Durante veinte años las cartas de la madre le fueron llegando sin faltar cada semana.
El cartero en bicicleta las traía los jueves o los
viernes. Alguna que otra vez la carta no aparecía en el manojo de
la bolsa de piel de correos, entonces Laura decía a Lucio:
- ¡Qué raro que no hayan llegado noticias de mamá!,
pero por sus adentros sentía una especie de alivio, luego se
arrepentía y se sentía culpable.
En otras ocasiones le llegaban dos cartas seguidas.
Laura se había fijado que después de algunas cartas
rutinarias, en las que su madre, hablaba poco de ella misma, llegaba
una carta más larga cargada de congoja, a la que ella llamaba
carta mala. Por eso primero las leía deprisa para no sufrir y luego
volvía a hacerlo despacio. Por la noche en voz alta le recitaba a
Lucio algunos trocitos que se había aprendido de memoria, sobre todo los que la madre describía la vida cotidiana de la familia o
contaba anécdotas de la gente del pueblo. La parte quejumbrosa se la
ahorraba siempre.
Aquella noche de otoño Laura estaba un poco
acatarrada, le apetecía quedarse sola en casa, por eso le dijo a
Lucio que fuera sólo al concierto.
Cenó y luego se sentó en el sofá con el paquete de cartas de la
madre, que días atrás había sacado de un cajón del desván.
Hacía casi diez años que su madre había fallecido. Su
muerte se produjo a raíz de una caída. Estuvo tres horas echada en el jardín sin poder moverse, antes
que el marido pudiera llamar a una ambulancia.
Cogió una de ellas al azar y empezó a leer aquella letra tan bonita.
Querida hija:
Estoy sentada en la cocina, la casa está callada, tu
padre se ha ido a jugar a cartas al Casino. Hoy como cada sábado
te escribo al salir de misa. ¡Qué buena invención el poder ir a
santificar la fiesta en las tardes de los sábados! Me
encanta anticipar las cosas y no tener nada pendiente.
Mi papá me predicaba siempre: “no dejes para
mañana lo que puedas hacer hoy”, yo he seguido su enseñanza toda
la vida, al pie de la letra.
Cuando éramos jóvenes tu tía y yo cada domingo teníamos que
levantarnos temprano para ir a la iglesia. Tu abuela Carla madrugaba
incluso los domingos, a las ocho, cuando en invierno empezaba a
amanecer, hacía adrede ruido con potes y cacerolas y a las nueve
en punto nos empezaba a echar de la cama diciéndonos:
- Chicas, el cura no os va a esperar, la misa está
a punto de empezar.
La función comenzaba a las diez, pero ella no
soportaba que nos desperezásemos largo rato bajo las sábanas.
Las dos hermanas salíamos deprisa con los ojos aún
soñolientos, las cabezas tapadas con mantillas
negras y el misal en la mano. Lo único que me gustaba era estar
quieta en mi banco observando a los chicos del pueblo y a los pocos
forasteros que caían durante las fiestas. Ahora todo el
mundo se sienta donde le apetece, antes los hombres se ponían a la
derecha y las mujeres a la izquierda. Yo me quedo en los
bancos de atrás para que no me vean, desde que tú te marcharse, ya no me gusta arreglarme y salir de casa. Sólo voy a
misa los sábado para no encontrar a nadie que me diga:
-¿Tú hija está casada o no? ¿Aún vive con el extranjero?
Me siento inferior cuando oigo esas palabras,
quisiera fundirme y desaparecer, no sé qué contestar. No te quiero
apenar siempre con la misma historia. Hay que aceptar todo lo que
viene, ¿no? Pero tú ya sabes como soy yo, me deprimo pensando en
la desgracia que me ha tocado.
Me tomo todas las pastillas que me ha recetado el
médico, pero no me animan, siento una gran tristeza.
Los domingos, tú me dirás, te puedes quedar un rato
más en la cama al lado de papá. Él sigue odiando a los curas.
¿Te acuerdas que sólo pisaba la iglesia para ir a entierros?
Ahora he conseguido que entre cuando nos invitan a bodas,
bautizos o comuniones. No para nunca por casa con la excusa del
trabajo y de la tertulia con los amigos. Toda la vida he tenido miedo
de que tu padre tuviera otras mujeres, sé que no te lo debería
decir a ti. ¿A quién se lo podría confesar?Ya no me queda nadie con
quien conversar.
Hablando de bodas ¿Te acuerdas de tu amiga
Consuelo, la única que se ha quedado soltera? Pues dicen que se va a
casar. El novio es el socio de toda la vida de su padre, las malas
lenguas comentan que es una boda concertada. El otro día me dio
recuerdos para ti.
Cada noche les preparo la cena a los nenes de
Carolina. Estoy contenta de ser abuela, pero tengo poca paciencia y
con con todos mis achaques ya no tiro. No se como decirle a tu
hermana que no puedo ocuparme de los peques, pues ella la pobre se mata
trabajando y no se merece ese disgusto: “Una yaya que no quiere ser yaya”
La chica los va a buscar al colegio, luego hacia las
siete me los trae a casa. Comen en un santiamén y después juegan o
miran la tele. Dan la lata, sobre todo el pequeño que es muy
vivaracho; el mayor era más tranquilo ¿te acuerdas de lo entretenido que estaba este verano haciendo rompecabezas? ahora también
se ha puesto pesado porque está celoso del hermanito. Menos mal que
a las nueve vienen a recogerlos.
Carolina no ha tenido mucha suerte, dejando el
trabajo en la peluquería y abriendo la tienda de ropa con otra socia. Es
demasiado duro para ella cargar cajas y trastos, le duele la espalda
y creo que tendrá que operarse de hernia lumbar que le acaban de
diagnosticar.
Bueno, no hablemos más de males.
¿Tú cómo estás?¿ Ya te cuidas? ¿Te abrigas?
¿Cuándo vamos a volver a vernos? ¿Vendréis para
estas fiestas?
Tu padre no quiere emprender viajes, yo no me atrevo
a venir sola. ¿Qué diría la gente de una esposa que viaja sin el
marido? A veces me imagino cómo podría ser marcharme del pueblo en tren,
sin embargo en seguida me lo saco de la cabeza como si fuera un
pecado.
Come mucho, que la última vez te vi un poco flaca.
Un abrazo
Tu madre
PS: Cuando nos veamos no hables de esa carta,
quémala, no quiero que ellos sepan que me gustaría
huir de la vida que me toca vivir.
Laura en seguida pensó que las cartas de la madre empezaban y terminaban siempre de la
misma manera.
Recordaba que cada vez que leía una carta mala se
entristecía pues le sabía mal que ella no fuera feliz y se sentía
un poco culpable, sin embargo aquella noche tras leerla de nuevo, se sintió libre de culpa.
Se preparó una taza de manzanilla, se sentó de nuevo
en el sofá y al cabo de poco oyó que alguien abría la puerta.
Lucio entró en la sala sonriendo. Dijo que le había gustado mucho
el concierto jazz y que había encontrado un par de
amigos.
- Ya son casi las doce ¡Qué tarde que es! Me he
distraído leyendo la correspondencia de mi madre y se me ha pasado
el tiempo volando.
- Lo sé que te gusta leer en tu rinconcito del sofá, pero mañana hay que madrugar, venga, vamos a dormir, dijo Lucio.
En la cama se pusieron a charlar. A Laura le encantaba
hablar de sus cosas con Lucio. Con la vida que llevaba, siempre
corriendo entre el trabajo, los hijos, la compra y el
perro, no tenía muchas ocasiones para estar a solas con él.
- Esta noche he caído en la cuenta que al marcharme de casa no
le causé tanto daño a mi madre como pensaba, quizás hice que su
vida opresiva diera una vuelta y gracias a nuestra correspondencia
sus emociones, sea positivas que negativas, fluyeran de nuevo.
- Menos mal que de vez en cuando eres sabia y no te
echas la culpa de todo, dijo él.
A Laura la imagen de la madre siguió
rodándole por la cabeza, le daba un poco rabia que ella no hubiera
tenido agallas para marcharse unos días de casa y decirles a todos que
estaba harta de preparar comidas, lavar y planchar la ropa ajena, sin embargo antes de cerrar los ojos pensó satisfecha que a
pesar de todas sus debilidades su madre había tenido la fuerza de escribirle sin faltar una carta cada semana.
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