Alicia se levantó temprano para ordenar la habitación del fondo del pasillo. Limpió los cristales de la ventana, quitó el polvo, pasó la
aspiradora y la fregona y por último enceró el suelo. Luego hizo la cama, eligiendo cuidadosamente las sábanas, las
mantas y el cubre cama. Mientras estaba sacando la ropa del fondo del cajón
del armario, se le apareció un recuerdo de muchos años atrás, de
cuando tenía unos veinte años.
Una tarde regresando a casa de
sus padres para las vacaciones de Navidad, después de largos meses
de ausencia, encontró su cuarto ordenado, pero la cama sin
hacer. Las sábanas, la almohada y las mantas estaban dobladas sobre
la silla. La cama desnuda la entristeció y no se sintió en
casa hasta que hizo la cama. Desde entonces su habitación se fue
convirtiendo en una especie de trastero, sus cosas se quedaron amontonados en la parte superior del armario, donde su madre había
ido colgando sus trajes, en las dos sillas siempre había ropa para planchar y su escritorio estaba cubierto de montones de
documentos, facturas y carpetas, de la empresa de su padre, que su
madre intentaba ordenar, sin lograrlo.
Antes de que su madre
cayera enferma la había colmado de amabilidad y de detalles, pero
luego aquella ternura se había desvanecido. Alicia trató de no
darle importancia, entendía bien que su enfermedad pulmonar le había
desencadenado una depresión. Estaba todo el día pendiente de sus
males y no le importaba nada más. Por la noche dormía poco, por la
mañana se levantaba tarde, pasaba horas aturdida frente al televisor
que apenas miraba, cocinaba muy poco, cosa que siempre le había
gustado hacer y no le apetecía ir al supermercado, hacía la compra
por teléfono.
La última vez que Alicia volvió a casa, su madre
estaba sentada en el sillón y aún llevaba el albornoz a pesar de
que fuera la hora del almuerzo. Había dejado de cocinar por
completo, lo hacía la mujer que la ayudaba con las tareas de la
casa. Estaba más tranquila que de costumbre y extrañamente no se
quejaba de sus dolencias. Cuando Alicia llevó su maleta a su cuarto, se sorprendió al ver la cama recién hecha con sábanas
perfumadas. En la mesita de noche encontró una carta.
Querida
hija,
me hubiera gustado recibirte de otra manera,
pero en los últimos tiempos he estado mal y me siento muy
débil, me cuesta demostrarte cuánto me gusta
que regreses. Me siento atrapada en mi enfermedad y las pocas
veces que dejo de toser y respiro mejor, tengo miedo de
volver a escupir sangre. Antes de que me lleguen los
síntomas reales, siento un pánico terrible que no me deja vivir. En
esos últimos años me hubiera gustado ser más
amable contigo, pero yo sólo sigo
pensando en mí y nunca en los que me rodean. Lamento que
estés tan lejos, pero aunque hubieras estado cerca tal vez tampoco
hubiera sido capaz de demostrarte mi cariño, no
lo consigo, tienes que creerme. Esta mañana, a pesar de mi
cansancio, mandé limpiar tu habitación
y yo misma te hice la cama. Te quiero.
Mamá.
Alicia volvió a la realidad observando con satisfacción la habitación de su hija ordenada y reluciente y la cama recién hecha. Fue a la cocina y se preparó una ensalada. Comió despacio escuchando las noticias de la radio. Luego fue a la sala de estar y puso la mesa con esmero. Sacó de la nevera la salsa para la pasta que había cocinado la noche anterior: cortó cuatro tomates maduros en trocitos pequeños, mientras en una sartén doró dos dientes de ajo, trocitos de aceitunas sin hueso y rodajas de calabacines, donde añadió luego los tomates y dejó que se cocieran largo rato a fuego lento, pero de vez en cuando iba moviendo la salsa con una cuchara de madera. Era el plato favorito de su hija.
Salió de casa con mucha antelación y, como temía, se
fueron formado largas colas de coches en los semáforos, pero
consiguió llegar a tiempo al aeropuerto. Alicia se emocionó al
volver a ver a su hija después de tanto tiempo, la chica también lloró de
alegría en los brazos de su madre.
- Gracias mamá por haberme venido a buscar, no sé si te comenté que esta noche no cenaré en
casa, he quedado con mis amigas.
- No te preocupes, todo lo que preparé anoche lo volveré a meter en la nevera para mañana cuando
comamos juntas, contestó Alicia.
Mientras caminaban hacia el
estacionamiento, Alicia pensó que ella también lo primero que hacía
cuando llegaba a casa después de varios meses de ausencia, era ir a
ver a sus amigos. Su madre al principio se ofendía, pero luego se
acostumbró a sus muchos compromisos y a que entrara y saliera de
casa sin cesar. Para Alicia tener una hija lejana era algo normal,
pero para su madre había sido distinto, nunca había aceptado del
todo que su hija de veinte años se hubiera ido al
extranjero.
- Que descuidada soy, con todas esas emociones se me cayeron las llaves de la chaqueta, dijo Alicia un poco nerviosa al no encontrarlas en su bolsillo, luego agregó:
- Sin las llaves de repuesto que perdimos la semana pasada ¿Cómo vamos a volver a casa? Quienquiera que haya encontrado las llaves podría robarnos el coche.
La
hija, menos ansiosa que la mamá, dijo:
- Iré yo a
buscarlas, no te
preocupes, seguro que las
encontraremos.
No tuvo tiempo de entrar en
el aeropuerto, pues
oyó una voz
masculina que decía:
- ¿Ha perdido usted este juego de llaves?