Por las mañanas, cuando tenía una hora libre, iba al laboratorio o a un aula vacía para preparar las clases del día siguiente, pero antes pasaba por la sala de profesores. Me tomaba un té, pero no penséis en taza de verdad, sino en un vaso de plástico con agua caliente teñida de marrón, luego charlaba con los profesores más simpáticos que en realidad eran pocos.
Una mañana me fijé en una compañera que estaba escribiendo y borrando constantemente algo. Creo que era un suplente anual, porque recordaba haberla visto por primera vez durante un claustro al empezar el año escolar, era joven respecto a la plantilla de profesores, tenía unos cuarenta años.
De golpe me miró y sonriendo me dijo:
- ¿Por que me ha tocado?
Yo amablemente le pregunté:
- ¿El qué?
- Organizar un intercambio entre mis estudiantes y los de una escuela extranjera. Por desgracia tengo que encargarme yo, a pesar de que haga sólo seis meses que trabaje en la escuela y por consiguiente que conozca poco a los alumnos.
- ¡Me imagino el montón de trabajo que tienes! Le comenté.
- Fuimos a Finlandia la semana pasada y ahora tengo que programar los siete días en que los estudiantes finlandeses se alojarán en nuestra ciudad, haciéndoles gastar lo menos posible.
Como tenía ganas de hablar, le pregunté:
- ¿Cómo fue vuestro viaje a Helsinki?
- La salida fue desastrosa, en el aeropuerto nos informaron que nuestro vuelo llevaba retraso debido a una tormenta de nieve en Amsterdam, donde teníamos el enlace; mientras los altavoces nos daban la mala noticia, una estudiante empezó a vomitar en una papelera de la sala de espera, luego siguió haciéndolo en el cuarto de baño. Después de dos horas, finalmente a bordo, cuando parecía que todo salía bien, otra alumna se desmayó, sin ninguna causa aparente; entonces sí que nos asustamos, pero afortunadamente volvió en sí al cabo de poco.
Luego tomó aire y de un tirón continuó diciendo:
- Pasamos una semana en una ciudad finlandesa tranquila a unos cien kilómetros de la capital. Los profesores y las familias finlandesas recibieron muy bien a nuestros estudiantes, en realidad sólo una chica tuvo problemas, porque su compañera finlandesa era muy extraña, nunca hablaba y tenía miedo de todo, pero esto hubiera sido lo de menos, si no hubiéramos descubierto que la madre las había dejado solas durante dos noches.
- Los intercambios son muy interesantes porque, tanto los profesores como los chicos, entramos en un mundo nuevo, con distintas formas de hacer las cosas, de pensar, de vivir, de enseñar, de divertirse, por no hablar de las costumbres, las tradiciones, el idioma, la comida y en vuestro caso también el clima muy diferente. Por desgracia, a menudo surgen problemas.
Escuchando las palabras de la profesora joven, traté de imaginar a la madre de la chica finlandesa: una mujer alta, rubia, con rasgos muy marcados, casi masculina. Me gustó pensar en que la madre antes de salir de casa había dejado la nevera llena y había recomendado a su hija que se portara bien. Luego pensé que el padre ya no vivía con ellas y que la madre trabajaba en una fábrica de papel como encargada, quizás a raíz de su empleo tuvo que irse a Helsinki, para intentar resolver los problemas que habían surgido tras la crisis económica.
No hace falta deciros que en cuando me cuentan el comienzo de una historia me gusta inventarme el final.
Dejamos de hablar mientras yo pensaba en todo ello y mi compañera se puso de nuevo a escribir, apuntando los precios de las entradas de los museos, de las visitas guiadas, de los billetes del autocar y de otras cosas más.
No quise compartir con ella mis pensamientos, pues me avergonzaba un poco imaginar historias ajenas; nos saludamos y me fui hacia un aula al final del pasillo.
La imagen de la madre finlandesa que dejó sola a su hija me trajo el recuerdo del intercambio que hicimos años atrás con una escuela de Madrid. Para que no se perdieran las historias y los personajes que flotaban por mi cabeza, tomé un cuaderno y empecé a escribir:
Éramos tres profesoras con unos cuarenta estudiantes. Nuestro viaje empezó mal, porque una de las chicas, Aurora, no quería embarcarse de ninguna manera; dentro de poco vais a entender las razones de su obstinación. Estábamos a punto de perder el vuelo, por eso tuvimos que obligarla a subir las escaleras del avión, a pesar de que llorara y se quejara.
La escuela del intercambio se hallaba en el centro de la ciudad, era antigua y prestigiosa; nos dijeron que allí habían estudiado personajes famosos, si no recuerdo mal, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Pero los tiempos habían cambiado y a aquel Instituto iban estudiantes de todo tipo, incluso algunos con situaciones familiares difíciles, pero eso aún no lo podíamos saber.
Al llegar a Madrid, rodeada de estudiantes alegres y de familias chillonas que recogían a nuestros alumnos, pensé en que estaba contenta de volver a España. También durante los días siguientes, en la escuela con los compañeros españoles, me sentí a gusto, como si no hubiera dejado nunca mi país.
Alquilamos, para nosotros las profesoras, un pequeño apartamento no muy lejos de la escuela. La noche de nuestra llegada tuvimos de nuevo un susto: a medianoche sonó el teléfono.
- ¿Quién será a estas horas, nos dijimos antes de contestar?
Era Aurora, quien llorando nos dijo que quería marcharse de aquel apartamento porque no se sentía segura, pues tenía miedo del novio de la chica que le daba alojamiento. En aquel apartamento no había adultos, excepto el novio, quien bromeando, bromeando había invitado a Aurora a acostarse con ellos. Llamamos a María Jesús, la encargada del intercambio, quien de inmediato corrió hacia allá y se llevó a Aurora en coche a su casa.
Nos sentimos culpables porque no le dimos mucha importancia a su rabieta en el aeropuerto. Aurora nos dijo que escribiéndose con la chica española había olido algo raro en ella y que por eso estaba angustiada .
La chica descarada se disculpó diciendo que todo había sido una broma y que su madre había tenido que salir corriendo de viaje, sin embargo María Jesús no la creyó y buscó a otra familia para Aurora.
Después de aquel día surgieron otras rarezas, he aquí algunas que logro recordar:
A Camilla, una chica rubia y elegante, hija del dueño de una pequeña empresa textil de Prato, le había tocado una estudiante tan delgada que parecía un poco enfermiza. El padre, quien era un guardia de seguridad, había tomado una semana de vacaciones para dedicarse a las muchachas. Al cabo de dos días Camilla no podía aguantar más al padre obsesivo quien no las dejaba solas ni un minuto. La madre había muerto hacía un par de años y la casa estaba siempre a oscuras, pero eso no era lo que le molestaba a Camilla, sino los ruidos que de noche oía. Sólo había un cuarto de baño y estaba pegado a la habitación de las chicas, Camilla sospechaba que alguien vomitara, pero no estaba segura, porque por la mañana todo estaba en orden. Una noche se levantó para ver quién arrojaba. Encendió la luz del baño y descubrió que era el que el perro estaba vomitando. Camilla siguió en aquella vivienda y se las arregló para buscar el lado divertido del perro anoréxico.
Y luego hubo la historia de Gabriele, que era un tipo tranquilo y complaciente, a quien le encantaba estudiar idiomas y lo único que deseaba era poder hablar español. Al entrar dejó la maleta en la sala pintada de verde y en seguida se dio cuenta de que la gente que vivía en aquella casa era un poco rara. El chico que lo alojaba le dijo que sus padres hacía dos meses que se mudaron fuera de la ciudad y que él seguía viviendo allí para no tener que cambiar de Instituto; tenía dieciocho años y siendo espabilado había alquilado dos habitaciones a otros estudiantes. Cuando Gabriele nos habló de su vivienda, tuvimos que llamar otra vez a María Jesús, quien convenció a la abuela del chico espabilado para que fuera a vivir con ellos una semana. Gabriele estaba contento porque la viejecita era una mujer muy agradable y una gran cocinera. En seguida descubrió que los inquilinos de su piso eran un grupo de homosexuales muy divertido, pero eso nosotros lo supimos más tarde.
Otro alumno, Paolo, fue a casa de un chico muy sensible pero un poco delicado, sufría ataques de pánico y tenía cicatrices en las manos y en los brazos, sin embargo sus profesores nos dijeron que a veces le fallaba su autoestima, pero que últimamente estaba la mar de bien. El problema era que a Paolo, quien llevaba siempre un bocadillo en la mochila, le daban poco de comer y él se moría de hambre. Hubierais tenido que ver la cara que ponía cuando nos contaba en que consistía el desayuno frugal de cada mañana. La cena junto al padre era un poco más abundante, pero todavía insuficiente para nuestro estudiante. Después se supo que al padre, que era guardia civil, lo habían trasladado a Madrid de un pueblo del sur y que la madre era una bailarina de flamenco que no había querido marcharse con ellos.
Lo último que recuerdo es el asunto de la familia chilena donde fue a vivir Carla. A ella le encantaban todos los miembros de aquella familia numerosa, empezando por su compañera y acabando por la madre.
- La madre es alegre y muy cariñosa conmigo; me ha dicho que ha vivido en muchas ciudades europeas y suramericanas, por eso es tan abierta, nos decía nuestra alumna.
Un día también nos habló con entusiasmo de Santiago, el hermano mayor, quien hacía de guía, pero no siempre de guía turística, sino que a menudo llevaba a grupos de muchachos extranjeros por los bares y locales de moda.
Ya que no teníamos quien nos acompañara a Toledo, pensamos en que Santiago podía hacerlo y resultó ser un chico especial. Durante el viaje de ida en autocar, nos contó que sus abuelos habían huido de la España de Franco y sus padres del Chile de Pinochet. Estudiaba historia del arte en la Universidad y se buscaba la vida trabajando para poder independizarse. Tal vez otra guía más profesional habría sabido a la perfección la historia artística de Toledo, pero él nos transmitió entusiasmo y eso fue lo que nos gustó.
Sonó la campana, así que cerré el cauderno y sonriendo me dirigí hacia el aula donde tenía que dar clases.
Lo scambio
Le
mattine in cui avevo una ora libera, andavo in laboratorio o in
qualsiasi altra aula vuota a preparare le lezioni del giorno
successivo, ma prima mi fermavo nella sala dei docenti, prendevo un
tè, ma non pensate una vera tazza di infusione, bensì un
bicchierino con acqua colorata da macchinetta e scambiavo qualche
parola con gli insegnanti più comunicativi, che a dire il vero erano
pochi.
Una
mattina mi colpì una collega, che stava prima scrivendo e poi
cancellando qualcosa; credo fosse una supplente annuale, perché
ricordavo di averla vista per la prima volta al collegio d'inizio anno
scolastico, avrà avuto una quarantina d'anni.
A
un certo punto mi guardò e sorridendo mi disse:
-
Chi me lo ha fatto fare?
Io
gentilmente le domandai:
-
Cosa?
-
Organizzare uno scambio tra i miei studenti e quelli di una scuola
straniera. Purtroppo è toccato a me, nonostante sia l'ultima
arrivata e conosca poco i ragazzi.
-
Immagino la mole di lavoro che hai avuto! Commentai io.
-
Siamo stati in Finlandia la settimana scorsa e adesso devo
programmare i sette giorni in cui gli studenti finlandesi
soggiorneranno da noi, facendo loro spendere il meno possibile.
Visto
che aveva voglia di chiacchierare, le domandai:
-
Come è andato il vostro viaggio a Helsinki?
-
La partenza è stata disastrosa, prima dell'imbarco ci hanno
comunicato che il nostro volo aveva notevole ritardo a causa di una
bufera di neve ad Amsterdam, città dove avevamo lo scalo; mentre
gli altoparlanti ci davano la brutta notizia, una studentessa ha
cominciato a vomitare dentro un cestino della sala d'attesa, poi ha
continuato a farlo in bagno. Dopo due ore, finalmente a bordo,
quando sembrava che tutto andasse per il verso giusto, un altra
allieva è svenuta, senza nessuna causa apparente; allora si che ci
siamo spaventati, ma per fortuna è tornata in sé dopo poco.
Poi
ha preso fiato e ha continuato a raccontare:
-
Dopo è andato tutto liscio. Abbiamo trascorso una settimana in una
tranquilla cittadina finlandese a un centinaio di chilometri dalla
capitale. I professori e tutte le famiglie hanno accolto molto bene
i nostri studenti; a dire il vero solo una ragazza ha avuto qualche
difficoltà perché la sua corrispondente era molto strana, non
parlava mai ed era timorosa di tutto, ma questo non sarebbe stato
niente, se non avessimo scoperto che la madre le aveva lasciate due
giorni da sole.
-
Sono molto interessanti gli scambi perché, sia noi che gli
studenti, entriamo in un altro mondo, con diversi modi di fare, di
pensare, di vivere, di insegnare, di divertirsi, per non parlare di
abitudini, tradizioni, lingua, gastronomia e nel vostro caso anche
di clima. Purtroppo spesso sorgono dei problemi.
Mentre
dicevo quelle parole ho cercato d'immaginare la madre della ragazza
finlandese: una donna alta, bionda, di tratti un po' duri, quasi
maschili. Ho voluto pensare che prima di partire avesse lasciato il
frigo pieno e si fosse raccomandata alla figlia di essere brava. Ho
pensato anche che il padre, non abitasse più con loro e che la madre
lavorasse in una cartiera come capo reparto, forse per motivi di
lavoro si era dovuta recare a Helsinki.
Non
c'è bisogno che vi dica che quando mi viene raccontato l'inizio di
una storia mi piace trovare il seguito.
Mentre
in silenzio pensavo a tutto ciò, la mia collega si era rimessa a
fare i conti dei vari costi dei biglietti dei musei, visite guidate,
pullman e quant'altro.
Mi
sono ben guardata da condividere con lei i mie pensieri, perché me
ne vergognavo un po'; l'ho salutata e sono andata verso un'aula
libera in fondo al corridoio.
L'immagine
della madre finlandese che lasciava da sola la figlia mi aveva
riportato a un altro scambio cui avevo partecipato sette anni prima.
Per non fare scappare le storie e personaggi che stavano svolazzando
nella mia testa ho preso un quaderno e ho cominciato a scrivere:
Eravamo tre professori con una quarantina di studenti, la classe 4L e la 4G.
La partenza é
stata faticosa, perché una delle ragazze, Aurora, non voleva
imbarcarsi in nessun modo; continuando a leggere capirete le ragioni
della sua ostinazione. Rischiavamo di perdere il volo, quindi
l'abbiamo costretta a salire le scalette dell'aereo, nonostante
piangesse e si dibattesse.
La
scuola con cui facevamo lo scambio si trovava nel centro della città,
era antica e prestigiosa, ci avevano detto che lì avevano studiato
personaggi illustri, se non ricordo male, Antonio Machado e Juan
Ramón Jiménez.
Ma
i tempi erano cambiati e quel Istituto era frequentato da ragazzi di
tutte tipi, addirittura alcuni con situazioni famigliari difficili,
ma questo non lo potevamo ancora sapere.
Appena
arrivati, in mezzo agli studenti allegri e alle famiglie chiassose
che prendevano in consegna i nostri alunni, ho pensato che ero
contenta di essere tornata in Spagna. Anche nei giorni successivi, a
scuola con i colleghi spagnoli, mi sono sentita a mio agio, come se
non fosse mai partita dal mio paese.
Avevamo
affittato, per noi professori, un piccolo appartamento non lontano
dalla scuola. La notte del nostro arrivo abbiamo avuto la prima
sorpresa: a mezzanotte è suonato il telefono.
-
Chi sarà a quest'ora, ci siamo dette prima di rispondere?
Era
Aurora che piangendo ci chiedeva di andare a prenderla perché non
si sentiva sicura in quella casa, temeva di essere molestata dal
fidanzato della sua corrispondente. In quell'appartamento non
c'erano adulti, tranne che il ragazzo che aveva scherzosamente
invitato la nostra alunna a entrare nel letto della coppia.
Abbiamo
chiamato, María Jesús, la referente degli scambi, la quale subito
si è precipitata lì, ha caricato Aurora in macchina e l'ha
portata a casa sua.
Noi
ci siamo sentite in colpa perché non avevamo capito in aeroporto
la causa della bizza di Aurora. Dalle mail scambiate con la sua
partner aveva annusato che c'era qualcosa di strano ed era a
disaggio.
La
ragazza spagnola si era scusata, dicendo che era tutto uno scherzo e
che sua madre era dovuta partire all'improvviso, ma credo che María
Jesús non si sia fidata di lei, sistemando poi Aurora in un'altra
famiglia.
Dopo
quella mattina sono capitate altre stranezze o cose buffe ai nostri
studenti, eccone alcune di cui riesco a ricordare:
A
Camilla, una bella ragazza bionda e raffinata, figlia di un piccolo
imprenditore pratese, era capitata una studentessa così pallida da
sembrare un po' malaticcia. Il padre, che lavorava come guardia
giurata, aveva preso una settimana di ferie per stare dietro alle
ragazze. Dopo due giorni Camilla non ne poteva più delle troppe
attenzioni di quel padre ossessivo che non le lasciava mai da sole.
La madre era morta da un paio d'anni e la casa era sempre in
penombra, ma questo non era quello che disturbava Camilla, piuttosto
i rumori che sentiva la notte.
C'era
un solo bagno ed era attaccato alla cameretta delle ragazze, a
Camilla sembrava di sentire qualcuno che ci vomitava, ma non ne era
sicura, dato che ogni mattina tutto sembrava a posto. Una notte si
alzò per vedere chi faceva quei versi. Accese la luce del bagno e
scoprì il cane che stava vomitando.
Camilla
rimase in quella casa e riuscì a trovare il lato comico del cane
anoressico.
Poi
c'è stata la vicenda di Gabriele, ragazzo mite e accomodante, che
amava molto le lingue e non vedeva l'ora di parlare spagnolo. Appena
lasciò la valigia nella sala tutta dipinta di verde pisello, capì
che in quella casa ci doveva abitare gente un po' bizzarra.
Gabriele
venne a sapere che i genitori del ragazzo spagnolo che lo ospitava
si erano trasferiti da qualche mese fuori città e che lui ci
continuava a vivere per non dover cambiare scuola; essendo
maggiorenne si sapeva gestire bene e aveva affittato due camere
ad altri studenti.
Appena
Gabriele ci raccontò della sua situazione abitativa, ci toccò
richiamare María Jesús, la quale fece arrivare la nonna del
corrispondente, che per fortuna abitava abbastanza vicino. Gabriele
ne fu contento perché quella anziana donna era, oltre che
simpatica, una grande cuoca. Ben presto capì che era capitato in
una divertente comunità omosessuale, noi invece siamo venute a
saperlo, molto tempo dopo.
Anche
a Paolo capitarono dei fatti insoliti, Lui, ragazzo paffutello che
aveva sempre un panino a portata di mano fu sistemato in casa di un
bravo ragazzo, il quale era molto sensibile e in passato aveva avuto
sofferto di attacchi di panico. Ci colpirono le sue cicatrici nelle
mani e nelle braccia, i suoi professori ci dissero che era un
po' fragile e mancava di autostima, ma che in quel periodo stava
proprio bene. Il problema era che mangiava veramente poco, quindi
Paolo moriva dalla fame. Dovevate vedere la sua faccia nel
raccontarci la magra colazione che faceva tutte le mattine. La cena
che preparava il padre del ragazzo inappetente era un po' più
abbondante, ma sempre insufficiente per il nostro allievo. Dopo
abbiamo saputo che a causa del lavoro del padre nell'arma dei
carabinieri si erano trasferiti da poco tempo in città e che
purtroppo la madre che era una ballerina di flamenco non aveva voluto seguirli.
Ancora
vedo la faccia sorridente di Carla dicendoci che aveva avuto una gran
fortuna ad essere ospitata da una famiglia di origine cilena. Era
veramente contenta e si trovava molto bene con la ragazza, sua
coetanea e con tutti membri di quella famiglia numerosa .
- La madre è speciale, ha vissuto in diverse città
dell'Europa e dell'America Latina, forse per questo è così aperta, disse
la nostra allieva.
Una
mattina ci parlò a lungo di Santiago, il fratello maggiore della
sua corrispondente, il quale lavorava ogni tanto come guida turistica
e si era specializzato ad accompagnare la sera gruppi di ragazzi
forestieri per i bar e locali di moda.
Dato
che dovevamo andare a visitare Toledo e non avevamo ancora una guida,
abbiamo pensato a Santiago, il quale risultò essere un ragazzo in
gamba. In pullman, durante il viaggio di andata, ci raccontò che i
suoi nonni erano scappati dalla Spagna di Franco e i suoi genitori
dal Cile di Pinochet. Lui studiava storia dell'arte all'Università e si
arrangiava lavoricchiando per poter essere indipendente. Magari
un'altra guida ci avrebbe spiegato con più professionalità la
storia e l'arte di Toledo, ma lui ci mise passione, per questo
siamo rimasti sodisfati.
Era suonata la campanella, quindi chiusi il quaderno e mi recai sorridendo verso l'aula nella quale dovevo fare lezione.
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