El
pacto de Zanjón de 1878, entre españoles y revolucionarios, dio por
terminada la Guerra
Grande.
Con excepción de los pocos meses, entre 1879 y 1880, que duró la
llamada Guerra
Chiquita,
a medida que iba pasando el tiempo parecía que el fervor político
de antaño se había estancado; sin embargo, José Martí y sus
seguidores estaban preparando el terreno para conseguir la
independencia de Cuba. Pero el líder carismático cubano tuvo que
esperar unos años antes de salir al descubierto, hasta que en abril
de 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano.
Una
tarde de finales de verano de 1893, Felipe y Olivia entraron en la
finca Esperanza en un coche de caballos. Mariano saltó de alegría
al ver a sus amigos y dejó de lado sus quehaceres en el almacén de
semillas.
-
¡Ya era hora de que aparecieras! ¡Y tú, Olivia, qué guapa estás!
Les dijo, abrazándolos.
Los
acompañó al jardín y los invitó a sentarse en la sombra, bajo la
parra.
-
¿Qué se te ha traído por aquí?
-
Pasaba cerca de Pinar del Río y me apetecía hablar contigo.
-
A mí también me encantaba volver a veros, le dijo Olivia.
-
Ahora mismo mandó a llamar a Nieves.
Mariano
llamó a Gabriel, uno de sus más fieles trabajadores. Gabriel, un
hombre mulato de unos treinta años, se acercó despacio limpiándose
las botas en la hierba y les dio la mano a los invitados. Su rostro
estaba curtido por el sol y la intemperie, sus ojos eran vivarachos y
su mirada bondadosa.
Nieves,
al cabo de pocos minutos, llegó sofocada y corriendo y en seguida se
echó en brazos de los recién llegados.
-
¡Qué alegría volver a veros! ¡Y qué sorpresa ! ¡Están muy
guapos los dos! Les dijo Nieves.
-
Estamos un poco cansados de correr de un lado a otro, ya tenemos
ganas de echar raíces. Felipe, cuéntales nuestros proyectos, dijo
Olivia.
-
Pues si todo va bien, vamos a establecernos en La Habana, les dijo
Felipe.
-
Me alegro de que finalmente echéis raíces... Perdonad, pero
nosotras vamos un momento al jardín, quiero enseñarle mis plantas a
Olivia, dijo Nieves, cogiendo a bracete a su amiga.
Con
esa excusa, las dos mujeres se alejaron para hablar tranquilas de sus
cosas y para que los dos hombres siguieran conversando a sus anchas:
-
¿Cuéntame eso de que os vais a establecer definitivamente en La
Habana?
-
Pues, yo me estoy retirando del movimiento independentista, le
contestó Felipe.
-
¿Qué ha pasado? Le preguntó Mariano, boquiabierto.
-
José Martí y sus aliados, después de haber fundado el PRC, se
están organizando para luchar contra los españoles. Me han
arrinconado porque yo sigo empeñado en obtener pacíficamente la
independencia.
-
Lo siento, Felipe.
-
Estoy desanimado, o mejor dicho, desilusionado, pues creía en José
Martí y lo admiraba. Hasta hoy, con su tremendo poder de
convencimiento y su carisma personal, ha logrado ejercer una
influencia creciente en figuras poco convencidas de la necesidad de
un partido para estructurar la nueva revolución…
-
Sí, después del fracaso de la Guerra Chiquita, es más prudente.
Lleva años escribiendo artículos en la prensa, sobre las miserias
que golpean a los más vulnerables y nunca pierde de vista su gran
objetivo, que es la independencia de Cuba.
-
En 1884 se opuso a una nueva empresa armada defendida por Gómez y
Maceo. Se negó a que Cuba reposara únicamente en un poder militar.
Y ha tratado por todos los medios de que en el PRC no se filtre el
espíritu de discordia y rivalidad entre los veteranos del 68.
Proclamó que la independencia sólo se puede realizar con una
preparación minuciosa y declaración pública de los objetivos y que
es imposible prescindir del necesario trabajo político e
ideológico... En eso, estaba de acuerdo con él. Sin embargo,
últimamente se está dejando llevar por el ala belicosa del partido.
-
José Martí es de admirar. Ha defendido siempre a los indígenas y a
las poblaciones negras y, gracias a sus artículos de presa, la
historia del continente latinoamericano ya no es desconocida en
Europa. Además de denunciar el sistema colonial, también acusa a
los Estados Unidos de expansionismo. ¡Pero fundando el PCR, sus
objetivos son muy amplios, no sé dónde irá a parar! Dijo Mariano,
con voz preocupada.
-
Recuerda que el PCR no es un partido político. No tiene fines
electorales. Es una asociación política que nació para
independizar a Cuba y otras provincias de Ultramar, como Puerto
Rico.
-
¿Y tú confiabas en obtener
la independencia de Cuba de forma pacífica? Le preguntó Mariano.
-
Sí, pero cada vez me parece más imposible. Sobre todo ahora mismo
que José Martí está reuniendo recursos para formar un gran
ejército que combata contra los españoles.
-
¡Quizás no lleguen a las armas! Aún es pronto para decirlo, le
dijo Mariano.
-
No te hagas ilusiones. Yo soy el único del movimiento que ha votado
por una independencia pacífica.
-
¿Por qué los poetas revolucionarios siempre acaban derramando
sangre? Suspiró Mariano.
Felipe
se encendió un cigarrillo y contestó:
-
Céspedes se vio obligado a ello, pues él, además de luchar por la
independencia, tenía otro objetivo: pretendía la libertad de los
esclavos. Desgraciadamente, los esclavos que participaron en la
guerra fueron carne de cañón... y la mayor parte de los que se
quedaron en las plantaciones, como represalia, también fueron
maltratados, heridos, violados o matados por los españoles que iban
avanzando, para reconquistar las tierras perdidas.
-
Hubo una gran matanza, recordó Mariano.
-
Pero ahora es distinto, blancos, negros y mulatos podemos preparar
juntos peticiones y pleitos, para obtener la independencia. No sé si
sabes que en el PRC militan excelentes abogados. José Martí,
aunque siempre haya sido un subversivo y los españoles lo hayan
echado ya dos veces de Cuba, sabe que no puede repetir los errores
que acarrearon tantas injusticias y desastres en la Guerra
Grande...
Si bien en este momento los españoles se niegan a tratar, hay que
esperar, sin recurrir a las armas.
-
Entiendo muy bien que tú sueñes con una lucha pacífica, pues yo
también lo espero. Pero quizás los dos estemos equivocados y no
exista sobre la faz de la tierra una reivindicación sin violencia y
sin miles y miles de muertos y heridos, le contestó Mariano.
-
No estamos solos, piensa en que el movimiento pacifista en Europa
nació en 1819 y que el uso de la
resistencia pasiva,
como forma de desarrollar la lucha pacífica dentro de la ley, se
comenzó a emplear en luchas nacionalistas y constitucionalistas tras
las Guerras Napoleónicas... Y que al cabo de unos años se empezó a
articular un movimiento pacifista en toda Europa a través de
conferencias internacionales. Como la de Bruselas en 1848, impulsada
por Elihu Burritt y precursora de la de París de 1849, presidida por
Víctor Hugo.
Mariano
lo escuchaba embelesado y admirado y le dijo:
-
¡Felipe, tú sabes mucho!
-
No me cortes, si no pierdo el hilo. ¿Por dónde iba? Y la
conferencia pacifista de Ginebra, en 1867, contó con el boicot de
Marx y los marxistas y con la paradójica presencia de reputados
defensores de la acción violenta, como Mijail Bakunin o Giuseppe
Garibaldi, que hizo campaña para la conquista de los Estados
Pontificios en su camino a la unificación de Italia. ¿Te das cuenta
de qué paradoja es nuestro mundo?
-
¡Un gran disparate! Dijo pensativo Mariano y después de un par de
segundos añadió: - Si en Europa ganara campo la revolución no
violenta, quizás en Cuba tendríamos esperanzas de evitar una nueva
guerra. Pero me temo que será un proceso muy lento.
Se
quedaron callados unos minutos, cada cual pensando en los horrores de
la nueva guerra que estaba amenazando a Cuba. Felipe recitó la
primera estrofa de la poesía
Yo soy un hombre sincero de
José Martí.
Yo
soy un hombre sincero
De
donde crece la palma,
Y
antes de morirme quiero
Echar
mis versos del alma.
-
¿Uno que escribe una poesía como ésa puede ser belicoso? Terminó
diciendo Felipe.
-
Creo que José Martí ahora está convencido de que sin lucha armada
Cuba no va a conseguir jamás la independencia. Y eso me duele mucho,
le contestó Mariano.
-
A mí también me duele, después de todos mis esfuerzos para
implantar en Cuba tácticas revolucionarias no violentas como,
pleitos, peticiones y protestas, me siento impotente.
-
¿Qué vas a hacer ahora?
-
Voy a seguir luchando pacíficamente a mi manera. Olivia y yo nos
mudaremos a la Habana y allí volveré a ser un simple cochero. Ahora
ya no tengo que esconderme, ya nadie se acuerda de mí... Quiero
enseñar a leer y a escribir a todos los negros de Cuba. Olivia y yo
organizaremos escuelas ambulantes.
-
Felipe, Felipe. ¿Por qué no dejas de una vez la política y te
vienes a vivir al campo? Aquí también podrías enseñar a los
niños, además de leer y escribir, lo importante que es conseguir la
libertad e igualdad entre blancos y negros, de forma no violenta.
-
Es lo que estoy haciendo, estoy dejando la política, a pesar mío.
Pero me desespero pensando en que en 1886 fue promulgada la Ley que
acababa definitivamente con la esclavitud y que en Cuba todavía hay
mucha discriminación racial. En las haciendas o en las barriadas
pobres de las ciudades hay homicidios, sexualidad forzada, abortos,
castigos físicos y demás abusos de los blancos hacia los negros.
-
No te agobies, tarde o temprano los blancos y los negros serán
iguales. Tendrán los mismos derechos. Pero no sé si nosotros
lograremos verlo…
-
Ojalá, pero... ¡me parece imposible! Le repuso Felipe.
-
¿Y qué me dices de veniros a vivir al campo? Le preguntó eufórico
Mariano.
-
No sé, no sé, ya lo vamos a pensar, le contestó Felipe con una
mueca graciosa.
Las
dos mujeres volvieron risueñas y se sentaron junto a sus maridos.
-
¿Qué es lo que vamos a pensar? Le preguntó Olivia a Felipe.
-
Mariano me preguntaba si nos gustaría vivir en el campo, le contestó
Felipe.
-
Pues mira, ahora mismo, aquí al lado hay una finca pequeña, llamada
Aguaviva, que está en venta. Y nadie la quiere porque un ala de la
mansión fue derrumbada por los rebeldes de la Guerra
Grande,
le dijo Mariano.
-
¡Qué exagerado eres! No podemos dejarlo todo ahora mismo. ¿Además,
de dónde vamos a sacar el dinero para comprar una finca? De momento
viviremos en La Habana, Emilia, la viuda de José Sarrá, nos ha
ofrecido una vivienda suya a un alquiler muy bueno.
-
¿Cómo está, Emilia?
-
Muy bien, heredó una fortuna cuando murió su marido. Y nombró
apoderado a Josep, para que se ocupara de la farmacia de La Habana.
Josep creo que por aquel entonces ya era socio de la farmacia
Reunión. Bueno, el testamento de José Sarrá fue una cosa muy
complicada, dicen que en principio les había dejado un buen pedazo
de herencia a Ignasi y Josep, los dos sobrinos. Pero Emilia, a
través de sus influencias con altos funcionarios, consiguió que los
herederos fueran exclusivamente sus hijas. Ignasi, al descubrir que
no le había tocado nada, regresó indignado a España. Josep, en
cambio, se quedó en la farmacia. Y poco a poco se fue haciendo amo
de ella.
-
Hacía tiempo que no sabía nada de Josep. Ya te conté en una carta
que era un poco extravagante. Tuve problemas con él… sobre todo en
la época en que su tío se tuvo que marchar a Barcelona y lo puso al
mando de la farmacia.
-
Pues no le reconocerías, ha cambiado mucho, parece otro hombre.
Todavía lleva la farmacia. Hace más de diez años que la reformó.
Emilia tenía confianza en él y se llevaban muy bien. Pero se dice
que luego él hipotecó su casa de Malgrat y que le compró la
farmacia a Emilia…
-
Me alegro.
-
También colaboró en la fundación del Colegio de farmacéuticos de
La Habana, donde fue presidente durante varios años. Poco a poco fue
invirtiendo sus ganancias comprando fincas y se convirtió en un rico
hombre de negocios. Si ahora vieras el nuevo establecimiento, te
quedarías con la boca abierta. Tienen mucha clientela.
-
Estoy contento de que la farmacia tenga tanto éxito.
-
Creo que gran parte del mérito es de Celia, su mujer canaria. Al
casarse con ella, abandonó su laboratorio, donde estaba encerrado
día y noche. Siguiendo los consejos de su mujer, se dedicó primero
a modernizar y a ampliar la farmacia y luego a otros negocios
rentables, dijo Olivia.
-
Ha sido una suerte que su esposa lo alejara de sus probetas y
alambiques. De no ser así se hubiera vuelto loco, dijo Mariano,
sonriendo.
-
La última vez que lo vi me contó que tenía muchas propiedades en
la Habana, más de cuarenta casas. Pero tenía miedo de perderlo todo
si se proclamara otro Levantamiento. Él, como te puedes imaginar, no
es para nada partidario de José Martí. Sin embargo, me dijo que lo
admiraba, no por sus ideas revolucionarias, sino más bien por su
inteligencia y audacia. Además estaba orgulloso de que fuera hijo de
valencianos y de que hubiera nacido muy cerca de su farmacia, en la
Calle Teniente Rey.
-
Sí, su arraigo a Cataluña, siempre fue exagerado. Casi patológico.
No puede estar más de un año sin volver a Barcelona.
-
¿Qué quieres decir con patológico? Le preguntó Olivia.
-
Pues que a veces se pasaba de la raya pretendiendo reproducir su
patria chica en Cuba. Tú ya sabes que yo amo a mi tierra natal y que
me emociono oyendo hablar catalán. Sin embargo, ¡no se puede tratar
mal a una pobre cocinera porque no sabe preparar una rebanada de pan
con tomate como se hace en Cataluña! No me malinterpretes, me alegro
de verdad de que haya superado todas sus manías, le dijo Mariano.
-
Te entiendo, Josep siempre ha sido extravagante - calló un momento y
una sonrisa cruzó en su rostro – es un hombre inteligente pero
está un poco chiflado, dijo Felipe.
-
Josep es muy listo, aunque haya otra revolución no creo que deje la
Farmacia, le da demasiados beneficios. ¡Qué suerte que tiene al
poder viajar a Barcelona! - Se quedó un momento callado y luego
añadió: - A mí también me gustaría volver a mi tierra, pero por
ahora me parece una cosa imposible, les dijo Mariano bajito, como si
se avergonzara.
-
Ahora hablemos de vosotros. ¿Cómo os va la vida? Les preguntó
Felipe.
-
Estamos bien, los dos echamos de menos a Ángel. Pero estamos
orgullosos de haber llevado a cabo su proyecto… ¿Por qué no os
quedáis unos días en la finca? Les dijo Mariano.
-
Olivia, yo te voy a enseñar a hacer pan y a cocer cacharros de
barro, le dijo Nieves.
-
Felipe, yo te voy a llevar a los campos de cereales para que veas las
novedades y mientras tanto vamos a poder hablar de nuestras cosas, le
dijo Mariano con un guiño.
-
Me encantaría que os quedarais unos días con nosotros, insistió
Nieves.
Olivia
y Felipe aceptaron la invitación y descargaron del coche su ligero
equipaje. Aquella noche cenaron bajo la parra de uva que Mariano
había plantado con esmero, pues en el trópico la vid no crecía del
todo bien, pero él supo encontrar el microclima ideal para las cepas
que le trajo su amigo Miguel en uno de sus innumerables viajes.
Olivia
y Nieves charlaron alegres durante toda la cena, descubriendo que se
avenían mucho. Nieves se retiró temprano con su hijo, que acababa
de cumplir once años. Olivia también se acostó pronto para dejar
solos a los amigos.
Los
dos hombres siguieron hablando de política y ya de madrugada, cuando
iban a levantarse de sendos sillones para acostarse, Mariano le
confesó a Felipe que él y Nieves dormían en cuartos separados.
-
No te creo, Mariano. No es posible que no te acuestes con tu mujer.
Se os ve que estáis enamorados. ¿Pero qué pasa?
-
Yo la quiero mucho, pero no me atrevo a dar el primer paso. Tengo
miedo de ofenderla y, sobre todo, de que me rechace.
-
Mariano, no puedes esperar toda la vida. Tienes que actuar. Mañana
mismo tienes que meterte en la cama de tu esposa.
-
Lo intentaré. Llevo meses pensándolo, sin actuar.
Dos
días más tarde, al amanecer, desayunaron todos juntos bajo la
parra. Nieves había horneado pan y Mariano había dispuesto en la
mesa plátanos, aguacates, café y una jarra de leche recién muñida.
Aquel desayuno fue alegre como una fiesta para los mayores y también
para Angelito que pasó un rato jugando a dominó con Felipe. Ya eran
la nueve cuando se dirigieron a la caballeriza. Y mientras Felipe
subía al coche de caballos, Mariano le guiñó un ojo.
Felipe
sonrió tras la señal de su amigo que parecía indicar que
finalmente se había acostado con su esposa. Y mientras risueños se
despedían en la cancela de la finca, llegó el cartero con una
carta.
Mariano,
tras ver desaparecer por la verja de la finca el coche de caballos de
Felipe, miró detenidamente la carta, con cuidado rasgó el sobre,
sacó la hoja de papel y leyó su contenido despacio. Nieves se quedó
mirando su rostro, para descubrir si eran buenas o malas noticias.
-
Es una carta de Isabel, le anunció Mariano a su esposa.
Santa
Clara, 16 de septiembre de 1893.
Querido
Mariano,
han
pasado varios años desde mi última carta. Te escribo yo y no otra
persona por mí (aprendí a leer y a escribir gracias a un cura).
Espero que estéis bien de salud, gracias a Dios, yo estoy bastante
bien. Bueno, he tenido algunos percances que ahora te voy a contar.
Nunca
te hablé de mi hijo Lucas, que ahora tiene diecisiete años, lo tuve
antes de conocerte, tras ser violada por un capataz de la hacienda
donde trabajaba, Amelia, mi madre. ¿Te acuerdas de que te conté las
atrocidades e injusticias que sufrió ella, siendo esclava? Ni
siquiera ella supo del niño, lo crió Rogelia, la vieja adivina que
a mí también me hizo de madre. Lucas es un chico listo y alegre,
aprendió el oficio de carpintero gracias a Tomás, mi marido. Tomás
se quedó con él el día de vuestra boda, por eso tú y Nieves aún
no lo conocéis. En aquella ocasión no os hablé de Tomás, pues
todavía no vivíamos juntos. Por suerte él se encariñó en seguida
con el niño. Rogelia, a quien tanto quise, murió hace ocho años y
entonces Tomás vino a vivir con nosotros.
Pero
ahora mi hijo necesita esconderse por haber insultado a un sargento
del ejército español. Lucas es un fugitivo por la ley, pero él no
ha hecho nada de malo.
Sé
que es pedirte mucho, pero si pudieras encubrirlo en tu finca, yo te
lo agradecería toda la vida.
Ahora
hará siete años que me casé con
Tomás,
un
buen hombre que ha cuidado siempre a Lucas como a un hijo, pero está
delicado de salud. Ahora mismo mi hijo está en la parroquia de Santa
Clara, Mosén Román, el que me ha enseñado a escribir, lo ha
ocultado en los sótanos de la iglesia, pero de un momento a otro
pueden descubrirlo. No puede seguir allí mucho tiempo. Por lo demás,
no me puedo quejar, sigo trabajando en la fonda del pueblo, limpio
los cuartos, sirvo la comida a los huéspedes. Espero que a vosotros
os vaya todo bien en la finca Esperanza. Me gustó ir a vuestra boda.
Tu mujer es muy cariñosa, espero que seáis felices. Y tus amigos
son muy simpáticos. Un abrazo para ti y Nieves.
Isabel
Mariano
le entregó la carta a Nieves. Mientras ella la leía, sonreía,
pensando en lo tonta que había sido al tener celos de Isabel, quien
en verdad apenas conocía. Habló un rato con ella el día de la
boda y realmente le cayó la mar de bien.
Marido
y mujer se miraron y, sin necesidad de hablar demasiado de ello,
decidieron que Lucas iba a ser el nuevo carpintero de la finca
Esperanza.