Cada
vez que Irene pasaba por aquella acera se ponía contenta. Hacía
unos meses que tres chicas treintañeras habían abierto un local de
belleza en el barrio. Una era peluquera, la otra se ocupaba de las
manicuras y la última, la rubia, hacía con esmero sea manicuras
que pedicuras.
Las
tres se llamaban Martina ¡Qué casualidad! Para distinguirse se
habían puesto sobrenombres. La más alta y de abundantes carnes,
llevaba una melena castaña y todo el mundo la llamaba Marti: le
encantaba cortar el pelo, cuando lo hacía se reía y era más
locuaz. A quien Irene conocía menos era a Tina, una morena de
mediana estatura, era maquilladora, depiladora y masajista. Trili, la más menuda, era su
preferida, pues tenía muy buena maña para la pedicura, además de
ser muy simpática.
Irene
no acostumbraba a ir mucho a los salones de belleza, pero una mañana,
quien sabe por qué, se paró en aquella acera y al darse cuenta
del nuevo establecimiento, entró dejándose llevar para que le
pintaran las uñas de las manos de color granate.
Desde
entonces iba cada mes a arreglarse las manos y tal vez los pies. El
local era pequeño, pero acogedor. Aún no lo tenían todo listo, sin
embargo cada vez iban ganando nuevos clientes del barrio.
Poco
a poco Trili le fue contando a Irene las peripecias de su vida
laboral. La tres chicas, desde que tenían diecisiete años,
trabajaban en uno de los salones de belleza más prestigiosos
de la ciudad. Cada una tenía pendiente un pleito contra doña
Ramona, la dueña, quien no les había pagado los impuestos de la
seguridad social como les llevaba prometiendo. Trili era la única que trabajando había conseguido el título de Bachillerato.
Las otras Martinas se conformaron con el título profesional que
habían sacado sin esfuerzo.
-
Mi sueño ahora es el de poder estudiar podología en la Universidad,
pues me encanta todo lo que esté relacionado con los pies, le
dijo Trili entusiasmada.
Las
tres se habían casado a los veinte y pocos años y mira por donde,
todas ellas estaban separadas, Marti y Trili tenían un hijo. Irene notaba que las tres chicas se querían y respetaban por
las bromas y la guasa que se hacían. Habían abierto aquel local con
mucha ilusión y poco dinero, pero al menos no tenían una dueña que
les timara, repetían sin cesar. Cada una llevaba su contabilidad y
gestionaba a sus clientes. Era como si fueran tres empresas separadas
y un solo alquiler. A Irene le pareció una buena manera de
trabajar y colaborar entre socias. Todo eso se lo contó Trili
haciéndole la manicura, sin embargo durante la segunda sesión,
mientras le limaba las uñas de los pies, hablaron de cosas más
personales:
-
¿Tienes hermanos?
Aquella
pregunta le gustó a Irene, pues sintió como si la aquella chica,
que apenas conocía, tuviera interés por ella y le contó que tenía
una hermana diez años mayor, con quien durante algunos años
tuvo poca relación, pues su hermana se había casado muy joven y
vivía bastante lejos, pero desde que pasó lo que pasó se habían
acercado mucho.
-
¿Qué pasó? Le preguntó Trili a Irene.
-
Pues que se me murió mi primer hijo a los seis meses.
-
¿Y cómo ocurrió?
-
¿Has oído hablar de la muerte
de cuna? También
llamada muerte
súbita, es la muerte
repentina de un bebé que aparentemente estaba sano. Se
produce durante el sueño. Los bebés simplemente dejan de respirar.
Mi niño murió en la guardería, nos avisaron a mí y a mi marido a
las cuatro de la tarde.
-
Debió de ser horroroso, dijo atónita y apenada Trili.
-
Si, ya lo creo, para una madre es lo peor que le puede pasar; te sube
la leche para amamantar y no tienes quien te chupe los pezones, la
ropa doblada en los cajones ya no sabes a quien ponerla, la
cuna está vacía, los biberones y chupetes ya no sirven para nada y
sobre todo no sabes a quien dar todo el amor y el cariño que te
sigue creciendo por dentro. Pero afortunadamente mi marido y yo
logramos apoyarnos mutuamente y luego el azar hizo que, a los
pocos días de la desgracia, me llegara un telegrama comunicándome
que había ganado oposiciones. La vida da muchas vueltas, por eso
pudimos empezar de nuevo.
A
raíz de aquella charla confidencial Trili se animó contándole a
Irene los sucesos de su vida:
- Mis padres se separaron cuando mi hermano y yo éramos
pequeños. Mi madre en seguida se juntó con Papi a quien quisimos
desde el principio, pero lo malo fue que mi padre desapareció de
nuestras vidas, sabes, sólo nos llamaba en las fiestas de guardar,
cumpleaños, Navidad y el día de nuestro santo.
- ¡Pobre, lo debiste echar de menos! Le dijo Irene, interrumpiéndola con
suavidad.
-
Cuando falleció mamá de cáncer
a los cincuenta y cinco años, tras la muerte repentina de Papi de
accidente, apareció nuestro padre. Fíjate que ella ya había tenido
un cáncer de mama años atrás, parecía que lo había superado del
todo, en cambio le detectaron otro tumor en el páncreas; creo que
al morir Papi, su sistema inmunitario dejó de luchar.
Irene
se quedó pasmada al oír tantas desgracias, mientras Trili seguía
diciendo:
-
Mi hermano acogió bien a nuestro padre, yo en cambio tuve que
sofocar toda mi rabia y dolor atrasados. Fue muy duro el camino, pues en aquella
época yo me estaba separando de Dani, una historia de amor que duró
cinco años, quizás la más larga de mi vida, mira por donde, en
cambio con el padre de mi hija vivimos juntos sólo un año.
-
Perder a la madre tan joven debió ser muy duro para ti, le
dijo Irene mientras sacaba, de la palangana de agua tibia, un pie y
ponía el otro.
- Pues sí, de la noche a la mañana me quedé sin
padres y sin pareja, Margarita, mi hija, aún sufrió más que yo,
pues desaparecieron de su vida las personas mayores que la cuidaban y
que pasaban más tiempo con ella, desde aquel momento sólo podía
contar conmigo. Menos mal que coincidió con que mi niña empezaba
párvulos y yo durante una temporada, intenté trabajar menos.
- Los niños suelen superar los
cambios más deprisa que los mayores, le dijo Irene,
sonriendo para animarla.
-
Poco
a poco he logrado aceptar a mi padre, quien a veces cuida a la
nieta, cuando no pueden los abuelos paternos, quienes se están
portando de maravilla. Este verano Marga va a quedarse en casa de
mis suegros, quienes regentan un bar en la zona del puerto. A pesar
de todas las calamidades estoy contenta porque toda la familia me
ha ayudado, a parte Juana, la hija de Papi, quien siempre me pone trabas. Ella
es un poco mayor que yo y se siente superior, por eso me manda siempre y cuando puede me echa broncas en lugar de
darme una mano.
-
Quizás tu hermanastra no sea mala, sólo que también ella lo pasó
mal y puede que los celos todavía se la estén devorando, le dijo Irene.
- Nosotros también
lo pasamos fatal, sobre todo cuando desmontamos la casa, fue una cosa
penosa, pero mi hermano y yo nunca nos peleamos al
repartirnos los pocos enseres de la vivienda, en cambio Juana, demostró su codicia queriéndolo todo, incluso se llevó
unos juegos de sábanas gastadas que ya estaban para tirar y no digamos
las cuatro cosas de valor que había. Se emperró en decir que los
anillos, los brazaletes y los collares de perlas habían sido de
su abuela. Se le notaba enojada, pero no sé con quién, quizás aún
con su padre porque había vivido tantos años con nuestra madre.
Nosotros le dimos lo que reclamaba, pero nos sentimos a disgusto.
Desde aquel día no hemos vuelto a saber nada más de ella.
- En todas las
familias nacen malentendidos e incluso riñas para apoderarse de joyas, que en realidad muchas veces son sólo piezas de bisutería o de
manteles antiguos y sábanas un poco raídas por las polillas o de prendas de lencería del ajuar de alguna abuela, observó Irene.
- Menos mal que en amores no me puedo quejar. Sin quererlo poco a poco me fui enamorando de mi mejor amigo, se llama Manuel. Nos veíamos de vez en cuando, me encantaba ir con él a tomar una copa, él me contaba sus cosas y yo las mías. Hace un par de meses que llevamos saliendo juntos, pero por ahora cada uno
sigue viviendo en su casa, no quiero darle más disgustos a Marga. No sé si te he dicho que Dani era
cuatro años más joven que yo y que a veces no conseguía ir tras él, pues siempre se empeñaba en trasnochar. Manuel en cambio tiene treinta y tres años,
es más trabajador y no quiere salir tanto de juerga. Quizás finalmente mi
vida esté siguiendo un nuevo cauce. ¡Eso espero! Dijo Trili terminando
su relato.
- ¡Qué bonito enamorarse de un amigo! Le dijo Irene.
- Estoy contenta porque nos llevamos la mar de bien, el
único problema es su madre, la pobre está mal de nervios y a Manuel le monta unos tinglados, que no veas.
- Todo se arreglará, estoy segura. Eres una muchacha
muy lista, por suerte has ido aprendiendo de todas las penas, inconvenientes y
demás percances del pasado, le susurró Irene a Trili, mientras le estaba pintando las uñas de los pies.
Irene
aquella mañana estaba un poco agobiada, no por el
trabajo pendiente que siempre se le iba acumulando, sino porque se sentía rara, como más sufridora. A pesar de que sus hijos vivieran fuera de casa, estaba preocupada por ellos sin un motivo real, pensaba continuamente en las jaquecas que tenía su hijo, porque trabajaba demasiado y en la hija que llevaba una vida ajetreada, salía mucho y
dormía poco; también estaba intranquila por su marido, quien
últimamente detestaba a su jefe y cada dos por tres estaba de mal
humor. Sin embargo poco a poco,
escuchando a Trili, Irene notó que sus angustias se le iban esfumando. La misma impresión de
sosiego tuvo Trili hablando con ella.
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