venerdì 4 ottobre 2019

Le mani di Miguel - Las manos de Miguel









Violeta quella mattina non lavorava. Si era alzata alle otto e aveva fatto colazione con molta calma. Mentre sorseggiava il tè verde che tanto le piaceva, leggeva la lettera di Bianca che le era arrivata il giorno prima. Nella busta verde, insieme alla lettera, c'era allegato un articolo de El País, sulla complicata situazione politica spagnola;  dietro  c'erano delle parole crociate,  iniziate  ma non concluse.
Violeta, mentre cercava di finire il cruciverba, pensava  a quando, qualche mese prima, lei e  il marito erano andati a Madrid a trovare Bianca, la loro figlia,  la quale abitava in quella città da diversi anni. Bianca da poco si era trasferita con Miguel, suo compagno, in un appartamento al terzo piano di un edificio degli anni sessanta, posto in una stradina tranquilla vicino alla Gran Via.
-  Ti ricordi il nostro viaggio a Madrid? Come sono  stati  gentili Bianca e Miguel! Non ci hanno lasciato prenotare un albergo, hanno voluto  a tutti costi ospitarci  nella loro casa, disse al marito che si era appena seduto per fare colazione insieme a lei.  
Violeta, conosceva poco Miguel, lo aveva visto solo una volta a Firenze e di sfuggita; subito le rimasto simpatico, forse per il suo sorriso contagioso. Lui era un bel ragazzo, sempre molto affabile e alla mano. Violeta quella volta non si era accorta delle sue ditta affusolate.
La prima sera a Madrid, Violeta e Miguel decisero di preparare insieme la cena, fu allora che Violeta scoprì il movimento garbato delle sue mani mentre lui in cucina tagliava i broccoli per fare una tortilla.
- Miguel, hai delle belle mani,  le tue ditta sembrano da pianista, gli disse lei.
- È buffo, nella mia famiglia nessuno ha le ditta lunghe, chi sa da chi le avrò prese? Forse dalla nonna andalusa.
E poi continuò a dire:
- Ho suonato la chitarra da giovane, ma mai il pianoforte.
La pasta era pronta, subito fu scolata e saltata in padella col sugo di pomodori e melanzane che Violeta aveva preparato. Appena seduti a tavola, Miguel raccontò che da adolescente prendeva lezioni di chitarra e che a diciotto anni aveva suonato in un gruppo rock con altri amici. Poi gli studi universitari lo avevano allontanato dal mondo della musica, ma a casa aveva ancora due chitarre che spesso suonava.
La tortilla di Miguel era deliziosa, anche il vino locale, comprato in una vicina bottega, gestita da un gruppo di consumo piuttosto attivo, era molto buono.
A tavola ci fu subito allegria, forse perché dopo la storia delle chitarre di Miguel  uno alla volta aveva iniziato a raccontare i propri sogni di quando erano ventenni.
A mezzanotte Violeta, mentre osservava le mani dei commensali nell'afferrare i calici, pensò che  si sentiva proprio bene  in quella casa.
- Mi manca solo una parola per chiudere il cruciverba, disse Violeta  al marito con la tazza di tè in mano.
- Quale?
- Cántico devoto
- Saeta, disse il marito pensando alla famosa poesia di  Antonio Machado.
Violeta  riuscí  finalmente a finire le parole crociate e  subito dopo cominciò a scrivere una lettera alla figlia.

Las manos de Miguel
Aquella mañana Violeta no tenía que ir a trabajar. Se levantó a las ocho y desayunó sin prisas. Mientras tomaba una taza de té verde que tanto le gustaba, leyó la carta de Bianca que había llegado el día anterior. Dentro del sobre verde, junto a la carta, había un artículo de El País, sobre la complicada situación política de España, detrás había un crucigrama, que Bianca había empezado sin llegar a terminarlo.
Violeta, mientras intentaba acabar el crucigrama, estaba pensando en cuándo, unos meses antes, ella y su esposo fueron a Madrid a visitar a Bianca, su hija, que hacía varios años que vivía en aquella ciudad. Bianca se había mudado recientemente con Miguel, su pareja, a un apartamento del tercer piso de un edificio de los años sesenta, ubicado en una calle tranquila, cerca de la Gran Vía.
- ¿Recuerdas nuestro viaje a Madrid? ¡Qué amables que fueron Bianca y Miguel! No nos dejaron reservar hotel, quisieron a toda costa que nos alojáramos en su casa, le dijo a su esposo que en aquel momento se había sentado en la mesa para desayunar con ella.
Violeta conocía poco a Miguel, solo lo había visto una vez en Florencia y de pasada; en seguida le gustó, tal vez por su sonrisa contagiosa. Era un chico guapo, siempre afable y natural. En aquella ocasión Violeta no había notado su dedos largos.
La primera noche en Madrid, Violeta y Miguel decidieron que se ocuparían de la cena, fue en la cocina donde Violeta descubrió el movimiento delicado de las manos de Miguel mientras cortaba brocoli para hacer una tortilla.
- Miguel, tienes unas manos muy bonitas, tu dedos parecen de pianista, le dijo Violeta.
- Es gracioso, en mi familia nadie tiene dedos largos, ¿Quién sabe de quién los habré heredado? Quizás de mi abuela andaluza.
Y luego siguió diciendo:
- Toqué la guitarra cuando era joven, pero nunca el piano.
Lista la pasta, Violeta la escurrió y la mezcló con la salsa de tomate y berenjenas que había preparado. Cuando se sentaron y empezaron a comer, Miguel les dijo que cuando era adolescente fue a clases de guitarra y que a los dieciocho años tocó  en un grupo rock junto a otros amigos. Luego, sus estudios universitarios lo alejaron del mundo de la música, pero en casa todavía tenía dos guitarras que solía tocar de vez en cuando.
La tortilla de Miguel era deliciosa, incluso el vino a granel, que habían comprado en una tienda cercana de un grupo de consumo, era muy bueno.
En la mesa hubo alegría desde el principio, quizás porque después de la historia de las guitarras de Miguel, cada uno empezó a contar sus sueños de los veinte años.
A medianoche, Violeta, mientras observaba las manos de los comensales agarrando las copas de vino, pensó que se sentía realmente bien en  aquella casa.
- Sólo necesito una palabra para acabar el crucigrama, dijo Violeta a su esposo llenando  su taza de té.
- ¿Cuál?
-Cántico devoto
- Saeta, dijo su esposo, pensando en el famoso poema de Antonio Machado. 
Violeta  logró terminar  el crucigrama y comenzó a escribir una carta a su hija.







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