueños de las otras viviendas de la comunidad y se
dieron cuento de que a nadie le interesaba arreglar los patios y el
reboce de las paredes.
En
casa tuvieron ya un poco de roce pues Inés no lograba convencer a
su novio de que iban a estar bien en aquel piso.
-
Yo no voy a ir a vivir donde abriendo las ventanas vea escombros y
estiércol. Yo me sacaría ese apartamento de encima, lo vendemos y
compramos otro, dijo él la mar de convencido.
-
¿Venderlo? Estás loco, con lo que nos ha costado echar a los
señores Santini.
-
Si te lo miras bien, ahora sin inquilinos el apartamento tiene más
valor.
-
¡Ay que locura, no me lo puedo creer! Volver a empezar de nuevo me
asusta, yo viviría aquí una época y al cabo de unos años lo
vendemos y ya está.
-
Mira lo que te digo o el apartamento o yo, escoge tú. Yo no me quedo a
vivir aquí ni un sólo día.
-
No te pongas así, no lo tenemos que decidir ahora, pensémoslo bien, dijo ella con la voz un poco apagada.
-
Lo siento Inés, pero no quiero que pasemos nuestra vida en este
cuchitril, si hacemos obras, seguro nos vamos a quedar años y años en él
y eso me enoja y me hace sentir fatal.
-
Pues vendámoslo y no hablemos más de ello, dijo Inés decidida.
-
Me ocupo yo de ponerlo en venta, ya verás que encontraremos algo
mejor, dijo él acariciándola.
Inés,
mientras sacaba la mesa y ponía los cacharros en el lavaplatos, pensó
en las palomas, las que le habían dado un vuelco a su vida, jamás pisaría
el suelo de madera de aquel piso que con tanta ilusión habían
comprado, ni se ducharía en el pequeño cuarto de baño, ni
desayunaría en la barra de la cocina, ni entraría en las tiendas
cercanas y ni siquiera sus padres estacionarían el coche en el
garaje de aquel barrio, sin embargo se dio cuenta de una cosa: vivieran donde vivieran, estaba segura de que iban a intentar ser felices y disfrutar lo que la vida les ofreciera.
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