Hace un par de días que encontré a Cristina, hacía
años que no coincidíamos en el pueblo, habíamos estudiado juntas y
cuando nos fuimos a vivir lejos de nuestra tierra natal seguimos
escribiéndonos durante unos años, pero luego poco a poco nuestra
correspondencia cesó. La vi cambiada, a pesar del tiempo
transcurrido, me pareció más joven.
Me
contó que aquellos últimos años habían sido muy malos para
ella, fue cuando sus dos hijos mayores eran adolescentes y el
último todavía pequeño, fue en la misma época en que sus padres
enfermaron, primero, la madre sufrió Alzheimer
precoz,
luego el padre tuvo una embolia cerebral, a raíz de la cual se le
quedó paralizada la parte derecha del cuerpo. Me dijo que hacía
unos meses que el padre había fallecido, la madre afortunadamente
murió antes de perder completamente la cabeza.
Me comentó contenta, de que ahora estaba muy bien,
seguía con Francisco, su marido. Vivían con Luís, que tenía
dieciocho años y era el hijo pequeño, pues los dos mayores, se
habían ido a estudiar al extranjero.
- ¿Tú como estás? Al final me preguntó, abrazándome
de nuevo
- Regular, me pasa algo raro, pues desde hace unos
meses, a menudo tengo dolor de cabeza y sobre todo duermo mal. Le
contesté con una mueca que hago siempre con la boca, cuando no
estoy convencida de algo.
Luego acabé diciéndole que mi marido e hijos estaban
la mar de bien y que al contrario de sus padres, los míos
habían tenido pocos problemas durante la vejez y habían
fallecido casi sin darse cuenta.
Nos citamos en un bar el viernes de aquella misma
semana.
Fue una tarde que nunca olvidaré. A Cristina siempre le
ha gustado contar las cosas con todos los detalles, yo estaba
encantada escuchando su voz. Charlamos y reímos recordando viejos
tiempos. Al final me regaló un libro, que me aconsejó que leyera
lo antes posible, añadiendo que seguro que sería un buen remedio
para el dolor de cabeza e insomnio.
Dentro del libro había una hoja de papel en la que
Cristina, con letra pequeña, había escrito:
Querida amiga:
He copiado una página de mi diario para que
descubras el porqué de mi regalo. Espero verte más a menudo
Un beso
Cristina
Domingo 22 de mayo de 2014
Son las ocho de la tarde y me apetece recordar el
día de hoy desde el principio. Me
he despertado con un ligero dolor de cabeza, será por la resaca
de anoche.
La
cena salió de maravilla. Mientras, Francisco iba cocinando yo
me sentía en la gloria. Me encanta cuando a él le apetece
guisar, pues lo hace muy bien. Los dos preparamos nuestras
especialidades lo mejor que supimos.
Todo
era exquisito: los canapés con salsa de aceitunas negras, el pan
integral con tomate, la paella de mariscos, las alcachofas a la
romana, los pimientos picantes y los postres a base de fruta con
mascarpone. También eran buenísimos, el pastel y el vino que
trajeron los amigos.
Fue
una noche muy amena, cada uno con su tema animaba la mesa. Yo estaba
contenta porque Luís, quien nunca quiere participar en nuestras
cenas con cincuentones, había dicho que comería sólo un
plato de paella y que luego saldría, en cambio se
quedó largo rato haciendo tertulia con nosotros durante la
sobremesa.
¿Qué
hago? ¿me levanto o me quedo en la cama? He pensado mientras
miraba a Francisco, quien aún estaba durmiendo profundamente.
Descubriendo,
que eran las nueve de la mañana he decidido que después de ir
al cuarto baño volvería a la cama.
Si
yo hubiera sido más racional me hubiera levantado sigilosamente,
dejándole dormir a él un rato más. Hubiera podido leer echada en
el sofá del salón y saborear un taza de té verde. Digo eso
porque hace una semana que tengo un poco de escozor y un ligero
dolor en la vejiga. La culpa la tiene la dichosa cistitis, que
cada invierno llega sin pedir permiso.
Al
final me he acostado de nuevo y me he arrimado al cuerpo caliente
de Francisco. En seguida he notado por sus movimientos que él lo
estaba apreciando.
Tenía
ganas de seducirlo. Hacía tiempo que no me sucedía, normalmente
es él quien da los primeros pasos. Quizás ha pasado todo eso
porque es todo un lujo poder estar en casa los dos solos. Hoy Luis
se ha levantado temprano para ir a jugar un partido de fútbol.
Al
oír la puerta de la entrada, que nuestro hijo ha cerrado de golpe
al salir, mi cuerpo se ha relajado completamente, a pesar del
ligero dolor de cabeza.
Mientras
abrazaba a Francisco he pensado que quizás me volvería el
escozor. Pero mis manos no escuchaban nada de eso, seguían tocando
su cuerpo.
Ya
que le había dado la lata durante los últimos días comentándole
mis molestias vaginales, él me ha peguntado:
¿Estás
segura de que luego no te va a doler? Yo estoy encantado con ese
despertar tan erótico, pero si quieres puedo esperar.
¡Qué
va! Luego voy a lavarme con bicarbonato, que lo cura todo.
Le he contestado risueña. Y mientras decía eso he pensado: mejor
prevenir que curar, como dice el proverbio, por lo tanto me he
levantado y he ido a lavarme las vías urinarias con bicarbonato. Al
volver al dormitorio he buscado en un cajón del armario una
combinación rosa de seda y me la he puesto.
Al
entrar de nuevo en la cama hemos hecho el amor como nunca. Nuestros
cuerpos sudados y exhaustos han seguido largo rato entrelazados.
Con
pereza y sin fuerzas me he levantado para ir a lavarme de nuevo.
Luego él ha hecho lo mismo. Al cabo de poco ya estábamos los dos
otra vez bajo las sábanas arrugadas y calientes.
Nos hemos quedado hasta la una en la cama. Me ha gustado la intimidad que se ha
creado mientras hablábamos. Él me ha confesado que le asustaba
un poco el hecho de tener que dejar el trabajo dentro de pocos meses, porque veía que
mucha gente caía en depresión al estar sin hacer nada. Yo le he dicho que no se
preocupara, ya que seguro que iba a tener muchas cosas que hacer.
Luego
ha salido de mi boca lo que llevaba días preocupándome: Estoy
agobiada con el trabajo pues mi nuevo cargo me pone muy nerviosa,
porque tengo miedo de equivocarme. ¡Qué insegura que soy!
Pero
si eres atractiva, alegre, positiva, generosa, optimista y mil
cosas más; ¡Qué te importa un poco de inseguridad ! A veces es lo
que me gusta más de ti ¡Cuánto te quiero ¡Cuánto te quiero! Me
ha dicho él de un tirón. Me han sentado tan bien esas palabras.
Deberíamos
pasar más a menudo una mañana entera en la cama.
Hemos
desayunado a la una y media y al decirle que mi dolor de cabeza se
hacía más intenso, Francisco me ha preparado un vaso de agua con
bicarbonato de sodio, diciéndome que era un remedio de su madre
y que era muy eficaz.
A
las tres menos cuarto hemos salido a dar un paseo por la ciudad,
el día era gris, sin embargo a mí me ha parecido precioso, andando sin rumbo por las calles poco concurridas.
En el casco antiguo había un mercadillo. En una parada de libros de segunda mano, mientras estaba pensando en que mi dolor de cabeza había desaparecido completamente, me ha llamado la atención el título de un libro: Los milagros del bicarbonato de sodio.
En el casco antiguo había un mercadillo. En una parada de libros de segunda mano, mientras estaba pensando en que mi dolor de cabeza había desaparecido completamente, me ha llamado la atención el título de un libro: Los milagros del bicarbonato de sodio.
He comprado el libro y luego ya en casa nos hemos recreado en el sofá. Al cabo de poco ha llegado Luís hambriento, por eso hemos decidido preparar una merienda-cena.
Ahora estoy muy a gusto escribiendo y me siento muy bien. ¿Será debido al bicarbonato?
Ahora estoy muy a gusto escribiendo y me siento muy bien. ¿Será debido al bicarbonato?
Al terminar de leer la carta de Cristina, sonreí
pensando en que aquella misma noche tomaría un vaso de agua con
bicarbonato. Luego le escribí un correo diciéndole lo
mucho que me había gustado su regalo y agradeciéndole que con
tanta naturalidad hubiera compartido conmigo todos los detalles de
un día de su vida.
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