sabato 20 febbraio 2021

El zapato desatado

 




Alicia solía ir al gimnasio por las tardes. Si no hubiera tenido ese compromiso muchas veces se habría pasado toda la tarde trabajando en el ordenador, preparando clases o corrigiendo las tareas de sus alumnos.

El gimnasio, además de hacerla sentir bien físicamente, la obligaba a salir de casa a media tarde. Había conocido y se había hecho amiga con algunas mujeres de su edad y con otras más jóvenes o mayores que ella. Charlaban en el vestuario antes y después de la clase. A Alicia le gustaba conocer a gente nueva e ir descubriendo otros mundos. También se había familiarizado con algunas monitoras.

Disfrutaba en el gimnasio. El tiempo que allí trascurría le parecía un regalo. Allí no pensaba ni en su trabajo ni en su familia.

A veces sentada en la bici estática, mientras pedaleaba, lograba leer el periódico o un capítulo de una novela que siempre llevaba en el bolso.

Pero desde que la gestión del gimnasio cambió, Alicia ya no iba a las clases de gimnasia tan contenta como antes. Trasladaron los vestuarios a los sótanos y cambiaron la organización de los cursos. La maestra de gimnasia postural, que tanto le gustaba a ella, en aquel entonces se peleó con los nuevos gerentes y se marchó. Alicia esperó que se le acabara su bono trimestral y no lo renovó.

Para mantenerse en forma, comenzó a hacer ejercicios en el salón de su casa, pero incluso poniendo música, no se sentía del todo satisfecha, era como si se le escapara algo. Un día hizo tantos ejercicios para fortalecer los músculos del torso que por la noche sintió un gran dolor en los costados.  Parecía una viejecita caminando despacio y un poco  doblada.

Decidió no exagerar hacindo gimnasia casera e ir a dar largos paseos. A veces iba sola, pero a menudo llamaba a dos amigas que vivían cerca de ella. Le gustaba charlar con ellas, paso a paso iban saliendo historias y anécdotas de la vida de cada una.

Una tarde de octubre, mientras Alicia iba andando bastante deprisa por el sendero entre el río y el parque fluvial, se cruzó con un hombre de unos sesenta años y notó que tenía un zapato desatado. El señor llevaba un niño pequeño sobre sus hombros, probablemente era su nieto.

- Disculpe, lleva un zapato desatado. Cuidado, se podría caer, le dijo Alicia.

- Gracias, ya me he dado cuenta, pero con el niño encima, no puedo abrocharme la zapatilla y sería muy complicado bajarlo ahora que estoy a punto de llegar a casa, dijo el hombre.

- ¿Quiere que le ate su zapato? Le preguntó Alicia.

- Con mucho gusto, respondió el hombre.

Mientras Alicia le estaba haciendo un lazo doble, oyó su voz que decía:

- Muchas gracias, hacía muchos años que nadie me ataba un zapato, usted me ha devuelto un recuerdo de mi infancia que había borrado. Se lo agradezco de verdad, me ha hecho realmente feliz.

Alicia se despidió del desconocido y siguió su camino observando a la gente que andaba, corría o hacía deporte cerca del río y el mundo le pareció más hermoso.

Desde entonces, ya no necesitó más hacer ejercicios en casa o ir al gimnasio para sentirse mejor con su cuerpo. A media tarde cerraba sus libros, apagaba el ordenador y salía de casa.

Bajando las escaleras ya se imaginaba el río, los árboles, el sendero y la gente que se movía en bicicleta, corriendo o caminando.

En seguida se dejaba llevar por esa corriente, sólo se paraba para beber en la fuente, para saludar a las personas conocidas que encontraba y cuando veía un zapato desatado.








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